Se impone evaluar los resultados de la intervención multilateral

Qué hacen las tropas del MERCOSUR?

10/01/2006
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La suspensión del proceso electoral y la sospechosa muerte del comandante de las fuerzas de las Naciones Unidas ponen nuevamente en discusión el rol y la presencia de nuestros soldados en ese país. El mismo día en que moría de modo misterioso el jefe de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), teniente general de las FF.AA. brasileñas Urano Teixeira da Matta Bacellar, el Consejo de Seguridad realizaba una reunión de emergencia de la cual salió una declaración a través de la que “insta al gobierno de transición haitiano y al Consejo Electoral Provisional a anunciar sin dilación nuevas fechas definitivas para las elecciones, cuya primera ronda deberá celebrarse en cuestión de semanas, a más tardar el 7 de febrero”. Unos días antes del ¿suicidio? del militar brasileño responsable de la misión militar de las Naciones Unidas (ONU) integrada mayoritariamente por tropas de ese país, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile, el mismo gobierno provisional anunció una nueva postergación, la quinta, de las elecciones presidenciales, regionales y parlamentarias que estaban previstas para el 8 de enero. Con el agravante que esta última postergación fue sin fecha, alegando las dificultades para registrar y empadronar a los más de 4 millones de electores. Dicho sea de paso, las autoridades le cargaron el fardo a la Organización de los Estados Americanos (OEA), acusando a este organismo de falta de apoyo técnico y financiero. El mandato de la 1542 del Consejo de Seguridad, que legitima la primigenia intervención estadounidense, francesa y canadiense, que depuso y exilió al presidente Jean Bertrand Aristide es claro. Se trata de estabilizar institucionalmente el país, terminar con la violencia, garantizar los Derechos Humanos y la realización de elecciones transparentes. Los países del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y América Latina que aceptaron integrar las fuerzas de paz bajo en manto del mandato de la ONU, con el objetivo, o la excusa, de evitar una crisis humanitaria en la cuarta nación más pobre del planeta, legitimaron el derecho de “intervención humanitaria”, ejercido de facto por dos de las antiguas potencias coloniales dominantes en Haití durante los últimos cuatrocientos años. Hablamos de Francia, hasta fines del siglo XIX, y de los Estados Unidos de América, hasta la actualidad. Cabe sospechar que, en el caso de ambas, la advocación de la intervención humanitaria y la protección de la democracia encubren viejas prácticas colonialistas. No es así en la decisión de varios gobiernos progresistas latinoamericanos, que arguyeron la voluntad política de no permitir que sean sólo dos potencias con escaños permanentes en el Consejo de Seguridad las que resolvieran una controversia continental. El conflicto actual de Haití está ligado a 200 años de atraso, intervencionismo extranjero, guerras civiles fratricidas, autoritarismo, subdesarrollo y pobreza endémica. Para resolverlo, es necesario salir de la lógica de la “real politick” de las potencias, añejas o más jóvenes, y de la lógica “libremercadista” del imperialismo modelo siglo XXI. Ambas formas de ver el mundo van de la mano. Allí reside una de las fallas en el análisis de las cancillerías mercosureñas. Sería importante juzgar la tarea de la MINUSTAH en función estricta de los resultados obtenidos, de acuerdo a los objetivos fijados por la Resolución 1542. Pero antes, es necesario poner a esta intervención en su debido contexto socioeconómico y político. Haití es un país de 8 millones de habitante, con una superficie de 27,500 kilómetros cuadrados. Los haitianos son en un 95 por ciento descendientes de esclavos africanos traídos por los franceses desde mediados del siglo XVII para las explotaciones azucareras. El 5 por ciento restante son mulatos y blancos. La expectativa de vida es de 49 años. La de mortandad infantil es de 79 por cada 1000. Uno de cada diez niños muere antes de los 5 años. Aproximadamente 65% de los chicos en edad escolar no concurren a las mismas debido a que sus padres no pueden pagar los costos colaterales de la educación gratuita: uniformes, libros de texto y útiles. Menos del 35 por ciento de los que concurren terminarán los seis grados de la escuela primaria. Sólo un 20 por ciento empieza la escuela secundaria. La mitad de la población adulta es analfabeta. Haití es el tercer país con más hambre en el mundo, por detrás de Somalia y a Afganistán, que ya conocen de intervenciones humanitarias, y de las otras. El 1 por ciento más rico controla casi la mitad del Producto Bruto Interno (PBI) de la nación. Es el cuarto país más pobre del mundo y se ubica en el sitio número 146 de 173 en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. El desempleo es del 70 por ciento de la población económicamente activa. El 85 por ciento de los haitianos viven con menos 1 dólar estadounidense por día. En términos políticos, lo que hacen las fuerzas conjuntas estadounidenses, francesas y canadienses es derrocar al presidente Jean Bertrand Aristide. Este dirigente, antiguo religioso salesiano próximo a la teología de la liberación, que se hizo popular entre los pobres por su prédica progresista y antidictatorial, fu electo por primera vez en 1991, depuesto por un golpe militar, y repuesto en su sitio por el gobierno de Bill Clinton, bajo el paraguas de las Naciones Unidas. Culminó su mandato y proyectó a otro miembro de su partido, el Lavalás, como presidente: se trató de René Preval, quien aplicó las políticas solicitadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Esto generó fuertes resistencias sociales que fueron aprovechadas por el propio Aristide, quien se distanció de Preval, formando su propia facción, Famile Lavalás. Ganó las elecciones en un proceso electoral poco transparente, cuestionado por la oposición, y sospechado por los organismos internacionales, ya que la situación de conflicto interno no facilitaba la acción de los veedores. A partir de este momento Aristide parece tomar un camino que lo lleva simultáneamente, a distanciarse de los Estados Unidos y de un sector importante de su base social. Se niega a aceptar imposiciones de ese país, del FMI y el BM, pero por otro lado empieza un proceso de consolidación de un poder personal a partir del nepotismo, la corrupción y la persecución sistemática de toda oposición, a través de escuadrones de choque paramilitares. Surge una coalición opositora en el plano político y de la sociedad civil. La violencia se incrementa, hasta que un grupo de ex militares y aventureros, financiados por los norteamericanos y entrenados por la CIA, cruza la frontera desde República Dominicana y avanza a sangre, fuego y pillaje hacia la capital, Puerto Príncipe. La policía de Haití, órgano de seguridad que reemplazó al ejército en 1994, no puede contener la situación y, literalmente, se desbanda. Mientras bandas armadas pro Aristide reprimen manifestaciones pacíficas de opositores en las principales ciudades del país, los mercenarios de ultraderecha pro norteamericanos siguen su “marcha triunfal” hacia la toma del poder. Es el momento oportuno para la intervención “internacional” salvadora de los marines norteamericanos y los paracaidistas franceses, acompañados de las fuerzas expedicionarias canadienses. Aristide es “conducido” al exilio africano, donde se referirá a esta jugada como a un “golpe de estado”. Lo demás es historia reciente y conocida. Es este el contexto en el que opera la misión de las Naciones Unidas. Durante estos últimos dos años las distintas visitas de representantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, delegaciones de Amnistía Internacional, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Refugiados, y distintas organizaciones y figuras de los Derechos Humanos, han denunciado lo que se haya expuesto en el informe realizado por el Programa de Derechos Humanos de la Universidad de Harvard y la ONG Centro de Justicia Global. Se ha denunciado persecución política a opositores del actual gobierno provisional de Boniface Alexandre, particularmente altos dirigentes del partido de Aristide, quienes se encontraban, o se encuentran, presos sin causa, y por ende, sin juicio, sospechados, hasta ahora sin pruebas, de ser artífices de las acciones violentas que desarrollaron los partidarios del presidente depuesto durante su gobierno, o en la actualidad. Se han denunciado también las acciones violentas de una fuerza altamente corrupta y poco profesional como la Policía de Haití. Se ha llegado al grado de desconocerse el número exacto de miembros de este cuerpo, que las autoridades estiman… en 2 mil, pero que podrían ser 4 mil, o 5 mil. La fuerza está denunciada de participar en narcotráfico, violaciones masivas de mujeres, asesinatos, torturas y desaparición de personas. Uno de los objetivos de la MINUSTAH era profesionalizar y “adecentar” a la policía, cosa que parece no haberse conseguido. Por otro lado se registran permanentes enfrentamientos armados entre grupos paramilitares progubernamentales y defensores de Aristide y su partido. Los tiroteos son diarios en Puerto Príncipe, particularmente en algunas barriadas populares que son bastiones de Famile Lavalás. Los secuestros de empresarios, funcionarios, y hasta periodistas extranjeros están a la orden del día. También los atentados contra medios de comunicación, particularmente contra los que son sospechados de simpatizar con Famile Lavalás. Las autoridades provisionales haitianas no dan muestras cabales de querer acceder al proceso electoral, al menos hasta no tener garantizada la victoria de un candidato afín. Hay quien sospecha que la embajada de los Estados Unidos busca lo mismo. Conociendo la turbulenta historia de ese país, no sería extraño que acudan a alguna forma de fraude o maña electoral para lograrlo. La demora en elaborar el registro electoral y entregar los carnets identificatorios a los más de 4 millones de votantes da pie a la sospecha. Más allá de los justificados inconvenientes en un país que carece de carreteras asfaltadas y, en muchos lugares, de energía eléctrica. En este panorama, ¿cuáles de los objetivos por los que nuestros países enviaron tropas a la república hermana de Haití se han conseguido? ¿O no acabaremos pagando los platos rotos de la sempiterna intervención estadounidense en el caribe, acompañada en este caso por la añeja potencia Francesa, que contribuyeron sistemáticamente a embrollar el ya complejo tramado político y social de ese desgraciado país? Muchas de las explicaciones a éste intríngulis se encuentran en la historia económica de Haití, una de las primeras islas del Mar Caribe que fue visitada por los descubridores/conquistadores de América, está unida desde el siglo XVII a la producción de azúcar para el mercado europeo, particularmente Francia, a quien España le reconoce los derechos territoriales en 1697. La población aborigen fue aniquilada, y la explotación de la caña hizo necesaria la importación de esclavos negros de toda África. Haití el la primera nación Americana en declarar su independencia en 1804, bajo los ideales de la Revolución francesa, y luego de una cruenta guerra contra las tropas de ese país enviadas por Napoleón Bonaparte. A partir de la definitiva derrota de Francia, comenzó una serie permanente de guerras civiles y golpes de estado entre la minoría de los mulatos, y los pocos negros enriquecidos, por el dominio de la tierra y su producción, y el manejo del comercio, fundamentalmente, con la misma Francia. Hacia fines del mismo siglo los Estados Unidos, que ya estaba aplicando la “Doctrina Monroe” en el Mar Caribe, pone sus ojos sobre las potencialidades productivas de Haití, particularmente el café, el sisal y algunas explotaciones mineras. Aprovecha una de las frecuentes reyertas políticas entre las clases dominantes locales, que se caracterizaron siempre por ser terriblemente sangrientas, para ocupar militarmente el país el 28 de julio de 1915, con el sempiterno argumento de “asegurar las vidas y los bienes de los ciudadanos norteamericanos residentes en Haití”. Ocuparon la aduana, designaron presidentes nominales, sin poder, disolvieron el ejército y crearon una milicia adicta. La presencia de las tropas se prolongaría hasta 1934, y la tutela política directa hasta 1946. Durante este período se consolidó la total dominación de la escasamente desarrollada economía haitiana por las compañías norteamericanas, en diversos rubros como la explotación de azúcar y el banano. En 1946 se suceden una serie de movilizaciones populares que propugnan el establecimiento de un gobierno democrático popular, fundamentalmente a través del Movimiento Obrero Campesino (MOP) acaudillado por Daniel Fignolé. Su mano derecha era el joven médico y etnólogo Francois Duvalier. Durante la siguiente década Haití vive una relativa prosperidad gracias a los buenos precios internacionales de sus productos exportables, pero a partir de 1955 se deteriora su balanza de pagos y se reinicia la crisis social, y los enfrentamientos violentos entre facciones. Es así como Francois Duvalier, quien había sido en su juventud un prominente dirigente de las fuerzas progresistas, llega a la primera magistratura, luego de varias maniobras políticas que le permiten el control del ejército, la persecución de sus opositores, entre ellos varios antiguos camaradas, y la realización de elecciones fraudulentas, una constante en la vida política haitiana, junto al asesinato como forma de silenciar a los disidentes. Corría el año 1957 y se iniciaba el reino del terror de “Papa doc” Duvalier. El apoyo de los Estados Unidos, no sin fricciones; la desaparición y el asesinato de opositores por su fuerza parapolicial, los “tontons macoutes”; el uso de la religión vudú como herramienta de dominación política; la corrupción, tan generalizada como la miseria de los haitianos, son los rasgos de un gobernó que se prolongó sin solución de continuidad hasta la muerte del dictador muerte en 1971, en que heredó el poder a su hijo, “Babi doc” Duvalier. En 1986 “Babi doc” fue derrocado por un golpe militar prohijado por los norteamericanos, a quienes se les hacía difícil sostener, en plena oleada democrática latinoamericana, un régimen absolutamente impresentable. Le sucedió, paradójicamente, una dictadura militar. Luchando contra ella es que nació y creció la figura del religioso salesiano Jean Bertrand Aristide, electo presidente en 1991, derrocado por las FF.AA. y repuesto en el gobierno por las tropas de la UN, mayoritariamente norteamericanas, en 1994. - Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR: http://www.prensamercosur.com.ar/
https://www.alainet.org/es/active/10309?language=es

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