No está dicha la última palabra

07/06/2006
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Las elecciones en América Latina son con frecuencia uno de los escenarios del enfrentamiento que se da en varios terrenos entre las fuerzas que intentan continuar las desprestigiadas políticas neoliberales y las que luchan por desmantelarlas. Se disputan el voto las corrientes derechistas, conservadoras y proimperialistas, representadas por las oligarquías, con las fuerzas populares favorables a rescatar los recursos naturales, recuperar la soberanía nacional, promover la integración latinoamericana y romper con la tutela de Washington. Este fue el caso de los recientes comicios en Colombia. Por primera vez desde la época de Jorge Eliécer Gaitán, una coalición de fuerzas populares que llevaba de abanderado a Carlos Gaviria, representó un reto al poder oligárquico, hoy personificado por Alvaro Uribe. Aunque perdiera, desplazó al tradicional Partido Liberal como secunda fuerza electoral y podría encausar hacia la izquierda a partir de ahora todo el enorme descontento social y político acumulado en el país. Más significativas aún han sido las elecciones peruanas del pasado domingo. Ollanta Humala, un candidato casi desconocido hasta hace unos meses logró encarnar las aspiraciones de millones de compatriotas hartos de la enorme desigualdad, discriminación y marginación sociales sumadas a lo largo de siglos y acentuadas al extremo por las prácticas de “libre” mercado. Humala, postulado por Unión por el Perú (UPP) ganó en primera vuelta por un amplio margen y perdió en la segunda contra una alianza de todas las fuerzas de derecha y los medios de intoxicación masiva capitaneada por Estados Unidos. El instrumento de que se valió ese conglomerado es nada menos que el APRA, partido que hace décadas pasó a convertirse en comodín de la oligarquía. A esa agrupación pertenece el candidato triunfante Alan García, quien ya ocupó el gobierno entre 1985 y 1990 y se vio obligado a huir del país perseguido por la justicia debido a escandalosas malversaciones y masacres de prisioneros políticos indefensos como parte de una gran ola represiva. De él también se recuerda el estado deplorable en que dejó la economía del país. Humala, inexperto en política y con una estructura partidaria improvisada sobre la marcha, no logró que su mensaje nacionalista llegara con la claridad necesaria a todos los inconformes y sufrió una extraordinaria y unánime escalada de demonización de la maquinaria mediática, acrecentada después de la primera vuelta. La derecha utilizó su pasado militar y sus vínculos con el presidente venezolano Hugo Chávez para asustar a los importantes sectores limeños de clase media con el peligro del “comunismo” o de un gobierno castrense autoritario y también apeló con altas dosis de nacionalismo antivenezolano a sectores populares atrasados políticamente. Así y todo la diferencia entre Humala y García no llegó a ochocientos mil sufragios sobre un total de 16 millones y medio de votos válidos. El candidato de UPP arrasó en la sierra y la selva, las regiones más pobres y atrasadas del país. De hecho, ganó en 15 de 24 departamentos. UPP consiguió también 45 escaños, la primera mayoría, en el Congreso unicameral, por lo que García se verá obligado a concertar con Humala para lidiar con el Legislativo, como han advertido analistas, quienes señalan además que será imposible lograr la paz social sin contar con la gran fuerza de los más desfavorecidos que representa el ex militar. García está comprometido con Washington y la rancia oligarquía por lo que no se puede esperar de su gobierno más que una política de continuidad neoliberal, que seguirá concentrando la riqueza, aumentando el número de pobres y entregando el país a las transnacionales. Por eso, si Humala hace una oposición inteligente puede nuclear también en torno a su propuesta nacionalista a millones de votantes de García y de la ultraneoliberal Lourdes Flores que no tardarán en arrepentirse de haberle dado su voto al aprista en la segunda vuelta. Sumidos en la pobreza o la indigencia, una gran parte de los peruanos recibirá la influencia de la política popular y de defensa de la soberanía nacional que se experimenta en Bolivia, a cuya población están unidos por lazos culturales e idiomáticos. Lo más probable en este escenario es que García no termine el mandato y sea echado de la silla por una pueblada como ya se ha hecho tradición en la zona andina contra los gobiernos neoliberales. Entonces habrá llegado la hora de Humala.
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