Victoria sandinista
09/11/2006
- Opinión
La victoria de Daniel Ortega en las elecciones nicaragüenses continúa la estela de derrotas cosechadas por Washington y sus políticas neoliberales en una América Latina cuya combatividad social y antiimperialismo van en aumento. El avance electoral de propuestas alternativas refleja un fenómeno más general y profundo: el crecimiento en la región de una conciencia política y de movimientos populares que rechazan al sistema dominante e incluso buscan creativamente caminos para sustituirlo.
El rescate de la memoria histórica se ha mostrado como un nutriente indispensable de los fundamentos ideológicos y prácticas políticas en las nuevas luchas sociales. Así, la victoria del candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional(FSLN) demuestra la enorme capacidad de persistencia de la abnegada militancia de esa organización, alimentada de heroicas tradiciones de lucha, cuyo antecedente más relevante es la resistencia encabezada por Augusto César Sandino contra los invasores yanquis.
El resultado electoral revela una base sandinista capaz de sobreponerse a la dolorosa derrota de la revolución de 1979 ante la colosal agresión de Estados Unidos, al linchamiento mediático a que ha sido sometida sistemáticamente, al fraude electoral, a la grosera injerencia estadounidense en estos comicios. Y también a los errores y desvíos de sus dirigentes históricos.
No es esta una alborada revolucionaria como la de un cuarto de siglo atrás, pero sí una clara definición de bastante más de un tercio del electorado por la propuesta más favorable a una gran mayoría de nicaragüenses, hundidos en la miseria por dieciséis años de desgobierno neoliberal, colofón de la contrarrevolución regional organizada y financiada por Ronald Reagan.
El programa propuesto por Daniel Ortega se distinguió por su énfasis en el combate a la pobreza, la creación de empleos, la educación y la salud, campos en los que este país –uno de los más paupérrimos del continente- ha sufrido notables retrocesos. No será fácil llevarlo a cabo considerando el nefasto legado que recibe de una economía postrada y un Estado altamente endeudado y aherrojado por acuerdos de “libre” mercado con Washington.
El líder sandinista tejió una serie de alianzas para ensanchar su base de apoyo político que van desde ex integrantes de la contra y antiguos colaboradores del corrupto Arnoldo Alemán –es el caso del futuro vicepresidente Jaime Morales Carazo-, pasando por ex somocistas o ex liberales, hasta el conservador cardenal Ovando. Es muy fácil juzgar este proceder desde cómodos baños de pureza a ultranza pasando por alto las razones del acoso a que Washington y los sectores nativos más entreguistas han sujeto a Daniel Ortega hasta el mismo día de las elecciones.
La vida y el cumplimiento por el presidente electo de sus promesas de campaña se encargarán de dilucidar el grado de acierto de estas asociaciones. Será una labor compleja dar prioridad a las demandas sociales teniendo en su seno esos aliados. También veremos la paradójica acción a la par del colonial Tratado de Libre Comercio de América Central, heredado por Ortega, y de la liberadora Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) a la que aquel ha manifestado su voluntad de sumarse. De hecho, ya hay camino adelantado en esa dirección con la entrega de petróleo por Venezuela a los municipios sandinistas a precios preferenciales y la extensión de la Operación Milagro a nicaragüenses enfermos de la vista.
Es obvio que el nuevo gobierno contará con la solidaridad de Venezuela y Cuba y no es poco lo que ambos países pueden contribuir a reducir el retraso educativo y sanitario y las carencias energéticas de Nicaragua, sometida desde que subieron los precios del petróleo a inclementes apagones a los que Ortega ha prometido poner fin.
La combativa militancia sandinista votó mayoritariamente por su candidato y es evidente que hará cuanto esté en sus manos por impulsarlo a hacer un buen gobierno. Cabe esperar del sector escindido de esa colectividad, presente en las elecciones con otra fórmula -donde hay elementos valiosos pero también algún que otro tránsfuga-, que no vacile en respaldar cuanta medida de beneficio popular intente llevar a cabo la nueva administración. Para ello no es necesario que abandone sus posiciones críticas.
Es la hora de responder con generosidad al llamado hecho por Ortega a sus adversarios para luchar juntos contra la pobreza, que es como decir por una nueva Nicaragua.
El rescate de la memoria histórica se ha mostrado como un nutriente indispensable de los fundamentos ideológicos y prácticas políticas en las nuevas luchas sociales. Así, la victoria del candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional(FSLN) demuestra la enorme capacidad de persistencia de la abnegada militancia de esa organización, alimentada de heroicas tradiciones de lucha, cuyo antecedente más relevante es la resistencia encabezada por Augusto César Sandino contra los invasores yanquis.
El resultado electoral revela una base sandinista capaz de sobreponerse a la dolorosa derrota de la revolución de 1979 ante la colosal agresión de Estados Unidos, al linchamiento mediático a que ha sido sometida sistemáticamente, al fraude electoral, a la grosera injerencia estadounidense en estos comicios. Y también a los errores y desvíos de sus dirigentes históricos.
No es esta una alborada revolucionaria como la de un cuarto de siglo atrás, pero sí una clara definición de bastante más de un tercio del electorado por la propuesta más favorable a una gran mayoría de nicaragüenses, hundidos en la miseria por dieciséis años de desgobierno neoliberal, colofón de la contrarrevolución regional organizada y financiada por Ronald Reagan.
El programa propuesto por Daniel Ortega se distinguió por su énfasis en el combate a la pobreza, la creación de empleos, la educación y la salud, campos en los que este país –uno de los más paupérrimos del continente- ha sufrido notables retrocesos. No será fácil llevarlo a cabo considerando el nefasto legado que recibe de una economía postrada y un Estado altamente endeudado y aherrojado por acuerdos de “libre” mercado con Washington.
El líder sandinista tejió una serie de alianzas para ensanchar su base de apoyo político que van desde ex integrantes de la contra y antiguos colaboradores del corrupto Arnoldo Alemán –es el caso del futuro vicepresidente Jaime Morales Carazo-, pasando por ex somocistas o ex liberales, hasta el conservador cardenal Ovando. Es muy fácil juzgar este proceder desde cómodos baños de pureza a ultranza pasando por alto las razones del acoso a que Washington y los sectores nativos más entreguistas han sujeto a Daniel Ortega hasta el mismo día de las elecciones.
La vida y el cumplimiento por el presidente electo de sus promesas de campaña se encargarán de dilucidar el grado de acierto de estas asociaciones. Será una labor compleja dar prioridad a las demandas sociales teniendo en su seno esos aliados. También veremos la paradójica acción a la par del colonial Tratado de Libre Comercio de América Central, heredado por Ortega, y de la liberadora Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) a la que aquel ha manifestado su voluntad de sumarse. De hecho, ya hay camino adelantado en esa dirección con la entrega de petróleo por Venezuela a los municipios sandinistas a precios preferenciales y la extensión de la Operación Milagro a nicaragüenses enfermos de la vista.
Es obvio que el nuevo gobierno contará con la solidaridad de Venezuela y Cuba y no es poco lo que ambos países pueden contribuir a reducir el retraso educativo y sanitario y las carencias energéticas de Nicaragua, sometida desde que subieron los precios del petróleo a inclementes apagones a los que Ortega ha prometido poner fin.
La combativa militancia sandinista votó mayoritariamente por su candidato y es evidente que hará cuanto esté en sus manos por impulsarlo a hacer un buen gobierno. Cabe esperar del sector escindido de esa colectividad, presente en las elecciones con otra fórmula -donde hay elementos valiosos pero también algún que otro tránsfuga-, que no vacile en respaldar cuanta medida de beneficio popular intente llevar a cabo la nueva administración. Para ello no es necesario que abandone sus posiciones críticas.
Es la hora de responder con generosidad al llamado hecho por Ortega a sus adversarios para luchar juntos contra la pobreza, que es como decir por una nueva Nicaragua.
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