2 de abril: día internacional del libro infantil y juvenil
27/03/2007
- Opinión
“No hay fragata como un libro
para llevarnos hacia tierras lejanas;
ni caballos como una página
de poesía que cabriola.
Esa travesía la puede tomar el más pobre
sin que le oprima la fatiga.
Cuán austera es la carroza, el libro,
que transporta hasta las estrellas
al alma humana”
Emily Dickinson
para llevarnos hacia tierras lejanas;
ni caballos como una página
de poesía que cabriola.
Esa travesía la puede tomar el más pobre
sin que le oprima la fatiga.
Cuán austera es la carroza, el libro,
que transporta hasta las estrellas
al alma humana”
Emily Dickinson
1. Nutrirse con el pan de nuestros propios hornos
Un viejo profesor, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, nos decía que “la mejor manera de hacer patria era componiendo un vals, una marinera, un huayno, un taquirari o una mulisa”. Y es aquello en lo cual más he creído cuando he visto cómo culturalmente nos subordinamos hasta en nuestras fiestas y alegrías a todo patrón social, cultural y artístico que nos viene de los centros de poder mundial.
Sin embargo, y parafraseando la afirmación de ese viejo maestro, ecuánime e impecable, ahora diría que la mejor manera de identificarse con nuestro pueblo, su historia y su destino, es haciendo libros para niños, promocionando la lectura, animando la literatura infantil, activismo y voluntariado a favor de hacer que de manera voluntaria el niño, joven y ciudadano en general lean y adopten valores de manera autónoma, que es lo que ocurre cuando se siembran libros y lectura que él acoge, adopta y recrea.
Creo, sinceramente, que es un imperativo moral de todo intelectual en nuestro medio –aparte de aquel compromiso ineludible de asumir y expresar toda la verdad, ética como estética– escribir buena parte de su obra destinándola a los niños y jóvenes, tan carentes y desasidos de lecturas y textos pertinentes para su edad, momento en el cual se tiene la mejor disposición anímica y el tiempo para leer, y no están cerradas sino abiertas y lacerantes las preguntas y las heridas que nos impulsan a retarle a los dioses con nuestras querellas e interpelaciones, como es la infancia y la juventud.
Por cumplir este compromiso debería estársenos prohibido –quizá exageremos el sentido de la expresión– morir, perecer o perder la vida; en razón de este propósito debiera denegarsenos a los escritores toda complacencia, descanso y jubilación. Y hasta debe regir que si no cumple con ese imperativo categórico está prohibido que la muerte se apiade de su cuerpo descalabrado y maltrecho.
2. Algo que nos va a permitir salvarnos a todos
Escribir para niños, hacer un libro o editar una revista dirigida a ellos, aquí y ahora, es la respuesta adecuada y correcta a nuestra responsabilidad de mayores de edad, de padres de familia y de intelectuales cuyo primer deber es hacer que existan libros propios para nuestros hijos, obras legítimas, nacidas aquí, al calor de nuestras hogueras, desde nuestras propias dudas y perplejidades y arrancadas desde el fondo de nuestras entrañas.
Y no estar consintiendo el hecho inmoral que ellos tengan que nutrirse mayormente con el pan de otras mesas y el yantar de otras casas, el mismo que resulta alimento que no les nutre; o, peor aún, mendrugo, menudencia o plato sobrante del banquete de otras fiestas, cuando en este aspecto es intransferible que la celebración sea en nuestra propia casa y en base a nuestros quereres más sentidos.
Proceder a escribir para niños y jóvenes es un acto que considero dichoso artísticamente y moral, que nos redimiría a todos. Lógicamente, no contribuye, por ahora, a ganar prestigio a un intelectual canónigo, dado que no da esa aureola de cosmopolitismo, de vanguardia perspicaz y clarividente, de escribir con tanta furia y genialidad -artificialidad pura- que pocos, ninguno y hasta los autores mismos no se entienden ni menos son capaces asumir como pauta de vida, razón por la cual tienen que usar poses y un lenguaje afectado y críptico.
Este compromiso incluso puede significar trabajar en algo que se considera pueril, venido a menos y hasta mediocre, porque así se tipifica al arte para niños, género que bien puede condenar a un autor al menosprecio, porque se valoran más las actitudes de intelectual maldito, anormal y hasta psicópata, en suma inescrupuloso; comportamiento que curiosamente asegura imagen y su consiguiente publicidad. Hay por eso el prurito de escribir difícil y aparentar ser soberbio aunque en el fondo seamos unas moscas, se alucina -y se actúa así- ser vandálicos e iconoclastas aunque en el fondo tengamos la cobardía de una malagua; pero es la moda que marca e impone la alienación.
Frente a todo ello un acto de valor es ser sencillos, cabales y auténticos. ¿A qué tanta farsa? Comportémonos más de acuerdo a nuestra realidad. Un buen intelectual, para nuestro país, no es aquel que logre escribir obras insólitas o extravagantes o que ostenten una calidad fuera de lo común, sino aquel que mejor responde a su circunstancia, a su sociedad y a su misión.
Y debemos también dejar la arrogancia de creer que somos más sutiles, acrisolados y superiores a los niños, entendiendo de una vez por todas, que trabajar por ellos es trabajar no únicamente por algo diáfano y justo sino por aquello que ha de permitir que nos salvemos todos.
3. Tiempo valioso: el tiempo de ser niños
Sylvia Puentes de Oyendard, Presidenta Fundadora de la Asociación Uruguaya de Literatura Infantil-Juvenil, quien dirige además la Cátedra de Literatura para Niños y Jóvenes “Juana de Ibarbourou”, en coordinación con el Ministerio de Educación y Cultura y la Biblioteca Nacional del Uruguay, ha señalado que el Perú cuenta con uno de los mejores planteles de especialistas en literatura infantil de América Latina; y precisa en su libro Girasol de poesía:
“En pocos países, como en el Perú, existen tantos grupos trabajando por la literatura para niños y jóvenes. La multiplicidad ha enriquecido la variedad de opiniones sobre las fuentes originales. Numerosos ensayistas han abordado el tema desde la rica tradición incaica hasta nuestros días…”
De otro lado acaba de fundarse, y ya viene funcionando en Lima, la Maestría Internacional de Literatura Infantil-Juvenil y Animación a la Lectura, organizada por la Universidad Católica Sedes Sapientiae en convenio con universidades de varios países como Brasil y Chile. Sin embargo, la pujanza de la literatura infantil en una sociedad no radica en el debate ni en la crítica, tampoco en los estudios de las personas versadas, ni en los planteamientos novedosos en la promoción de la literatura infantil como tema, sino que ella reside en la presencia de libros infantiles propios para los niños en sus hogares, en sus escuelas y en su ámbito comunal.
En donde se centra, se plasma y se concreta la literatura infantil no es en las consideraciones acerca de su importancia y su rol, menos radica en las buenas intenciones, ni en la óptica que como adultos nos esforcemos en entender, sino que se anima y resuelve en actos de lectura concreta y efectiva –y ojalá apasionada– basada en la presencia de libros infantiles originales, en la lectura creativa de dichas obras que hagan los niños ilusionados de nuestras comarcas.
La literatura infantil no tiene por qué estar limitada al escritorio de los expertos, a existir en las fichas minuciosas de libros raros que hacen diez o veinte personas que nos hemos dedicado a hablar últimamente de este asunto que a la mayoría deja perplejos; de autores a los cuales hay que buscarlos en las guías telefónicas o en los directorios circunstanciales de los eventos académicos.
La literatura infantil no puede ser solo asunto de entendidos, hecho injusto de aceptar sin que nos subleve y erice, desperdiciando así un tiempo valioso: el tiempo del niño, período de exploración y conocimiento del mundo y de sí mismos, etapa de formación que hay que orientar e impulsar para que después haya lectores de poesía, novela, ensayo, teatro; e infatigables contertulios de libros científicos, de obras de tesis, de ensayo y de reflexión; lectores que hoy hacen falta para acometer con fortaleza y eficacia el desarrollo de nuestros pueblos.
4. Edición de publicaciones infantiles
Reconozcamos en cada libro para niño que se edita en nuestros países, en este acto paciente, devoto y amoroso, felizmente no sensacional, un gesto que en el fondo tiene un extraordinario valor. Y celebrémoslo como una festividad, como un suceso afortunado y trascendental, e integrémoslo al hecho cultural más significativo y al devenir histórico fundamental de nuestras sociedades.
E insuflemos a la literatura principalmente de identidad. Europa hizo una cuentística para niños y jóvenes en base a su folclore y que ha sido reconocida y aceptada después por todos los pueblos de la tierra como la literatura universal. Porque así es. Es una paradoja, dado que nada puede ser más local que el folclore. Pero a la vez es la expresión más reveladora, genuina y significativa de una comunidad. Hagamos también lo propio, eduquemos y formemos lectores en base a nuestra identidad y a nuestro folclore para alcanzar universalidad.
Cuando la imprenta de caracteres móviles apareció en occidente manipulada por Johannes Gutenberg, hacia el año 1450, se dio inicio a la actividad editorial que fue inmediatamente calificada como la “madre de todas las ciencias”. Hecho que también es verdad. Las ediciones de libros aseguran el registro y la memoria de todos los conocimientos, así como su propagación y consecuente recreación.
Antes, para editar un libro se necesitaba licencia de los Reyes. Eso queda evidente y palmariamente demostrado al revisar una obra muy a la mano: las primeras páginas de El Quijote de la Mancha donde su propio autor, don Miguel de Cervantes, lo aclara y deja muy bien establecido. Ahora bien, en muchas de estas gestiones se arriesgaba la vida porque de la lectura que hacían los censores se podía pasar a la cárcel y después a la hoguera denunciado como hereje, apóstata o subversivo. Ahora que no se necesita tal anuencia, ni hay el temor de ir al cadalso por escribir o editar un libro, entonces ¿por qué no hacer más profusas las ediciones de libros para niños y jóvenes en nuestra realidad?
Los libros echan más luz a la luz del sol que ilumina el mundo, llenan la infancia de asombro, maravilla y expectación; añaden al milagro de la vida el esplendor de todo aquello que el alma y la mente humana y divina han logrado develar. Nos colman de esperanza.
Hacen que a lo inmenso y sorprendente de la vida le agreguemos el hecho inefable de tocar con ellos el infinito y la eternidad.
- Danilo Sánchez Lihón, Instituto del Libro y la Lectura del Perú, INLEC
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