Entre la lucha por la sobrevivencia y la lucha por la regularización

El movimiento de los y las ecuatorianos/as sin papeles en Bélgica

06/01/2007
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Jackeline llegó a Bélgica, como muchos hombres y mujeres de su país y de tantos otros países menos desarrollados en el mundo, buscando el sueño de una vida más digna en Europa y escapando de la pobreza creciente que cada vez agobiaba más a su familia en Ecuador. Ella logró no sólo llegar sino también y tras muchos esfuerzos, reunir a su familia en Bruselas, su esposo y su hija, con quienes vive en esta ciudad desde hace 8 años. Sin embargo, la vida para Jackeline y su familia en Bélgica no ha sido propiamente el cumplimiento de ese sueño que alguna vez construyó; muy por el contrario ha sido una vida de trabajo clandestino y mal pagado, de difícil integración en la sociedad belga, sus costumbres y su idioma, una vida apurada por el miedo permanente de caer en manos de alguna autoridad sin ser en absoluto una delincuente, una vida llena de derechos limitados. Y todo eso por una razón particular: el hecho de ser una inmigrante sin papeles.

Como Jackeline podríamos hablar de Antonio, María, Luis y tantos otros hombres y mujeres, ecuatorianos y ecuatorianas, que se encuentran viviendo en Bélgica en situación de irregularidad desde hace ya años. La mayoría de ellos llegaron a Bélgica antes del 2002, año en que debido a la creciente llegada de personas provenientes del Ecuador que entraban como turistas y se quedaban en Europa, la Comunidad Europea comenzó a exigir el visado Shengen a los ciudadanos/as de dicho país para ingresar al territorio de cualquiera de los países miembros de la Comunidad. Desde entonces ninguno de aquellos que decidieron quedarse irregularmente y que todavía siguen aquí, ha podido o a querido volver a casa porque simplemente no podrían volver a entrar en Europa: personas que llevan años sin ver a sus madres, padres, esposos/as o hijos.

Todos y todas comparten los mismos miedos ante posibles redadas de la policía, o ante el hecho de ser abordados en la calle para presentar sus papeles, todos y todas quieren trabajar legalmente y poder sostener a sus familias sin afanes aquí o allá (en Ecuador), todos y todas quieren que sus hijos al terminar la escuela puedan continuar sus estudios superiores y trabajar; es por eso que todos y todas siguen con atención las noticias en la televisión esperando, algunos con más y otros con menos esperanza, el anhelado anuncio de una resolución gubernamental que les permitirá por fin acceder a la regularización. Pero el anuncio no llega, nunca ha llegado. Los ecuatorianos sin papeles llevan meses esperando, anhelando y temiendo...

Acciones en busca de reconocimiento

…Por ello, era necesario pasar de la espera a la acción, buscar maneras de hacer presión para encontrar las respuestas que necesitan, las que les permitirán un día ejercer libremente y legalmente todos sus derechos fundamentales actualmente tan limitados en el país de acogida como un día lo fueron en su propio país de origen. Por esta razón, desde el mes de abril de 2006, se convirtieron en parte de una especie de “movimiento de los ocupantes”.
Este movimiento, sin existir de manera formal, se caracteriza por acciones de ocupación de iglesias y otras edificaciones públicas que desde hace algún tiempo grupos de inmigrantes irregulares de diferentes nacionalidades han venido desarrollando en Bruselas para hacerse visibles ante el estado y la sociedad belgas y pedir con ello su regularización.

El grupo de ecuatorianos sin papeles se unió inicialmente a este movimiento ocupando, el 24 de abril de 2006, la iglesia de la municipalidad de Anderlecth junto con grupos de inmigrantes de muchas otras nacionalidades, no sólo latinoamericanos sino también provenientes de países del África, llegando a ser en algún momento unos 700 ocupantes concentrados que pasaban los días y las noches en el lugar.

Posteriormente los ecuatorianos, buscando una atención particularizada a su caso pero también por las dificultades de convivencia que una mezcla tan multicultural y masiva de personas pueda seguramente causar, decidieron trasladarse hacia la Iglesia de Saint Alène en Saint Gilles, un barrio de Bruselas caracterizado por una fuerte presencia de inmigrantes latinoamericanos, donde todavía se encuentran actualmente.

Llegaron a ocupar la iglesia con la misma intencionalidad básica: la visibilidad y la presión como grupo inmigrante en Bélgica que aboga pacíficamente por la regularización de su estatus migratorio en el país. A su llegada a Saint Alène se hizo una primera lista con la firma de 180 personas; sin embargo, poco a poco y después de 6 meses muchos y muchas se han cansado de luchar y de esperar y se han ido; han vuelto a la clandestinidad o han migrado nuevamente hacia países como España que, al parecer, cuenta con políticas más favorables para la regularización de los inmigrantes. 

Actualmente apenas unas 35 personas siguen siendo parte activa de la lista en Saint Alène permaneciendo a la espera de que “se le remueva la conciencia al ministro” y por fin les den a todos el permiso de residencia y de trabajo en el país. Ya no permanecen día y noche en la iglesia, sino que entre todos se turnan para pasar una determinada cantidad de horas a la semana en el lugar, lo cual les permite seguir trabajando y “buscándose la vida”. Sin embargo, dicen, “no es fácil mantenerse y tampoco parece haber muchas esperanzas”.

La posición gubernamental

Según Marie Nagy, diputada del Partido Ecologista Belga (Partido Verde) que apoya el movimiento y las demandas de los sin papeles, “la política actual del gobierno belga es de no dar papeles y de restringir cada vez más la entrada de extranjeros en Bélgica”. Según explica la diputada, dentro de la ley belga existen 2 posibilidades para que un extranjero llegue a regularizar su situación en el país, ambas cada vez más remotas: la solicitud de asilo político, que es aplicado por el gobierno belga de manera muy estrecha, y la apelación al articulo 9.3 de la ley 80, que permite a la oficina de extranjeros tomar decisiones sobre regularización “por razones humanitarias”; no obstante, un 80% de los casos que apelan a dicha ley son denegados.

A principios de 2006, la UDEP (Unión Nacional de Defensa de los sin Papeles) realizó diversas acciones tendientes a generar un movimiento en el parlamento para una ley de regularización más justa, con criterios objetivos y claros para dar el permiso de residencia en el país a los inmigrantes (por ejemplo por tiempo de estadía acumulada, hijos escolarizados, entre otros). Sin embargo no se logró una mayoría y la iniciativa se cayó, con lo que ahora el combate debe volver a empezar desde cero y a luchar con la oposición del partido flamenco, de ideología bastante conservadora y que se manifiesta fuertemente en desacuerdo con una ley de regularización demasiado laxa.

Entre la esperanza y la incertidumbre

Mientras las cosas terminan de decidirse en el parlamento, en las calles de Bruselas las detenciones a personas sin papeles continúan. Una cantidad considerable de estas personas van a parar a los que han sido llamados “centres fermées” (centros cerrados), lugares comparables con prisiones en los que hombres, mujeres y niños/as migrantes llegados allí por diferentes razones y en diferentes circunstancias, esperan la decisión de ser expulsados del territorio belga y sufren constantes abusos a sus derechos fundamentales como seres humanos, derechos que nada tienen que ver con el estatus legal de una persona en el territorio de un país. (Malos tratos de parte de los guardianes, personas que son encerradas en calabozos injustificadamente, casos psiquiátricos no atendidos debidamente…)

Entre tanto, los ecuatorianos sin papeles siguen allí, resistiendo y alentándose unos a otros, generando acciones internas y externas de solidaridad y buscando mayores soportes que les ayuden a ser más fuertes en su lucha. Desgraciadamente han comprobado que en los momentos difíciles aquellos a quienes ellos consideraban sus aliados les han cerrado las puertas. Es el caso de las representaciones diplomáticas del Ecuador en Bélgica, que hasta el momento han mantenido los oídos sordos ante los llamados de auxilio de los sin papeles. Al parecer sería un riesgo político demasiado alto defender a sus ciudadanos en dicho país, independientemente del estatus que tengan, comparado con las ventajas que los acuerdos de cooperación entre los dos gobiernos puedan arrojar. Una más de las malévolas paradojas de la mundialización.

Afortunadamente, hasta el momento los y las ecuatorianos/as han contado con el apoyo del Párroco de la iglesia, quien les ha acompañado en su lucha todos estos meses. También han contado con el apoyo de la Casa Latinoamérica, organización sin ánimo de lucro que les ha prestado soporte logístico y en algunas ocasiones, financiero. Igualmente cuentan con la ayuda de personas voluntarias que les acompañan y asesoran, como algunos estudiantes universitarios también latinoamericanos que se han solidarizado y comprometido con su causa. Estos apoyos constituyen un pilar que ayuda al grupo a seguir resistiendo, luchando y esperando.

Así, los días siguen pasando para Jackeline, Antonio, María, Luís y los demás; entre la lucha por la sobrevivencia y la lucha por la regularización. En sus caras se ve la fuerza y en sus miradas, un leve brillo que demuestra que a pesar de las constantes adversidades, el sueño por una vida más digna para ellos y sus familias no se ha muerto: es ahí donde se esconde el aceite que engrasa el motor de sus esperanzas.

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