México: Entre la frustración y la incertidumbre
26/09/2006
- Opinión
México aparenta ser un país fuerte económicamente, de instituciones sólidas y en proceso firme y claro contra el autoritarismo que lo caracterizó, particularmente en la política, por cerca de un siglo. Sin embargo, mantiene los índices de miseria extrema del pasado y el número de pobres aumenta, por más que la monda esté estable, la macroeconomía de señas de vida saludables, que el país este recibiendo divisas como nunca antes en el pasado gracias a los precios elevados del petróleo, más de 21 mil millones de dólares en el primer semestre del 2006; gracias a las divisas que envían los mexicanos que viven en Estados Unidos que ascendieron en los primeros seis meses del 2006 a 11,421 millones de dólares, y gracias también al incremento del precio de la cocaína y de la marihuana en los mercados de Estados Unidos que incrementa consecuentemente la entrada de dólares y fortalece una cierta “inversión” en nuestro país. Más de cuatro millones de mexicanos han huido del país buscando trabajo en Estados Unidos en los últimos cinco años, la mayor parte de la población indígena no tiene los servicios básicos de educación, vivienda, salud y alimentación. A esta realidad económica del país se unen ahora la frustración e incertidumbre en la política y en la convivencia social.
Proceso dudoso
En efecto, quizá las palabras más recurrentes en estos días, después de las elecciones en México y particularmente, después del fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación son frustración e incertidumbre. Ni los militantes del PAN y votantes de Felipe Calderón, ni los del PRD – PT – Convergencia y votantes de Andrés Manuel López Obrador pueden sentirse satisfechos y convencidos de que el proceso electoral pasado fue claro.
A las elecciones le antecedió una guerra abierta y oculta donde todos los actores políticos y particularmente económicos – los grandes empresarios y sus clubes – participaron para minar a los contendientes de izquierda en la mayoría de los casos y en suma para denigrar al oficio de la política y de los políticos. Con muchas sospechas de fraude, compra de votos, coacción, trampas electrónicas y sobre todo con un gran hastío por parte de los ciudadanos se llegó al día de las elecciones. En las votaciones se constataron “irregularidades”, “hechos raros y de dudosa legalidad y transparencia”, votos perdidos o urnas “embarazadas”, conteos de votos equivocados, favoreciendo al candidato de la derecha en la mayoría de los casos, en fin, para muchos un cochinero y para algunos un fraude.
El resultado arrojó un pequeño margen de diferencia, cero punto cinco por ciento, que acentuó la incertidumbre y la incredibilidad. El proceso fue impugnado y se solicitó contar nuevamente los votos, revisar las actas y anular algunas urnas. Más de 370 juicios de inconformidad (del PAN y del PRD) fueron interpuestos y al final el Tribunal no los asumió ni revisó uno a uno, y falló en una resolución conjunta a favor de Felipe Calderón.
La movilización social, particularmente en la Ciudad de México, a partir del día de las elecciones ha sido histórica. Nunca antes en la historia del país se habían reunido tanta gente demandando transparencia y certidumbre. Las asambleas, plantones y movilizaciones expresaron un repudio creciente contra la imposición de un presidente de dudosa legitimidad y la exigencia de tomar en cuanta la decisión de los votantes. Sin embargo no fueron escuchados. Podemos afirmar que el país está ahora hoy visiblemente fracturado en gran tensión interna.
Conflictividad social
A esta lucha por transparencia y certeza en los procesos electorales se agregan las luchas que muchos sectores del país tienen desde hace tiempo. El Observatorio de la Conflictividad Social en México ha registrado en los primeros seis meses del 2006 más de cuatrocientos conflictos sociales de lo más diversos en el país (www.serapaz.org.mx); desde campesinos e indígenas que luchan contra proyectos de hidroeléctricas hasta la lucha de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca que prácticamente controla el Estado de Oaxaca. Se han multiplicado los actores sociales en conflicto: los sindicatos, especialmente el magisterio y los mineros han sido protagonistas de decenas de huelgas; los campesinos e indígenas han tomado las calles y las carreteras exigiendo precios justos a sus productos, cambios en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos; las mujeres han sido protagonistas de incontables manifestaciones exigiendo justicia ante los feminicidios; poblaciones enteras han salido a protestar contra la violencia y la impunidad con la que el narcotráfico se mueve. Los conflictos en el país aumentan y se imbrican en una red compleja de conflictividad social que pone a prueba las instituciones.
Pareciera que se acerca una inminente ruptura social, un cambio profundo y quizá violento. La efervescencia y descontento crecen al ritmo que decrece la capacidad del gobierno de responder adecuadamente a las peticiones de la población. Sin embargo la epidermis violenta y agitada no es todo en el país. No todos los movimientos que estamos viendo en el escenario están dañando o minando las instituciones que conforman la nación y al propio sistema, por más que aparezcan como grandes adversarios. A veces, al contrario, las fortalecen y ayudan a que muten tratando de adecuarse a las demandas ciudadanas. Solamente dos expresiones sociales en el país pueden considerarse anti-sistémicos. Estas dos son el narcotráfico por un lado y por el otro el conjunto de organizaciones que se aglutinan en la “Otra Campaña”. El narcotráfico se mueve en las márgenes del sistema y le conviene y usa de esa fragilidad, pero tampoco está muy interesado en cambios significativos. Hasta el momento, y como va el narcotráfico en el país con sus redes de corrupción y terror, es buen negocio. La “Otra Campaña”, impulsada por el subcomandante Marcos, aglutina a decenas de grupos marginales y con frecuencia poco visibles en el escenario político o social. El conjunto de colectivos y organizaciones de la “Otra Campaña” han sufrido grandes problemas y tensiones a lo largo de los últimos meses con sus confrontaciones contra la izquierda electoral y consigo misma, el ritmo de crecimiento que manifestaba en otros años ha decrecido considerablemente y, si bien mantiene principios muy congruentes y sólidos, se ha marginado y conflictuado con y de muchos aliados del pasado.
Tener tres presidentes en el país es una prueba difícil. El primero es el saliente, Vicente Fox, el segundo es el “presidente electo”, reconocido por las instancias electorales, Felipe Calderón, y el tercero ha sido aclamado en el zócalo capitalino, Andrés Manuel López Obrador y auto proclamado “presidente legítimo”. Y por más que haya escenarios catastrofistas, la mayoría apunta hacia una normalización pacífica y poco impacto social y económico. A pesar de ello, las preguntas siguen surcando la mente de todos: ¿Por cuánto tiempo más? ¿Puede esta democracia de “baja intensidad” seguir siendo el paradigma de la mayoría de los ciudadanos? ¿Será la misma clase política la que generará una mutación en el sistema político? Y en el plano económico las preguntas se agolpan ante los poderes fácticos y su vigencia y control cada vez mayor no solo en el manejo de la economía, sino en el intento del imaginario mediante la televisión y las radios.
La revuelta anti-autoritaria que vive días difíciles hoy en Oaxaca, donde algunos ven “la comuna de Oaxaca”, al estilo de la de París, y otros la ven como la última de las grandes rebeliones del sur de México, intuyó que uno de los primeros pasos que había que hacer era contrarrestar la influencia de la propaganda oficial y por ello tomó doce radiodifusoras. Estas radios han sido instrumentos básicos para mantener el “espíritu” de la revuelta, pero hoy se plantean muchos ¿y cómo continuar? Si los romanos tenían el “divide y confronta” como estrategia ante las rebeliones, hoy hay que agregar la del desgaste como elemento básico. Habrá que seguir con cuidado este nuevo movimiento en México. Pero siempre recordar que México sigue muy lejos de Dios y muy cerca de Estados Unidos.
Seguramente surgirá algo nuevo de todo esto, habrá que estar preparados para recuperarlo desde el lado de los pobres.
Proceso dudoso
En efecto, quizá las palabras más recurrentes en estos días, después de las elecciones en México y particularmente, después del fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación son frustración e incertidumbre. Ni los militantes del PAN y votantes de Felipe Calderón, ni los del PRD – PT – Convergencia y votantes de Andrés Manuel López Obrador pueden sentirse satisfechos y convencidos de que el proceso electoral pasado fue claro.
A las elecciones le antecedió una guerra abierta y oculta donde todos los actores políticos y particularmente económicos – los grandes empresarios y sus clubes – participaron para minar a los contendientes de izquierda en la mayoría de los casos y en suma para denigrar al oficio de la política y de los políticos. Con muchas sospechas de fraude, compra de votos, coacción, trampas electrónicas y sobre todo con un gran hastío por parte de los ciudadanos se llegó al día de las elecciones. En las votaciones se constataron “irregularidades”, “hechos raros y de dudosa legalidad y transparencia”, votos perdidos o urnas “embarazadas”, conteos de votos equivocados, favoreciendo al candidato de la derecha en la mayoría de los casos, en fin, para muchos un cochinero y para algunos un fraude.
El resultado arrojó un pequeño margen de diferencia, cero punto cinco por ciento, que acentuó la incertidumbre y la incredibilidad. El proceso fue impugnado y se solicitó contar nuevamente los votos, revisar las actas y anular algunas urnas. Más de 370 juicios de inconformidad (del PAN y del PRD) fueron interpuestos y al final el Tribunal no los asumió ni revisó uno a uno, y falló en una resolución conjunta a favor de Felipe Calderón.
La movilización social, particularmente en la Ciudad de México, a partir del día de las elecciones ha sido histórica. Nunca antes en la historia del país se habían reunido tanta gente demandando transparencia y certidumbre. Las asambleas, plantones y movilizaciones expresaron un repudio creciente contra la imposición de un presidente de dudosa legitimidad y la exigencia de tomar en cuanta la decisión de los votantes. Sin embargo no fueron escuchados. Podemos afirmar que el país está ahora hoy visiblemente fracturado en gran tensión interna.
Conflictividad social
A esta lucha por transparencia y certeza en los procesos electorales se agregan las luchas que muchos sectores del país tienen desde hace tiempo. El Observatorio de la Conflictividad Social en México ha registrado en los primeros seis meses del 2006 más de cuatrocientos conflictos sociales de lo más diversos en el país (www.serapaz.org.mx); desde campesinos e indígenas que luchan contra proyectos de hidroeléctricas hasta la lucha de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca que prácticamente controla el Estado de Oaxaca. Se han multiplicado los actores sociales en conflicto: los sindicatos, especialmente el magisterio y los mineros han sido protagonistas de decenas de huelgas; los campesinos e indígenas han tomado las calles y las carreteras exigiendo precios justos a sus productos, cambios en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos; las mujeres han sido protagonistas de incontables manifestaciones exigiendo justicia ante los feminicidios; poblaciones enteras han salido a protestar contra la violencia y la impunidad con la que el narcotráfico se mueve. Los conflictos en el país aumentan y se imbrican en una red compleja de conflictividad social que pone a prueba las instituciones.
Pareciera que se acerca una inminente ruptura social, un cambio profundo y quizá violento. La efervescencia y descontento crecen al ritmo que decrece la capacidad del gobierno de responder adecuadamente a las peticiones de la población. Sin embargo la epidermis violenta y agitada no es todo en el país. No todos los movimientos que estamos viendo en el escenario están dañando o minando las instituciones que conforman la nación y al propio sistema, por más que aparezcan como grandes adversarios. A veces, al contrario, las fortalecen y ayudan a que muten tratando de adecuarse a las demandas ciudadanas. Solamente dos expresiones sociales en el país pueden considerarse anti-sistémicos. Estas dos son el narcotráfico por un lado y por el otro el conjunto de organizaciones que se aglutinan en la “Otra Campaña”. El narcotráfico se mueve en las márgenes del sistema y le conviene y usa de esa fragilidad, pero tampoco está muy interesado en cambios significativos. Hasta el momento, y como va el narcotráfico en el país con sus redes de corrupción y terror, es buen negocio. La “Otra Campaña”, impulsada por el subcomandante Marcos, aglutina a decenas de grupos marginales y con frecuencia poco visibles en el escenario político o social. El conjunto de colectivos y organizaciones de la “Otra Campaña” han sufrido grandes problemas y tensiones a lo largo de los últimos meses con sus confrontaciones contra la izquierda electoral y consigo misma, el ritmo de crecimiento que manifestaba en otros años ha decrecido considerablemente y, si bien mantiene principios muy congruentes y sólidos, se ha marginado y conflictuado con y de muchos aliados del pasado.
Tener tres presidentes en el país es una prueba difícil. El primero es el saliente, Vicente Fox, el segundo es el “presidente electo”, reconocido por las instancias electorales, Felipe Calderón, y el tercero ha sido aclamado en el zócalo capitalino, Andrés Manuel López Obrador y auto proclamado “presidente legítimo”. Y por más que haya escenarios catastrofistas, la mayoría apunta hacia una normalización pacífica y poco impacto social y económico. A pesar de ello, las preguntas siguen surcando la mente de todos: ¿Por cuánto tiempo más? ¿Puede esta democracia de “baja intensidad” seguir siendo el paradigma de la mayoría de los ciudadanos? ¿Será la misma clase política la que generará una mutación en el sistema político? Y en el plano económico las preguntas se agolpan ante los poderes fácticos y su vigencia y control cada vez mayor no solo en el manejo de la economía, sino en el intento del imaginario mediante la televisión y las radios.
La revuelta anti-autoritaria que vive días difíciles hoy en Oaxaca, donde algunos ven “la comuna de Oaxaca”, al estilo de la de París, y otros la ven como la última de las grandes rebeliones del sur de México, intuyó que uno de los primeros pasos que había que hacer era contrarrestar la influencia de la propaganda oficial y por ello tomó doce radiodifusoras. Estas radios han sido instrumentos básicos para mantener el “espíritu” de la revuelta, pero hoy se plantean muchos ¿y cómo continuar? Si los romanos tenían el “divide y confronta” como estrategia ante las rebeliones, hoy hay que agregar la del desgaste como elemento básico. Habrá que seguir con cuidado este nuevo movimiento en México. Pero siempre recordar que México sigue muy lejos de Dios y muy cerca de Estados Unidos.
Seguramente surgirá algo nuevo de todo esto, habrá que estar preparados para recuperarlo desde el lado de los pobres.
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