Premisas de una visita
21/12/2006
- Opinión
La política seguida por sucesivas administraciones estadounidenses hacia Cuba ha demostrado su monumental fracaso en el objetivo declarado de derrocar a la revolución. El recrudecimiento de la guerra económica y los intentos desestabilizadores después del derrumbe de la URSS, particularmente durante el régimen de Bush II, no han hecho más que corroborar lo fallido de esas medidas para quebrar la voluntad del pueblo cubano.
En este contexto se ha dado la visita a la isla de la mayor delegación de parlamentarios demócratas y republicanos de Estados Unidos desde que triunfó la revolución, todos integrantes del llamado Grupo de Trabajo sobre Cuba, partidarios de una flexibilización de los instrumentos punitivos instrumentados por Washington.
Desde hace años ha crecido un consenso en la sociedad estadounidense que aboga por el diálogo y la normalización de relaciones con Cuba. Abarca desde organizaciones progresistas e iglesias y un sector de la comunidad de origen cubano hasta un número importante de corporaciones interesadas en el comercio y la inversión en la isla, al que se han sumado intereses petroleros deseosos de participar en el negocio del hidrocarburo en los yacimientos de aguas cubanas del golfo de México. En dicha zona ya trabajan en sociedad con el gobierno isleño grandes empresas de seis países.
Esta corriente de opinión ha encontrado eco en el Congreso, donde desde la administración de William Clinton proliferan, y hasta han logrado abrir pequeños resquicios, iniciativas para revertir la conducta hostil contra Cuba. Pero durante el gobierno de Bush aquellas fuerzas se vieron acorraladas hasta las elecciones intermedias del pasado noviembre, expresión de una mayoritaria censura de los estadounidenses a la política del actual inquilino de la Casa Blanca. El pronunciamiento de los electores es parte de la situación de universal desprestigio y aislamiento de Bush, especialmente acentuada por la catastrófica derrota militar en Irak y la marea de rebeldía latinoamericana contra el llamado Consenso de Washington.
En contraste con la profunda crisis que en todos los sentidos sufre el sistema imperialista y la debilidad de su gobierno, Cuba brilla como un lucero ante los pueblos del mundo por su probada capacidad de vencer la adversa situación creada por el colapso soviético y la redoblada hostilidad estadounidense sin rendir sus banderas de justicia social, democracia popular y solidaridad internacionalista. Nunca su prestigio y reconocimiento internacional habían llegado tan alto.
La sostenida recuperación de la economía isleña en tan duras condiciones ha permitido relanzar los programas sociales de la revolución, perfeccionándolos e iniciando otros nuevos, no sólo en la salud, la educación y la seguridad social, sino en aspectos tan sensibles como la vivienda.
Aún la guerra económica de Estados Unidos impone estrecheces en la vida cotidiana, pero las realizaciones de los últimos años fortalecen la decisión de resistencia y renuevan la confianza de los ciudadanos en el socialismo cubano, como se ha demostrado durante la convalecencia de Fidel Castro.
Sin estas premisas sería inimaginable el viaje a Cuba de los parlamentarios estadounidenses. En medios internacionales se ha mencionado el ofrecimiento de diálogo formulado por Raúl Castro en el discurso del 2 de diciembre y la enfermedad de Fidel, dando por muerto al paciente en recuperación, como justificación de esta visita, pero estas supuestas razones carecen de asidero. No es nueva la posición oficial de La Habana, desde el inicio del conflicto con Estados Unidos, a solucionarlo mediante el diálogo siempre que aquel acepte, como reiteró el presidente cubano en funciones, “nuestra condición de país que no tolera sombras a su independencia y sobre la base de los principios de igualdad, reciprocidad y respeto mutuo.” Quien conozca, por otro lado, la revolución cubana puede entender perfectamente que una eventual ausencia de Fidel no modificará su curso.
La delegación de parlamentarios estadounidenses ha dicho muy claro que el gobierno de Estados Unidos debe cambiar su política hacia Cuba e iniciar un diálogo “en este momento” con sus autoridades. Dos de ellos, Jeff Flake y Bill Delahunt presentarán iniciativas para facilitar los viajes y el envío de remesas a sus familias en la isla por los cubanoestadounidenses.
Son pasos en la dirección correcta, pero mientras Bush el nazi ocupe la Casa Blanca no tienen posibilidades de prosperar.
En este contexto se ha dado la visita a la isla de la mayor delegación de parlamentarios demócratas y republicanos de Estados Unidos desde que triunfó la revolución, todos integrantes del llamado Grupo de Trabajo sobre Cuba, partidarios de una flexibilización de los instrumentos punitivos instrumentados por Washington.
Desde hace años ha crecido un consenso en la sociedad estadounidense que aboga por el diálogo y la normalización de relaciones con Cuba. Abarca desde organizaciones progresistas e iglesias y un sector de la comunidad de origen cubano hasta un número importante de corporaciones interesadas en el comercio y la inversión en la isla, al que se han sumado intereses petroleros deseosos de participar en el negocio del hidrocarburo en los yacimientos de aguas cubanas del golfo de México. En dicha zona ya trabajan en sociedad con el gobierno isleño grandes empresas de seis países.
Esta corriente de opinión ha encontrado eco en el Congreso, donde desde la administración de William Clinton proliferan, y hasta han logrado abrir pequeños resquicios, iniciativas para revertir la conducta hostil contra Cuba. Pero durante el gobierno de Bush aquellas fuerzas se vieron acorraladas hasta las elecciones intermedias del pasado noviembre, expresión de una mayoritaria censura de los estadounidenses a la política del actual inquilino de la Casa Blanca. El pronunciamiento de los electores es parte de la situación de universal desprestigio y aislamiento de Bush, especialmente acentuada por la catastrófica derrota militar en Irak y la marea de rebeldía latinoamericana contra el llamado Consenso de Washington.
En contraste con la profunda crisis que en todos los sentidos sufre el sistema imperialista y la debilidad de su gobierno, Cuba brilla como un lucero ante los pueblos del mundo por su probada capacidad de vencer la adversa situación creada por el colapso soviético y la redoblada hostilidad estadounidense sin rendir sus banderas de justicia social, democracia popular y solidaridad internacionalista. Nunca su prestigio y reconocimiento internacional habían llegado tan alto.
La sostenida recuperación de la economía isleña en tan duras condiciones ha permitido relanzar los programas sociales de la revolución, perfeccionándolos e iniciando otros nuevos, no sólo en la salud, la educación y la seguridad social, sino en aspectos tan sensibles como la vivienda.
Aún la guerra económica de Estados Unidos impone estrecheces en la vida cotidiana, pero las realizaciones de los últimos años fortalecen la decisión de resistencia y renuevan la confianza de los ciudadanos en el socialismo cubano, como se ha demostrado durante la convalecencia de Fidel Castro.
Sin estas premisas sería inimaginable el viaje a Cuba de los parlamentarios estadounidenses. En medios internacionales se ha mencionado el ofrecimiento de diálogo formulado por Raúl Castro en el discurso del 2 de diciembre y la enfermedad de Fidel, dando por muerto al paciente en recuperación, como justificación de esta visita, pero estas supuestas razones carecen de asidero. No es nueva la posición oficial de La Habana, desde el inicio del conflicto con Estados Unidos, a solucionarlo mediante el diálogo siempre que aquel acepte, como reiteró el presidente cubano en funciones, “nuestra condición de país que no tolera sombras a su independencia y sobre la base de los principios de igualdad, reciprocidad y respeto mutuo.” Quien conozca, por otro lado, la revolución cubana puede entender perfectamente que una eventual ausencia de Fidel no modificará su curso.
La delegación de parlamentarios estadounidenses ha dicho muy claro que el gobierno de Estados Unidos debe cambiar su política hacia Cuba e iniciar un diálogo “en este momento” con sus autoridades. Dos de ellos, Jeff Flake y Bill Delahunt presentarán iniciativas para facilitar los viajes y el envío de remesas a sus familias en la isla por los cubanoestadounidenses.
Son pasos en la dirección correcta, pero mientras Bush el nazi ocupe la Casa Blanca no tienen posibilidades de prosperar.
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