La carrera presidencial
21/03/2006
- Opinión
Uno de los efectos más nefastos del neoliberalismo, que todo lo convierte en descartable, cosificable, objeto de consumo inmediato, es la mezquinización de la actividad política. Tan fundamental para la vida de los pueblos, la política es considerada por Aristóteles la suprema razón de ser de nuestra existencia, intrínseca a la naturaleza humana.
Al asomarnos a la historia vemos cómo grandes figuras políticas ejercieron papeles decisivos para evitar que ella se volviera monopolio de una persona (monarquías absolutas y dictaduras), de una clase (capitalismo) o de un partido (socialismo autocrático), aunque el segundo modelo todavía predomine, excluyendo a la mayoría del acceso democrático a los bienes económicos.
La política es la más noble de las actividades humanas. De ella dependen el vivir o no en la miseria, la violencia, la alimentación, la salud y la educación de un pueblo. De ella emana nuestra seguridad pública, el alcance de nuestra libertad, el horizonte de nuestra prosperidad y la permanencia de nuestra paz.
En sí la política es una abstracción. Lo que existe de hecho es la relación de poderes. Aquí reside el meollo de la cuestión. Siendo el poder una instancia de potencialización exacerbada de la voluntad (y de la vanidad) individual, y el punto hacia el convergen todas las miradas (nadie es indiferente a la política, aunque la odie), muchos suspiran por ella. En esa carrera hacia el poder hay, como en cualquier maratón, todo tipo de gente: serios y cínicos, honestos y corruptos, competentes y meros arribistas.
En las últimas décadas la política brasileña se volvió mezquina, desprovista de grandeza y dignidad. Ya no se habla de bien común, de patria, de soberanía nacional, de reformas de estructuras; apenas si se oye la verborrea proferida por los devotos de la “mano invisible” del mercado, heraldos de la responsabilidad fiscal ciega a la responsabilidad social, empeñados en reducir la política a meras operaciones contables. El economicismo deja de lado las grandes estrategias nacionales. ¿Hacia qué modelo de Brasil apuntan los políticos en los próximos cuatro, diez o veinte años?
Ante este horizonte vacío de propuestas consistentes y convincentes para sacar al Brasil del atraso, del subdesarrollo, de la condición de eterno “emergente”, ¿qué tipo de campaña presidencial se nos presenta? Temo que ningún partido o candidato deje claro su compromiso, en caso de ser elegido, para incrementar en los próximos cuatro años nuestro índice de desarrollo humano. No es el PIB el que debe crecer, es la calidad de vida de la población. ¿Cómo quedará la reforma agraria, capaz de absorber multitud de mano de obra en el campo y disminuir el desempleo? ¿Y la fiscal, imprescindible para promover la distribución de la renta y reducir la desigualdad social? ¿Y la política, destinada a sanear el poder público de trapicheos y corruptelas?
Temo que la campaña presidencial sea una reedición del triste espectáculo de las CPIs, que tanto alboroto hicieron, sin averiguar nada ni agarrar a nadie, limitándose apenas a funcionar como circo de los horrores, en que hay sustos y miedos, pero sin mayores consecuencias. Temo la bajeza en la tv, con candidatos salpicando porquería a otros candidatos, con diatribas e injurias sobrepasando a las propuestas y programas diseñados para erradicar las causas de la violencia urbana, del desempleo, de la mala calidad de la educación y de la atención a la salud.
En las elecciones presidenciales de octubre habrá un vencedor. Pero es necesario evitar que el pueblo salga perdedor. Por eso, la peor actitud es la del avestruz: meter la cabeza en la arena y esperar a que pase la elección. La hora es ahora. Hora de exigir a los partidos y a los candidatos que eviten alianzas espúreas, que sean transparentes en la contabilidad de la campaña, que superen las minucias de las intrigas y asuman el grueso paquete de las estrategias viables para cambiar la realidad brasileña, que hablen menos mal de sus opositores y muestren lo que ellos mismos se propongan hacer de bueno.
Si los electores permanecen pasivos, como meros telespectadores en torno a la arena de los leones, los candidatos se considerarán eximidos de asumir compromisos y, sobre todo, de rendir cuentas de lo que prometieron e hicieron al ocupar funciones ejecutivas. Y esto no es bastante. Es necesario renovar el Congreso, reelegir a los diputados y senadores que se decantan por la ética y el cuidado del bien común, y frenar, por el voto, a los corruptos, a los oportunistas, a los que hacen de la función pública un medio para favorecer su vida privada.
El futuro de la nación está, este año, en manos de los electores.
- Frei Betto es escritor, autor de “La mosca azul”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet.
https://www.alainet.org/es/active/10941
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