Las elecciones municipales en perspectiva. La oposición se tropieza con la victoria

11/03/2014
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En las últimas elecciones municipales del 23 de febrero el pueblo ecuatoriano votó para elegir a sus autoridades locales y regionales. El resultado, no bien carente de polémica, ha significado la pérdida para el oficialismo de enclaves estratégicos como Quito (capital administrativa) o Manta (segundo puerto del país) en manos hoy del partido SUMA de Mauricio Rodas.

 
Hoy no se discute la prevalencia de Alianza País como primera fuerza a nivel nacional, sino más bien el mensaje que hay detrás de estos resultados electorales. Por un lado, la derecha en estas elecciones ha ganado ciudades importantes (Guayaquil, Quito, Cuenca, o Manta), y todo ello a un año de unas elecciones presidenciales que catapultaban a Alianza País al liderazgo en solitario en la Asamblea nacional (con un 52,30% de los votos, y un 72% de los asambleístas).
 
En este escenario, es de vital importancia alejarse de diagnósticos de tantos oráculos ahora ávidos de venganza. Ante estas opiniones que ven las elecciones como una “derrota” del oficialismo y un mensaje de cambio, es necesario situar en un primer plano distintas dimensiones que han influido en estas elecciones:
 
En primer lugar, la exposición del presidente Correa como figura de atención mediática. En este punto, las elecciones municipales se plantearon alrededor de la figura de Rafael Correa, siendo los candidatos a concejales, prefecturas o alcaldías representantes y delegados de este mismo. Ello dio un tinte presidencial a las elecciones, dando de este modo un cáliz nacional al voto, y por otro lado, forjando un discurso claro entorno a la figura del líder que la oposición aprovecho: era votar por o contra Rafael Correa, pero no a favor de una oposición concreta.
 
Ello no tendría mayor efecto sin la existencia de una profunda desmovilización política que ha afectado en mayor medida al bloque de Alianza País. Los movimientos sociales, fuente de recursos de movilización colectiva, han sufrido ciertos reveses tras medidas recientes como la apertura del proyecto del Yasuní, o la exclusión en el código penal del supuesto de violación en caso de aborto. Hay que recordar que si bien estos grupos tienen un peso relativo en la fuerza electoral de Alianza País, en cambio tienen una mayor capacidad movilizadora. Por ello, en estas elecciones en tanto hubo ausencia de movilización de las fuerzas de Alianza País que pudiera evidenciar y visualizar la fuerza electoral del líder, Rafael Correa apareció en una posición vulnerable y aislada: era Correa contra la oposición, pero sin el pueblo como soporte.
 
Por último, la existencia de un clima de desestabilización en Venezuela determinó la esencia plebiscitaria de estas elecciones. Los medios de comunicación han dado carácter global y preferente al conflicto en Venezuela, renovando el miedo al totalitarismo populista en tanto fenómeno latente a todo régimen político de carácter progresista. Con esta respuesta, los medios de comunicación pro-occidentales han popularizado la política del ensañamiento, o la banalización y ridiculización de presidentes así llamados personalistas. Esta ofensiva ha marcado fuertemente el voto contra Rafael Correa, siendo este voto una evidencia de la oposición a la omnipotencia del líder.
 
En resumen, la exposición mediática del presidente y la ausencia de movilización favorecieron la existencia de un discurso revanchista. La oposición logró, en este contexto, y sin buscarlo, una unidad en torno a la oposición al presidente. Ello explicaría el crecimiento de las demás candidaturas que no estaban en coalición con la lista de Alianza País, incluyendo a grupos como Avanza que, aunque aliado del gobierno, ha formado parte en estas elecciones de coaliciones con grupos opositores como SUMA.
 
A toda esta dinámica habría que añadir finalmente un fenómeno estructural y global de creciente individualización de la identidad política y las contradicciones que este encierra. O lo que es lo mismo, las personas tienden cada vez más a huir de las etiquetas políticas colectivas, y sin embargo continua habiendo una necesidad de los mismos de ser referenciados de forma positiva por líderes con valor social.
 
El populismo, en su sentido positivo, y al margen de las políticas públicas redistributivas que implementa, es sobre todo construcción de clase, es una reconstrucción positiva de la identidad colectiva frente a décadas de disolución de la identidad individual producidas por políticas neoliberales destructivas. Será en este ámbito en el que se sitúen los gobiernos de Argentina, Ecuador, Brasil, Bolivia o Venezuela. Pero es también en el mismo campo donde empieza a jugar la oposición en estos países: socavar el valor simbólico y referencial del líder populista en favor de una mayor valorización de los individuos esta vez aparentemente autoreferenciados. A ello le rodea un aura de “democratización” que no es otra cosa sino un nuevo mecanismo de reproducción política de las viejas clases dominantes basado en la demonización del poder establecido (aunque este sea democráticamente elegido) en tanto freno para la expansión de la libertad individual.
 
Es necesario pues comprender esto para afrontar de forma efectiva los procesos electivos que afrontarán en este periodo numerosos gobiernos progresistas en América Latina. Esta coyuntura puede resumirse con la popular “dialéctica del amo y el esclavo” que, traducida al actual escenario, expresaría la contradicción existente entre un líder mayoritariamente aceptado pero sin adecuado soporte simbólico popular que da pie al discurso revanchista que expresa el carácter independiente y liberador del individuo. A pesar del fatalismo de los oráculos opositores, esta es sin embargo una batalla ideológica todavía abierta.
 
Rubén Juste
Investigador de la Universidad Andina Simón Bolívar y consultor en comunicación política.
 
 
 
https://www.alainet.org/en/node/83829
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