Los movimientos sociales en busca de un cambio estructural
Desgobierno pone en riesgo unidad del país
30/05/2005
- Opinión
"Quiero decirles que las cosas que han ocurrido tienen que
ser evaluadas y tienen que ser sancionadas en función de lo
que ocurrió. Aquí mi compromiso es ni justicia ni venganza
¡justicia!, ¡justicia!", decía Carlos Mesa ante una multitud
de pobladores de El Alto en octubre de 2003, un día después
de asumir la Presidencia en Bolivia.
Transcurridos 19 meses de gestión, el Jefe de Estado no
cumplió con esa promesa ni menos con ninguno de los mandatos
de la "agenda de octubre": Asamblea Constituyente, Ley para
recuperar los Hidrocarburos y justicia para los 69 bolivianos
y bolivianas asesinados en el gobierno de su antecesor, el
tirano de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Todo este tiempo, Bolivia vivió en un desgobierno total. La
gestión mesista, sustentada básicamente en el aparato
gonista, en el apoyo de una bancada de parlamentarios
tránsfugas, en los intereses de las transnacionales y en las
políticas impuestas por la embajada norteamericana, optó
rápidamente por cambiar su discurso de promesas a favor de
los movimientos sociales, para beneficiar directamente a ese
pequeño grupo de poder, históricamente privilegiado.
Desde esferas del gobierno y los grupos de poder, la gestión
de Mesa impulsó políticas que no sólo condujeron al
enfrentamiento entre bolivianos sino que nos empujan
peligrosamente a la desintegración nacional.
Para evitar la Asamblea Constituyente, impusieron una agenda
que contempla la convocatoria a las autonomías
departamentales a través de un movimiento cívico que, en
realidad está formado por la oligarquía cruceña, los
terratenientes y algunos empresarios y para evitar la
recuperación de los hidrocarburos maniobraron en el
Parlamento Nacional la aprobación de una nueva ley que sigue
beneficiando a las transnacionales.
Los últimos días de mayo, Bolivia vivió precisamente esa
dicotomía: con los movimientos sociales otra vez en las
calles y en las carreteras y con los grupículos de poder
aferrados a los dictados de las transnacionales y la embajada
norteamericana.
El origen de los problemas: el desgobierno de Carlos Mesa que
de un apoyo inicial e histórico para su gobierno de un 82 por
ciento (octubre de 2003) ha caído en forma estrepitosa hasta
el 41 por ciento (mayo de 2005); sin embargo, a todas luces,
la desaprobación es mayor porque las encuestas pertenecen a
los medios de comunicación comerciales, aquellos precisamente
que están controlados por los sectores empresariales y de
poder.
Dos agendas
Si en el futuro próximo, Bolivia no logra solucionar en forma
estructural las demandas de dos agendas convirtiéndolas en
una, corre el serio riesgo de dividir más a los bolivianos e
incluso de resquebrajar su unidad territorial.
Los movimientos sociales bolivianos que son la mayoría de
éste país impulsan la Asamblea Constituyente. Una
constituyente que sea soberana, participativa, incluyente y
fundacional, como la única garantía democrática para salir de
la crisis.
El pueblo siente que la Asamblea Constituyente no ha nacido
en Palacio de Gobierno ni tras los escritorios de los
burócratas o consultores, menos tiene que ver la
autodenominada clase política, sino que emergió de las
marchas indígenas que se iniciaron en 1990, en las
movilizaciones rurales y urbanas de abril y septiembre de
2000, de febrero y octubre de 2003, de enero de 2005.
La Asamblea Constituyente desde la visión del pueblo
boliviano debe ser: "de todos, con todos y para todos".
Tiene que ser soberana porque es depositaria de la voluntad
popular; debe ser autónoma respecto a los poderes
constituidos y debe actuar libremente, sin subordinaciones ni
condicionantes, como el máximo poder del Estado; debe ser
participativa porque sólo la participación social garantiza
una asamblea útil, fecunda, integradora en su mirada de país
y capaz de reflejar la realidad nacional y debe ser
incluyente porque está abierta a todos los sectores sociales
del país.
En cambio, la conspiración oligárquica, con el único objetivo
de impedir la realización de la Asamblea Constituyente
impulsa el referéndum autonómico que no tiene ningún consenso
nacional, pretende que cada departamento "disponga libremente
de sus recursos" financieros y naturales e impulsa al
separatismo por el carácter vinculante a nivel departamental
que se le pretende dar.
A pesar del rechazo de la mayoría nacional, los sectores de
la oligarquía impulsan el referéndum basados en una pregunta:
"¿Está usted de acuerdo con que se defina y establezca en el
país la constitución de autonomías departamentales con
transferencia efectiva de competencias y atribuciones, las
mismas que tendrán por objeto, en su jurisdicción
territorial, disponer libremente de sus recursos, elegir a
sus autoridades y darse su propia administración?"
¿Qué significa el proceso autonómico? Que en cada uno de los
departamentos funcionen autónomamente los tres poderes del
Estado: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, mientras las
normas y autoridades nacionales tendrían un rol muy limitado.
Con este proceso autonómico, Santa Cruz seguiría siendo el
departamento más beneficiado porque en ese territorio se
encuentran los recursos naturales más cotizados; mientras
tanto, Oruro y Potosí, por ejemplo, otrora los grandes
centros productores de minerales, estarían condenados a una
virtual desaparición como ha ocurrido con varios pueblos
considerados ahora fantasmas.
Un solo camino
La difícil coyuntura por la que atraviesa Bolivia aún no ha
sido solucionada y, mas bien, el conflicto se podría agravar
en los próximos días.
A finales de mayo, miles y miles de bolivianos y bolivianas
de los movimientos sociales aún están en las calles y
carreteras, sobretodo de la sede de gobierno: La Paz. Se
vive una inusual convulsión social, se habla de un virtual
estado de sitio, de la renuncia presidencial, de la amenaza
de una guerra civil, de un cambio radical del modelo e
incluso acecha el fantasma de un golpe civil-militar.
Cerca de cinco mil campesinos, indígenas y originarios se
encuentran más de una semana en la sede de gobierno
realizando movilizaciones pacíficas pero amenazan con
radicalizar sus medidas; el valeroso pueblo alteño bloquea el
acceso a la ciudad con gigantescas movilizaciones; cada vez
más carreteras están siendo bloqueadas por diferentes
movimentos sociales; el sector de educación y salud se
encuentran en paro de actividades; la oligarquía cruceña
amenaza con autoconvocarse al referéndum autonómico para el
12 de agosto junto a la elección de prefectos y también se
habla con más frecuencia de la renuncia de Carlos Mesa.
Ninguna de estas salidas está descartada en este país que, en
los últimos años, se ha convertido en una especie de ejemplo
en las políticas internacionales.
En la actualidad, cuando existen dos agendas que confrontan,
el único camino es la unidad e integración nacional que
pregona la mayoría nacional; por tanto, la pretensión de las
élites y los grupos de poder es inconstitucional,
antidemocrática y sobretodo afecta precisamente a la unidad y
soberanía nacional.
El país ubicado en el corazón del continente latinoamericano
debe marchar hacia su "refundación" para convertirse en un
Estado plurinacional que tenga la capacidad de construir un
país participativo y que incluya a todos los sectores de la
sociedad, sin discriminación de raza, sexo ni implicancia
económica.
Ese nuevo Estado debe tener la capacidad de profundizar la
democracia participativa y comunitaria respetando la plena
vigencia a los derechos humanos, individuales y colectivos de
los bolivianos y haciendo hincapié en los derechos indígenas
hasta ahora ignorados; se debe establecer el reordenamiento
territorial que reconozca las autonomías territoriales,
indígenas y departamentales, aplicando un modelo de gestión
de los recursos naturales renovables y no renovables que
permita el manejo soberano y priorizando el asunto tierra-
territorio de modo tal que esas bienes sean repartidos con
equidad y, además, se debe recuperar para sí, la soberanía y
la independencia como nación, de modo que sus propias
decisiones rijan el manejo institucional del país, al margen
de injerencias foráneas patentizadas actualmente en las
empresas transnacionales, los organismos de crédito y algunos
gobiernos extranjeros manejados principalmente por Estados
Unidos.
Es necesario remarcar que la mayoría de la población
boliviana precisamente es indígena, campesina y originaria.
Los datos oficiales del último Censo de Población aseguran
que más de 63 por ciento corresponden a algún pueblo
indígena, cifra que incluso podría ser mayor.
El camino de solución en Bolivia se llama Asamblea
Constituyente. En el marco del poder constituyente se
discutirán los lineamientos de las autonomías, también la
recuperación real de los recursos hidrocarburíferos y las
nuevas formas de juego en el aspecto económico, político y
social…
Alex Contreras Baspineiro es periodista y escritor boliviano.
https://www.alainet.org/es/active/12562
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