Del "todo vale" al "conversemos"
11/09/2013
- Opinión
El diálogo que acaba de iniciar el Gobierno con las diferentes fuerzas políticas es un punto a su favor. Sin embargo, no está exento de riesgos, y ojalá no se crea que es suficiente.
Es positivo porque significa que esta vez el Gobierno escuchó e hizo caso. Escuchó al coro que le venía machacando los peligros de estar tan solo y la necesidad de crear puentes y alianzas. Contra lo que se podría haber pensado, las organizaciones aceptaron la convocatoria, más allá de que algunas quieran aparentar que se están haciendo de rogar (los fujimoristas), o inicialmente hayan tratado de poner condiciones, como fue el caso del Partido Aprista, que exigió la salida previa del premier Juan Jiménez Mayor.
De esta manera, la opción por el diálogo se ha convertido ya en una buena estrategia para tratar de reducir las fuertes embestidas de casi todas las organizaciones políticas contra el presidente Humala, con o sin razón. Golpe tras golpe que, sumados a los que provenían de otros frentes, habían generado una situación política de pronóstico reservado a corto plazo.
Lo más probable es que la mutua arremetida entre Gobierno y partidos no cese totalmente, pero un ambiente de conversaciones bilaterales como las que se están llevando a cabo obliga a bajar el tono y a guardar ciertas formas, de uno y otro lado.
Es de vital importancia que el Gobierno haga esfuerzos por incluir a todos, y no solo a las organizaciones con mayor presencia en los medios. Es negativo, en esa línea, su poco entusiasmo por comprometer a las organizaciones de izquierda, a pesar de que fueron sus aliadas y las que lo ayudaron a ganar las elecciones. Dada su representación política, el fujimorismo no podía dejar de estar, aunque no se puede obviar el hecho de que siga representando a un régimen absolutamente antidemocrático y enemigo del diálogo con el que no ha deslindado.
Esta imagen de menor canibalismo entre las relaciones políticas les conviene en realidad a todos, ya que el repudio a los políticos ha ido en aumento —tal como lo demuestran las encuestas—, entre otras cosas porque solo se les ve matándose entre sí.
Es mejor para todas las organizaciones aparecer en los medios como una oposición responsable, que acude a la convocatoria de un Gobierno en problemas, que depone sus intereses particulares y pone al servicio del país sus ideas y sus técnicos. Una imagen mucho más favorable que las anteriores, cuando se les solía ver sentados en el banquillo de los acusados por las graves imputaciones contra sus principales líderes.
Contribuye a los objetivos del Gobierno el que las fuerzas políticas estén tratando de poner su mejor rostro en materia de iniciativas y técnicos; el que logre realizar la mejor performance habrá ganado ya algunos puntos para la próxima contienda electoral, que ya está corriendo desde hace algún tiempo, de manera excesivamente adelantada.
El Gobierno lo sabe y lo ha permitido, pues era una de las pocas estrategias que le quedaban para darle mayor peso a su actual Gabinete, comenzando por el premier, Juan Jiménez Mayor. En tanto máximo representante del Gobierno, Jiménez ha hecho que los partidos ya no pidan su renuncia, como lo venían haciendo, y él mismo ha bajado su tono confrontacional. Es obvio que Humala no encabeza el diálogo de parte del Gobierno, pues así un eventual fracaso de esta apertura afectaría a Jiménez Mayor y no a él.
Para la salud de la institucionalidad democrática es también mejor un ambiente de diálogo que uno de “todo vale”. Las continuas mechaderas entre congresistas no solo contribuyen al deterioro de ellos, sino también al del Congreso como institución, tal como ocurre con la figura del propio Presidente o de sus ministros cuando salen a darles con todo a sus opositores.
La necesidad de destacar en la foto, como la mejor opción en fondo y forma, podría incluso posibilitar la aparición de un espacio político mayor para discutir los problemas más apremiantes del país. Ojalá que así sea, ya que es una lástima que tantos años de crecimiento económico no hayan servido para intentar avanzar en la solución de nuestros problemas históricos. (Aunque, lamentablemente, en éste y los otros casos existen muchos motivos para ser escépticos.)
Otra ventaja del diálogo con las organizaciones políticas es que hace mucho más difíciles las pretensiones que todavía podrían tener Humala y la Primera Dama de quedarse más allá del 2016; tan difícil como imaginar que candidatos del perfil de García o de Keiko estén dispuestos a dejar la cancha sin dar una batalla a muerte, sobre todo si previamente han ayudado a que el Gobierno recupere el oxígeno.
La necesidad de destacar en la foto, como la mejor opción en fondo y forma, hasta podría hacer que haya un mayor espacio en la política para discutir los problemas más apremiantes del país
Resulta indudable que si el Gobierno no estuviera sintiendo que el piso se le mueve, o viendo cómo su aprobación cae mes tras mes en las encuestas, no hubiera convocado a ningún diálogo; lo objetivo, sin embargo, es que lo ha hecho, lo que nos obliga a movernos en otros escenarios, más allá de lo efímero que pueda ser todo y de los peligros que conlleva.
Un primer escenario es el marcado por un factor clásico en este tipo de circunstancias: que los partidos hayan acudido por creer que hubiera sido contraproducente quedar fuera de un diálogo convocado en nombre del país, por lo que cada uno tratará de jalar agua para su molino, solo y exclusivamente sobre la base de objetivos partidistas, con lo que a la primera dificultad que afectara el proceso patearían el tablero. Se volvería así a la normalidad, a la ley de la selva, pero el país de nuevo se sentiría engañado por las organizaciones políticas, algo que de hecho tendría una repercusión electoral contra ellos mismos.
Un segundo escenario es que el diálogo se mantenga, pero a partir de tomas y dacas de la peor especie; que el intercambio derive en el apoyo de las organizaciones a un Gobierno que sabe que lo necesita, pero a cambio de impunidad. Éste puede ser el caso de un Alan García investigado por la megacomisión congresal, o de los fujimoristas respecto al indulto u otro beneficio parecido; además, obviamente, de Toledo en relación con el asunto de sus múltiples propiedades adquiridas de manera muy poco clara, por decir lo menos. Es cierto que algo así podría ser un bumerán para el Gobierno, por los altos costos políticos que ello acarrearía, pero hay formas y formas de ir creando las condiciones para que este tipo de negociaciones vaya prosperando.
Pero lo más peligroso es que se crea que basta la negociación entre el Gobierno y los partidos políticos para superar el aislamiento de éste y la inestabilidad política. No se puede dejar de recordar que la mayoría de los peruanos no se sienten representados por los actuales partidos políticos; su crisis ha llegado a tal punto que se suele decir que en el Perú no hay partidos políticos.
Hay que asumir, por tanto, que en la actual mesa de negociaciones no tenemos a sectores claves en el país: empresarios, movimientos sociales, organizaciones regionales y locales, sociedad civil. Podrá haber puntos de contacto o de coincidencia entre algunos partidos y estos sectores, pero de ninguna manera se puede creer que los primeros representan en lo fundamental a los segundos.
Tampoco aparece en las negociaciones lo que se ha venido en llamar “la calle”, pues lo que ha habido son movilizaciones urbanas originadas por ciertas demandas, y protestas ciudadanas convocadas principalmente a través de las redes sociales.
De ahí la necesidad, también, de establecer puentes y alianzas con este tipo de actores, pese a lo complejo que esto resulta. Ésta es una tarea urgente si no queremos que la vía del diálogo se vaya convirtiendo en un acto protocolar sin mayores efectos. Lo que uno encuentra aquí es, muchas veces, intereses en conflicto, de modo que el desafío consiste en hallar una manera de atender a todos en función de los diversos derechos y necesidades que representa cada cual. Hasta ahora, contrariamente a lo que se pensaba que ocurriría, el Gobierno se ha preocupado de una manera especial por los empresarios y menos por otros sectores que son precisamente los que votaron por el humalismo.
También están los antiguos aliados del partido de gobierno y que hoy están alejados y hasta de pleito con él, ya que, o fueron expulsados del entorno del régimen, o se sintieron obligados a cortar por considerar que éste se había ‘derechizado’.
A modo de conclusión, podríamos decir que el diálogo con las fuerzas políticas es una buena iniciativa que marca un cambio de actitud tanto del Gobierno como de las organizaciones concurrentes, y que puede traer beneficios para todos (incluida la institucionalidad democrática del país), siempre y cuando los entendimientos no tengan por condición una serie de complicidades en torno a investigaciones en curso en relación con los principales políticos del país. Sin embargo, es indispensable que el intento de establecer buenas relaciones no se agote a este nivel, sino que incluya a esa gran parte del país que no se siente representada por los partidos. Todo esto puede iniciarse con reuniones y visitas, pero rápidamente tiene que concretarse en medidas diversas si no se quiere que todos nos demos cuenta de que la vía del diálogo ha sido una mecida de todas las fuerzas políticas, y que volvamos a una situación de incertidumbre peligrosa para la continuidad democrática.
Si este diálogo no se traduce en acciones concretas, lamentablemente se habrá desperdiciado una nueva oportunidad para oxigenar el ambiente político y avanzar en las metas que tenemos como país, y se habrá desgastado un concepto tan necesario como complejo.
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