La prepotencia de la jerarquía católica romana
16/03/2007
- Opinión
La muerte “eclesial” del Teólogo y Profeta Jon Sobrino me recuerda la sentencia de Jesús de Nazaret en contra de la jerarquía judía: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus pollitos bajo las alas, pero no quisiste! Pues miren el hogar de ustedes va a quedar abandonado (…), no volverán a verme hasta que digan: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mt.23, 37-39). Hoy, esta malaventuranza se cierne sobre la actual jerarquía Católica Romana que acaba de condenar (matar teológicamente) a nuestro hermano Jon Sobrino.
La sentencia inquisitorial de la Congregación para la Doctrina de la Fe condena a Sobrino por presentar y creer en un Jesús histórico cuya misión fue y es la proclamación del Reino de Dios desde los empobrecidos. Bajo este argumento Ratzinger (actual Papa Benedicto XVI) debería condenar a más del 90% de los católicos de Latinoamérica y suspender su pomposa e insensible visita del próximo mes de mayo a la Aparecida (Brasil). A todos cuantos gastamos nuestra vida intentando vivir en fidelidad al Evangelio y al pueblo de América Latina nos indigna y lastima las permanentes masacres que sufren nuestros hermanos mayores en la reflexión y en la fe: Los teólogos profetas.
Ayer fue Jesús de Nazaret, luego sus seguidores como Hans Kung (1975 y 1980), Jacques Pohier (1979), E. Schillebeeckx (1980, 1984 y 1986), Leonardo Boff (1985), Charles Curran (1986), Tissa Balasuriya (1997), Anthony de Mello (1998), Reinhard Messner (2000), Jacques Dupuis y Marciano Vidal (2001), Roger Haight (2004), y muchos otros.
Estos seguidores de Jesús fueron acusados, juzgados y sentenciados por Ratzinger, sin posibilidad de una defensa digna, como indica Jon Sobrino al referirse a su caso: "No me siento representado en absoluto en el juicio global de la notificatio. Por ello no me parece honrado suscribirla. Pienso que avalar esos procedimientos para nada ayuda a la Iglesia de Jesús, ni a presentar el rostro de Dios en nuestro mundo, ni a animar al seguimiento de Jesús, ni a la ‘lucha crucial de nuestro tiempo’, la fe y la justicia. Lo digo con gran modestia” (Carta de P. Jon Sobrino al P. Peter - Hans Kolvenbach).
La cada vez más solitaria jerarquía católica de Roma, por instinto de sobrevivencia, debería revisar su prepotencia universalista. Hoy, ya no es tiempo de las sujeciones, ni sumisiones cadavéricas medievales, ni mucho menos de las ejecuciones inquisitoriales. El Evangelio dice: “Si ellos no hablan, las piedras gritarán”. Ahora, ya nadie puede silenciar la irrupción de la Palabra. Con estas determinaciones la jerarquía católica de Roma va camino a su extinción política, intelectual y moral.
Roma debe aprender del por qué los pobres de América Latina optaron por las iglesias evangélicas. Perdió a la clase obrera por sus sospechas comunistas. Está perdiendo a sectores completos de mujeres, campesinos e indígenas, fecundos en espiritualidad. En poco tiempo, la jerarquía católica romana terminará como un aislado satélite más del Opus Dei, abandonada por los cristianos y por el Dios de los empobrecidos.
La sentencia inquisitorial de la Congregación para la Doctrina de la Fe condena a Sobrino por presentar y creer en un Jesús histórico cuya misión fue y es la proclamación del Reino de Dios desde los empobrecidos. Bajo este argumento Ratzinger (actual Papa Benedicto XVI) debería condenar a más del 90% de los católicos de Latinoamérica y suspender su pomposa e insensible visita del próximo mes de mayo a la Aparecida (Brasil). A todos cuantos gastamos nuestra vida intentando vivir en fidelidad al Evangelio y al pueblo de América Latina nos indigna y lastima las permanentes masacres que sufren nuestros hermanos mayores en la reflexión y en la fe: Los teólogos profetas.
Ayer fue Jesús de Nazaret, luego sus seguidores como Hans Kung (1975 y 1980), Jacques Pohier (1979), E. Schillebeeckx (1980, 1984 y 1986), Leonardo Boff (1985), Charles Curran (1986), Tissa Balasuriya (1997), Anthony de Mello (1998), Reinhard Messner (2000), Jacques Dupuis y Marciano Vidal (2001), Roger Haight (2004), y muchos otros.
Estos seguidores de Jesús fueron acusados, juzgados y sentenciados por Ratzinger, sin posibilidad de una defensa digna, como indica Jon Sobrino al referirse a su caso: "No me siento representado en absoluto en el juicio global de la notificatio. Por ello no me parece honrado suscribirla. Pienso que avalar esos procedimientos para nada ayuda a la Iglesia de Jesús, ni a presentar el rostro de Dios en nuestro mundo, ni a animar al seguimiento de Jesús, ni a la ‘lucha crucial de nuestro tiempo’, la fe y la justicia. Lo digo con gran modestia” (Carta de P. Jon Sobrino al P. Peter - Hans Kolvenbach).
La cada vez más solitaria jerarquía católica de Roma, por instinto de sobrevivencia, debería revisar su prepotencia universalista. Hoy, ya no es tiempo de las sujeciones, ni sumisiones cadavéricas medievales, ni mucho menos de las ejecuciones inquisitoriales. El Evangelio dice: “Si ellos no hablan, las piedras gritarán”. Ahora, ya nadie puede silenciar la irrupción de la Palabra. Con estas determinaciones la jerarquía católica de Roma va camino a su extinción política, intelectual y moral.
Roma debe aprender del por qué los pobres de América Latina optaron por las iglesias evangélicas. Perdió a la clase obrera por sus sospechas comunistas. Está perdiendo a sectores completos de mujeres, campesinos e indígenas, fecundos en espiritualidad. En poco tiempo, la jerarquía católica romana terminará como un aislado satélite más del Opus Dei, abandonada por los cristianos y por el Dios de los empobrecidos.
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