Pautas o mirar para otro lado?

25/04/2006
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El tenor de este artículo es realizar un breve análisis relacionado con la tarea compleja de educar, en una época y realidad tan especiales como las que nos toca vivir. Debido al ejercicio de mi profesión, suelo visitar escuelas, donde particularmente observo y escucho a los alumnos en los recreos o en las clases de Educación Física. Mi intención es la de describir, someramente, lo que con frecuencia ocurre en esos espacios, hechos que muchos, por desconocimiento o por ser parte de la cotidianeidad, consideran habitual aunque no siempre lo normal o cotidiano signifique sinónimo de salud. Es muy corriente en estos tiempos ver a niños que proceden, donde quiera que estén, de forma descontrolada y lo mismo sucede en demasiadas escuelas, donde se los observa correr en los recreos alocadamente, de un lado a otro, a veces solos, otras tratando de escapar de un compañero que hostiga. Es usual encontrarlos empujándose o poniéndose el pie para hacer caer a sus semejantes, que entretanto intentan lo mismo. Generalmente se golpean, se maltratan con el cuerpo o mediante malas palabras, una en especial que ha quedado incorporada al lenguaje con todo el significado de vacío y desaparición de identidad que la misma conlleva. No es sólo cosa del niño, hay niñas que se comportan igual. No se quiere decir con esto que la escuela sea la única responsable, sino cargar esta exigencia sobre una sociedad que durante décadas ha generado y sido ejemplo de descontrol, de injusticia, de falta de autoridad, del “está todo permitido”. En primer lugar, deben buscarse causas en el comportamiento de familias que no ponen límites adecuados (por no decir ninguno) y por lo tanto, no ejercen autoridad. Tampoco hay que olvidar que desde los medios de comunicación masivos, el “modelo” de persona es el de “ser siempre jóvenes”, “divertirse” y “consumir”. Permanentemente se observa a padres comportándose como adolescentes, sin la menor conciencia de que son adultos, o como bien expresa una colega, “disfrazados de juventud”. Asimismo, los medios transmiten una violencia visual y verbal sin ningún tipo de reparos. Puedo asegurar que los niños y adolescentes de nuestra sociedad están aprendiendo muy correctamente todo lo que reciben de su entorno y lo expresan singularmente bien. Vuelvo a los recreos o a las clases al aire libre y recuerdo algunos conceptos que tienen que ver con la salud física y el deporte o la recreación. La clase de Educación Física es el espacio ideal donde el niño alcanzará la posibilidad de expresarse corporalmente en relación con el medio ambiente, siempre bajo normas de organización y control, valores que la misma asignatura refuerza con el fin de ser asimilados por los educandos. Observando a los alumnos de esta materia destacaremos cómo están en permanente estado de ansiedad con la consecuente excitabilidad que ese estado provoca. También nos percataremos de lo poco que hacen algunos adultos para calmarlos. Al contrario, pareciera como que intensificaran (por desconocimiento u holgazanería) esa manera de comportarse en los niños, vociferando o estimulando juegos cada vez más agresivos. ¿No se utilizarán programas envejecidos, con un contexto pedagógico que nada tiene que ver con nuestro espectro social? ¿Los mayores en general, cualquiera sea el rol que poseen, son cómplices de esta situación? En el pasado de mi niñez y juventud, en una clase de Educación Física o en un recreo, se expresaban conductas que nada tenían que ver con las actuales. En esta sociedad regida por la excitabilidad social, el bombardeo de información, la irritabilidad, la intolerancia, el apuro, la dispersión y la violencia, pregunto: ¿Somos concientes o miramos todo con los ojos del abandono? Los adultos: ¿Ayudamos a reforzar esos disparadores y estimulamos en el niño la falta de concentración, la carencia de límites, la hiperactividad, la satisfacción inmediata, el poco interés por la instrucción? Porque descubrimos niños y jóvenes que además de hacer siempre lo que quieren, desean ganar a toda costa expresando: “me va bien, soy un diez puntos, me va mal, nada sirve”, y que si pierden se frustran generando más ansiedad porque se les permite durante tanto tiempo el disfrute ¿Qué momentos tienen para concentrarse en el estudio? Los patios escolares poco espaciosos y con ruidos y gritos de demasiadas horas libres, solos, cualquiera sea la causa, molestan a los que están en clase. ¿No sería mejor utilizar medios de recreación que calmen ánimos y no enardezcan tanto como esa fricción sin límites? Los infantes suelen ser ansiosos, hiperactivos, demandantes; pocos son serenos, pensantes y creativos, pero lo normal y masivo no significa decir saludable y se corre el peligro de que los sosegados se vayan transformando rápidamente en los otros. Hace unos cuantos años, veíamos a un alumno con las características de los chicos de hoy y nos preocupaba. En la actualidad, esa conducta se ha generalizado y ya no se toma en cuenta como problema serio. Eso no quiere decir que no lo sea. Es nuestro deber como personas mayores comprometernos en mejorar el estado de cosas sin olvidar que los niños están deseosos de ser tenidos en cuenta y constituyen una verdadera esponja para lo bueno y lo malo, porque toda expresión que los mueve establece un profundo llamado de atención. El “dejarlos hacer” si hablamos de padres, maestros, profesores y adultos, resulta lo más fácil y no tomarlos con la responsabilidad que significa educar, sea en el ámbito del hogar, en la escuela o donde la situación requiera. Es obligación ineludible de todo adulto, poner pautas y demostrar con el ejemplo los valores irrenunciables consensuados por la humanidad, donde el que más debemos rescatar es el respeto a la vida propia y ajena. Si no lo hacemos, lograremos que los niños aprendan “muy bien” a moverse sólo por impulso y satisfacción. Seamos concientes de la urgencia de transformar estos desvalores debido a las consecuencias nefastas que determinadas conductas acarrearán en el porvenir o para siempre. Es fundamental que el maestro, profesores, padres y adultos en general, no olviden cuál es su rol en la tarea de educar y colaborar como corresponde, sin dejar de poner límites con firmeza y autoridad (que nada tiene que ver con el autoritarismo.) Tengamos el mando nosotros y no los niños, quienes están en este mundo para formarse de los mayores. Si concientizamos cuál es nuestro papel, si ponemos límites debidos y ejercemos la autoridad que corresponde sin mirar para otro lado o abandonar , habremos contribuido de manera saludable a la formación de futuras generaciones. De no hacerlo, correremos el riesgo de ser co-responsables en la malformación de quienes con el transcurso del tiempo se transformarán n jóvenes amorales, transgresores, consumidores del placer inmediato, del desinterés, del delito, individuos que habrán aprendido a comportarse con absoluta falta de respeto por los demás y en el peor de los casos, despreciarán toda forma de vida. Y lamentablemente, dichas maneras de actuar, podrían llegar a ser “tan normales” que ni siquiera serían concebidas como peligrosas. En consecuencia, los adultos de esta sociedad - que aún no está perdida -, tenemos el deber imperioso de comprometernos en la esperanzadora obra de educar a quienes nos suceden, poniendo pautas y no mirando para otro lado… - Nidia Cristina Cerizola, psicóloga Universidad de Buenos Aires.
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