Diplomacia de Ripley
03/05/2006
- Opinión
La actual política hemisférica de los Estados Unidos viene cumpliéndose dentro de la vieja lógica imperial que fusiona los operativos militares y el comercio como elementos mutuamente complementarios. Para la subregión andina, la estrategia ha asumido tanto la forma de la “lucha contra las drogas ilegales”, como la de los acuerdos de “libre” comercio –TLCs- que Bush II busca culminar con Colombia, Perú y Ecuador. ¿Qué hay detrás de cada uno de esos vectores cuyo conocimiento superficial e ingenuo ha colocado en solfa a la diplomacia de Carondelet?
El señuelo del combate al narcotráfico
En una entrevista concedida a Heinz Dieterich y publicada bajo el título “Washington: el principal gobierno terrorista del mundo” (1998), Noam Chomsky explica el fundamento general de la política exterior norteamericana en los siguientes términos: “A Estados Unidos no le importa si un país tiene una democracia formal u otro régimen. Le importa que se supedite a su sistema de dominación mundial. El principio fundamental es: ¿permitirá un país que se le robe?, ¿permitirá que las corporaciones extranjeras inviertan y exploten a su voluntad? Si lo permite, puede tener el sistema político que le plazca: puede ser fascista, comunista, lo que quiera… Pero si un país comienza a dirigir sus recursos hacia su propia población entonces debe ser destruido”.
En referencia específica a la campaña imperial contra las drogas psicoactivas naturales, en su libro Rollback I, II y III (1995) recupera un antecedente poco conocido del Plan Colombia/Plan Patriota: el operativo French Conection. Conforme a su descripción: “La droga ha provocado una serie de actividades subversivas y contrainsurgentes de parte de Washington desde los años posteriores a la segunda guerra mundial, cuando ayudó a la mafia a establecer el tráfico de heroína en Francia como parte de una estrategia para socavar el movimiento obrero europeo…”. Asimismo, aludiendo directamente a esa cruzada en América Latina, explica: “La Casa Blanca necesitó tres años para destruir la economía chilena y organizar una fracción golpista contra Salvador Allende. A fin que no se repita tal experiencia está formando actualmente sus fracciones golpistas, bajo el absurdo pretexto del combate al narcotráfico, para que golpes de estado ‘preventivos’ se puedan dar cuando la destrucción de la gobernabilidad democrática por el neoliberalismo lo exija”. De hecho, ésta es la situación que soporta nuestro vecino norteño bajo el régimen narcoparamilitar y cipayo de Álvaro Uribe.
En una entrevista más reciente, y en referencia directa al Plan Colombia, el prestigioso profesor del MIT sustenta que tal estrategia político-militar antidrogas comporta esencialmente una ofensiva contra los “disidentes del establishment”, término que en la semiótica del Pentágono “puede incluir campesinos organizados, líderes sindicales, activistas de los derechos humanos, intelectuales independientes, candidatos políticos, cualquier cosa” (La cuarta vía al poder, 2000). Después del memorable 11-S esos grupos contestatarios han sido etiquetados como “criptoterristas” o “terroristas”, debido a que a sus acciones obstruyen la apropiación y explotación de los recursos naturales y energéticos de la hoya amazónica por parte de las corporaciones yanquis.
A la luz de estas realidades pretéritas y contemporáneas, declarar, como acaba de hacerlo el canciller Francisco Carrión, que el Ecuador adhiere “a la lucha contra el narcotráfico por convicción”, desconociendo los nexos con ese negocio de la Casa Blanca y el Palacio de Nariño, revela, por decir lo menos, una postura ingenua y refleja.
TLCs andinos: caballos de Troya de la recolonización
El naufragio del plan de integración-“anexión” de América Latina conocido como Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), motivó a los Estados Unidos a promover sus metas hemisféricas mediante acuerdos bilaterales y de “una sola vía” denominados TLCs.
Igual que el ALCA, tales fórmulas unificadoras de raigambre monroísta, lejos de inspirarse en propósitos de fomento productivo y diseminación del progreso en los países sureños, pretenden, sobre todas las cosas, consolidar la hegemonía de la superpotencia en las esferas productiva, comercial, financiera, científica, tecnológica, ambiental, ideológica, legal e institucional, en la perspectiva de contrarrestar la influencia en el continente de la Unión Europea y los gigantes asiáticos. Más concretamente, comportan esquemas para asegurar la libertad de movimiento y las máximas ganancias a las corporaciones estadounidenses, y, en contrapartida, enajenar aún más la soberanía de nuestras naciones, acelerar la reprimarización exportadora de las economías en nombre de una fementida modernización, profundizar la expoliación de su fuerza laboral y el saqueo de los recursos naturales y ambientales, apropiarse del conocimiento de las comunidades autóctonas, eliminar a los competidores locales, extender y volver irreversible el antidesarrollo neoliberal, adoctrinar a nuestros países en la religión monoteísta del mercado, empobrecer y humillar a nuestros pueblos...
La intencionalidad geopolítica de esos instrumentos de integración-desintegradora fue descubierta por el entonces zar del ALCA y actual viceministro de Defensa, Robert Zoellick, quien, en la carta que le dirigiera al Congreso de su país solicitando autorización para iniciar las tratativas telecistas con nuestros gobiernos destacaba que tales acuerdos “nos permitirán discutir sobre impedimentos para el comercio y las inversiones en los países andinos, incluidos la inadecuada protección de los derechos de propiedad intelectual, las altas tarifas arancelarias en productos agrícolas, el uso injustificado de medidas sanitarias y fitosanitarias, la práctica de restricción de licencias, el trato discriminatorio relacionado con inversiones y las limitaciones para el acceso de proveedores de servicios”. “Los TLCs con los andinos constituirán un complemento natural del Plan Colombia”, remataba la misiva. “Libre” comercio y guerra nuevamente juntos, unidad reforzada por las compensaciones simbólicas (ATPDEA) acordadas por el Congreso norteamericano por el involucramiento de países como el Ecuador en la guerra que libra en estas latitudes el eje Washington-Bogotá.
Como se conoce, la administración de Bush Jr. ha venido chantajeando con la no-renovación de tales compensaciones arancelarias a los países que no suscriban los famosos TLCs.
En suma, guerra y neoliberalismo maximalista es lo que ofrece la superpotencia a la subregión andina en los albores del siglo XXI.
¿A quién podría extrañar el rebrote multiforme del nacionalismo defensivo en nuestras naciones con sus corolarios de integración-integradora como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Tratado Comercial de los Pueblos (TCP) que acaba de nacer en La Habana con la membresía inmediata de Cuba, Venezuela y Bolivia.
Subasta de soberanía
La ahora suspendida ronda final del TLC enfrentó a Alfredo Palacio a una gigante ola de resistencia indígena-popular, sindical y estudiantil, frente a la cual el titubeante mandatario ha optado por una deplorable esquizofrenia. Mientras, por un lado, boicoteó el Tratado interponiendo una reforma a la Ley de Hidrocarburos de corte nacionalista, causa del retiro del equipo estadounidense de la mesa de negociaciones; por otro, ha emprendido en una constelación de humillantes acciones para persuadir a Washington de su inquebrantable voluntad de vasallaje.
Tales acciones están marcando un retorno a la “diplomacia arrodillada” y cantinflesca de Gutiérrez y Zuquilanda y van desde las instrucciones a Manuel Chiriboga para que continúe las tratativas en solitario, hasta la declaración suscrita por Palacio y su colega mexicano Fox a favor de la resurrección del ALCA, los autos de fe en la CAN neoliberal, la renuncia al derecho ecuatoriano para retirarse del leonino convenio de Protección Recíproca de Inversiones suscrito con el Gran Hermano, el pedido formal a la Casa Blanca de reanudación de las conversaciones a cambio de favorecer a la petrolera OXY en un litigio por caducidad y entregar la Base de Manta al Pentágono a título perpetuo, la vuelta de tuerca al desmantelamiento de la República con la anunciada privatización total de las Aduanas y el reciente besamanos a la secretaria de Estado, Condoleeza Rice, por sus desvelos para la concreción del TLC Ecuador-Estados Unidos!
Este carnaval de felonías...
- René Báez, escritor ecuatoriano y Premio Nacional de Economía y miembro de la
International Writers Association
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