La batalla de Chile

27/06/2006
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Chile ha sido la gran vitrina de las políticas neoliberales, una situación alcanzada con el golpe del 11 de septiembre de 1973, que transformó al país, con la masacre y la represión del movimiento social, en el primer laboratorio de las recetas conservadoras que se expandieron como modelos a seguir por todo el mundo.  Para que esto ocurriera, se destruyeron las conquistas sociales, las organizaciones populares y los partidos de izquierda, y se privatizaron la salud, la educación, la seguridad social y las empresas públicas.  La liberalización de la legislación laboral, fiscal y tributaria facilitó al extremo la circulación de capitales y mercancías.

La operación neoliberal habría producido resultados excelentes, a pesar de que Chile ha sido desindustrializado y una gran cantidad de chilenos / as ha abandonado el país por razones políticas y económicas.  A inicios de 2006, la deuda, la inflación, los intereses y el desempleo se mantenían bajos.  Las exportaciones de cobre, pescado, frutas, celulosa y vino - más de 50% del PIB - avanzaban viento en popa, ayudadas por la firma de un tratado de libre comercio, en 2004. El alto precio del cobre llenaba las arcas del Estado.  El balance político era también óptimo.  La gestión conservadora de Ricardo Lagos, primer presidente “socialista” tras la dictadura, había sido refrendada con la elección de Michelle Bachelet, otra socialista apasionada por la sociedad de mercado.

La obra magna de Chile neoliberal fue, sin embargo, la destrucción del proyecto histórico construido a través de décadas de luchas por una de las clases trabajadoras más conscientes del mundo.  Una herencia pinochetista preservada con cariño, después de 1990, por los gobiernos demócrata cristianos y socialistas de la Concertación Democrática.  La larga noche de la dictadura habría enterrado para siempre las certezas que dieron nacimiento al gobierno de la Unidad Popular, en 1970.  Una juventud chilena individualista, despolitizada y consumista sería la piedra angular del nuevo Chile, paradigma mundial de sociedad de mercado.

La movilización de los secundarios nació en los tres o cuatro mejores liceos públicos de Santiago y estalló como un inesperado rayo en cielo calmado.  Rápidamente se extendió a más de trescientos colegios secundarios de la capital y, luego, del país.  Los presidentes de los centros estudiantiles de los colegios involucrados en la movilización formaron la Asamblea Nacional de Estudiantes Secundarios, con seis portavoces: dos estudiantes comunistas, dos socialistas y dos conservadores, también favorables a la escuela pública.  

Fortalecido, el movimiento lanzó dos poderosas huelgas nacionales, el 30 de mayo y el 5 de junio, echando inapelablemente por tierra el proyecto de mantenimiento de la Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza, dictada por Pinochet el último día de dictadura.  En verdad, los  secundarios chilenos hicieron mucho más.  Con la multitudinaria ofensiva, trizaron profundamente la pesada telaraña ideológica que envuelve a la sociedad chilena, inmovilizándola con la falsa idea de que las instituciones capitalistas, incluso no siendo deseables, serían las únicas posibles.

Chile profundo


Los resultados macroeconómicos esconden una sociedad dura, brutal y desigual.  En Chile, se limitan los derechos de huelga y sindicalización y son bajos los salarios.  El trabajo a tiempo parcial y los contratos precarios están muy extendidos.  La jornada laboral es de 48 horas, una de las más altas del mundo.  La salud, prevención, educación, recreación y seguridad privatizadas corroen la economía familiar doblegada por el endeudamiento bancario.  El cuarenta y cinco por ciento de la población vive en la pobreza.  La educación secundaria es un ejemplo de la triste realidad del país.  Antes del golpe, la enseñanza estatal se encontraba entre los mejores de América Latina.  Con la dictadura, las escuelas públicas, destino de la mayor parte de los estudiantes, fueron municipalizadas y abandonadas a su suerte.  Al contrario, la enseñanza privada pagada, destinada a las clases medias, pasó a ser financiada por el Estado.  Por último, se consolidaron colegios extremadamente caros para los hijos de los grandes propietarios. En este sistema de castas sociales, un estudiante de escuela privada puede costar cuatro veces más al Estado que uno de colegio público.

La diferenciación entre la enseñanza del estudiante pobre y del rico, garantiza a este último el monopolio del acceso a la universidad, también fuertemente privatizada.  No más del cinco por ciento de los alumnos provenientes de las escuelas públicas pasan la Prueba de Selección Universitaria (PSU) que, desde hace algunos años, exige una tasa de inscripción de unos 31 dólares estadounidenses.  El deterioro de la educación comprometió la propia productividad del trabajador, para horror del empresariado.  Para no tocar el principio de la división clasista de la enseñanza, el presidente “socialista” Lagos emprendió una reforma de la educación desarticulada de la realidad social.  Impuso la escolarización obligatoria hasta doce años y una mayor permanencia de los alumnos en las escuelas, sin realizar las inversiones exigidas para tales efectos.

No previó financiamiento del pasaje escolar para los alumnos de los años superiores, recayendo el costo del pasaje sobre la economía familiar.  No se compensó la retención en la escuela de los jóvenes que contribuían a la frágil renta familiar.  Los colegios públicos permanecieron sin comedores, salas de clases, bibliotecas, etc., a pesar de que eran indispensables debido al incremento de la jornada y de los años de escolarización.  Se enfrentaba la crisis de la educación enjaulando al estudiante pobre en escuelas deterioradas.  

Los estudiantes chilenos poseen una riquísima tradición de lucha.  Centenares de secundarios y universitarios murieron  combatiendo el golpe y la dictadura.  En los últimos años, jamás dejaron de efectuar masivas movilizaciones por mejores condiciones de enseñanza, por los derechos democráticos y sociales, en defensa de la memoria de las luchas populares.  El gobierno de Lagos neutralizó la movilización estudiantil fortalecida por su “reforma” estableciendo “mesas de diálogo” donde, un poco como en la Revolución Francesa, los estudiantes definieron sus reivindicaciones mínimas y afinaron los liderazgos.

Empezar nuevamente

Michelle Bachelet desconoció sencillamente las resoluciones de las “mesas de diálogo”. Inicialmente, el gobierno se limitó a reprimir las primeras movilizaciones de los liceos más politizados de la capital, esperando que la lucha no se extendiera.  Las reivindicaciones de transporte y exámenes de admisión a la universidad gratuitos y estatización de las escuelas municipalizadas provocó la adhesión de prácticamente toda la enseñanza pública y el apoyo popular.  Alumnos de liceos privados se unieron a la lucha reuniendo alimentos, participando en reuniones en las escuelas ocupadas, etc.  La enseñanza privada pesa también en el bolsillo de las familias de clase media, sobre todo si poseen más de un hijo.  En los barrios próximos a los liceos ocupados, las amas de casa golpearon fuertemente sus ollas, en un cacerolazo plebeyo que recuerda las luchas sociales de la época de la Unidad Popular.

El gobierno encargó la cuestión de los secundarios a Martín Zilic, ministro de Educación que, tras negarse a discutir con los alumnos movilizados, convocó a sus delegados, paradójicamente sin recibirlos.  La represión policial y la detención de miles de estudiantes rindieron también escasos frutos.  Los enfrentamientos entre jóvenes y carabineros arreciaron sobre todo en el centro de Santiago.  Se combatió duramente en la avenida Bernardo O’Higgins, escenario histórico de las refriegas estudiantiles, donde, el 17 de junio de 1973, el joven gaucho Nílton Rosa da Silva, conocido com Bem Bolado, estudiante de Letras del Instituto Pedagógico, fue muerto por balas fascistas, siendo acompañado en su última caminata por decenas de miles de santiagueños.  

Michelle Bachelet se sumió en un profundo mutismo, esperando que los secundarios olvidaran que tenía en las manos la solución del problema.  Durante las elecciones, su slogan de campaña fue: !Bachelet: estoy contigo! En las fachadas de los liceos ocupados, desplegaron miles de carteles con la incómoda pregunta: ¿Bachelet, estás conmigo. La huelga general del 30 de mayo, con más de seiscientos mil estudiantes, seguida de movilizaciones y enfrentamientos en las principales ciudades, obligó finalmente, a la Presidenta, el jueves 1º de junio, a atender parte de las reivindicaciones estudiantiles.

Por televisión, Bachelet anunció la gratuidad de los pasajes y de los exámenes de selección para los estudiantes pobres, becas para más de 150 mil estudiantes; aumento de doscientas mil refrigerios diarios; mejoras en medio millar de liceos.   Solicitó el fin de la movilización y anunció el establecimiento del “Consejo Asesor Presidencial para la Calidad de la Educación” para discutir la reforma de la educación.  Este Consejo tiene  una clara hegemonía conservadora: de 66 miembros, sólo seis son secundarios y otros seis son universitarios .  Está integrado también por delegados de los profesores y propietarios de escuelas.

Las movilizaciones chilenas fueron influenciadas por las jornadas de la juventud francesa contra la precarización del contrato juvenil de trabajo.  En Francia, la convergencia entre la lucha juvenil, popular y obrera representó una victoria total del movimiento defensivo contra la reforma neoliberal.  En Chile, se trató de una ofensiva antiliberal, para ampliar el espacio público y hacer retroceder el privado, que logró la adhesión de los estudiantes universitarios y la simpatía y el apoyo de la población.  La movilización no tuvo, sin embargo, la fuerza para arrastrar al movimiento obrero, que todavía se recupera de la desestructuración sufrida en el pasado.

Más público, menos privado

Durante la segunda huelga general, del 5 de junio, la mayoría estudiantil en el Consejo Asesor de carácter decisorio, exigía la generalización de las concesiones acordadas, la responsabilidad del Estado de la enseñanza pública.  Con seiscientos mil secundarios y trescientos mil universitarios, recibió el apoyo, sobre todo político, de más de cien organizaciones sindicales y sociales que, en algunos casos, interrumpieron el trabajo por dos horas.  En las marchas que recorrieron las capitales participaron profesores y funcionarios públicos.  En la ciudad portuaria de Valparaíso, entre los doce mil manifestantes, se encontraban trabajadores portuarios, de la construcción, de los servicios públicos.  El gobierno, los mass media y las organizaciones patronales denunciaron la instrumentalización de la lucha estudiantil por parte del sindicalismo clasista, ¡como si la lucha de los hijos no tuviera nada que ver con la de los padres!

La consolidación del dominio neoliberal en Chile se mantiene debido, sobre todo, a la destrucción de la unidad del mundo del trabajo, materializada, en el plano sindical, en la eclipse de la entonces monolítica Central Única de los Trabajadores y, en el plano político, en la ruptura de la alianza histórica entre socialistas y comunistas.  La reconversión neoliberal de los socialistas, que dieron la espalda al viejo aliado comunista para abrazarse en el tradicional enemigo democristiano, comprometido en el golpe militar, permitió proseguir y profundizar las recetas neoliberales y mantener en la marginalidad al Partido Comunista.

Los secundarios realizaron la mayor huelga desde el golpe, obtuvieron conquistas substanciales, ganaron a la población para la reivindicación de más espacio público y menos privado.  En los momentos finales de la lucha, relevaron la importancia de la convergencia entre estudiantes, pobladores y trabajadores.  Asestaron un durísimo golpe al edificio  neoliberal, haciendo ver la necesidad de una dirección política autónoma y clasista.  En el momento en que las fuerzas neoliberales proclamaban soberbias la victoria en la batalla de Chile, la juventud popular chilena, sin miedo y con decisión, indicó, con conquistas sociales inobjetables, ¡que la lucha apenas ha comenzado! (Traducción del portugués ALAI).

Mário Maestri,
historiador, estudió en 1970-1973, en el curso de Historia del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.

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