El metro es la medida
Quien quiera ser alcalde de Bogotá debe comprometerse con el Metro
02/02/2007
- Opinión
Bogotá tuvo el metro a la mano: viabilidad financiera y técnica (Documento Conpes 2999), compromiso de la Nación (Convenio de Monserrate entre Samper y Peñalosa), dinero suficiente (transferencias y sobretasa a la gasolina), y un Plan de Desarrollo, “Por la Bogotá que queremos”, que consignó la creación de las empresas Metro S.A. y Transmilenio S.A., como soportes del Sistema Integrado de Transporte Masivo (SITM).
Por fin, después de 50 años estudiándolo, superaríamos la mentalidad cortoplacista y el complejo de pobres que siempre hizo a los gobiernos verlo inalcanzable. Con el transporte masivo esta urbe diría adiós a los buses en montonera y pasajeros apretujados como vacas.
Más pasajeros movilizados a mayor velocidad, en confortables equipos férreos, de última tecnología, amables con el ambiente, con el transporte colectivo y particular circulando en orden por vías despejadas, confirmarían al metro como gran re-estructurador urbano, potenciador de la productividad: progreso y calidad de vida genuinos.
Pero el alcalde Peñalosa, con nadadito de perro, engavetó el metro y chancleteó a fondo por las troncales. Los ciudadanos vieron obras a granel, venía ‘lo nuevo’, pero qué va: era lo viejo con factura reciente. Cuando denunciamos el desmonte del Plan y el marchitamiento del metro, nos tildó de locos ante una opinión ensordecida por sus aluviones publicitarios.
Con más apremio que tino coronó su jugada y después, con mucha maña, hizo que los buses, y sólo eso, se volvieran “el transporte masivo”. El Grupo de los Nueve concesionarios, los cementeros del relleno fluido y otros ganadores, con las manos chorreando billetes, celebraron el logro exhibiendo la postal de los buses rojos por doquier. La plata, las vías, los terrenos, todo lo del metro lo destinaron a Transmilenio: nos metieron gato por liebre.
Pero no hay “crimen” perfecto. Seis años después de puesto a rodar, con dos fases en operación (84 kilómetros de troncales a costos estrambóticos) Transmilenio sólo transporta el 18% de la demanda, las demoras son insufribles y el maltrato a los usuarios, enojoso. Hemos gastado más de 23.000 millones en reparar losas (chorro que sólo parará cuando todas estén hechas otra vez), y a los incómodos desvíos se suma el deterioro del 95% de las estaciones.
Transmilenio, un avance frente al despelote anterior, terminó siendo odiado porque sus promotores lo utilizaron mal. De complemento del metro pasó a ser su reemplazo. El cambiazo de Peñalosa y Pastrana que los siguientes acogieron sin chistar, -hacer un metro con buses rigidizando lo flexible (un contrasentido técnico)- se convirtió en un tiro por la culata. Plata les está dando, y mucha (inversión pública, utilidad privada), pero el daño a la ciudad es indudable.
Por eso ya no engatusan a nadie. En esta crisis de movilidad cada día más grave, a excepción de ellos mismos, nadie quiere seguir con lo que no fue solución: ni troncales por la 7ª, ni en la vía al aeropuerto. Los bogotanos piden a gritos meeeeeeeeeetroooooooooo. O tranvía. Pero no más articulados.
En rigor, los trenes son lo moderno. Toda ciudad avanzada de Europa, Asia o USA tiene metro y tranvías. En Curitiba, la pionera, suspendieron las troncales y van por el metro. En Santo Domingo le rechazaron al Banco Mundial los buses y están construyendo una línea de metro de 15 kilómetros, a 22 millones de dólares cada uno. Santiago de Chile tardó tres décadas en hacer 40 Kms de líneas de metro, pero en los últimos seis años avanzó en la construcción de más de 60 kms proyectando invertir USD$900 millones en 18 Kms nuevos de la red de Metro para el 2007. Y todavía Peñalosa, sabiendo nosotros los costos de la Fase II (25 millones de dólares el kilómetro), pretende hacernos creer que ¡“el metro es caro y Transmilenio barato”!
Ahora bien, en lo relacionado con el esquema de concesión, mientras ‘nuestro’ Transmilenio les dejó a los operadores privados la bicoca de 72 mil millones de pesos de ganancias adicionales en 5 años, en Santiago de Chile la concesión del Metro le entregó a la ciudad (óigase bien: a la ciudad) recursos por 80 mil millones de pesos durante el 2006. Algo va de Pedro a Juan.
Debemos recuperar la idea del metro como eje del transporte masivo y de los buses como sus alimentadores. Es el derecho de las cosas. Si Peñalosa y compañía no hubiesen efectuado el cambiazo, el primer tramo del metro se habría estrenado en el 2004 y el otro en el 2007 (¿se imaginan?). Pero la cinta la habría cortado Lucho. ¡Ni más faltaba!
Bogotá medirá la seriedad de los candidatos a la alcaldía por su compromiso con el metro. Insistir en troncales contaminadas de ACPM como propone el peñalosismo, es un desaguisado inaceptable.
Por lo tanto, el Metro es la medida.
- Bruno Díaz, Concejal de Bogotá
Polo Democrático Alternativo
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 47
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org
Por fin, después de 50 años estudiándolo, superaríamos la mentalidad cortoplacista y el complejo de pobres que siempre hizo a los gobiernos verlo inalcanzable. Con el transporte masivo esta urbe diría adiós a los buses en montonera y pasajeros apretujados como vacas.
Más pasajeros movilizados a mayor velocidad, en confortables equipos férreos, de última tecnología, amables con el ambiente, con el transporte colectivo y particular circulando en orden por vías despejadas, confirmarían al metro como gran re-estructurador urbano, potenciador de la productividad: progreso y calidad de vida genuinos.
Pero el alcalde Peñalosa, con nadadito de perro, engavetó el metro y chancleteó a fondo por las troncales. Los ciudadanos vieron obras a granel, venía ‘lo nuevo’, pero qué va: era lo viejo con factura reciente. Cuando denunciamos el desmonte del Plan y el marchitamiento del metro, nos tildó de locos ante una opinión ensordecida por sus aluviones publicitarios.
Con más apremio que tino coronó su jugada y después, con mucha maña, hizo que los buses, y sólo eso, se volvieran “el transporte masivo”. El Grupo de los Nueve concesionarios, los cementeros del relleno fluido y otros ganadores, con las manos chorreando billetes, celebraron el logro exhibiendo la postal de los buses rojos por doquier. La plata, las vías, los terrenos, todo lo del metro lo destinaron a Transmilenio: nos metieron gato por liebre.
Pero no hay “crimen” perfecto. Seis años después de puesto a rodar, con dos fases en operación (84 kilómetros de troncales a costos estrambóticos) Transmilenio sólo transporta el 18% de la demanda, las demoras son insufribles y el maltrato a los usuarios, enojoso. Hemos gastado más de 23.000 millones en reparar losas (chorro que sólo parará cuando todas estén hechas otra vez), y a los incómodos desvíos se suma el deterioro del 95% de las estaciones.
Transmilenio, un avance frente al despelote anterior, terminó siendo odiado porque sus promotores lo utilizaron mal. De complemento del metro pasó a ser su reemplazo. El cambiazo de Peñalosa y Pastrana que los siguientes acogieron sin chistar, -hacer un metro con buses rigidizando lo flexible (un contrasentido técnico)- se convirtió en un tiro por la culata. Plata les está dando, y mucha (inversión pública, utilidad privada), pero el daño a la ciudad es indudable.
Por eso ya no engatusan a nadie. En esta crisis de movilidad cada día más grave, a excepción de ellos mismos, nadie quiere seguir con lo que no fue solución: ni troncales por la 7ª, ni en la vía al aeropuerto. Los bogotanos piden a gritos meeeeeeeeeetroooooooooo. O tranvía. Pero no más articulados.
En rigor, los trenes son lo moderno. Toda ciudad avanzada de Europa, Asia o USA tiene metro y tranvías. En Curitiba, la pionera, suspendieron las troncales y van por el metro. En Santo Domingo le rechazaron al Banco Mundial los buses y están construyendo una línea de metro de 15 kilómetros, a 22 millones de dólares cada uno. Santiago de Chile tardó tres décadas en hacer 40 Kms de líneas de metro, pero en los últimos seis años avanzó en la construcción de más de 60 kms proyectando invertir USD$900 millones en 18 Kms nuevos de la red de Metro para el 2007. Y todavía Peñalosa, sabiendo nosotros los costos de la Fase II (25 millones de dólares el kilómetro), pretende hacernos creer que ¡“el metro es caro y Transmilenio barato”!
Ahora bien, en lo relacionado con el esquema de concesión, mientras ‘nuestro’ Transmilenio les dejó a los operadores privados la bicoca de 72 mil millones de pesos de ganancias adicionales en 5 años, en Santiago de Chile la concesión del Metro le entregó a la ciudad (óigase bien: a la ciudad) recursos por 80 mil millones de pesos durante el 2006. Algo va de Pedro a Juan.
Debemos recuperar la idea del metro como eje del transporte masivo y de los buses como sus alimentadores. Es el derecho de las cosas. Si Peñalosa y compañía no hubiesen efectuado el cambiazo, el primer tramo del metro se habría estrenado en el 2004 y el otro en el 2007 (¿se imaginan?). Pero la cinta la habría cortado Lucho. ¡Ni más faltaba!
Bogotá medirá la seriedad de los candidatos a la alcaldía por su compromiso con el metro. Insistir en troncales contaminadas de ACPM como propone el peñalosismo, es un desaguisado inaceptable.
Por lo tanto, el Metro es la medida.
- Bruno Díaz, Concejal de Bogotá
Polo Democrático Alternativo
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 47
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/es/active/15431
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