Satanización de Stalin. Los inicios de la guerra de cuarta generación (I)

10/04/2014
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Sobre mi tumba arrojarán montañas de basura, El viento de la historia las borrará inexorablemente.

José Stalin
 
Pocas figuras del siglo XX han sido más vilipendiadas y demonizadas que José Stalin. Su nombre ha sido sistemáticamente asociado, generalmente sin ningún tipo de soporte o pruebas y en alusiones descontextualizadas, a deportaciones colectivas, traiciones, matanzas, purgas, represiones salvajes e indiscriminadas, hambrunas, culto a la personalidad y cuanto crimen horrendo pueda llegar a imaginar la mente humana.
 
Uno analiza la historia de la revolución bolchevique y de la guerra fría y es evidente que ninguno de los dirigentes de la URSS ha sido tan ferozmente satanizado como José Stalin; ni Lenin, principal ideólogo y dirigente de la revolución de octubre, ni Jruschev quien ordenó la intervención en Hungría en 1956, y que dirigía a la URSS durante la crisis de los misiles en Cuba en 1962 que tuvo al mundo al borde de un holocausto nuclear, ni mucho menos Brezhnev, primer ministro de la gran nación socialista durante los años en que parecía que la balanza de la guerra fría se inclinaba en contra de occidente (derrota estadounidense en Vietnam, Revolución Islámica en Irán, Allende en Chile,  Sandinistas en Nicaragua, apogeo de movimientos populares en África), recibieron tal cantidad de ataques, ensañamiento y atención por parte de los servicios de guerra psicológica y de las divisiones mediáticas de las potencias occidentales como los que por décadas le han dedicado a la figura de Stalin.
 
Y en este punto, uno no puede dejar de preguntarse ¿por qué?
 
¿Por qué ese afán de presentar precisamente a Stalin como a un monstruo torvo, sombrío y criminal mientras se ignoraba casi por completo a alguien que como Lenin había sido el principal dirigente e ideólogo de la revolución que amenazaba al sistema capitalista?
 
¿Por qué los servicios de propaganda y guerra psicológica occidentales por décadas concentraron toda su atención en asegurarse que la figura de Stalin fuera sinónimo de horror, crímenes y barbarie mientras que un personaje como Nikita Jruschev era presentado casi como un afable y bonachón abuelo eslavo y a Brezhnev casi ni lo mencionan?
 
Cuando se quiere atacar a un sistema sociopolítico, a un gobierno o revolución, es más fácil y eficiente personalizar, individualizar el ataque. Esta es una estrategia que se ha hecho clásica en los manuales de guerra psicológica, porque el rechazo, la aversión que generan en el público los supuestos “crímenes monstruosos o conductas inhumanas, bestiales y sádicas” del gobierno o revolución que ese individuo dirige o representa terminan trasladándose hasta aquella. Recordemos como acá, en Venezuela, nuestra Revolución Bolivariana ha sido etiquetada y descalificada por su “populismo radical”, acusación que, entre otras, se le endilgaron en vida al Comandante Chávez: (Círculos Bolivarianos, rebautizados por los medios fascistas como círculos del terror, ahora actualizados como “colectivos del terror, Chávez y sus manos manchadas de sangre, etc).
 
La satanización de Stalin, como la de Fidel y Chávez en sus respectivos momentos, no ha sido otra cosa sino la satanización del socialismo. Es mucho más fácil atacar, vilipendiar y criminalizar a una persona que hacerlo con una idea o un proyecto histórico. Si se logra identificar a un hombre con una idea o un proyecto social (Stalin y el Socialismo, Chávez, la Revolución Bolivariana y el socialismo del siglo XXI), basta entonces con destruir moral e históricamente a ese hombre para deslegitimar esa idea, esa propuesta.
 
Para condicionar el imaginario colectivo primero se le asignan al personaje objeto de este tipo de manipulación, crímenes y actos repugnantes e inhumanos; de que esta asignación se convierta en una verdad incontrovertible y absoluta se encargan los medios de difusión masiva de información al servicio del gran capital; posteriormente se crea una identificación plena, absoluta y total entre el sistema, gobierno o revolución que se pretende atacar y el individuo objeto de la asignación.
 
Hasta terminada la II Guerra Mundial, las élites del capitalismo global no apreciaron en su justa medida, la amenaza que el modelo socialista que se estaba construyendo en la URSS significaba para ellos. Esto explica el porque un medio tan conservador y ligado al poder financiero mundial como el diario The Times de Londres (después uno de los estandartes en la cruzada antiestalinista), eligiera por dos veces a Stalin como el hombre del año en el mundo (1939 y 1942).
 
El desarrollo en Europa de la II Guerra Mundial, especialmente en su frente oriental, vino a demostrarles a los dirigentes del sistema capitalista en el mundo, la increíble potencia y nivel de desarrollo que en menos de veinte años y bajo la guía de Stalin, había alcanzado la URSS. Stalin fue el único hombre que participó como protagonista principal en los dos mayores acontecimientos sociales del siglo XX: La Revolución Socialista de octubre en 1917 y la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial sobre las hordas nazifascistas.
 
Para 1945, la URSS y Stalin se levantaban ante el mundo como los grandes vencedores materiales, políticos y éticos de la guerra contra el nazi-fascismo. Tanto Roosevelt como Churchill reconocieron a Stalin como el máximo líder de la II Guerra Mundial al aceptar ir hasta la URSS a reunirse con él en Yalta, península de Crimea, en 1945, ya que Stalin se negó siempre a trasladarse hasta occidente para celebrar dicha cumbre. Esta imagen de líder victorioso de los pueblos del mundo en su lucha contra la barbarie nazifascista tenía que ser destruida o deslegitimada a toda costa.
 
Para esta labor los servicios de inteligencia y propaganda del capitalismo mundial aprovecharon, como en tantas otras cosas, los trabajos que sus similares nazis habían realizado antes y durante la II Guerra Mundial contra Stalin. Los estadounidenses y británicos incautaron todo el aparato propagandístico nazi. Sus principales teóricos e ideólogos fueron llevados a los EEUU al concluir la II Guerra Mundial.
 
Desde antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial (incluso antes del estallido de la Primera Guerra mundial en 1914) los geoestrategas alemanes habían declarado a Ucrania y otras regiones de la URSS como parte del espacio vital alemán (Lebesraum). Hitler mismo lo había escrito en 1925 en su Mein Kampf.  
 
Para preparar la futura invasión a Ucrania y el resto de la URSS, el ministro de propaganda nazi Josef Goebbels y el director de inteligencia y espionaje para el frente oriental Reinhard Geheln, iniciaron desde 1934 una sistemática campaña mediática sobre los “monstruosos crímenes (hambrunas, matanzas, represión) que el régimen de Stalin cometía en Ucrania”, todo dirigido a preparar a la opinión pública alemana, ucraniana y mundial para la futura “guerra de liberación” que Alemania se disponía a llevar a efecto. Como vemos, los estadounidenses no fueron nada originales en su estrategia terrorista en contra de Irak ni la Alemania de hoy lo es con su revolución naranja en Ucrania. La campaña mediática de Goebbels no tuvo el éxito esperado, pero en su auxilio vino uno de los más siniestros personajes que los EEUU produjo en el siglo XX: William Randolph Hearst. Este multimillonario, creador del periodismo amarillista y sensacionalista, con un enorme imperio comunicacional, amigo personal de Hitler, visitante distinguido de la Alemania nazi y admirador confeso de la ideología fascista, puso al servicio de este régimen todo su arsenal de periódicos, radios, televisoras y revistas en su campaña para demonizar y criminalizar a Stalin y a la URSS.
 
Como podemos apreciar, los antecedentes y las semejanzas de la guerra psicológica que se ha desarrollado en contra de Stalin y su memoria, con la que se llevó a cabo contra el Comandante Chávez mientras vivió, y la que se sigue desarrollando hoy contra Venezuela y su Revolución Bolivariana, son más que evidentes. En buena parte, la defensa y reivindicación de la memoria de Stalin es la defensa de la Revolución Bolivariana y del Comandante Chávez en tanto que las armas y procedimientos utilizados por sus detractores y calumniadores fueron y siguen siendo los mismos. En próximos trabajos detallaremos la naturaleza e intensidad de estas campañas de descrédito y difamación.
 
Joel Sangronis Padrón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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