Una reflexión para el caso mexicano

Las cooperativas, camino alternativo al desarrollo

08/01/2006
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Venimos a defender una propuesta que a nuestro juicio representa la mejor opción para el futuro de México. Nuestra propuesta tiene sustento en la reflexión académica, se apoya en la experiencia internacional del cooperativismo y en las resoluciones de las Naciones Unidas. No es un discurso oficialista ni venimos a hacerle propaganda a ningún programa gubernamental. El que nuestra ubicación laboral sea hoy la Secretaría del Trabajo no debe interpretarse ni como una participación de esta Secretaría, ni como la presentación de una propuesta de la misma. Hablo por mi mismo y por nadie más. Agradezco de corazón que ustedes, estudiosos y estudiantes de las ciencias sociales, me hayan traído a esta ciudad a exponer las siguientes reflexiones sobre el sector social ante un foro tan representativo. Nada me entusiasma más que estar en comunicación con los jóvenes científicos de la ciencia social. Ustedes son quienes padecen de manera más directa los golpes del neoliberalismo y la segunda guerra fría, y si alguna fuerza diseña e instrumenta la salida a la crisis actual necesariamente tendrá que apoyarse en ustedes. A eso le apuesto. De manera muy correcta lo escribió Antonio García Santesmases desde diciembre de 98: la segunda guerra fría, que apadrinaron Reagan y Thatcher, no ha terminado. Y se preguntarán ustedes ¿y para qué una segunda guerra fría, si el socialismo cayó desde 1989? Precisamente, porque el socialismo no se agota o circunscribe a lo compuesto o integrado por los países de la Europa oriental, sino que también ha comprendido muchos aspectos de colectivismo, todos los sectores sociales, políticas públicas de la misma orientación, y hasta a las empresas de ese carácter o naturaleza. La primera guerra fría, con su pentágono, su CIA y sus ejércitos, celebró la derrota de la URSS y sus satélites, pero no ha podido derrotar ni a los socialistas que en Europa hoy se han fusionado con los verdes y que forman parte de la pluralidad del Parlamento Europeo, ni a los trotskistas democráticos --que hoy representan casi el diez por ciento del electorado francés, ni los Tupamaros --que hoy gobiernan Uruguay, ni a los socialistas de muchos países, como los que hoy comparten el poder en Brasil, o los cooperativistas colombianos, que remontaron la derrota de los noventas y hoy se erigen en la fuerza social más lúcida de su patria, y, desde luego, ni a nosotros, que venimos defendiendo al Sector Social de México, y que hemos resistido cuatro sexenios de neoliberalismo, asimilando las experiencias y perfeccionando una estrategia para México. Quede claro que nuestra propuesta se inscribe en ese marco general que vive el mundo de occidente: la resistencia contra la segunda guerra fría, la que ha pretendido desmantelar las políticas sociales del estado, la que pretende erradicar al sector social de América Latina, la que se yergue como el enemigo histórico del indigenismo, la que se opone y descalifica al ejido, la que no quiere propiedad social de nada, ni seguro social, ni educación laica, ni cooperativas. Esa guerra fría que no tiene foros públicos en sus salones de cabildo o de discusión, sino que sesiona a puerta cerrada, en los oscuros salones del pentágono, en las cámaras de la CIA, y que extiende sus tentáculos hasta los órganos de inteligencia y las oficinas centrales del poder público en nuestros países, orientando las políticas públicas y secuestrando las mentes de los responsables de diseñar o instrumentar las acciones de gobierno. Tenemos treinta años de estarlos observando y los tenemos perfectamente caracterizados. No sólo son tecnócratas, obedecen a una estrategia perfectamente definida que comprende toda la política pública impulsada desde los organismos financieros, pero que incluye también organismos multilaterales y organizaciones cupulares internacionales como la OCDE, el grupo de los siete, etc. Hablo a título personal, pero me apoyo en lo que hemos hecho posible. En los últimos diez años participamos en el experimento más amplio de cooperativismo agrícola que ha vivido México, habiendo llegado a cubrir la mitad de la superficie irrigada del país con fondos de autoaseguro; impulsamos la lucha contra la legislación anticooperativa asesorando a representantes populares de la Cámara de Diputados desde la LVII legislatura y hasta la actual, promovimos la constitución de lo que hoy es la Alianza Cooperativista Nacional, fundamos la empresa social Corporación de Occidente, que es la primera empresa de capital mixto en este país y que ha de ser ejemplo para muchos casos en el futuro , y constituimos la primera empresa de integración comercial al servicio de las cooperativas y las empresas familiares . Nuestras reflexiones se apoyan en hechos, y no solamente en reflexiones teóricas. Lo que decimos lo hemos demostrado en medio de las políticas de signo contrario predominante. Lo que proponemos requiere la participación de fuerzas amplias y muchas gentes comprometidas, y por ello nuestra propuesta es una convocatoria. Empecemos por un somero repaso: I La primera propuesta que se hizo sobre una tercera vía salió del marxismo y no de los remendones del neoliberalismo. Cuando el socialismo centralizado y la economía planificada vivió las crisis de los setentas y ochentas hubo dos voces notables de reflexión y propuesta. La primera fue la de los polacos Jacek Kuron y Karol Modzelewsky, ellos alertaron sobre la imposibilidad de sostener un régimen en el que bajo el pretexto de la propiedad estatal “de todo el pueblo” se reducía el consumo general, y se imponían prioridades militaristas y sólo de interés al grupo gobernante. Pocos años más tarde, como antecedente a lo que conocimos como la Primavera de Praga, Ota Sik, un economista y político checo, escribió su importante reflexión titulada la Tercera Vía, en ella fundamentaba por qué el socialismo sólo era posible con un mercado donde compitieran todas las empresas de propiedad de los mismos trabajadores. Ambas corrientes postulaban la autogestión como vía a la democracia y la reorientación del socialismo. Ambas corrientes fueron derrotadas. La primera a través de la intervención del clero, que impulsó al líder obrero Walesa para impedir la dirección del KOR, de orientación social, que desató las luchas de Solidaridad en Polonia. La segunda por las fuerzas combinadas del ejército soviético y la propaganda norteamericana que desató una campaña contra las propuestas de Ota Sik y sus compañeros, Sochor, Selucky, y el mismo presidente Alexander Dubcek. Antes que ellos, en esa etapa de crisis terminal del socialismo de estado, muchos otros luchadores les habían antecedido. Desde Proudhón, al que Marx cubrió de calumnias, y hasta Chernov, el líder antibolchevique, o Chayanov, el gran economista ruso del cooperativismo y la economía campesina. En los setentas, cuando la crisis del socialismo autoritario impidió la buena colaboración y entendimiento entre la izquierda europea occidental y los marxistas del este, los siempre avezados estrategas del mercado formularon un nuevo discurso de actualización para tomar la ofensiva. En un resumen luminoso hecho hace ya casi una década, un teórico enumeraba así algunas de las premisas de las cuales estos nuevos ideólogos del capitalismo pretendían partir: 1 las perspectivas del mundo representadas por izquierda y derecha han sido superadas; 2 hay que preservar la economía de mercado sin interferencias de los gobiernos; 3 los valores de libertad, igualdad y solidaridad se mantienen, pero hay que transformar los instrumentos que se han asociado en el pasado con los socialistas; 4 la igualdad de oportunidades no debe conducir o permitir la mediocridad o negar la excelencia; 5 no es posible volver al pleno empleo, ni pensar que el trabajo es para toda la vida; 6 es imprescindible atemperar la presión fiscal y reformar los sistemas de protección social; 7 hay que construir un mercado económico mundial donde las fuerzas del mercado funcionen adecuadamente y pueda florecer la productividad y el crecimiento. Por desgracia, la crisis del socialismo autoritario había provocado en la intelectualidad progresista un impasse o silencio, y no se dio respuesta a tales afirmaciones. Por el contrario, algunos partidos autoproclamados socialistas aceptaron parte o todas esas nuevas premisas de las que debía partir el análisis de la situación internacional. Estas premisas en las que se fundó el nuevo discurso, asumían, desde luego, que la capacidad del gobierno para regular la economía, así como las posibilidades para que la administración pública continuara proporcionando servicio, no se podría mantener. Eso iba de la mano con las presiones de los organismos financieros que se apresuraron a exigir privatización de las empresas, desmantelamiento de las instituciones sociales y una política clara de apertura comercial. Muchos gobiernos, manejados por los cuadros entrenados en Estados Unidos, o simplemente incapaces de actualizar los proyectos de desarrollo nacional independiente, cedieron a tales presiones. Sobre todo cuando los créditos internacionales se condicionaron a la aceptación de la nueva política. De hecho, los partidos socialista español, y los laboristas británicos fueron algunos de los que inmediatamente se alinearon con tales planteamientos. La izquierda vinculada a los países del bloque socialista estaban en una profunda crisis y no tuvieron propuesta alternativa. El Keynesianismo, que se juzgó útil durante el periodo de las economías cerradas --o relativamente autónomas--, se consideró ahora concluido en un mundo sin fronteras. Los sindicatos, en cuanto a su papel de defensores de un marco jurídico que había dejado de existir, no tenían función reinvindicadora que seguir cumpliendo. Los derechos económico--sociales sólo podían tener como escenario su continuo recorte, y todo el nuevo marco no podía sino caracterizarse por una acelerada privatización de todas las actividades, al mismo tiempo que las grandes corporaciones y las firmas trasnacionales llenaban los huecos dejados por los gobiernos en retroceso o desaparición. Lo novedoso fue presentar, de manera muy eficiente y tendenciosa, el nuevo discurso del capitalismo, como si se tratara entonces de algo que estaba más allá de la historia, y que llegaba junto con el último mohicano, el último cuplé, el último verano, el último héroe... Siguiendo todos los cánones que requiere la retórica de la renovación ideológica para poder seducir la mente alimentada por la propaganda. Cuando Gerhard Schroeder, el líder alemán, y Tony Blair, el cabecilla inglés, firmaron la declaración conjunta del 8 de junio de 1999, a tan sólo una década de la caída del muro, el mundo había sido debidamente preparado con propaganda, con la difusión masiva de los libros de Friedman , que hasta en los kioscos de las esquinas tenían, y con las campañas de televisión y las películas de hollywood. Así, la propuesta sobre la tercera vía, en su versión neoliberal, ya purgada de todo tufo socialista, sonó como el discurso esperado. Los que sabíamos sobre la Tercera Vía propuesta por los disidentes del socialismo autoritario inmediatamente reconocimos la argucia, pero constituíamos una minoría; informada, pero al fin marginal, y no podíamos contrarrestar la campaña del sistema capitalista mundial. Hoy, a un sexenio del llamado de esos dos presidentes europeos a emprender esa tercera vía, y en un mundo convulsionado por los estragos de esta tercera etapa del neoliberalismo, caracterizado por la intervención militar y el predominio absoluto de la especulación, nos parece indispensable cuestionar los fundamentos mismos de su propuesta y mostrar las dramáticas limitaciones de sus políticas. Schroeder y Blair decían que hasta los últimos días del estado del bienestar, los medios para alcanzar la justicia social se identificaban con el crecimiento constante del gasto público, con sus impactos en lo fiscal y sus secuelas negativas en los niveles de vida. Y a la fecha, en los discursos de nuestros políticos del día, esta cantileta se sigue repitiendo. Como si la única alternativa a lo que ocurre fuera el gasto público y el déficit fiscal. Junto con ello, decían los mismos, que se había exagerado el papel del gobierno para resolver el problema del empleo y se había menospreciado el papel de la libre empresa para generar empleos y riqueza. A tan sólo seis años del rollo citado basta ver las estadísticas de México para comprobar que el papel del estado en la generación del empleo efectivamente se ha visto recortado drásticamente, pero que eso no ha significado, ni por asomo, el que sea ahora el sector privado el que lo cumpla o satisfaga. En nuestro país, la reducción del sector público ha representado una reducción absoluta de la actividad económica. El mayor volumen de exportaciones, como cualquiera puede verificar, no ha representado un número creciente de empresas que se orientan a la actividad del sector externo, sino un proceso de concentración de capital y tecnología, en una cuántas empresas. Sensiblemente algo menos al siete por ciento de las empresas, que son las que consiguen exportar. De las casi 30 mil empresas que tenía como afiliados la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, quedan actualmente unas siete mil, según datos del Presidente del Sector de Bienes de Capital de la misma Canacintra. Nos hemos convertido en una economía con desempleo estructural. Es decir, con un desempleo que el sector formal, eficiente, exportador de la economía, no puede ni superar, ni reducir, ni atraer. Todos estos hechos nos obligan a poner la discusión sobre sus pies, y a dejar claros los verdaderos términos de lo que está en juego. En primer lugar, la disyuntiva no está entre control de las variables macroeconómicas sin déficit presupuestal, o economía del dispendio y el populismo. La verdadera disyuntiva está en mantener las prioridades del gasto que hoy se tienen, u orientar el aparato público a las prioridades sociales, y en especial, a las políticas generadoras de empleo productivo. Esta confrontación de prioridades coloca como un todo articulado por el lado neoliberal, los pagos de la deuda, el subsidio a los exportadores e importadores, el mantenimiento de un sector bancario que no aporta recursos a la producción, y el traslado creciente del patrimonio público a la esfera privada y trasnacional. En el presupuesto público de México puede comprobarse con toda nitidez nuestra afirmación. La SHCP ha establecido que existe una parte no programable del gasto. En esa parte no sólo incluye el gasto corriente de la administración, que sería comprensible, sino también y aún antes, el pago de los servicios de la deuda interna y externa. En cuanto al papel del Banco de México, que durante mucho tiempo fue el de financiar el desarrollo, ahora es acopiar divisas que den estabilidad al sector importador. No es otro el papel de las reservas. En el otro extremo de las prioridades, que representa la política que defendemos, está la reconstrucción de las cadenas productivas que constituyen al mercado interno, el fortalecimiento de las empresas que producen bienes y servicios necesarios, la reducción del pago de deudas y, lo que hoy ocupará el centro de nuestra exposición, el fortalecimiento de un sector social, que ha demostrado ser capaz de suplir a los bancos en su función de intermediarios financieros, y de transferir a los grupos ciudadanos y sociales el control de la economía local. Los siete pilares ideológicos en los que la propuesta neoliberal de la Tercera Via de Blair y Schroeder se asentó, quedan hoy desmitificados: En primer lugar, es difícil que hoy nos quieran seguir repitiendo que Bush está por encima de la izquierda y la derecha. Para nadie puede haber confusión sobre el carácter derechista de la guerra por el control del petróleo. Y para nadie puede haber duda sobre el claro signo de izquierda que caracteriza la lucha por la autonomía de los pueblos indígenas o de las naciones. Para nadie debe quedar duda, tampoco, de que en lugar de la prioridad de los mercados, que postula el neoliberalismo, para los demócratas está la prioridad de las necesidades básicas y el empleo. Para nadie debe tampoco quedar duda de que no es posible permitir la operación irrestricta de los mercados, porque estos destruyen las plantas productivas de los países en desarrollo, sin ofrecer alternativas, y porque el papel de los estados sigue siendo el de proteger el interés nacional contra la fuerza de las empresas trasnacionales. Quien lo niegue no entendió lo que acabamos de ver en Mar del Plata, y no entendió lo que ha sido la derrota de los Estados Unidos, impulsando el ALCA. Hoy queremos intervención responsable de los gobiernos para detener la marcha del ALCA, y para formular políticas de fortalecimiento de los mercados locales, regionales y solidarios entre nuestros pueblos. Los partidarios del Sector Social, y del socialismo, no hemos renunciado a nuestros principios, ni consideramos que sean ideologías rebasadas, al contrario, creemos que los ideales de justicia, fortalecimiento de las instituciones sociales, y perfeccionamiento de políticas de fomento son indispensables para complementar la iniciativa popular y para consolidar procesos de producción regional, local y nacional. No creemos ciertamente en una política fiscal que se aplique solamente a los causantes cautivos. Ni en cuotas o imposiciones que ahoguen a los pequeños negocios. Creemos ciertamente en la necesidad de reformas fiscales profundas, pero no a costa de gravar el consumo general ­como pretendió imponerse con el IVA a los alimentos y a las medicinas-, sino de conseguir lo que originalmente se proponían todos los sistemas fiscales del mundo, que era transferir recursos de donde se generan a donde hacen falta, de quienes más lo obtienen a quienes más lo necesitan, tal y como se propone en la iniciativa de reforma fiscal de los diputados de izquierda. Hoy creemos en la necesidad de reorientar la seguridad social y de fortalecerla, sin burocracias que la hagan insostenibles, y sin aparatos corporativos --del signo que sean-- que graviten sobre la administración, como es el caso del Sindicato Magisterial, con su Elba Esther, que se ha robado las cuotas sindicales de una década, y sin burocracias inflexibles como la del Seguro Social, que defienden la existencia de la institución pero no ofrecen un camino para capitalizarla. No pretendemos dar marcha atrás, y volver sobre una economía cerrada, y sin mercado mundial. Ni postulamos la reconstrucción del estado de bienestar. Pero todo esto que defendemos lo creemos posible. Y lo creemos posible sobre la base de una base social, colectiva y solidaria, en donde el núcleo o columna vertebral sea el cooperativismo, el marco general la rectoría del estado, y el marco jurídico una legislación que distinga entre empresas privadas y empresas sociales, tal y como lo recomienda la resolución de la Asamblea de las Naciones Unidas según el documento A/60/138, distribuido desde el 21 de julio de este año de 2005. México ha sido una tercera vía durante mucho tiempo. De carácter muy distinto a lo que pretendió el discurso safio y hueco de Tony Blair y su corifeo Giddens. Sin panegíricos a favor del gobierno mundial, y sin porras a las intervenciones del Tío Sam, los mexicanos supimos vivir, muchísimos años, claros de que es posible tener un sector privado, donde el esfuerzo personal y emprendedor, puede capitalizar los esfuerzos legítimos de un equipo, y en donde, al mismo tiempo, un sector social, integrado por productores tradicionales y modernos, impulsaba proyectos colectivos, donde el objetivo principal no es la utilidad, sino la satisfacción de las necesidades, y todo esto, enmarcado en una participación del estado, que imponía reglas a la circulación mercantil, y al mismo tiempo se encargaba de los sectores estratégicos de las comunicaciones, la energía, la educación, la salud y la seguridad social. Una economía mixta, como la que se contempla en nuestra Constitución, es, comparándola con lo que ha vivido el mundo en el Siglo XX, una tercera vía, por muy poca conciencia que hubiéramos adquirido los mexicanos sobre nuestra identidad histórica. No podríamos a pesar de ello, dejar de hacer referencia a las consideraciones que los ideólogos de la tercera vía neoliberal han planteado. Giddens, Blair o Schroeder han dicho algunas cosas que tienen que ser consideradas. Entre ellas las siguientes: 1 la producción se ha internacionalizado y ello ha convertido a algunas empresas en obsoletas o incompetentes; 2 esta competencia internacional ha establecido nuevos requerimientos de flexibilidad en los procesos laborales y tecnológicos; 3 el sector público no se muestra suficientemente ágil para enfrentar estos retos; 4 el sector de la economía estatal no puede crecer eficientemente; 5 la seguridad social requiere una reforma profunda que no represente un mayor gasto corriente; 6 la mano de obra debe ser hoy versátil y más productiva; 7 se requiere el impulso de muchas pequeñas empresas y de un marco legal que fomente la libre iniciativa; 8 hay que fortalecer la relación entre la actividad productiva y empresarial y la generación del conocimiento y sus aplicaciones tecnológicas; y 9 es necesario concebir una nueva política de empleo y bienestar resolviendo estos nuevos imperativos que impone el nuevo marco económico. Les pediré que me acompañen en un repaso de lo enumerado: En primer lugar, cierto es que al internacionalizarse la producción, acorde a la búsqueda de una producción más barata, las empresas no pueden mantener su operación con la misma lógica, ante la invasión de productos de menor precio. Sin embargo, en este fenómeno se ha dejado de lado lo que los economistas llaman costes indirectos, costes sociales, y externalidades, tanto ambientales como en las cadenas productivas. Lo que desde una perspectiva particular puede ser explicable, resulta completamente irracional desde la perspectiva global o de conjunto. Tomemos el caso del maíz, donde estas afirmaciones adquieren plenitud. Es más barato, para cualquier tortillero o fabricante de harina, comprar maíz importado, que nacional. Sin embargo, la compra que todos realizan de maíz norteamericano tiene los siguientes efectos. Uno, reduce la venta de cosechas nacionales, y al hacerlo provoca desempleo en el sector, y éste, a su vez, genera migración o mojados; las cadenas productivas vinculadas a la producción del maíz nacional se reducen, sensiblemente la de las semillas, los aperos agrícolas, los bienes salarios de los trabajadores respectivos, y aun la energía aplicada en esos cultivos. Todos estos afectados reducen sus contribuciones fiscales, y con ello empobrecen al erario. Se desalienta la investigación del cultivo, y con ello se estanca la productividad. Al perderse competitividad en el sector, se alienta la especulación de terrenos con fines no agrícolas, y se reduce la superficie sembrada y carácter campesino de la agricultura. El sector financiero se retira de la promoción o avío de tales actividades ³no rentables². El saldo es un creciente desempleo directo e indirecto, un menor mercado, y un empobrecimiento del sector laboral. Al precio bajo que pagó cada tortillero o fabricante de harina hay que agregar entonces el costo del desempleo, de la destrucción de la planta productiva, de la incapacidad para pagar impuestos, y de todo lo descrito. Paralelamente, se ha privilegiado el consumo de semillas que por su carácter transgénico ­que no son reproducibles--, crean dependencia permanente a su importación, estableciendo además patrones de consumo con menor ingesta proteínica (pues está demostrado que el maíz importado tiene menor cantidad de nutrientes que el de producción nacional), y con desconocidos efectos sobre la salud a causa de aflatoxinas, modificaciones genéticas y creciente empleo de agroquímicos. Y en sus lugares de origen y producción, se ha alentado finalmente un modelo de alto uso de energía, con evidente emisión de gases de carbono y su impacto sobre el efecto invernadero y el calentamiento terrestre. En resumen, al comer tortillas de maíz importado hasta huracanes alentamos, al mismo tiempo que más migración, pobreza y abandono de la identidad nacional. Estas razones nos llevan a decir, que si bien es cierto que algunas actividades son hoy incompetentes en el mercado global, no resultan más baratas cuando sustituimos la producción nacional por producción importada, y que cada caso requiere un análisis, pero no de microeconomía tipo Friedman, sino de economía política, como la seriedad que impone el caso. Y con esto dejamos claro que la internacionalización de las empresas no siempre representa una ventaja. Hoy podemos describir varios ejemplos en los que el problema son las importaciones, y en donde la tarea fundamental es reconstruir la cadena que va, desde la producción de materia prima y hasta los mercados terminales. No creo que hubiera que extenderse explicando por qué nunca podríamos alcanzar los niveles de productividad que han alcanzado los norteamericanos en maíz. Pues ellos producen en enormes áreas compactas, uniformes, mecanizadas, donde es posible sembrar al voleo y cosechar de manera mecanizada, cuando en nuestra contraparte el terreno no es plano, y tanto la siembra como la cosecha incluyen todo género de tecnologías, desde las formas más primitivas de hoyo por hoyo, hasta la labranza cero, y en donde la cosecha comprende básicamente mano de obra. Pero sí podríamos alcanzar a reconvertir varios sectores para ser autosuficientes y mucho más rentables de lo que somos hoy importando. Como en el caso de PEMEX, que está importando gasolina, en lugar de producirla, o de buscar producirla en otro país. O como en el caso del azúcar, el maíz, las llantas, y todo el equipo necesario para la producción y transformación de alimentos. Desde esta perspectiva, algunos sectores que se han descuidado, o abandonado, necesitan replantearse y diseñarse para que alcancen a demostrar su conveniencia económica como sistemas, y no comparando precios inmediatos. Un investigador de la UAM ha demostrado recientemente que la caña de azúcar, que desde la perspectiva neoliberal ya no es negocio, podría sacar al país de su dependencia en lácteos si se combina la obtención de azúcar con la producción de forrajes. Por nuestra parte, pensamos que además, también se puede complementar la producción de azúcar si además se fabrica etanol que se mezcla con la gasolina, y en general si se introduce al mercado la producción de biocombustibles. De hecho es incluso necesario reconvertir los ingenios para que aprovechen parte de sus desechos en la producción de biomasa y reduzcan el consumo de energéticos externos. Cierto es que la competencia no nos permite cerrar hoy la economía y declarar simplemente “de interés nacional” una determinada actividad. No tendríamos los recursos para hacerlo, como sí lo están haciendo los japoneses ­en el caso del arroz‹que no entra a Japón auque sea más barato, los europeos ­para el caso de la soya que subsidian mucho más que los norteamericanos--, o los hindúes ­para el caso de la leche‹en la que grandes porciones rurales de ese país son ahora autosuficientes. Pero también es cierto, y ahí está una de las razones que echan por tierra los supuestos neoliberales, que la flexibilidad requerida por las empresas, no se puede conseguir solamente reduciendo el ingreso de los trabajadores, o intensificando las jornadas laborales por encima del nivel histórico. Se consigue también, y más eficientemente, reorganizando el proceso productivo en su conjunto. Y esto sólo alcanza plenitud con el consenso que otorga la participación consciente, y ésta participación sólo es posible cuando existe un interés concreto, que no puede estar separado de la remuneración y el control del proceso económico. Remuneración que no puede ser mayor dentro del marco jurídico y el libre mercado entre los factores de la producción, como dicen los neoliberales, sino precisamente rompiendo ese marco con una nueva propuesta, en la que los trabajadores devengan copropietarios. Esa es la gran lección y novedad de la experiencia reciente. Y por ello la economía social, y por ello el cooperativismo. Pero antes, concluyamos con las reflexiones de Schroeder, Blair y Giddens: El sector público no es efectivamente el más ágil ni el más eficiente. Sin embargo resulta una falacia ante su burocratismo y dispendio postular su privatización. En el pasado reciente jugó un papel central al consolidar un patrimonio colectivo, y el que al mismo tiempo haya alentado el enquistamiento de una burocracia parasitaria, un sindicalismo corporativo y un saqueo del patrimonio público, no justifican la desaparición del sector, y lo que sí demuestran es que el estado requiere controles de la ciudadanía y la sociedad, que las empresas estatales no pueden estar a merced del poder gubernamental, y que se requiere contraloría ciudadana. Y que esta contraloría ciudadana tiene un nombre: autogestión y democracia participativa. Y que es eso sino economía social. PEMEX sin PRI es petróleo para los mexicanos bajo control de los trabajadores, sin sindicato corrupto y sin burocracia, pero en alianza con los técnicos y los especialistas que han desarrollado el sector y le han dado un carácter de industria estratégica. El estado devino ineficiente, pero aun hoy encontramos notables ejemplos de eficiencia presupuestal y de fomento a la producción en algunos programas públicos. Concretamente podemos mencionar el Programa PYME de la Secretaría de Economía, a través del cual se financia y apoya la creación de nuevas empresas, se fortalece a las que ya existen, y se vincula la experimentación, la ciencia aplicada y innovación tecnológica. Eso no es parte de la economía neoliberal. Si el socialismo de estado fracasó porque no se socializó el estado. La economía mixta o la tercera vía puede fracasar si no se instrumenta un control ciudadano sobre las empresas públicas, si no se alienta la autogestión obrera y si no se vincula a las empresas públicas con la lógica social. Y eso no es privatización sino socialización de las políticas públicas. Pero para llegar a eso antes hay que derrotar al estado neoliberal. Y eso no puede hacerse ni desde arriba ni con una acción fulminante, sino erosionando en cada lugar, la intervención tecnocrática, y construyendo, en cada lugar la alternativa social. Es lo que hemos estado haciendo y es lo que hemos demostrado que es posible. Continuando con las afirmaciones de la tríada que comentamos: La seguridad social está efectivamente en crisis. Y lo está no porque sea inherente al carácter de la intervención del estado en la economía, sino porque se robaron sus reservas técnicas y porque se planeo mal el crecimiento de la institución frente al cambio en la pirámide de edades y el porcentaje de dependientes. Los robos a la administración no son ciertamente de carácter tutelar ni parte de la economía del bienestar, sino ejemplo de la corrupción en esta tercera etapa del neoliberalismo. La solución costosa y difícil está en buscar el fortalecimiento de la institución por la vía presupuestal, que yo, en lo personal, juzgo francamente imposible. Pero la vía no es la privatización para destruir lo que se construyó en siglos, sino una paulatina transferencia de la institución al sector social. Los mismos interesados deberán administrar sus propias jubilaciones y prestaciones, y ellos tendrán que crear las nuevas reservas. Nadie mejor que ellos para hacerlo. Así lo están ya haciendo las cooperativas de Salud en Sudamérica, así lo están haciendo ya las cooperativas de pensiones en algunos países europeos. Así lo tendremos que instrumentar también aquí. La mano de obra tiene que ser hoy versátil. Desde la época de Marx ya se veía venir este proceso. El lo llamaba el advenimiento del politecnismo. El problema es que también choca con el marco jurídico vigente, porque los Contratos colectivos buscan la precisión en las responsabilidades, de tal manera que nadie esté obligado a poner o mover más de lo que se estipule en sus específicas funciones. Es una de las razones fundamentales para declarar obsoleto el marco jurídico del Contrato colectivo. No nos asusta decirlo. Pero la solución no es la indefensión del trabajador y la absoluta impunidad del contratante. En este, como en el caso de la flexibilidad laboral, y en el de la reorganización productiva y tecnológica, la única solución real es establecer un nuevo marco jurídico de propiedad, que integre a los obreros como propietarios de las empresas. La propiedad intocable del viejo régimen es el obstáculo principal para superar el marco jurídico de las contrataciones colectivas. Ahí no existe solución posible. Ni remiendo que sirva. Lo que necesitamos es simplemente abandonar el terreno de la legislación laboral del siglo XX y acogernos a la legislación social del Siglo XXI. En lugar de reformar La Ley Federal del trabajo, lo que necesitamos es darle propiedad a los trabajadores en cada una de las empresas. Con ello estaremos superando el marco de la lucha de clases, acabando con el régimen del salariado, y asociando al capital con el trabajo. No habrá sindicatos, y no habrá huelgas. Cuando la utilidad exista se repartirá acorde con el trabajo aportado, y cuando no haya productividad ni utilidades la pérdida o la miseria será igualmente compartida. Pasaríamos de los discursos retóricos a la construcción de una verdadera economía solidaria. Y para los que digan que es un sueño o una utopía ahí está Euzkadi. No es mi entelequia, es la realidad de seiscientos cincuenta trabajadores empresarios. Esa es una de nuestras aportaciones a la ciencia económica de este siglo XXI. A esto podemos añadir el componente de una política de fomento industrial, productivo y a la empresa o actividad emprendedora. Si el estado, en lugar de pagar la mayor parte de su ingreso en pasivos e intereses lo destinara a la promoción de este tipo de empresas que reconstruyan las cadenas productivas, el crecimiento de la economía podría ser no de 3 o 7 por ciento, sino de cuarenta por ciento. Lo que era Euzkadi abrió este año con una producción menor a mil llantas diarias, pero reduciendo costos. Actualmente produce cerca de tres mil llantas diarias, y el único obstáculo que tiene que vencer en los próximos meses es el financiamiento de la materia prima que dura unos noventa días hasta que se convierte en llantas vendidas. Superando ese impedimento de carácter financiero la planta crecerá al 10 o 15% el siguiente año. Y no son especulaciones sino proyecciones sobre la base de la operación actual. En un año podría superar los más altos niveles alcanzados bajo la forma capitalista anterior. De la misma manera, si financiáramos la producción de maíz y azúcar en una nueva lógica, ambos subsectores de la actividad primaria podrían recuperar el empleo de millones de mexicanos. Y eso no se llevaría sino uno o dos ciclos agrícolas. Y eso es lo que queremos decir con crecer no al siete sino al cuarenta. Pero podría ilustrarse con el análisis de la industria siderúrgica, la petroquímica y otras ramas. Por la vía actual el crecimiento anunciado es imposible. A través de lo que hemos hecho y estamos proponiendo el país saldría de la postración y el estancamiento en un solo año. Claro que podría acompañarse todo esto con una reforma financiera que dejara en plena libertad a las cooperativas y alentara su integración a la actividad productiva. Con eso sí que se cimentaría una etapa de desarrollo generalizado. En un año o dos el país podría recuperar no un millón de empleos, sino diez millones de empleos. Suena fantástico. Pero es perfectamente demostrable. El sector público recuperaría su papel rector, sin privatizar. Y el sector empresarial se renovaría bajo el signo de la asociación con los trabajadores. La economía especulativa quedaría atrás. Y los bancos tendrían que cerrar o cambiar de giro, de su orientación actual como succionadores del ahorro nacional tendrían que pasar de nuevo a financiar la producción. Y si no serían sustituidos por el cooperativismo liberado del marco jurídico de los chicagoboys. La parte más difícil es probablemente la de fortalecer la relación entre la actividad productiva y empresarial y la generación de conocimiento y el desarrollo científico. Hasta la fecha, no conozco ninguna universidad que haya reparado en lo que está ocurriendo en el sector social. Salvo investigadores específicos, no es fácil encontrar programas académicos que se propongan poner al servicio de la reingeniería de empresas lo que es la investigación académica. Y esto es válido tanto para las ciencias sociales, como para las ciencias económicas. En las universidades privadas se producen cuadros gerenciales para las empresas privadas. Por más que se exalte en el discurso neoliberal la excelencia de la educación privada no se han generado sino empleados. En las universidades públicas se ha alentado una tendencia a la especulación y el análisis de realidades virtuales o ideales. Pero la investigación de campo está desapareciendo de la currícula universitaria. Lo que hoy exponemos debería ser parte de las prioridades que ustedes investigadores de la sociedad tendrían que estar discutiendo y corrigiendo. Es indispensable que ustedes, como científicos sociales asuman que su responsabilidad es resolver problemas como la falta de empleo y la reorganización de las empresas, en lugar de especular sobre el fin de la historia, las ideologías en abstracto o las variables macroeconómicas y la lucha sindical. No es casual, a propósito de la crisis bancaria y el nuevo papel de las cooperativas, que los depósitos en cuentas de ahorros del sector de cajas y cooperativas sea, en promedio, dieciséis veces mayor que en las cuentas de cheques de los bancos, según los datos de la misma Secretaría de Hacienda. No es casual, tampoco, que toda la legislación impulsada por Hacienda, volviendo a lo de la segunda guerra fría, esté inspirada en una batalla contra el sentido social del ahorro, limitando el crecimiento de los organismos cooperativos, y poniéndose del lado de los bancos en su afán por expropiar el ahorro de los mexicanos. Ese un tema para los economistas. No es casual la contrarreforma que aprobó la ciega cámara de diputados contra los fondos de autoaseguro a principios de este año, para subordinar a esas cooperativas de seguro a los bancos. No es casual que Paco Gil sea el jefe de los Chicago Boys en México, ni que sea su dependencia la que dicte todo el sentido de la legislación que pretenden imponer al sector social y las cooperativas. Es parte de la historia y ese es un tema para los licenciados en derecho. No es casual que se haya emprendido, desde las mismas fechas del famoso discurso de Blair y Schroeder, una lucha contra el primer banco surgido del sector mutual y cooperativo, el que se llamó Banco Interestatal, conduciendo a su director a la cárcel. No es casual que luego se haya conspirado contra El Arbolito, iniciando una cacería de brujas que satanizaría a las cajas y las cooperativas. Nada de esto es casual. Ese es un tema para los estudiosos de finanzas. No es casual que se haya sobornado con un millón de pesos a cada fondo de autoaseguro a principios de este año, para que aceptaran la reforma. O que se haya subsidiado la modernización del sector de Sociedades de Ahorro y Préstamo con sumas millonarias, con tal de conseguir su aquiescencia para aprobar la Ley de Ahorro y Crédito Popular. Todo es parte de esa segunda parte de la guerra fría. Y es penoso, pero hay que reconocer que así como muchos socialistas sucumbieron al discurso neoliberal de Blair y Giddens, así hoy muchos “cooperativistas” han sucumbido a los proyectiles almibarados de hacienda, o a sus amenazas. Después de todo para pelear se necesita perspectiva histórica y conocimientos teóricos. Y ese es también tema para actuarios, administradores y economistas. Les expongo a ustedes un escenario y una estrategia. Pero no les presento un sector coherente ni en pie de lucha, sino un sector dividido y en absoluta confusión. Desde el periodo Salinista, en que se dividió al movimiento en sector de ahorro y sector de producción, se ha pretendido impedir que lo que los mexicanos ahorran sirva para su propio desarrollo. Desde entonces estaban ya los agentes del neoliberalismo conspirando y trabajando. Y lo seguirán haciendo. La propuesta del cooperativismo no es pues una tarea de remiendo del sistema capitalista, ni un pegote inocuo para mitigar sus nefandos e inhumanos efectos. Es una alternativa. No estoy sugiriendo cómo componer el mercado, sino cómo actuar dentro de él para construir otra economía y otra nación. Hoy, algunos que se dicen partidarios del cooperativismo piensan que mi propuesta es conflictiva, pues se origina en el planteamiento de transformar las huelgas en empresas reestructuradas. Ellos proponen dejar al capitalismo como está y luchar paralelamente por una economía justa. Por desgracia no han comprendido dos cosas. En primer lugar que el papel de los científicos sociales no es dejar tranquila su mezquina conciencia, sino resolver problemas sociales. Y en segundo lugar, no entienden que no se trata de construir un pedazo de la economía que sea menos malo y que responda a imperativos éticos. Estos cooperativistas son compañeros, pero no forman parte de la propuesta histórica, sino de los compañeros de viaje. Ellos no se proponen construir una nueva sociedad, sino hacer algo para que la actual no sea tan jodida. La tarea que proponemos es una tarea de reorientación de toda la economía y no solamente de algunas pequeñas unidades. No sugiero parchar lo que está mal sino construir otra cosa. Y no lo digo por inspiración libresca ni por pasión doctrinaria. Esto es lo que están haciendo las obreras de Bruckman en Argentina, lo que han levantado los cientos de miles de cooperativistas de la leche en la India y Bangla Desh, lo que pretenden los obreros rusos que no entregan las fábricas privatizadas, lo que levantan hoy los cooperativistas de la Alianza Cooperativista Internacional, y no menos importante, lo que contienen las recomendaciones de la Organización Internacional del trabajo, y del Consejo General de las Naciones Unidas. En la recomendación número 131, del 19 de enero de 2004, La Asamblea General de las Naciones Unidas emitió su resolución sobre las Cooperativas en el Desarrollo Social. En esa resolución indica a sus miembros el promover un entorno propicio para el desarrollo de las cooperativas., sugiere también la necesidad de crear un entorno propicio a las mismas; pide a los gobiernos garantizar disposiciones jurídicas y administrativas que protejan las cooperativas, y exhorta a los mismos estados y gobiernos a colaborar con las organizaciones internacionales del sector. Evidentemente, nuestro gobierno incumple estas indicaciones y recomendaciones, y atiende, en cambio, lo que dictan los organismos financieros internacionales. Los invito por ello a sumarse a este combate. Es el combate de los demócratas del siglo XXI contra la segunda guerra fría y por la sociedad solidaria. Y aquí, en México, es sumarse a la reconstrucción y fortalecimiento del sector social. El que nos dá identidad, cultura, dignidad y esperanza. No es un camino de Partido, ni un programa sexenal. Es la batalla por una nación y una nueva economía. Reitero mi gratitud por la oportunidad que me han brindado para exponer a ustedes. - Ponencia para la Reunión Nacional de Científicos Sociales convocada por la Red Nacional de Estudiantes de Sociología. Villahermosa Tabasco, 10 de noviembre de 2005.
https://www.alainet.org/es/active/10323?language=es
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS