Encuentros con Fidel

14/08/2006
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Conocí a Fidel en Managua la noche del 19 de julio de 1980, primer aniversario de la Revolución Sandinista. Lula y yo estábamos en la casa de Sergio Ramírez, cuando llegó él para entrevistarse con empresarios nicaragüenses. Nos saludó y se encerró en la biblioteca. Eran las dos de la mañana cuando el padre Miguel D´Escoto, canciller de Nicaragua, nos preguntó si teníamos interés en conversar con el Comandante. El diálogo se extendió hasta las seis de la mañana, observado por Chomy Miyar, atento a las fotografías, y un Manuel Piñero somnoliento, inclinado sobre la espesa barba que servia de refugio a un largo puro apagado. Hablamos de religión. Fue cuando él me preguntó si estaría dispuesto a ir a Cuba para asesorar en la reaproximación entre el gobierno y la Iglesia Católica. Respondí que dependería de los obispos cubanos, quienes al año siguiente respondieron positivamente a la propuesta. En febrero de 1985 llegué a La Habana, invitado por la Casa de las Américas. La víspera de mi regreso al Brasil, Chomy me invitó a comer en su casa. Se acercaba la medianoche cuando llegó Fidel. Y volvimos al tema religioso. Esta vez él dio un largo testimonio acerca de su formación católica en la familia y en las escuelas de los lasallistas y los jesuitas. Le pregunté si estaría dispuesto a repetir lo que había revelado en una corta entrevista que serviría para un libro que de hecho yo pretendía escribir sobre la Revolución. Asintió y quedamos en hacerla en mayo de aquel año. Llegué en la fecha prevista, que coincidió con el inicio de las emisiones de Radio Martí. Fidel se excusó, diciendo que la nueva coyuntura le impedía concederme el tiempo para la entrevista, pero que tal vez en otro momento. Me sentí como el pescador de “El viejo y el mar”, de Hemingway. Ya tenía el “tiburón” en la punta del sedal y no podía dejarlo escapar. Tanto insistí, que me preguntó qué tipo de preguntas le tenía preparadas. Le leí las cinco primeras, de las 64 que había anotado. “Comenzamos mañana”, dijo interrumpiéndome. Fueron 23 horas repartidas en cuatro conversaciones, en presencia de Armando Hart, y que resultaron siendo el libro “Fidel y la Religión”, que alcanzó un tiraje de casi un millón 300 mil ejemplares en Cuba y que fue publicado después en 32 países, en 23 idiomas. Ahora una nueva edición en inglés acaba de ser editada en Australia por la Ocean Press. En 1986 aterricé en La Habana llevando una caja con cien ejemplares de la Biblia en español. Se vació rápidamente; tantas fueron las peticiones que recibí, de cristianos y comunistas. Una tarde me encontraba yo escribiendo en mi habitación cuando entró Fidel inesperadamente. Le conté el asunto de las Biblias y él preguntó: “¿No sobró ninguna para mí?” Le dediqué la única que me sobraba: “Al Comandante Fidel, en quien Dios cree y al que ama”. Él se sentó en una silla de mimbre y me preguntó: “¿Dónde está el Sermón de la Montaña?” Le mostré las versiones de Mateo y de Lucas. Las leyó y preguntó: ¿Cuál de las dos prefieres tú?” Mi lado izquierdista habló por mí: “La de Lucas, porque además de las bienaventuranzas enumera también las maldiciones contra los ricos”. Fidel reflexionó un momento y respondió: “No estoy de acuerdo contigo. Prefiero la de Mateo, es más sensata”. Mis padres habían venido conmigo a La Habana. Una madrugada, hacia las 2 am, el Comandante me llevó a la casa donde estábamos hospedados; y preguntó si “los viejos” estarían despiertos. Le dije que no, pero que trataríamos de despertarlos. Él se opuso, diciendo que era mejor dejarlos descansar. “Comandante, no piense en el sueño de ellos de esta noche; piense en el hecho de que sus nietos podrán contar, en el futuro, que sus abuelos fueron despertados en plena madrugada por el hombre que lideró la Revolución Cubana”. Le convencí. Despertamos a mis padres y, alrededor de la mesa de la cocina, la conversación se prolongó hasta el amanecer. Mi madre, especialista en culinaria, le ofreció una cena. De sobremesa, ambrosia, el duodécimo de los dioses, según Homero en la ”Ilíada”. A la mañana siguiente, el jefe de la escolta de Fidel golpeó a la puerta: “Señora, el Comandante manda preguntar si sobró algo de la sobremesa de ayer?” Mamá le dijo que esperase y en unos pocos minutos preparó el dulce hecho a base de leche, huevos y azúcar. En marzo de 1990 Fidel estuvo en Brasil, con ocasión de la toma de posesión de Collor cuando fue elegido presidente. En São Paulo lo llevé a un encuentro con más de 1000 líderes de Comunidades Eclesiales de Base. Terminamos con cantos litúrgicos y todos, tomados de las manos, oramos el Padre nuestro. El Comandante me apretó la mano y, aunque no movió los labios, tuve la impresión de ver sus ojos chispeantes de lágrimas. En 1998, poco después de que Juan Pablo II se despidiera de Cuba, Fidel invitó a un grupo de teólogos a almorzar en el palacio de la Revolución. Estaba feliz con la visita papal y sinceramente simpatizante del pontífice. Uno de los teólogos criticó el hecho de que Juan Pablo II coronase a la Virgen de la Caridad con una corona de oro, cuyo valor podría haber sido invertido en medicamentos para los niños o algo parecido. Fidel reaccionó enfático en defensa del papa y le dio al teólogo una buena lección sobre la importancia de la patrona de Cuba en la religiosidad popular. El regalo era merecido. El teólogo se atragantó con sus propias palabras. Éste es el Fidel que conozco y que tanto he aprendido a admirar. Le tengo en la lista de un hermano más viejo. Él dijo, con motivo de la entrevista, que “si alguien puede hacer de mí un cristiano es Frei Betto”. Pero, ¿cómo podría yo pretender evangelizar a un hombre que hizo de su vida una dedicación de amor, heróica e integral, al pueblo de la patria de Martí? “Tuve hambre y me diste de comer”, dice Jesús en el evangelio de Mateo (cap. 25,31-44). Y si es así, ¿qué voy a decir de un hombre que, como Fidel, liberó a todo un pueblo, no sólo del hambre, sino también del analfabetismo, de la mendicidad, de la criminalidad y de la sumisión al Imperio? ¡Feliz cumpleaños, Fidel! La Habana, 13 de agosto de 2006 (Traducción de J.L.Burguet)
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