Alan García: Gobierna para limpiarse
31/10/2006
- Opinión
El punto de partida para entender lo que ocurre en los primeros 75 días de gobierno de Alan García en Perú es su preocupación fundamental para limpiar su nombre, conseguir el perdón de la derecha y evitar una condena internacional por su directa responsabilidad en la matanza de cerca de 300 presos en las cárceles de Lima, en julio de 1986. El cumplimiento o no de sus promesas electorales y la puesta en marcha de un hipotético programa de gobierno tiene una importancia mucho menor.
No es ninguna novedad tener presente que los discursos van por un lado, las fuerza profundas de la política por otro, y que las personalidades de los caudillos son un hecho político en sí mismas. Alan García tiene un ego más grande que el estadio Maracaná y es un político temible. Después de su gobierno inepto y corrupto entre 1985 y 1990, parecía un cadáver político, pero los votos prestados de la derecha y el miedo al candidato Ollanta Humala le devolvieron la vida, la Presidencia de la República y la posibilidad de cambiar de rostro. En Perú la derecha dispone de un recurso político extraordinario: el miedo. Una posible victoria de Ollanta Humala fue presentada como el fin del mundo: hubo gestiones varias ante el nuevo gobierno de Chile para recibir a millares de refugiados que huirían de Perú perseguidos por un nuevo demonio. Alberto Fujimori fue presentado en 1990 por la derecha como el “japonés anti peruano”. En menos de tres meses dejó atrás todas sus promesas y puso en marcha el plan de gobierno de Vargas Llosa. La misma derecha, sin escrúpulo alguno, se volvió fujimorista. Ollanta Humala, un político hechura del ejército, aportó su propia cuota de improvisación para perder parte de su encanto electoral en una mitad peruana que trató de resolver sus problemas apostando erradamente por Fujimori y Toledo.
Del dicho al hecho
Alan García quiere lavar su imagen y pasar a la historia peruana como un presidente que supo cambiar y madurar. No queda nada del joven radical que quiso alterar las reglas del juego con la banca multilateral, proponiendo que Perú pagase su deuda externa con solo el 10 % de su presupuesto, y que quiso nacionalizar la banca. Para ganar las elecciones últimas, prometió imponer un impuesto a las “sobre ganancias” de las empresas mineras, eliminar la “renta básica” por los teléfonos fijos que pagamos todas las peruanas y peruanos, y retirar la firma del Perú del acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos. Se trataba simplemente de un discurso para ganar las elecciones pero no de un programa de gobierno. Como antes Fujimori tomó el plan de gobierno de la derecha, ahora Alan García toma prestadas las ideas de Lourdes Flores, candidata de la derecha, que pierde por segunda vez una elección pero sigue creyendo que los únicos economistas técnicos (“no políticos”) son los suyos y que el Banco Central de Reserva es su coto de caza. El economista de mayor confianza de Lourdes Flores es su flamante Presidente. De ese modo, el capitalismo neoliberal sigue intacto desde 1990 y las aguas deberían seguir quietas. El impuesto a las “sobre ganancias” de las grandes empresas multinacionales mineras ha sido reemplazado por un óbolo de las empresas mineras tan cristianas y tan caritativas. Así, simplemente sin escrúpulo político alguno.
La derecha pierde en Perú las elecciones pero gobierna. ¿Se puede pedir más?
¿Retirar la firma peruana del TLC con Estados Unidos? No. Ni una palabra sobre el tema, sólo una novedad: pedirle a Hernando de Soto, el peruano que mejor defiende los intereses del capitalismo en el mundo, que se sirva de su influencia personal para que los demócratas norteamericanos ratifiquen el TLC con Perú. Lo que no pudo conseguir Toledo hablando con numerosos congresistas, tampoco lo conseguiría De Soto. Mientras Ecuador dijo no al TLC con Estados Unidos, rotundamente, el Perú de Alan García ruega a los demócratas norteamericanos que se pongan de acuerdo con los republicanos de Bush porque de acuerdo al fundamentalismo neoliberal de nuestro días, salvo exportar todo es ilusión.
La renta básica de los teléfonos fijos, impuesta unilateralmente por la Telefónica española gozará de buena salud y le seguirá dando magníficos ingresos como en tiempos de Fujimori y de las minas de Potosí y de Huancavelica. Por su parte, para sorpresa de todo el mundo, el gobierno sacó de la manga un conejo inesperado: un nuevo tratado económico con Chile, no conocido ni discutido por el Congreso, ofreciendo a los empresarios chilenos plenas garantías para sus inversiones, sometiéndose en caso de conflictos a las cortes internacionales, a cambio de una promesa de tratar mejor a los migrantes peruanos que trabajan en Chile y son víctimas de una explotación económica y de un racismo inadmisibles. ¿A cambio de sólo eso?
La satisfacción de la derecha y del presidente Bush con Alan García en los primeros 75 días de su gobierno no puede ser mayor. Luego de su visita a Estados Unidos y a un primer encuentro con Bush, García se siente iluminado para asumir el encargo de ser un líder en América del Sur y hacerle frente a Hugo Chávez en Venezuela, y a un recientemente inventado “fundamentalismo andino” en Bolivia y Ecuador. En otras palabras, García se convertiría en el presidente defensor más calificado del sistema, en el hombre de mayor confianza de Bush. Todo indica que Alan García tiene ya una alianza objetiva con la Unidad Nacional, (frente de derecha) y los 13 congresistas del fujimorismo. Para aprobar leyes se requiere sumar votos, se da y se recibe, se pide y se ofrece encima de la mesa o por debajo, públicamente o en privado, con alianzas firmadas o no.
¿Pacto con Fujimori?
Los fujimoristas consiguieron la presidencia de la comisión de relaciones exteriores del Congreso, la señora Keiko Fujimori, congresista hija del ciudadano japonés Alberto Fujimori que gobernó Perú entre 1990 y 2000, es presidenta de una asociación de amistad peruano chilena, precisamente en el momento en que su padre se encuentra en Santiago y espera que el gobierno chileno lo devuelva a Japón y no lo entregue a Perú para ser juzgado por violador de derechos humanos, por hacer grandes negocios con el narcotráfico y los vendedores de armas a las FARC de Colombia, por ladrón y por haber dado un golpe de Estado en 1992. El tema no es nuevo. Todo el mundo sabe en Perú que hubo un entendimiento entre Fujimori y Alan García en 1990, a pesar de las apariencias. 10 años después, García volvió del exilio, limpio de polvo y paja gracias a la prescripción de sus delitos. Salvo uno: su responsabilidad directa en la matanza de los presos de las cárceles de Lima. Con el correr del tiempo, sabremos lo que García ofreció a los fujimoristas y lo que éstos le den a cambio. Ya tenemos un nuevo indicio fundamental: el abogado Iván Montoya, procurador del Perú encargado de las gestiones para la extradición de Alberto Fujimori, renunció a su puesto con un argumento lapidario para García: el flamante gobierno no tiene interés alguno en extraditar a Fujimori.
Mientras en la política de fondo ocurren los hechos que acabo de contar, en la superficie (pequeña política de las declaraciones y titulares en los medios de comunicación) los aparentes grandes temas son otros. La reducción de los sueldos del presidente, de los congresistas y magistrados de la corte suprema es presentada y vivida como una revolución extraordinaria en favor de los pobres que ganan tan poco y mueren por menos. En el mismo rumbo apunta un proceso que se abriría contra el ex presidente Toledo y su mujer, señora Eliane Karp, por sus grandes gastos en wiskies de etiqueta azul, peluqueras, vestidos de lujo, restaurantes caros, viajes de placer y demás tonterías propias de una pareja con gravísimos problemas de identidad, con severas urgencias de compensar lo que no tuvieron y de aparentar los lujos que siempre quisieron. Si estos pequeños escándalos continúan, cuidadosamente dosificados en el día a día de la prensa basura -hija legítima del fujimorismo- el pseudo Inka Pachakutik y su princesa imperial podrían estar ya pensando seriamente en un exilio voluntario para beneficiarse de la prescripción que es un maravilloso regalo de impunidad para los políticos con conciencias y manos sucias. No se dice una palabra sobre las cuestiones de fondo: coimas que habrían sido ofrecidas por una gran empresa cervecera, millares de firmas falsificadas para inscribir a su partido “Perú Posible” y la oscura suerte de un financiamiento recibido del multimillonario George Soros.
En el área de educación lo nuevo es la decisión oficial de examinar a los maestros y de entregar las escuelas primarias a los municipios sin un estudio previo, sólo porque el neoliberalismo ordena que es necesario reducir el Estado a su más mínima expresión sin tener la más remota idea de cuán pocos municipios estarían en condiciones de asumir ese encargo. Todo concluye ahí. El parto de los montes no puede ser peor y carece de sentido esperar algo distinto de un ministro de educación cuya virtud mayor es ser gerente de una universidad privada de tercera categoría que ofreció al Sr. Alan García un puesto muy bien pagado de director de un “Instituto de gobernabilidad”. Ironías que tiene la vida.
Sólo el programa de “Sierra exportadora” aparece como una novedad de gobierno por su posibilidad de ayudar a los sectores más avanzados de campesinos aunque es presentado como una maravilla para sacar de la pobreza a todos los campesinos.
Ojo por ojo...
Pero dentro de esta pequeña política Alan García sacó de la manga un halcón de guerra escondido: su proyecto de condenar a muerte a los violadores de niños. En vez de actuar como un estadista que se sitúa por encima de las ganas de venganza del común de las gentes, une su voz al coro de los que claman justicia y reclaman el ojo por ojo y diente por diente. No se trata de un pequeño error ni una gran ingenuidad; es sólo un premeditado cálculo político para no ser condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) con sede en Costa Rica, por su directa responsabilidad en la matanza de los presos en 1986. Según la Constitución peruana la pena de muerte se aplica sólo en casos de traición a la patria y de acuerdo a la CIDH, ningún país miembro puede agregar otra causal. Si lo hiciera, quedaría automáticamente fuera de la Corte.
Es poco probable que el actual Congreso apruebe ese proyecto de pena de muerte que requiere de dos tercios de sus miembros, pero el astuto presidente García acaba de confirmar que si su proyecto es rechazado en el Congreso convocará a un referéndum porque se siente seguro de que el 70 % de la población consultada en encuestas respaldará su propuesta. Esta maniobra política aparece transparente si se tiene en cuenta la elección del Vicealmirante Sampietri como candidato a la primera vicepresidencia en la plancha electoral del partido aprista. Este mismo vicealmirante es procesado en la CIDH de Costa Rica por haber dirigido la matanza de presos en la cárcel de “El Frontón”. El presidente de la República y su primer vicepresidente se salvarían de ser condenados, lo mismo que otros oficiales de las Fuerzas Armadas. Ambos personajes defienden a las Fuerzas Armadas con los viejos argumentos que usaron para invalidar y no tomar en cuenta el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú: los oficiales mataron porque cumplieron con su deber y defendieron la democracia y el país. En vez de ser perseguidos debieran ser premiados. Así de simple; premio y no castigo, para que todo siga como antes y para que vuelvan a hacer lo mismo si las circunstancias lo exigen. Si sabemos oír, ese es el mensaje para el futuro.
En los primeros 75 días los apristas cautivos del verbo de Alan García y de la memoria de Haya de la Torre esperan en silencio. El APRA reina pero no gobierna, ganó las elecciones con los votos de la derecha y hace lo que la derecha espera. Son por el momento felices las horas de esa alianza. Pero no pueden durar. Más temprano que tarde recuperarán la palabra y pedirán cuentas. Uno de los momentos decisivos podría estar próximo: si el japonés Alberto Fujimori es devuelto por la Corte Suprema de Chile a Japón, Alan García y sus aliados tendrán una responsabilidad muy clara y no podrán culpar a Toledo. Estas horas felices parecen más felices aún si se toma en cuenta la complicidad de la oposición que desapareció del mapa. Parece que el tigre Humala que tanto miedo causó era y es menos tigre de lo que parecía. Pero este punto es harina de otro costal.
Para terminar, podría ser útil recordar el pensamiento de “Durito”, un caracol de ficción, personaje del Sub Comandante Marcos que luego de observar atentamente la política mexicana llegó a una lamentable conclusión: los mexicanos y mexicanas se mueren por la silla del poder. Todos quieren sentarse en ella. Quienes están sentados no quieren dejarla, quienes la perdieron hacen lo imposible por volver. Ya es hora que se den cuenta de que todos los que se sientan en la silla del poder hacen lo mismo y no se diferencian entre sí. El sabio consejo de Durito es limarle las patas a la silla hasta que deje de ser una silla y desaparezca el poder que conocemos.
No es ninguna novedad tener presente que los discursos van por un lado, las fuerza profundas de la política por otro, y que las personalidades de los caudillos son un hecho político en sí mismas. Alan García tiene un ego más grande que el estadio Maracaná y es un político temible. Después de su gobierno inepto y corrupto entre 1985 y 1990, parecía un cadáver político, pero los votos prestados de la derecha y el miedo al candidato Ollanta Humala le devolvieron la vida, la Presidencia de la República y la posibilidad de cambiar de rostro. En Perú la derecha dispone de un recurso político extraordinario: el miedo. Una posible victoria de Ollanta Humala fue presentada como el fin del mundo: hubo gestiones varias ante el nuevo gobierno de Chile para recibir a millares de refugiados que huirían de Perú perseguidos por un nuevo demonio. Alberto Fujimori fue presentado en 1990 por la derecha como el “japonés anti peruano”. En menos de tres meses dejó atrás todas sus promesas y puso en marcha el plan de gobierno de Vargas Llosa. La misma derecha, sin escrúpulo alguno, se volvió fujimorista. Ollanta Humala, un político hechura del ejército, aportó su propia cuota de improvisación para perder parte de su encanto electoral en una mitad peruana que trató de resolver sus problemas apostando erradamente por Fujimori y Toledo.
Del dicho al hecho
Alan García quiere lavar su imagen y pasar a la historia peruana como un presidente que supo cambiar y madurar. No queda nada del joven radical que quiso alterar las reglas del juego con la banca multilateral, proponiendo que Perú pagase su deuda externa con solo el 10 % de su presupuesto, y que quiso nacionalizar la banca. Para ganar las elecciones últimas, prometió imponer un impuesto a las “sobre ganancias” de las empresas mineras, eliminar la “renta básica” por los teléfonos fijos que pagamos todas las peruanas y peruanos, y retirar la firma del Perú del acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos. Se trataba simplemente de un discurso para ganar las elecciones pero no de un programa de gobierno. Como antes Fujimori tomó el plan de gobierno de la derecha, ahora Alan García toma prestadas las ideas de Lourdes Flores, candidata de la derecha, que pierde por segunda vez una elección pero sigue creyendo que los únicos economistas técnicos (“no políticos”) son los suyos y que el Banco Central de Reserva es su coto de caza. El economista de mayor confianza de Lourdes Flores es su flamante Presidente. De ese modo, el capitalismo neoliberal sigue intacto desde 1990 y las aguas deberían seguir quietas. El impuesto a las “sobre ganancias” de las grandes empresas multinacionales mineras ha sido reemplazado por un óbolo de las empresas mineras tan cristianas y tan caritativas. Así, simplemente sin escrúpulo político alguno.
La derecha pierde en Perú las elecciones pero gobierna. ¿Se puede pedir más?
¿Retirar la firma peruana del TLC con Estados Unidos? No. Ni una palabra sobre el tema, sólo una novedad: pedirle a Hernando de Soto, el peruano que mejor defiende los intereses del capitalismo en el mundo, que se sirva de su influencia personal para que los demócratas norteamericanos ratifiquen el TLC con Perú. Lo que no pudo conseguir Toledo hablando con numerosos congresistas, tampoco lo conseguiría De Soto. Mientras Ecuador dijo no al TLC con Estados Unidos, rotundamente, el Perú de Alan García ruega a los demócratas norteamericanos que se pongan de acuerdo con los republicanos de Bush porque de acuerdo al fundamentalismo neoliberal de nuestro días, salvo exportar todo es ilusión.
La renta básica de los teléfonos fijos, impuesta unilateralmente por la Telefónica española gozará de buena salud y le seguirá dando magníficos ingresos como en tiempos de Fujimori y de las minas de Potosí y de Huancavelica. Por su parte, para sorpresa de todo el mundo, el gobierno sacó de la manga un conejo inesperado: un nuevo tratado económico con Chile, no conocido ni discutido por el Congreso, ofreciendo a los empresarios chilenos plenas garantías para sus inversiones, sometiéndose en caso de conflictos a las cortes internacionales, a cambio de una promesa de tratar mejor a los migrantes peruanos que trabajan en Chile y son víctimas de una explotación económica y de un racismo inadmisibles. ¿A cambio de sólo eso?
La satisfacción de la derecha y del presidente Bush con Alan García en los primeros 75 días de su gobierno no puede ser mayor. Luego de su visita a Estados Unidos y a un primer encuentro con Bush, García se siente iluminado para asumir el encargo de ser un líder en América del Sur y hacerle frente a Hugo Chávez en Venezuela, y a un recientemente inventado “fundamentalismo andino” en Bolivia y Ecuador. En otras palabras, García se convertiría en el presidente defensor más calificado del sistema, en el hombre de mayor confianza de Bush. Todo indica que Alan García tiene ya una alianza objetiva con la Unidad Nacional, (frente de derecha) y los 13 congresistas del fujimorismo. Para aprobar leyes se requiere sumar votos, se da y se recibe, se pide y se ofrece encima de la mesa o por debajo, públicamente o en privado, con alianzas firmadas o no.
¿Pacto con Fujimori?
Los fujimoristas consiguieron la presidencia de la comisión de relaciones exteriores del Congreso, la señora Keiko Fujimori, congresista hija del ciudadano japonés Alberto Fujimori que gobernó Perú entre 1990 y 2000, es presidenta de una asociación de amistad peruano chilena, precisamente en el momento en que su padre se encuentra en Santiago y espera que el gobierno chileno lo devuelva a Japón y no lo entregue a Perú para ser juzgado por violador de derechos humanos, por hacer grandes negocios con el narcotráfico y los vendedores de armas a las FARC de Colombia, por ladrón y por haber dado un golpe de Estado en 1992. El tema no es nuevo. Todo el mundo sabe en Perú que hubo un entendimiento entre Fujimori y Alan García en 1990, a pesar de las apariencias. 10 años después, García volvió del exilio, limpio de polvo y paja gracias a la prescripción de sus delitos. Salvo uno: su responsabilidad directa en la matanza de los presos de las cárceles de Lima. Con el correr del tiempo, sabremos lo que García ofreció a los fujimoristas y lo que éstos le den a cambio. Ya tenemos un nuevo indicio fundamental: el abogado Iván Montoya, procurador del Perú encargado de las gestiones para la extradición de Alberto Fujimori, renunció a su puesto con un argumento lapidario para García: el flamante gobierno no tiene interés alguno en extraditar a Fujimori.
Mientras en la política de fondo ocurren los hechos que acabo de contar, en la superficie (pequeña política de las declaraciones y titulares en los medios de comunicación) los aparentes grandes temas son otros. La reducción de los sueldos del presidente, de los congresistas y magistrados de la corte suprema es presentada y vivida como una revolución extraordinaria en favor de los pobres que ganan tan poco y mueren por menos. En el mismo rumbo apunta un proceso que se abriría contra el ex presidente Toledo y su mujer, señora Eliane Karp, por sus grandes gastos en wiskies de etiqueta azul, peluqueras, vestidos de lujo, restaurantes caros, viajes de placer y demás tonterías propias de una pareja con gravísimos problemas de identidad, con severas urgencias de compensar lo que no tuvieron y de aparentar los lujos que siempre quisieron. Si estos pequeños escándalos continúan, cuidadosamente dosificados en el día a día de la prensa basura -hija legítima del fujimorismo- el pseudo Inka Pachakutik y su princesa imperial podrían estar ya pensando seriamente en un exilio voluntario para beneficiarse de la prescripción que es un maravilloso regalo de impunidad para los políticos con conciencias y manos sucias. No se dice una palabra sobre las cuestiones de fondo: coimas que habrían sido ofrecidas por una gran empresa cervecera, millares de firmas falsificadas para inscribir a su partido “Perú Posible” y la oscura suerte de un financiamiento recibido del multimillonario George Soros.
En el área de educación lo nuevo es la decisión oficial de examinar a los maestros y de entregar las escuelas primarias a los municipios sin un estudio previo, sólo porque el neoliberalismo ordena que es necesario reducir el Estado a su más mínima expresión sin tener la más remota idea de cuán pocos municipios estarían en condiciones de asumir ese encargo. Todo concluye ahí. El parto de los montes no puede ser peor y carece de sentido esperar algo distinto de un ministro de educación cuya virtud mayor es ser gerente de una universidad privada de tercera categoría que ofreció al Sr. Alan García un puesto muy bien pagado de director de un “Instituto de gobernabilidad”. Ironías que tiene la vida.
Sólo el programa de “Sierra exportadora” aparece como una novedad de gobierno por su posibilidad de ayudar a los sectores más avanzados de campesinos aunque es presentado como una maravilla para sacar de la pobreza a todos los campesinos.
Ojo por ojo...
Pero dentro de esta pequeña política Alan García sacó de la manga un halcón de guerra escondido: su proyecto de condenar a muerte a los violadores de niños. En vez de actuar como un estadista que se sitúa por encima de las ganas de venganza del común de las gentes, une su voz al coro de los que claman justicia y reclaman el ojo por ojo y diente por diente. No se trata de un pequeño error ni una gran ingenuidad; es sólo un premeditado cálculo político para no ser condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) con sede en Costa Rica, por su directa responsabilidad en la matanza de los presos en 1986. Según la Constitución peruana la pena de muerte se aplica sólo en casos de traición a la patria y de acuerdo a la CIDH, ningún país miembro puede agregar otra causal. Si lo hiciera, quedaría automáticamente fuera de la Corte.
Es poco probable que el actual Congreso apruebe ese proyecto de pena de muerte que requiere de dos tercios de sus miembros, pero el astuto presidente García acaba de confirmar que si su proyecto es rechazado en el Congreso convocará a un referéndum porque se siente seguro de que el 70 % de la población consultada en encuestas respaldará su propuesta. Esta maniobra política aparece transparente si se tiene en cuenta la elección del Vicealmirante Sampietri como candidato a la primera vicepresidencia en la plancha electoral del partido aprista. Este mismo vicealmirante es procesado en la CIDH de Costa Rica por haber dirigido la matanza de presos en la cárcel de “El Frontón”. El presidente de la República y su primer vicepresidente se salvarían de ser condenados, lo mismo que otros oficiales de las Fuerzas Armadas. Ambos personajes defienden a las Fuerzas Armadas con los viejos argumentos que usaron para invalidar y no tomar en cuenta el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú: los oficiales mataron porque cumplieron con su deber y defendieron la democracia y el país. En vez de ser perseguidos debieran ser premiados. Así de simple; premio y no castigo, para que todo siga como antes y para que vuelvan a hacer lo mismo si las circunstancias lo exigen. Si sabemos oír, ese es el mensaje para el futuro.
En los primeros 75 días los apristas cautivos del verbo de Alan García y de la memoria de Haya de la Torre esperan en silencio. El APRA reina pero no gobierna, ganó las elecciones con los votos de la derecha y hace lo que la derecha espera. Son por el momento felices las horas de esa alianza. Pero no pueden durar. Más temprano que tarde recuperarán la palabra y pedirán cuentas. Uno de los momentos decisivos podría estar próximo: si el japonés Alberto Fujimori es devuelto por la Corte Suprema de Chile a Japón, Alan García y sus aliados tendrán una responsabilidad muy clara y no podrán culpar a Toledo. Estas horas felices parecen más felices aún si se toma en cuenta la complicidad de la oposición que desapareció del mapa. Parece que el tigre Humala que tanto miedo causó era y es menos tigre de lo que parecía. Pero este punto es harina de otro costal.
Para terminar, podría ser útil recordar el pensamiento de “Durito”, un caracol de ficción, personaje del Sub Comandante Marcos que luego de observar atentamente la política mexicana llegó a una lamentable conclusión: los mexicanos y mexicanas se mueren por la silla del poder. Todos quieren sentarse en ella. Quienes están sentados no quieren dejarla, quienes la perdieron hacen lo imposible por volver. Ya es hora que se den cuenta de que todos los que se sientan en la silla del poder hacen lo mismo y no se diferencian entre sí. El sabio consejo de Durito es limarle las patas a la silla hasta que deje de ser una silla y desaparezca el poder que conocemos.
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