Droga y terror

21/05/2007
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La transformación de los conceptos de defensa y seguridad nacional en los EEUU modificó las prioridades que definen la política de este país hacia América latina. El narcotráfico y la lucha contra el terrorismo pasaron a ser los ejes más importantes, desalojando la ya obsoleta cacería de comunistas y el hastío de las dictaduras. Como sea, alguna excusa nueva había que inventar para meter baza.

Desde el triunfo de Ronald Reagan se dejó de lado la política de Carter de percibir las relaciones con el hemisferio en base al reconocimiento de la soberanía y la no intervención. El planteo actual no hace distingos de regiones o países del mundo, porque ubica los dos flagelos en el rango de “amenaza a la seguridad nacional de los EEUU”, en forma de "guerra encubierta". Por lo tanto, deben ser combatidos desde un nivel superior: el de las Fuerzas Armadas de los distintos países a los que se considera "responsables" principales; algo peligroso para las naciones latinoamericanas, aunque eso es un problema "menor".

En la región fueron varios los Ejércitos que modificaron sus estructuras para combatir la producción de drogas. Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, y especialmente México, sobre el que se ejerció una presión especial. Ahora, como se preguntaba el Miami Herald en un editorial reciente, "¿quién define al enemigo a combatir? ¿A quién afecta primordialmente la economía informal de los narcóticos? La eventual aparición de movimientos políticos que definen su forma de lucha por la toma de las armas ¿a quién amenaza?".

La desigualdad en la distribución del ingreso, la falta de expectativas económicas de los campesinos marginados y la ausencia de una democracia sólida, empujan a importantes sectores sociales hacia la orilla de las alternativas económicas por fuera del sistema establecido. Sorprendentemente, el periódico norteamericano se preguntaba "¿Es justo, económicamente, culpar al campesinado de Sudamérica por aferrarse a esta alternativa?" A lo que podría agregarse si es políticamente válido juzgar a todos los movimientos que orienten su lucha contra el sistema como "terroristas". La respuesta a ambos interrogantes está muy impregnada de juicios de valor. Porque, cuidado, entonces los maquis franceses y los partisanos yugoslavos eran terroristas porque el sistema "establecido" era el colaboracionismo de Vichy, o la Croacia del filonazi Ante Pavelic.

Cabe preguntarse, una vez más, si narcotráfico y terrorismo se presentan siempre separados, si tienen intereses divergentes o se tocan en un punto; si tienen el mismo enemigo y diferentes objetivos. Porque, por ejemplo, la producción de drogas puede ser económicamente rentable en algunos casos donde el terrorismo es casi inexistente (Bolivia); en algunas ocasiones los intereses llegaron a converger (Perú), dando origen a la actitud antidemocrática (consentida por EEUU) de Fujimori con la excusa de la pacificación, sin haber tenido que recurrir a la ayuda externa. Y hay casos como el de Colombia, donde coyunturalmente, hacia adentro y para la compra de armas, pueden coincidir las dos cosas, aunque estructuralmente (hacia fuera) haya diferencias profundas. Las FARC ya estaban operando sin que a los EEUU le importara demasiado 20 años antes que la cocaína se transformara en un negocio.

Por otro lado, mientras la noción de "narcotráfico" es muy específica y alude a un problema concreto e inconfundible, el "terrorismo" es un concepto volátil y ambiguo que se define de múltiples formas, dando pie a muchas interpretaciones. Entre 1936 y 1989 el investigador Alex Schmidt registró 109 formas de utilizar el término. Aún dentro de la propia sociedad estadounidense, el narcotráfico es un problema real y extendido, mientras el terrorismo siempre se identificó con expresiones individuales.
Pero, pese a ser dimensiones distintas, se usan llegado el caso como amenaza articulada para encubrir otros intereses. Se hace evidente una gran confusión y una importante falta de claridad en la puesta en práctica de acciones en su contra, así como se evidencian también flagrantes contradicciones con el objetivo enarbolado moralmente como justificación para buscar su contención. Así es como, además, se implementaron medidas de presión para buscar cambios de comportamiento en otros asuntos desligados del problema. Hoy, sin ir más lejos, el abandono del Canal de Panamá se mantiene como una realidad aún indigerible para la administración Washington, que busca alternativas de anclaje en la región. Y su negativa pública nada nos dice; basta recordar el "lean mis labios" de Bush padre, prometiendo una cosa y ejecutando lo contrario.

La importancia de América Latina como productora de psicotrópicos se vio notoriamente incrementada en los ‘70, debido a que el Sudeste Asiático perdió el primer lugar como abastecedor de heroína para Europa y EEUU. El "Triángulo Dorado" (Birmania, Laos, Thailandia) fue afectado por guerras internas; Latinoamérica producía marihuana desde mucho antes (México y Colombia) pero luego emergió a gran escala una droga que tuvo mayor poder alienante y generó más riqueza: la cocaína. Su producción se generalizó en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia con un destino definido, EEUU.

Las riquezas generadas por la cocaína respecto de la marihuana transforman incluso las estructuras económicas y financieras de algunos países. Si la marihuana, por las utilidades comparativamente bajas ("apenas" 27 mil millones de dólares de utilidades en 1997), no deformó la economía de las naciones productoras, la cocaína sí tuvo repercusiones graduales en las estructuras agrarias y financieras de países como Bolivia y Colombia. En este último caso, la balanza de pagos se ha visto beneficiada por la producción de narcóticos, convirtiendo a Colombia en el país con menor deuda externa per cápita del continente.

Panamá, que no puede quedar afuera del análisis, es de singular interés a partir de cuatro aspectos relevantes: el paso de la droga por el Canal, el aeropuerto internacional más importante de la región (conectado con casi todo el mundo), un centro financiero convenientemente laxo y, por supuesto, su frontera con Colombia. Perderlo, como ocurrió conforme los plazos establecidos, fue y es todavía un tema de consideración.
Mientras tanto en los EEUU no hay una política seria y efectiva, ni una legislación tan severa como se declama en vistas a frenar el consumo. Es más, una conocida marca de gaseosas está autorizada a incorporar una cantidad mínima de cocaína a su jarabe original, por una ley de 1903 que no ha sido modificada. La visión es muy sesgada y parcial, pues se considera al narcotráfico como un reto, pero no así el narco-consumo, y aún en aquellos casos tampoco existe una política decisiva en su contra. Lo que sí se hace es exportar el problema y utilizarlo para otros fines.

Antony Henman, quien ha estudiado detenidamente el caso y su evolución, dice que “la retórica de la guerra contra el narcotráfico reemplazó a la retórica de la guerra fría como una justificación para iniciar una intervención política en el extranjero" (“Mamá coca”, Edivisión, Méx.). Y tratan de emparentar indefectiblemente a los narcotraficantes con el terrorismo. Primero porque son necesarios para acceder a un dinero del que siempre disponen, segundo porque consideran que ambos enfrentan al mismo enemigo (EEUU), así articularon una "alianza táctica", un simplismo intelectual que aunque suele ser poco resistente al análisis profundo, aparece como “muy útil en cuanto a su generalización para ciertos intereses de política exterior norteamericana” (“De la Guerra Fría a la guerra de la droga”. Robert Singer, TNY, New York), acostumbrada como está a manejarla en función de sus objetivos internos. Siempre les resultó más sencillo disfrazar la realidad ajena que hacerse cargo de sus propias miserias que, después, se las venderán al mundo como la Verdad Revelada.

Fuente: http://www.noticiasyprotagonistas.com

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