El activismo social continúa fuerte
15/01/2002
- Opinión
Uno de los columnistas
del centenario diario "La Nación", de Buenos Aires, escribió
luego de la caída de dos presidentes en una semana que los
cacerolazos se habían convertido en una moderna guillotina, no
menos contundente que aquella. Esta impresión debió haber
tenido el flamante presidente Eduardo Duhalde cuando el jueves
último la guardia presidencial le hizo saber que una multitud
estaba comenzando a rodear la residencia presidencial de Olivos,
en el Gran Buenos Aires, haciendo sonar las cacerolas. Según
cuenta la crónica periodística, Duhalde dio orden de no impedir
la manifestación y esperar el resultado de los acontecimientos.
La movilización de centenares de personas comenzó a eso de las
diez de la noche, cuando el presidente se disponía a cenar con
su familia y un grupo de colaboradores íntimos. Los últimos
grupos de manifestantes se retiraron a las 3 de la madrugada.
Fueron horas aciagas para el presidente y quienes lo
acompañaban. Les era imposible abandonar la residencia y temían
por su seguridad. Debió haber sido más que atemorizador
escuchar los golpes sobre cientos de cacerolas y sartenes, más
los gritos y cánticos de protesta durante cinco largas horas, a
pocos metros de distancia.
Pero la actitud de los manifestantes no era violenta. Por el
contrario, al igual que en otras calurosas noches de este verano
tan movido, la multitud estaba compuesta por decenas de familias
con sus hijos, incluso pequeños en sus cochecitos, amas de casa,
jubilados, hombres y mujeres trabajadores y empleados y muchos,
muchos jóvenes y adolescentes que en esta etapa de la vida
política argentina se han convertido en protagonistas de la
revuelta popular.
Los manifestantes expresaban su descontento con las nuevas
medidas económicas anunciadas y su condena a los bancos, a los
que culpan de la actual crisis por haber encabezado la fuga de
casi 20 mil millones de dólares en los últimos meses y que
continúan siendo los ganadores claros en la crisis porque las
medidas que han tomado tanto el gobierno de De la Rúa como el de
Duhalde preservan su poder financiero y económico. También
reclamaban la renuncia de la Corte Suprema de Justicia, a la que
acusan de sostener la corrupción y la impunidad de los que se
enriquecieron usufructuando de sus cargos públicos durante la
última década. "Paredón, paredón, a todos los corruptos que
vaciaron la nación" era uno de los cánticos más escuchados.
La movilización del jueves 10 reunió a miles de personas.
Comenzó en los barrios de clase media de la ciudad, fue juntando
participantes de las zonas céntricas, donde hay muchas pensiones
e inquilinatos, y finalizó como siempre en la histórica Plaza de
Mayo. Algunos observadores políticos se quejan porque dicen que
los argentinos parecen haber olvidado que la Constitución
Nacional define que el pueblo gobierna a través de sus
representantes y que, por lo tanto, la gente no debería alentar
con su participación esta suerte de asamblea popular constante.
Pero, a esta altura, habría que preguntarse dónde están estos
representantes. Muchos de ellos saben que no pueden aparecer en
público. Varios ya han sufrido en carne propia ser abucheados
en restaurantes, shoppings y paseos públicos. Incluso los
dueños de los locales, han "invitado a retirarse" a políticos y
gremialistas por temor a que las protestas de los comensales o
posibles clientes terminara en desmanes. El pueblo no se siente
representado por una clase dirigente que, en muchos casos,
participó de la fiesta neoliberal de la década del 90 y fue
incapaz de defender los derechos económicos y sociales de todos
cuando las empresas del Estado eran privatizadas a precio vil,
aumentaba el desempleo de 8% a casi 20%, se destruía la
industria nacional con importaciones a precio de dúmping, y la
cifra de pobres crecía dramáticamente, alcanzado al 41% de la
población actual.
El pueblo está interpelando a sus dirigentes, a los que toman
las decisiones en el poder, y exige transparencia y compromiso
con una nueva conducta política que abra la posibilidad a un
nuevo contrato social. Es cierto que a la clase media le
molesta mucho no poder acceder al dinero que tiene en sus
cuentas bancarias o a sus ahorros. Pero también es cierto que,
como nunca, la gente tiene plena conciencia del saqueo al que ha
sido sometido el país y que existen responsables directos de la
fuga de capitales y del vaciamiento de los fondos públicos. No
hay dinero circulante; no hay crédito; se ha cortado la cadena
de pagos; los que tienen dinero en los bancos no pueden
utilizarlo porque sus fondos han sido congelados; los salarios
han caído por la devaluación y cientos de miles de familias
pobres continúan sin tener respuestas mínimas a sus necesidades.
El gobierno sólo atina a dictar más medidas monetaristas y poco
se habla de incentivar la producción, procurar un renacimiento
de la industria, restituir el crédito interno y poner en marcha
planes sociales que permitan salir de la contingencia a los que
ya casi no tienen que comer.
Foros públicos Los argentinos no despertaron repentinamente el 19 de diciembre. Ya en las elecciones legislativas de octubre habían manifestado su rechazo a la clase dirigente y a los planes del gobierno, en particular los económicos. En esa oportunidad, 4 millones de votantes en todo el país prefirieron poner fetas de salame, la foto de Bin Laden o dibujos con personajes de historieta en su voto antes que una lista de candidatos que para ellos significaba más de lo mismo. A mediados de diciembre, se vivió una consulta popular sin precedentes cuando algo más de 3 millones de personas, en el recuento definitivo, se presentó voluntariamente a votar a favor de la propuesta del Frente Nacional contra la Pobreza. En terminales de ómnibus, estaciones ferroviarias, plazas y esquinas céntricas, pusieron su voto en las urnas a favor de que el Frente gestione ante las autoridades un subsidio para los jefes y jefas de familia desempleados y una bonificación por cada hijo de estas familias, con el fin de que los padres se capacitaran, los hijos asistieran a la escuela y las familias pudieran contar con el dinero suficiente como para vivir con cierta dignidad. Pero el gobierno de De la Rúa no prestó atención a estas demandas y se llegó a la revuelta popular. Ahora las calles, las plazas e Internet se han convertido en foros abiertos de discusión, de protesta y de creación de nuevas propuestas. Como herramienta de comunicación de la clase media urbana, por Internet circulan todo tipo de mensajes y análisis de la situación, como así también proclamas, invitaciones a los cacerolazos, denuncias contra políticos y sindicalistas, y modelos de cartas de protesta para enviar a las autoridades. Se dieron a conocer las direcciones electrónicas de todos los senadores y diputados nacionales como también de la presidencia y la Corte Suprema para enviar los mensajes de protesta. También las discusiones públicas están cobrando importancia. El jueves 10, al regresar de Plaza de Mayo, varias decenas de vecinos se sentaron en círculo en la intersección de dos concurridas avenidas para debatir los pasos a seguir. Era ya entrada la madrugada cuando se celebró esta asamblea al aire libre, en claro ejercicio de una ciudadanía alerta y lista a monitorear cada acto de gobierno. A pesar de la intención de reclamo pacífico que tienen los manifestantes, las protestas han terminado en acciones violentas. Al retirarse el grueso de la gente de la Plaza de Mayo, quedan grupos de 200 a 300 jóvenes y adolescentes, en su mayoría, que expresan sus demandas con actos de vandalismo. La policía ha identificado a estos grupos con organizaciones minoritarias de ultraizquierda o de sectores derechistas y con bandas de delincuentes comunes. Pero también entre los que rompen vidrieras, atacan las sucursales bancarias, queman interiores de negocios y enfrentan con piedras a la policía hay jóvenes de clase media enfurecidos. A sus abuelos les han recortado las jubilaciones y pensiones, a sus padres les retienen los ahorros en los bancos y les bajan los salarios y ellos enfrentan un futuro incierto, sin trabajo y sin posibilidades de progreso. Junto a sus pares de los sectores empobrecidos, sufren las consecuencias de la aplicación de políticas que poco tuvieron que ver con los intereses y necesidades del pueblo y que ahora dejan al descubierto la angustia y la desesperación de los que no están dispuestos a quedar excluidos para siempre. Desarrollar políticas que tengan en cuenta a los jóvenes y canalizar esta furia en acciones constructivas es una tarea ardua, pero necesaria, si se quiere pensar en un país con futuro.
Foros públicos Los argentinos no despertaron repentinamente el 19 de diciembre. Ya en las elecciones legislativas de octubre habían manifestado su rechazo a la clase dirigente y a los planes del gobierno, en particular los económicos. En esa oportunidad, 4 millones de votantes en todo el país prefirieron poner fetas de salame, la foto de Bin Laden o dibujos con personajes de historieta en su voto antes que una lista de candidatos que para ellos significaba más de lo mismo. A mediados de diciembre, se vivió una consulta popular sin precedentes cuando algo más de 3 millones de personas, en el recuento definitivo, se presentó voluntariamente a votar a favor de la propuesta del Frente Nacional contra la Pobreza. En terminales de ómnibus, estaciones ferroviarias, plazas y esquinas céntricas, pusieron su voto en las urnas a favor de que el Frente gestione ante las autoridades un subsidio para los jefes y jefas de familia desempleados y una bonificación por cada hijo de estas familias, con el fin de que los padres se capacitaran, los hijos asistieran a la escuela y las familias pudieran contar con el dinero suficiente como para vivir con cierta dignidad. Pero el gobierno de De la Rúa no prestó atención a estas demandas y se llegó a la revuelta popular. Ahora las calles, las plazas e Internet se han convertido en foros abiertos de discusión, de protesta y de creación de nuevas propuestas. Como herramienta de comunicación de la clase media urbana, por Internet circulan todo tipo de mensajes y análisis de la situación, como así también proclamas, invitaciones a los cacerolazos, denuncias contra políticos y sindicalistas, y modelos de cartas de protesta para enviar a las autoridades. Se dieron a conocer las direcciones electrónicas de todos los senadores y diputados nacionales como también de la presidencia y la Corte Suprema para enviar los mensajes de protesta. También las discusiones públicas están cobrando importancia. El jueves 10, al regresar de Plaza de Mayo, varias decenas de vecinos se sentaron en círculo en la intersección de dos concurridas avenidas para debatir los pasos a seguir. Era ya entrada la madrugada cuando se celebró esta asamblea al aire libre, en claro ejercicio de una ciudadanía alerta y lista a monitorear cada acto de gobierno. A pesar de la intención de reclamo pacífico que tienen los manifestantes, las protestas han terminado en acciones violentas. Al retirarse el grueso de la gente de la Plaza de Mayo, quedan grupos de 200 a 300 jóvenes y adolescentes, en su mayoría, que expresan sus demandas con actos de vandalismo. La policía ha identificado a estos grupos con organizaciones minoritarias de ultraizquierda o de sectores derechistas y con bandas de delincuentes comunes. Pero también entre los que rompen vidrieras, atacan las sucursales bancarias, queman interiores de negocios y enfrentan con piedras a la policía hay jóvenes de clase media enfurecidos. A sus abuelos les han recortado las jubilaciones y pensiones, a sus padres les retienen los ahorros en los bancos y les bajan los salarios y ellos enfrentan un futuro incierto, sin trabajo y sin posibilidades de progreso. Junto a sus pares de los sectores empobrecidos, sufren las consecuencias de la aplicación de políticas que poco tuvieron que ver con los intereses y necesidades del pueblo y que ahora dejan al descubierto la angustia y la desesperación de los que no están dispuestos a quedar excluidos para siempre. Desarrollar políticas que tengan en cuenta a los jóvenes y canalizar esta furia en acciones constructivas es una tarea ardua, pero necesaria, si se quiere pensar en un país con futuro.
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