Ucrania: ¿Un espacio de disputa por el orden político internacional de Posguerra Fría entre G7 Y BRICS?

13/04/2014
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El actual sistema político internacional de Posguerra Fría es uno de continuidad y transición de aquel que se fundó en 1945 después de la Segunda Guerra Mundial y de la firma de la Carta de San Francisco. De continuidad porque después de la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento parcial de la ex URSS (que permitió la resurrección de Rusia, después del gobierno mediocre de Boris Yeltsin) el orden político internacional occidental existente se extendió al mundo entero. La supremacía occidental aplicada por un grupo de potencias mundiales (Foro G-7) y liderada por una superpotencia hegemónica (los Estados Unidos) se hizo resentir en todo el planeta. De transición, porque dicha extensión del orden internacional desde Occidente, sin obstáculo alguno durante los años noventa del siglo pasado, muy pronto encontraría resistencias, cuestionamientos y desafíos provenientes de actores nuevos como las potencias regionales, que durante los primeros años del Siglo XXI terminaron agrupándose en el Foro BRIC (en un primer momento) y después BRICS (en un segundo momento). En consecuencia, un panorama problemático se presenta en la llamada Posguerra Fría: había comenzado el declive relativo de las potencias mundiales y la superpotencia y el ascenso relativo de las potencias regionales. Además, las primeras eran conservadoras del statu quo internacional y las segundas se portaban como cuestionadoras y desafiantes del orden internacional occidental, pues pretendían la refundación de éste o la fundación de uno nuevo con ellas como actores importantes.
 
Así, hasta el momento no se había producido una situación donde se cuestionara y disputara el orden internacional de manera directa. Hasta antes de los sucesos en Ucrania, se podría decir que solamente se habían dado algunas escaramuzas regionales, pero no se había gestado una situación nítida que permitiera ver una disputa por el orden internacional. Así pues, en la coyuntura internacional actual, Ucrania, por su situación geográfica –enclavada entre la Unión Europea y Rusia- se ha convertido en espacio de disputa por el orden internacional. ¿La primera gran disputa por el nuevo orden internacional? ¿Vienen otras confrontaciones importantes?
 
1. El orden político internacional en Posguerra Fría

Con el fin la Guerra Fría, caída del Muro de Berlín, desarticulación del Bloque de Estados Socialistas e implosión relativa de la URSS, la estructura del orden político internacional se modificó sustantivamente: de la bipolaridad (EE.UU. y URSS) se pasó la “uni-multipolaridad” –término acuñado por Samuel Huntington, en su trabajo “la Potencia Solitaria” (Huntington 1999)- donde los Estados Unidos como superpotencia mundial (vencedora), en alianza con un grupo de selectas potencias mundiales (Inglaterra, Francia, Italia, Canadá, Alemania y Japón) reforzó su poder y lo extendió internacionalmente. El G-7, que se fundó a inicios de los años setenta del siglo pasado, fue el polo de poder (fundamentalmente occidental) desde donde se extendió el orden de la Posguerra (resultado de la Segunda Guerra Mundial y expresado en la Carta de San Francisco) al mundo entero.
 
Todo indicaba, que la desarticulación y eliminación del segundo polo de la Guerra Fría –conformado por la URSS y el conjunto de países socialistas de Europa Oriental- fue el equivalente a la crisis de un orden regional importante, puesto que era el más débil de los dos polos y el menos instalado en el mundo. Esto no contradice el peso y el efecto estructurante decisivo del segundo polo en el establecimiento de la bipolaridad en el sistema político internacional de 1945 a 1989. Pero, lo que queremos anotar aquí con toda claridad, es que la desaparición de este segundo polo no tuvo repercusiones en el mundo entero y no afectó mayormente el desempeño del sistema político internacional; más bien, la desaparición del segundo polo dejó el terreno libre para la extensión geopolítica y geoestratégica del primer polo al mundo entero. Muy posiblemente, esta crisis regional fue la última de la Guerra Fría y la primera de la Posguerra Fría.
 
Se terminó de constituir, de esta manera, un orden mundial trasatlántico (norteamericano y europeo) de alcance universal (valores occidentales, políticas liberales y pautas de la economía de mercado o capitalistas) durante toda la década de los años noventa del Siglo XX. Indudablemente, todo esto permeó a la ONU, que no ha podido adecuarse y reformarse de acuerdos a los tiempos nuevos porque responde –de alguna manera- al establishment surgido de la II Guerra Mundial. En fin, en este contexto se formularon la Doctrina del Nuevo Siglo Americano y su Estrategia de Guerra Preventiva durante los gobierno de George W. Bush (The White House 2002) y la Doctrina de Renovación del Liderazgo Americano (The White House 2010) y su estrategia de Diplomacia sustentada en el smart power (Center for Strategic & International Studies 2007). Todas estas doctrinas se diferencian porque se fundan en el hard power y el soft power (Nye 2003) pero se complementan siempre terminaron apuntalando el interés nacional y el poderío de Estados Unidos.
 
A inicios del siglo XXI, Occidente y sus economías centrales atravesaban por una crisis económica (los niveles de crecimiento bajaron a cero e, incluso, a tasas negativas) y los Estados del G-7 cayeron en un declive relativo, situación que fue propicia para que se revelara el llamado fenómeno de la “emergencia”, donde países semiperiféricos y periféricos, todos del Sur y no occidentales, emprendieran un crecimiento económico duradero nunca antes visto. Los Estados semiperiféricos del BRIC fueron los primeros visibles; luego se sumó Sudáfrica. Así, el Foro BRIC pasó a llamarse BRICS, un conjunto de Estados semiperiféricos ascendentes que habían logrado constituirse en potencias regionales. Estas potencias regionales no solamente se habían propuesto llegar al centro de la economía-mundo sino también escalar en la jerarquía de poder mundial. Desafíos muy grandes e importantes, que de alcanzarse, no dejarían de pie al viejo orden internacional.
 
Así, en el horizonte del llamado Sistema Político Internacional de Posguerra Fría, el G-7 se encontró frente al BRICS y Estados Unidos ante China. La política internacional comenzó a tejerse con los hilos de las políticas exteriores de la superpotencia y de las potencias mundiales, por un lado, y los hilos de las políticas exteriores de las potencias regionales, por otro. El escenario que se diseñó fue de competición y no de cooperación; un escenario de competición y disputa por el orden político-económico mundial. En este escenario de Posguerra Fría, que comenzó a tomar forma en la última década del siglo XX y se estaría concretando en las primeras décadas del siglo XXI, los Estados del G-7 declinan relativamente en lo económico y lo político y los Estados del BRICS crecen económicamente y ascienden políticamente. Es por ello, de hecho, que Rusia ha definido la cooperación con el BRICS como un vector de la política exterior clave a largo plazo (President of Russia 2013).
 
Hasta antes de lo sucedido en Ucrania, no se había producido una disputa directa por el orden político internacional, donde los intereses nacionales e internacionales de las potencias regionales hayan sido puestos en cuestión directamente. Recordemos, la Guerra del Golfo (contra Irak), la intervención en Afganistán (para echar a los Talibanes), la Guerra contra Irak (para derrocar a Sadam Hussein), las sanciones a Irán (por su proyecto nuclear), las amenazas contra Corea del Norte (por su actitud beligerante y sus planes nucleares), la desestabilización y crisis en Medio Oriente (Túnez, Libia, Egipto, Yemen y Siria), la crisis en Georgia (donde dos regiones se independizaron), los Golpes en Honduras y Paraguay (para colocar gobiernos de derecha y pronorteamericanos), el golpe militar contra el gobierno de Mohamed Mursi en Egipto (que estableció una Junta Militar pro norteamericana) y varios otros. Todos estos casos fueron resueltos por el directorio del G7. Sin exagerar, la superpotencia y las potencias mundiales del G-7 estuvieron en la primera fila de todos estos asuntos, aunque ya en segunda fila se encontraban presentes las potencias regionales.
 
Ahora, después de lo sucedido en Ucrania, queda muy claro que la cuestión del orden político-económico internacional se resolverá entre los miembros del G-7 y los socios del BRICS. Pero, todavía queda tiempo por delante y muchos sucesos por verse.
 
2. La estrategia de contención

Después de la estrategia de la “guerra preventiva” de George W. Bush, es decir el ejercicio de supremacía (basada en las capacidades materiales o el llamado poder duro) y unilateralidad (acciones solitarias y sin el consenso de las potencias mundiales) de la superpotencia estadounidense –cuya realización mayor fue la guerra contra Irak- se iniciaron cambios y correcciones en la política exterior de los Estados Unidos. Si bien es cierto que el presidente demócrata Barack Obama mantuvo la orientación de la política exterior de su país bien avanzado su primer mandado, también es cierto que avanzó rápidamente en el esbozo de una nueva estrategia para reorientar la política exterior de su gobierno. Había que salir rápidamente de Afganistán y de Irak y tomar distancia del Medio Oriente en general, pues la superpotencia no podía quedar atada en una región. Había que volver a diseñar los grandes ejes geoeconómicos, geopolíticos y geoestratégicos de la política exterior estadounidense en un mundo en pleno proceso de cambios y transformaciones.
 
Para Estados Unidos era patente que para salir de la crisis económica eran necesarios, además de la reactivación económica interna, la vuelta al multilateralismo y la diplomacia. Aunque lo más sobresaliente de todos estos arreglos es el despliegue de su geoeconomía y su geopolítica en dos ejes espaciales: el Eje Atlántico, para conectarse con la dinámica de la UE, y el Eje Asia-Pacífico, para vincularse con las economías de Japón, Corea del Sur, la ASEAN, Australia y Nueva Zelanda. Ahora bien, era evidente que el interés nacional/internacional norteamericano no se detiene allí, sino más bien se plasmaba en una geoestrategia de mayor alcance en cada uno de los dos ejes ya anotados: en el extremo del primer eje se encontraba Rusia y en el extremo del segundo eje aparecía China. Dos competidores geoeconómicos, geopolíticos y geoestratégicos mayores. Reaparece entonces la renombrada estrategia de contención, esta vez orientada hacia Rusia, China y los BRICS en general (Jalife-Rahme 2012). Las primeras ideas respecto a este cambio estratégico fueron enunciadas por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, en su ensayo “America’s Pacific Century” (2011) y oficializadas por la Casa Blanca en el documento “Sustainting U.S. global leadership: priorities for 21st. century defense” (Department of Defense 2012) entregado al Pentágono en los primeros días de 2012.
 
En el eje transatlántico los elementos claves son el ATCI (Acuerdo Trasatlántico sobre Comercio e Inversión entre Estados Unidos y la UE), el avance de la UE hacia frontera con Rusia (integrando a países de Europa Oriental y a tres ex soviéticos como Estonia, Letonia y Lituania) y el crecimiento de la OTAN incorporando también a países de Europa Oriental, a los tres países bálticos y posiblemente a Georgia que se desprendieron de la ex URSS; además de la amenaza de instalar bases de misiles en algunos países de Europa Oriental (Polonia y República Checa). Como ya sabemos, durante los últimos años, Ucrania se había convertido en el foco de atención, pues se trataba de incorporarla a la UE y la OTAN. En este eje, el objetivo es aislar y contener a Rusia, de manera no tan directa y abierta como lo fue en la Guerra Fría con la URSS.
 
En el eje transpacífico, los elementos claves son el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TTP, por sus siglas en inglés) en proceso de negociaciones y alianzas militares con países de la región de Asía-Pacífico. Entre los principales países que se encuentran negociando el TTP están Brunei, Nueva Zelanda, Chile, Singapur, Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Australia y Malasia. Aquí también, durante los últimos años, el Mar de China se fue convirtiendo en un escenario de tensión internacional por el diferendo entre China y Japón (apoyado este último por Estados Unidos) por la soberanía de las islas Senkaku. En este eje el objetivo es aislar y contener a China en Asía Pacífico. A este eje se ha articulado la Alianza del Pacífico (AP) y las bases militares instaladas en Colombia, pues aunque parezca política-ficción también se pretende contener a Brasil en Sudamérica.
 
3. Las tácticas de la contención

Apoyado en la concepción del smart power (Nye 2009) el presidente Barack Obama cambió sus tácticas operativas con la finalidad de desactivar a gobiernos contrarios a sus intereses nacionales en la arena internacional. Comenzaron a darse casos insólitos como los de Honduras, Paraguay, Siria, Venezuela y, claro está, Ucrania. Se inventó los “golpes constitucionales” o “golpes legales”, donde la oposición, apoyada por fuerzas externas (las de la superpotencia o las de alguna otra potencia mundial), se moviliza y se enfrenta al gobierno en plaza, hasta encontrar un recurso “legal” (muertos, corrupción, transgresión de ley, autoritarismo, implementación de políticas públicas anticonstitucionales, etc.) que sustente la negatividad, ilegalidad, ilegitimidad y anticonstitucionalidad de un gobierno para destituirlo y derrocarlo. Claro está, los poderes legislativo y judicial (el parlamento y las Cortes de Justicia), con el apoyo indirecto de las Fuerzas Armadas y el patrocinio directo de los medios de comunicación, se convierten en las instituciones centrales de tal operación política. Muy pronto se nombra un gobierno de transición para que en el plazo de algunos meses realice nuevas elecciones generales y se nombre otro gobierno “legal” y “legítimo”. Como hemos visto, esto ha sucedido en varios países y ha ocurrido de manera espectacular en Ucrania.
 
4. Ucrania y la primera disputa directa por el orden internacional

Apuntamos que esta es la primera disputa por el orden político (principalmente) y económico (secundariamente) internacional. Lo anterior porque, en primer lugar, vemos dos actores involucrados: el primer actor (el que lleva la iniciativa) en los acontecimientos sucedidos en Ucrania es una potencia regional como Rusia, apoyada indirectamente por los otras potencias regionales del BRICS, mientras que el segundo actor (el que se conduce reactivamente) fueron las potencias mundiales de la UE, apoyadas por la superpotencia estadounidense. En segundo lugar, la disputa no es cualquier Estado Periférico, es un país que salió de la URSS, un país fronterizo y vecino de la actual Rusia y un país periférico ascendente, que puede ser considerado una potencia subregional.
 
Recordemos, Ucrania se autonomizó de la URSS juntamente con otros 14 países en 1990. Desde entonces, Rusia trató de guardar importantes relaciones con este importante conjunto de países que definen una suerte de frontera con Europa y Asia. Con estas relaciones se pretendió, en primer lugar, mantener su influencia y sus proyecciones geoeconómicas y geopolíticas; en segundo lugar, cuidar a esa frontera como una faja de seguridad estratégica; y, en tercer lugar, velar por la integridad de las poblaciones rusoparlantes que permanecen en dichos países.
 
Pero, Rusia después de la crisis de 1990/1991 quedó muy débil económica, política y militarmente y afectada por el desmembramiento de 15 países que le restaron a su territorio más de 5 millones de km2 a los 22.4 millones de km2 que poseía la URSS. En ese entonces, la nueva Rusia trató de reaccionar y estabilizarse conformando la Comunidad de Estados Independientes (1991) y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (1992) con la gran mayoría de los países que habían salido de sus dominios territoriales. Después, poco a poco, fue articulando su proyecciones geoeconómicas (exportaciones e importaciones y tendido de gasoductos), geopolíticas (relaciones, acuerdos e influencia) y geoestratégicas (instalación y/o mantenimiento de bases militares) en toda la faja de países que constituye su perímetro fronterizo con Europa y Asia. Pero, todas estas barreras creadas por Rusia a lo largo de su perímetro fronterizo han sido penetradas por el avance de la UE y de la OTAN. Por ejemplo, Ucrania quedó en el centro de dos movimientos: el expansionista de la UE-OTAN y el preservacionista de Rusia.
 
La UE (después de la firma del Tratado de Maastricht) y la OTAN (ampliada, reorientada y en proceso de reforma desde 1999) siguieron su camino hacia Europa Oriental (incluyendo a los países de esta región) y, luego, han tratado de ir más al Este, incluyendo a algunos países limítrofes con Rusia (Estonia, Letonia y Lituania, que antes formaron parte de la URSS). Al parecer, la UE y la OTAN se propusieron llegar hasta las mismas fronteras de Rusia. Ucrania era el país ideal para ello.
 
Pero, Rusia no es cualquier país “emergente” ni menos cualquier país semiperiférico de bajo perfil, sino una potencia regional con vocación de potencia mundial. Rusia buscaba mantener a Ucrania en su área de influencia geopolítica (un gobierno cercano, acuerdos de cooperación, mantenimiento de la Base Naval de Sebastopol en Crimea y continuidad de bases militares en territorio ucraniano), lo que no significaba un control monopólico de las relaciones exteriores de este país.
 
Durante los sucesos en Ucrania, el gobierno de Putin se encontraba entretenido con la realización de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, que dicho sea de paso, ganó. Entonces, sucedió lo previsible: un golpe “constitucional” derrocó al gobierno legal de Víktor Yanukóvich, de orientación pro-oriental y pro-ruso. El primer movimiento en el tablero de ajedrez se había dado. El segundo movimiento no se hizo esperar: se nombró un gobierno provisional pro-occidental, pro-europeo y pro-estadounidense. El tercer movimiento en este tablero de ajedrez fue inevitable: las poblaciones pro-rusas proclamaron la independencia de Crimea (después de realizado un referéndum popular) y luego solicitaron su adhesión a la Federación Rusa.
 
5. Ucrania, potencia subregional enclavada en los límites geopolíticos de Rusia y la UE

Pero, ¿por qué Ucrania es un actor tan relevante en el juego geopolítico entre Rusia y la EU-OTAN? En nuestro análisis, Ucrania es una potencia subregional –esto es, un Estado periférico ascendente. Su ascenso desde la periferia del sistema-mundial está reconfigurando el orden regional en Europa Oriental. En este sentido, un primer paso metodológico para distinguir y comprender la naturaleza de las potencias subregionales, es revisar las capacidades materiales y semi-materiales de dichos Estados, en este caso, de Ucrania.
 
En términos territoriales, Ucrania, representa el Estado más grande de Europa y, en términos poblacionales, es la sexta nación más populosa del continente (45 millones de habitantes) tan sólo después de Alemania (80), Reino Unido (64), Francia (63), Italia (59) y España (46). Aunado esto, hay que anotar que el ejército ucraniano es también uno de los más numerosos de Europa (incluso mayor al de Polonia, por mencionar un ejemplo).
 
En el tamaño de su economía, Ucrania fue hasta 1989 la segunda más grande de la Unión Soviética, adelantada sólo por Rusia. Con la implosión de la URSS, la economía ucraniana experimentó serias dificultades durante toda la década los 90’s. No obstante, gracias al diseño e implementación de ajustes estructurales que contribuyeron a crear un marco favorable para el emprendimiento de actividades industriales y comerciales, Ucrania logró instalarse en la senda del desarrollo: entre 2000 y 2008 creció a un ritmo anual promedio de 6.8% (World Bank 2014). El desempeño favorable de la economía le ha permitido al Banco Nacional de Ucrania mantener sus reservas internacionales por arriba de los US$ 20 mil millones desde el año 2006.
 
En lo que se refiere a su comercio exterior, a partir del 2010 las exportaciones de Ucrania al mundo han tenido un valor superior a los US$ 50 mil millones, mientras que sus importaciones han rebasado los US$ 60 mil millones. Cabe mencionar que los principales socios de Ucrania son Rusia, que concentra cerca de 1/3 parte de las permutas comerciales, y la Unión Europa, que representa cerca de 1/4. Hasta aquí, una brevísima caracterización de las capacidades materiales de Ucrania.
 
Ahora, en cuanto a sus capacidades semi-materiales –que, para nosotros se refieren a los niveles de bienestar o prosperidad de una nación- Ucrania muestra, en relación al resto de Europa, uno de los Índices de Desarrollo Humano y una de las expectativas de vida más bajos, con valores de 0.740 (IDH alto, pero de los más bajos de Europa) y 68.8 años (United Nations Development Programme 2013), respectivamente. Más aún, en lo que se refiere al nivel del consumo final de los hogares ucranianos, el dato es alarmante, ya que éste se mantiene por debajo de los US$2,000 al año (poco menos US$6 al día), nivel de gasto comparable al de Túnez, Guatemala o Tailandia.
 
También al observar el PNB per cápita de Ucrania se encuentra que es uno de los más bajos de Europa (tan sólo superior al de Georgia y Moldavia) y equiparable al de países como Cabo Verde, El Salvador o Indonesia. Pero ¿qué produce Ucrania? Ciertamente esta país ha incursionado en la fabricación de “cohetes espaciales, armas modernas, automóviles, aviones y equipos para maquinaria” (Gryshchenko 2012, 18); no obstante, las principales exportaciones de Ucrania tiene que ver con materias primas como metales no hierrosos, petróleo y derivados, aceite vegetal, semillas de girasol, cereales y otros productos agrícolas. Todo lo anterior indica que Ucrania está aún distante de alcanzar el desarrollo y, por tanto, forma parte de la periferia de la economía-mundo.
 
A pesar del rezago en su nivel de desarrollo, Ucrania no deja de ser por ello un actor significativo en el concierto mundial. De hecho, la visión de la estructura internacional a través del Índice de Poder Mundial (IPM)1 -estadístico que recoge el Índice de Capacidades Materiales (ICM)2 y el Índice de Capacidades Semi-Materiales (ICSM)3 para brindar una lectura multidimensional y multivariada de las capacidades de una sociedad nacional- permite ponderar el peso específico de Ucrania en Europa Oriental, tal como se muestra en la Gráfica 1. Índice de Poder Mundial para países seleccionados de Europa Oriental, 1990-2012.
 
Ciertamente no posee el dominio de potencias regionales como Rusia, Turquía, o Polonia, pero Ucrania es un actor de consideración en su subregión. En otros términos, Ucrania es una potencia subregional.
 
Gráfica 1. Índice de Poder Mundial para países seleccionados de Europa Oriental, 1990-2012
 
Fuente: (Morales Ruvalcaba 2013)
 
Las potencias subregionales pueden ser entendidas como Estados que aún forman parte de la periferia del sistema-mundial, pero que ostentan una valiosa dotación de capacidades materiales. Además de Ucrania, otras potencias subregionales son4: Colombia, Egipto, Filipinas, Indonesia, Irán, Kazajistán, Nigeria, Pakistán y Venezuela.
 
Evidentemente, las potencias subregionales no disponen del poder necesario para rivalizar y competir con las potencias mundiales, las potencias medias y las potencias regionales. Sin embargo, las potencias subregionales si cuentan con las capacidades nacionales suficientes para garantizarse significativas cuotas de autonomía y proyectarse como protagonistas a nivel subregional, de forma tal, que se les puede observar actuando y destacando a nivel subregional.
 
Así, potencias subregionales como Ucrania resultan ser actores muy valiosos en disputas geoestratégicas, puesto que cambios en sus políticas exteriores o comportamientos internacionales pueden romper el equilibrio subregional y, con ello, alterar el orden geopolítico en espacios más amplios, como una región. En ese sentido, las potencias subregionales son actores imprescindibles para el funcionamiento de mecanismos de gobernanza y sistemas de integración regionales.
 
Estas apreciaciones teóricas permiten interpretar con mayor claridad el rol de Ucrania como socio de la Iniciativa de Centro Europa (ICE), con sede en Trieste, que es el foro de cooperación regional más antiguo y grande de la zona (ya que tiene por miembros a Albania, Austria, Bielorrusia, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Chequia, Hungría, Italia, Macedonia, Moldavia, Montenegro, Polonia, Rumanía, Serbia, Eslovaquia, Eslovenia y Ucrania); como integrante de la Organización para la Cooperación Económica del Mar Negro (BSEC, por sus siglas en inglés), que fue creada en 1992 con el objetivo de lograr la cooperación económica y en materia de seguridad entre los países de la cuenca del Mar Negro; o, también, como auspiciante de la Organización para la Democracia y el Desarrollo Económico (o GUAM, por el acrónimo resultante de los nombres de sus integrantes: Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia), que fue fundada en 1997, tiene su sede en Kiev y su propósito ha sido contrarrestar la influencia de Rusia en la subregión. Eso por un lado.
 
Por otro lado, es muy conveniente subrayar las organizaciones regionales respecto de las cuales la política exterior ucraniana ha mantenido autonomía: la Comunidad de Estados Independientes (CEI), donde Ucrania guarda el estatus de Estado participativo no miembro (participante de facto, más no de iure por nunca haber ratificado la Carta de la CEI debido su desacuerdo a que Rusia sea la única sucesora legal de la URSS); y la OTAN, que si bien los Estados Unidos han mantenido –desde el mandato de George W. Bush (Bonet y Martínez 2008)- el interés de incorporarla a la alianza militar trasatlántica, dicha voluntad no ha sido respaldada por la mayoría de la sociedad ucraniana.
 
Entonces, sólo a partir de la consideración de la naturaleza de Ucrania como auténtica potencia subregional es posible dilucidar con claridad todo lo que se encuentra en juego en el contexto eurasiático para Rusia y el tándem Unión Europea/Estados Unidos. De ahí que Zbigniew Brzezinski, hace ya más de una década, escribiera: “si Moscú vuelve a hacerse con el control de Ucrania, con sus 52 millones de habitantes y sus importantes recursos naturales, además del acceso al mar Negro, Rusia volverá a contar automáticamente con los suficientes recursos como para convertirse en un poderoso Estado imperial, por encima de Europa y Asia” (Brzezinski 1998, 54). En este sentido, nosotros sostenemos que, por un lado, Washington y Bruselas perciben a Rusia como un hibrido de vieja potencia (URSS) y nueva potencia (“emergente”); pero, por otro lado, tal como se puede corroborar en la Gráfica 1. Índice de Poder Mundial para países seleccionados de Europa Oriental, 1990-2012, gracias al incremento acelerado de capacidades nacionales que la Federación Rusa viene experimentando desde el año 2000 después de la estrepitosa caída de la década de los 90’s, hoy Rusia tiene muy claro su reposicionamiento estructural, su lugar en la jerarquía internacional y su horizonte en la arena internacional: definitivamente una potencia regional con vocación de potencia mundial.
 
6. La razón político-legal de Obama vs. la razón político-histórica de Putin

En su Declaración del 28 de febrero de 2014, el presidente Barack Obama recordó lo que había sido el principio fundamental de la política exterior de Estados Unidos frente a la crisis: “El pueblo ucraniano se merece la oportunidad de determinar su propio futuro” (Obama 2014a). Desde su punto de vista, restablecer el orden y la estabilidad en Ucrania, es del interés no sólo de pueblo ucraniano –que es el principal afectado- sino también de la Unión Europea y de Estados Unidos e, incluso, de Rusia. Ciertamente esa es una preocupación compartida por todas las partes; empero, el problema no radica en el qué se busca (objetivo) sino en el cómo (pasos para la resolución de la crisis). Ahí es donde se distancian las visiones del tándem Estados Unidos/Unión Europea respecto de Rusia.
 
Para Estados Unidos y la Unión Europea, la ruta crítica del pueblo de Ucrania consistiría, primeramente, en conformar un gobierno de base amplia y, luego, convocar a elecciones generales durante la primavera de 2014. Requisito indispensable a lo largo de dicho proceso sería el respeto a la integridad territorial de Ucrania, de su independencia y de la soberanía de sus fronteras. Por tanto, todo movimiento secesionista o toda intervención directa de cualquier Estado en territorio ucraniano, serían una flagrante transgresión al Derecho Internacional, misma que llevaría al gobierno estadounidense a movilizar “la comunidad internacional para condenar dicha violación al derecho internacional y a respaldar el pueblo y gobierno de Ucrania” (Obama 2014b).
 
Consecuentes con su estrategia, el referéndum convocado por la República Autónoma de Crimea para determinar su estatus político (ingreso a la Federación Rusa o retorno a la Constitución de Crimea de 1992), fue calificado por Estados Unidos y las otras potencias mundiales del G7 como un acto “contrario al derecho ucraniano y en violación del derecho internacional” (G7 2014a), que no tendría efecto legal. Por otro lado, ante el beneplácito y respaldo de Rusia al ejercicio de voluntad popular del pueblo crimeo, el G7 anticipó: “La anexión rusa de Crimea sería una clara violación a la Carta de las Naciones Unidas; a los compromisos de Rusia en el marco del Acta Final de Helsinki; a sus obligaciones con Ucrania según su Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación de 1997; al acuerdo base entre Rusia y Ucrania de 1997; y a sus compromisos en el Memorándum de Budapest de 1994” (G7 2014a).
 
Evidentemente, este ortodoxo apego al Derecho Internacional era, en esencia, una apuesta orientada a que las demandas planteadas en el Euromaidán siguieran su curso, fueran asumidas por el nuevo gobierno resultante de las elecciones de 2014 y, más tarde, éste cumplimentara la incorporación de Ucrania a la Unión Europea y la OTAN. La maniobra del G7 buscaba, de manera implícita, dejar a Rusia al margen de los asuntos internos de Ucrania y del destino de Crimea.
 
A pesar de las fuertes condenas y sanciones por parte del G7, Rusia ha estado muy lejos de ser un actor sumiso y pasivo. Todo lo contrario. Como bien escribe Pierre Charasse, “Putin y su equipo tienen varias jugadas anticipadas, basadas en un conocimiento profundo de la historia, la realidad del mundo y las aspiraciones de gran parte de las poblaciones de los territorios anteriormente controlados por la ex Unión Soviética” (Charasse 2014). En contraste con el miope discurso del G7, empecinado en el respeto a la “soberanía, integridad territorial e independencia de Ucrania” (G7 2014b), Rusia ha impartido cátedras de historia y de diplomacia al sustentar su proceder frente a la crisis.
 
A partir de las consideraciones de que Ucrania es socio prioritario dentro de la Comunidad de Estados Independientes (Ministry of Foreign Affairs 2013), Crimea es tierra histórica de Rusia y Sebastopol es una ciudad rusa, el presidente Vladimir Putin se encargó –con su discurso del 18 de marzo de 2014- de desmontar todos los argumentos del G7 declarando y aclarando que: 1) todo en la historia y la geografía de Crimea habla de civilización y valores compartidos con Rusia: de los 2.2 millones de habitantes en la península, 1.5 millones son rusos y, además, 350 mil ucranianos consideran el ruso como su lengua madre; 2) fueron los bolcheviques quienes, sin tener en cuenta la composición étnica de la población, añadieron amplios sectores del sur histórico de Rusia a la República de Ucrania y más tarde, Nikita Khruschev quien, en un acto que violó flagrantemente las normas constitucionales de la época cedió Sebastopol (ciudad federal rusa como San Petersburgo o Moscú) a Ucrania; 3) fue, con la rápida desintegración de la URSS, que Crimea terminó como parte de un país diferente a Rusia; 4) detrás de las legítimas protestas en Maidán hubo nacionalistas, neonazis, rusófobos y antisemitas que recurrieron al terror para ejecutar el golpe y tomar el poder, y son ellos quienes siguen marcando la pauta en Ucrania, por lo que no hay una autoridad ejecutiva legítima en dicho país; 5) era moralmente inaceptable abandonar Crimea, por lo que las Fuerzas Armadas rusas reafirmaron su posición en la península en cumplimiento a los acuerdos internacionales firmados en 1997 entre Ucrania y Rusia que le permiten a este último mantener 25,000 soldados, 24 sistemas de artillería con un calibre menor a 100 milímetros, 132 vehículos blindados y 22 aviones militares en la zona; 6) el referéndum de Crimea se apegó al derecho de las naciones a su autodeterminación referido en la Carta de las Naciones Unidas, a los procedimientos seguidos por Ucrania cuando se separó de la URSS y a la sentencia del 22 de julio de 2010 de la Corte Internacional de Justicia de la ONU sobre la separación unilateral de Kosovo respecto de Serbia; 7) las acciones de Occidente –con la expansión de la OTAN, la instalación de infraestructura militar en Europa Oriental, el despliegue de un sistema de defensa antimisiles, etc.- son en esencia una infame estrategia de contención contra Rusia, acción carente de instinto político y sentido común; 8) de no haber respaldado la voluntad del pueblo de Crimea expresada a través del referéndum del 16 de marzo de 2014, la OTAN hubiera intervenido para crear no una ilusión de paz sino una verdadera amenaza en todo el sur de Rusia (Putin 2014).
 
Quedaba así muy claro que para Rusia, la adhesión de Crimea a su territorio nacional, era una cuestión geoestratégica porque en esta península estaban parte de sus fuerzas navales y militares y desde ella se controlaba geopolítica y geoestratégicamente el Mar Negro y se vigilaba la salida hacia el Mar Mediterráneo. Sin olvidar, la importancia histórica y cultural que reviste Crimea para Rusia. La potencia regional no permitió que le cerraran una puerta importante de salida para el mundo.
 
7. La ONU y el referendo en Crimea

En Posguerra Fría, la ONU ha continuado arrastrando los problemas de su fundación. El Consejo de Seguridad no dejó de ser la expresión del poder de los vencedores y del orden resultante de la II Guerra Mundial, pues Estados Unidos, Francia e Inglaterra (como miembros permanentes) se encargaron de preservarlo, mismo si China y Rusia (los otros dos miembros permanentes), como potencias regionales, se posicionaron de manera crítica y cuestionadora. Como ya sabemos, el Consejo de Seguridad de la ONU, una vez más, se quedó paralizado, sin poder hacer nada respecto del referendo por la independencia y luego adhesión de Crimea a la Federación Rusa. El proyecto de Resolución, apoyado por Francia e Inglaterra, que los norteamericanos presentaron en el Consejo de Seguridad el 15 de marzo, no prosperó, pues Rusia ejerció su derecho de veto y China se abstuvo. En este proyecto de Resolución, el gobierno de los Estados Unidos exhortaba a la Comunidad Internacional a no reconocer el referendo por la independencia de Crimea. La resolución no mencionaba directamente a Rusia, pero era evidente que estaba orientado contra ella, pues se buscaba cortar de raíz el proceso político que conduciría a Crimea hacia el territorio de Rusia. Muy interesante, Rusia, una potencia regional (ya no una superpotencia, como en la Guerra Fría) hace una demostración de su poder político y desactiva al “poder ejecutivo” de la ONU.
 
Acto seguido, después de la parálisis del Consejo de Seguridad, le tocó activarse a la Asamblea General. Pero, como sabemos, las resoluciones importantes de la Asamblea General se toman por mayoría de 2/3 de los votos y no son vinculantes, aunque si tienen la capacidad de influenciar y orientar la opinión pública mundial. El proyecto de resolución sobre la “Integridad Territorial de Ucrania” fue presentado por Alemania, Canadá, Costa Rica, Lituania, Polonia y Ucrania, todos países amigos y socios de Estados Unidos. La Resolución de la Asamblea General (A/RES/68/262) fue aprobada sin mayores problemas el 27 de marzo, por el voto favorable de los amigos y socios de los Estados Unidos (G7, OCDE, Alianza del Pacífico, entre otros), pero hubieron países que votaron contra (Armenia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Corea del Norte, Nicaragua, Sudán, Siria, Venezuela y Zimbabue, además de Rusia) y países que se abstuvieron (BRICS, cuatro países del MERCOSUR, Ecuador y El Salvador, por mencionar los más destacados).
 
Esta Resolución de la Asamblea General se compone de 6 artículos, de los cuales, los más importantes son los siguientes: el primero, que afirma la “determinación de preservar la soberanía, la independencia política, la unidad y la integridad territorial de Ucrania dentro de sus fronteras reconocidas internacionalmente” (General Assembly 2014, 1); y el quinto, el cual “recalca que el referendo celebrado en la República Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol el 16 de marzo de 2014, al no tener validez, no puede servir de base para modificar el estatuto de la República Autónoma de Crimea o de la ciudad de Sebastopol” (General Assembly 2014, 5).
 
En estos dos artículos, por un lado, se defiende la soberanía, independencia política, unidad e integridad de Ucrania; por otro lado, no se reconoce la validez del referendo para modificar estatuto de la República Autónoma de Crimea. Para la mayoría de los miembros de Asamblea General, Ucrania no puede dividirse y Crimea no puede independizarse. En este sentido, la Resolución cumplió su objetivo que era el de influir en la opinión pública mundial para deslegitimar las acciones de Rusia orientadas a incorporar a Crimea en su territorio.
 
No obstante, como se ha mostrado anteriormente, tanto Crimea como Rusia tuvieron mucho cuidado de apegarse a las reglas del Derecho Internacional. Crimea avanzó en dirección a Rusia y Rusia abrió sus puertas para acoger a Crimea. Todo parece indicar que no hay vuelta atrás y que Crimea se habrá reunificado con Rusia.
 
A modo de conclusión

¿La escalada de fricciones diplomáticas y sanciones es acaso el preludio de una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos/Unión Europea y Rusia? Difícilmente. Como bien apunta Bruno Tertrais, “la Guerra Fría reposó sobre cuatro pilares fundamentales: la existencia de dos superpotencias dominantes en el planeta, el reconocimiento mutuo del status quo en Europa, una competencia ideológica entre dos modelos, una rivalidad a escala mundial” (Tertrais 2014). A partir de estas consideraciones, es infundado hablar de una segunda Guerra Fría.
 
Sin embargo, el sistema político internacional del siglo XXI es uno donde todos sus elementos constitutivos se muestran en crisis: sus instituciones internacionales, el posicionamiento estructural de los Estados, la distribución de poder y el orden establecido, todo está en crisis y en proceso de transformación. En este contexto histórico, las potencias mundiales del G7 se aferran a mantener el statu quo. Un ejemplo es su cerrazón ante las demandas urgentes de reformar las Naciones Unidas y, sobre todo, su Consejo de Seguridad. Otro ejemplo –y, quizá, el más relevante- es la implementación de políticas de contención a los miembros del BRICS.
 
En ese mismo contexto, se produce el ascenso estructural o “emergencia” de los llamados BRICS, un conjunto de potencias regionales que, desde 2009, han venido trabajando en la construcción de un orden multilateral y multipolar, más equitativo, más inclusivo, sustentado en una nueva agenda de cooperación Sur-Sur y emancipado de las política neoliberales impulsadas por el G7 (Morales Ruvalcaba 2013b). ¿Los BRICS estrecharán todavía más sus vínculos como potencias regionales miembros de un Foro internacional?
 
Entre estas fuerzas conservacionistas y transformacionalistas todavía no se ha gestado un acuerdo para diseñar los ejes más importantes de lo que podría ser el nuevo orden internacional. El G20 que congrega a potencias mundiales, medias y regionales, pudo haber sido un foro propicio para abordar estas cuestiones, pero poco a poco ha venido perdiendo importancia.
 
En esta situación histórica que hemos referido, Rusia también se transforma y asciende: en palabras del presidente Vladimir Putin, Rusia se afirma hoy como “un participante independiente, activo en los asuntos internacionales; [que] al igual que otros países, tiene sus propios intereses nacionales que deben ser tomados en cuenta y respetados” (Putin 2014). Desde esta condición Rusia ha participado en los sucesos de Ucrania, lo cual la ha llevado a defender sus intereses, confrontándose suavemente con Estados Unidos/Unión Europea y trayendo como consecuencia indirecta el debilitamiento económico y territorial de Ucrania debido a la pérdida de Crimea.
 
Finalmente anotamos que los acontecimientos en Ucrania y la disputa por Crimea son una muestra más de que la crisis del orden internacional sigue su curso y se profundiza y que, en su seno, queda exhibida “la reducción manifiesta de la capacidad de control estadunidense sobre la situación mundial” (Wallerstein 2013).
 
 
Referencias

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- Alberto Rocha Valencia es Profesor-investigador del Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad de Guadalajara. Integrante del Sistema Nacionales de Investigadores (SNI). Contacto: albertorochav@yahoo.com.mx.
 
- Daniel Efrén Morales Ruvalcaba es Doctorante en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara. Máster en Estudios Contemporáneos de América Latina por la Universidad Complutense de Madrid y Maestro en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara. Contacto: demgdl@gmail.com.
 
2 El Índice de Capacidades Materiales fue publicado por primera vez en Potencias medias y potencias regionales en el sistema político internacional de Guerra Fría y Posguerra Fría. Propuesta de dos modelos teóricos (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba 2011). En un mejoramiento de éste, se mantienen todos los indicadores originales y se incorpora como nuevo indicador Total reserves (includes gold, current US$).
3 El Índice de Capacidades Semi-Materiales fue publicado por primera vez, con el nombre de Índice de Capacidades Inmateriales, en Potencias medias y potencias regionales en el sistema político internacional de Guerra Fría y Posguerra Fría. Propuesta de dos modelos teóricos (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba 2011). En una revisión de éste y para mantener mayor congruencia metodológica, uno de sus componentes, el Índice de Desarrollo Humano –que se trata de un índice compuesto- fue sustituido por un par de índices simples elaborados a partir de: el gasto de consumo final de los hogares per cápita y el consumo de electricidad per cápita. El resto de los indicadores se mantiene.
4 Descripciones y teorizaciones más amplias sobre esta categoría, se encuentran en el documento Potencias subregionales en el sistema internacional de Posguerra Fría desarrollado por Daniel Morales, Alberto Rocha, Tania Durán y Mónica Apango, el cual se encuentra en vías de publicación.
https://www.alainet.org/en/node/84761?language=en
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