Un infierno a puerta cerrada
07/09/2006
- Opinión
El presidente George W. Bush acaba de reconocer públicamente la existencia de cárceles clandestinas de Estados Unidos alrededor del mundo, de un “pequeño número” de prisioneros y de interrogatorios a cargo de “expertos” de los servicios de inteligencia. A partir de ahora, dijo, se aplicará a los cautivos la Convención de Ginebra.
Simultáneamente, el Pentágono anunció que un nuevo manual del ejército –que sustituye al de 1992– prohíbe la tortura y el tratamiento degradante a los presos. Luego de más de un año de críticas al Departamento de Defensa por el trato a los detenidos en la “guerra contra el terrorismo”, el Pentágono presentó el nuevo manual, que prohíbe los golpes, la humillación sexual, el acoso con perros, la privación de comida y agua, la simulación de ejecuciones, la aplicación de descargas eléctricas y la asfixia.
Sin embargo, Bush defendió la existencia de prisiones secretas y los interrogatorios “duros”. Dijo que “no eran torturas” y que, gracias a ellos, Estados Unidos logró información crucial sobre “actividades terroristas”.
Posiblemente el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre (1905-1980) no figura entre los autores preferidos de Bush, cuya principal fuente de inspiración intelectual para manejar los asuntos terrenales del planeta es el Antiguo Testamento.
El mandatario afirma que cuando tenía 40 años años despidió a un viejo consejero nacido en 1866 en Lynchburg, un pequeño pueblo de Tennessee, con una destilación de 51 por ciento de maíz y el apodo de bourbon, y le dio la bienvenida a otro asesor, nacido en Belén pero conocido como “de Nazaret”. “Adiós a Jack Daniels, bienvenido Jesucristo”, dicen que dijo al ingresar a la llamada Primera Iglesia Metodista Unida. Desde entonces sólo lee salmos bíblicos y los cita en toda circunstancia.
En realidad, Bush y los miembros de su gabinete parecen haber adoptado la célebre frase de Albert J. Beveridge, senador republicano por Indiana, quien en 1900 aseguró que “Dios designó al pueblo estadounidense como nación elegida para dar inicio a la regeneración del mundo”. Lo demuestran prácticamente todos los días.
La revista Newsweek reveló en marzo de 2003 que el presidente y sus asesores están absolutamente convencidos de que Dios escogió a Estados Unidos para dirigir esta misión, y lo hacen con “una mezcla de terquedad y arrogancia”. Para ellos, “el infierno son los otros”. Es muy posible que ignoren que con esa frase concluye A puerta cerrada, obra de teatro de Sartre, de un acto y sólo tres personajes, representada por primera vez en París en 1944. En el infierno imaginado por el autor francés no hay Lucifer ni fuego, sino la mirada inquisidora de los demás como castigo eterno.
Para Bush, por ejemplo, los “nuevos nazis” son Osama bin Laden y el fundamentalismo islámico, es decir “los otros”. Ni él ni los integrantes de su gabinete se ven a sí mismos desde esa perspectiva. Se consideran, en cambio, “elegidos” que pueden administrar castigo “a puerta cerrada” en cárceles clandestinas. Así lo hicieron con un número indeterminado de prisioneros capturados después de los atentados aéreos del 11 de septiembre en Nueva York y acusados de los ataques con explosivos a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998, y al buque de guerra Cole en Yemen, en 2000.
Pero no hay que creer con los ojos cerrados en tardías motivaciones humanitarias, sino tomar en cuenta razones más actuales: quizá a los redentores del mundo les interesa hoy la mirada inquisidora de la oposición demócrata frente a las próximas elecciones legislativas de noviembre. Ahora que Jack Daniels se fue, simplemente no quieren un infierno en la propia sala de la casa.
Fuente: Bambú Press
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