Lula: segunda vuelta, segunda posibilidad
05/10/2006
- Opinión
Víctima de sus propios errores y de la explotación terrorista que los
monopolios privados de los mass media hicieron de esos errores, Lula no
consiguió – le faltó 1,4% -, los votos necesarios para ganar en la primera
vuelta. La reiteración de denuncias (esta vez, la compra de un dossier que
efectivamente comprometía a dirigentes de la oposición, pero que los mass media
consiguieron desviar hacia acusaciones sobre la forma de obtención, la compra,
exhibiendo reiteradamente las fotos de los dólares destinados a esa compra y
dejando de lado el contenido de las acusaciones -, repetidas por los tres
candidatos opositores – Alckmin, de la derecha tradicional, Heloisa Helena, de
la ultraizquierda y Cristovam Buarque, presuntamente nacionalista -, crearon un
clima que generó la pérdida de apoyo a Lula de sectores de la clase media del
centro-sur, conduciendo a una segunda vuelta.
El resultado revela una impresionante división del país en términos sociales y
regionales. En el noreste, pobre, principal beneficiado de las políticas
sociales del gobierno, Lula llegó a tener más del 70% de respaldo, mientras que
en el sur, donde la clase media tiene un gran peso, quedó reducido al 30%.
Un factor determinante – como está pasando en todas las elecciones
latinoamericanas – ha constituido el monopolio privado de los mass media, el
verdadero partido de la derecha. En Brasil, a diferencia de otros países, el
cerco es total: no hay ningún órgano diario, a excepción de un pequeño
semanario, que no esté integrado al bloque totalitario de los mass media
privados. Cuatro familias: Frias (propietaria de Folha de São Paulo), Mezquita
(de O Estado de São Paulo), Civita (de la revista Veja) y Marinho (de la Red
Globo de televisión y prensa escrita) , controlan el mercado de los mass media
y actúan como agentes terroristas contra Lula.
Contaron – como he mencionado – con una candidata de la ultraizquierda y un
nacionalista, ambos con generosos espacios en los mass media, que aprovecharon
para criticar a Lula, sustituyendo a la derecha. Se formó así un sólido, aunque
heterogéneo, bloque anti-Lula, que conducir las elecciones a una segunda vuelta.
Este se debió también a las debilidades de la campaña del PT. El partido,
golpeado por las denuncias, por las crisis internas, tuvo un bajo perfil en la
campaña, sin capacidad de movilización de la militancia. La campaña de Lula
estuvo centrada en la eficacia de sus políticas sociales. Pero ni siquiera
estuvo cimentada en un discurso que diese consistencia política e ideológica a
esas políticas, recordando cómo Brasil es el país más injusto del mundo, de peor
distribución de la renta, en el que el objetivo fundamental de los gobiernos
debe ser la lucha contra la injusticia social, la desigualdad y la exclusión
social.
Además, el gobierno Lula arrastra una debilidad estructural: no salió del modelo
neoliberal. De esta forma, avanzó poco en la reforma agraria, no tuvo políticas
de salud pública significativas, además de promover los transgénicos, reprimir,
en lugar de incentivar las radios comunitarias y dar peso a los softwares
alternativos, entre otras debilidades. Factores que no movilizaron a los
movimientos sociales a su favor y no pudieron contar sino con los votos de
ellos, pero con poca campaña electoral.
La polarización para la segunda vuelta es todavía más clara, porque sólo quedan
el candidato del bloque de derecha y el del bloque de la izquierda. Está en
juego el destino futuro de Brasil y, de alguna forma, el de América Latina. La
reelección de Lula, además de permitir la continuidad de las políticas sociales
actuales, posibilitará la salida del modelo económico, para lo que existe el
indicio de que el máximo responsable de esa política – Antonio Palocci – fue
substituido por un ministro crítico de ella: Guido Mantega.
Pero sobre todo, la reelección de Lula, en una América Latina que ahora cuenta
con más gobiernos progresistas, posibilitará la consolidación de los proyectos
de integración regional. Por el contrario, en caso de triunfar Geraldo Alckmin,
Brasil volverá a tomar la posición de aliado privilegiado de Estados Unidos en
el área. El MERCOSUR, la Comunidad Sudamericana de Naciones, el Grupo de los 20,
la política de privilegiar las relaciones Sur/Sur serán substituidos por el ALCA,
los tratados de libre comercio, la relación privilegiada con Washington. Un
nuevo gobierno brasileño trabajará para el aislamiento de Bolivia, de Venezuela,
de Cuba, de la Alternativa Bolivarianas para las Américas (ALBA) e incluso de la
Argentina de Kirchner.
Los brasileños no tienen consciencia de la opción trascendental que están
haciendo. La polarización interna, la proyección de la imagen de los candidatos,
la relativa despolitización que provocó el gobierno Lula, la feroz ofensiva
mediática de la derecha: todo conduce a una falta de consciencia de que el
destino del país – con sus proyecciones internacionales – se decide en el
próximo día 29.
Cabe a la izquierda promover esa consciencia, tanto para confirmar la verdadera
proyección de la elección electoral, cuanto para ayudar a restituir al voto el
poder que debe tener. Diseminar la consciencia de que la disputa de la segunda
vuelta es entre la izquierda contra la derecha. Y después luchar para imprimir
una identidad claramente de izquierda al gobierno Lula, para que el lema de la
campaña se haga realidad en el segundo mandato: “Lula de nuevo, con la fuerza
del pueblo”.
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