América Latina y la lucha antiimperialista

24/05/2006
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En América Latina, se ha dicho anteriormente en este espacio, se libra la principal batalla contra la globalización neoliberal, denominación más frecuente de la reestructuración capitalista mundial iniciada en los años setentas del siglo XX por el imperialismo estadounidense y sus socios europeos y japoneses. No es mi propósito enumerar las causas de este fenómeno latinoamericano pero sería inimaginable sin el estímulo aportado por la tenaz y prolongada rebeldía de Cuba. Y habría que añadir el empantanamiento de la invasión a Irak y su impacto en el desprestigio y decadencia de Estados Unidos. En el epicentro de esta lucha tienen un papel primordial los procesos políticos de masas venezolano y boliviano, en los que las demandas antineoliberales del movimiento popular han conquistado posiciones en los gobiernos, principalmente en las personas de Hugo Chávez y Evo Morales. En apenas ocho años, Chávez y su pueblo, utilizando su colosal riqueza en hidrocarburos como instrumento de justicia social y participación política en lo interno y de soberanía nacional, integración latinoamericana y caribeña y estímulo al multilateralismo en lo externo, han operado como una formidable fuerza motriz de los cambios experimentados en la fisonomía política y social de la Patria Grande. Pero no hay prácticamente ningún país de América Latina donde en mayor o menor grado fuerzas diversas y plurales no estén dando la pelea contra las políticas neoliberales. Más allá de Venezuela y Bolivia, se han producido en distintos momentos de las últimas tres décadas importantes movimientos de masas contra aquellas en Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Ecuador, Colombia, Costa Rica, El Salvador, República Dominicana, Puerto Rico y México. Esto, sin contar movilizaciones a escala local como la que en Perú impidió la privatización de empresas eléctricas. Una fuerza cuya intervención ha sido decisiva en el nuevo despertar latinoamericano es el movimiento indígena, principalmente a través del neozapatismo en México, el MAS en Bolivia, la CONAIE en Ecuador y el pueblo mapuche en Chile. Aunque no indígenas, también han dado una importante contribución el Movimiento de los sin Tierra (MST), de Brasil, y los piqueteros de Argentina. Pero además de las fuerzas populares existen sectores burgueses cuyos intereses chocan en distintos grados con los de Washington y esto se expresa en las posturas más independientes de algunos gobiernos de la región. El caso de la burguesía brasileña es el mejor ejemplo, pero no el único. Una prueba de ello es la actitud del presidente argentino Néstor Kirchner, que junto a otros cuatro gobiernos latinoamericanos hizo fracasar el intento bushista de imponer en la Cumbre de las Américas un calendario de aplicación del recolonizador Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Obviamente, las posturas de los movimientos populares y de gobiernos que representan a la burguesía tienen que enfrentarse inevitablemente en muchos temas, pero ello no impide que en interés de la lucha antimperialista se puedan concertar alianzas o acciones puntuales de aquellos con estos donde hay puntos de coincidencia, como puede ser la oposición al ALCA y los TLC. Lo que está planteado hoy en América Latina no es la revolución socialista, sino el rescate por los Estados de su soberanía y sus recursos naturales para canalizarlos al desarrollo económico y social dentro de una integración regional solidaria al margen de Estados Unidos. En el irrenunciable camino para los revolucionarios de alcanzar una sociedad sin explotación ni clases sociales y que proteja al medioambiente, la tarea más urgente de este momento es destrozar el proyecto neoliberal porque la liquidación del capitalismo en los países dependientes presupone la ruptura con el sistema de dominación imperialista. Frente al peligro de que lleguen o se perpetúen en el gobierno fuerzas incondicionales al fascismo bushista, el movimiento popular latinoamericano, preservando su independencia de acción y espíritu crítico, debe instrumentar una creativa política de alianzas con todos los sectores que choquen con ese proyecto. Desdeñar cualquier oportunidad de debilitar la dominación imperialista, incluso por vía electoral, retrasa la lucha por la transformación social. Siempre que se mantenga un firme apego a la estrategia revolucionaria, combinarla con una táctica flexible es no sólo conveniente sino indispensable.
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