Apuntes desde (y sobre) la Argentina
31/01/2002
- Opinión
El reordenamiento social y político de la sociedad iniciado en la última
dictadura y coronado en la década del 90´ bajo el gobierno menemista y
aliancista recibió un duro golpe con las movilizaciones de fines de
diciembre. El efecto más importante de ellas fue poner en evidencia,
materializar, el descontento generalizado hacia la clase política, la
impugnación a un sistema que cada uno de los sectores involucrados
encontraba totalmente desprovisto de representatividad. El punto de
inflexión iniciado por estas movilizaciones se centra en el hecho que ellas
constituyen la marca de origen de la relación entre política y sociedad de
aquí en más. Nunca como antes es tan productiva la categoría gramsciana de
crisis de hegemonía para entender estos procesos. Distintos sectores
sociales fueron desligándose del consenso brindado a las políticas de
estado que rigieron el país desde hace 25 años. Los dos rasgos básicos que
dominaron las formas de hacer política en los últimos años fue ,por un
lado, la monopolización y banalización de la política sintetizada en esa
nueva clase que hemos sabido dominar los políticos. Banalización que puede
rastrearse en discursos políticos descargados de compromisos reales y
sometidos al juego de las internas, a obtener un puesto de importante
remuneración o regulado por las alzas del riesgo país sin mediar otra
consideración sobre la falta de empleo, el estado de la salud, la educación
o cuestiones nodales desechadas por ser parte de un pasado populista muy
alejado a la entrada al primer mundo que tanto se promulgo. Las
preocupaciones políticas centrales quedaban públicamente encerradas en
estas cuestiones y signadas por el "no hay alternativa" mientras
privadamente la política banal encontraba su punto de apoyo en los sectores
más concentrados de la economía para quienes aquella consigna se
transformaba en "no hay más alternativa, que la nuestra". Sería un error
presuponer que el cinismo se adueño de las intenciones de la clase política
sin más, es más conveniente vincular esta banalización, por un lado, con
las desarticulaciones de las solidaridades sociales producto de
disciplinamiento y derrotas sucesivas que bloquearon cualquier tipo de
respuesta colectiva durante estos años hasta la aparición de movimientos de
piqueteros y, por otro lado, la contrapartida de este proceso la
articulación del bloque dominante en base a puntos centrales del régimen de
acumulación. Esta situación se manifestó en un desplazamiento hacia los
intereses de estos sectores y una autonomización frente a otros grupos
sociales que a la larga significo escamotear los interrogantes que dejaban
planteados las políticas implementadas y que ellos mismos no podían
responder(ni plantearse) dado los compromisos con su posición. Por otro
lado, la relación parcial, esporádica, escurridiza y, en última instancia,
de desafección con alguna idea de que la política engloba una participación
que tiene que ver con el presente y el destino de los sujetos. Entre la
monopolización política y la individualización social se moldeo el espacio
político los últimos años. La sedimentación de este espacio bajo las
practicas señaladas se desestabiliza con las protestas que marcan en su
inicio la caída de dos presidentes. Sin lenguajes ni propuestas
convocantes los saqueos y los cacerolazos son en su inmediatez la
manifestación, presentación, de un hartazgo social que concentra en los
políticos su punto de apoyo. Objetiva y materialmente ellos presentan el
nudo gordiano de un sistema político y económico orgánicamente quebrado.
Los conflictos entre los sectores dominantes, la profundización de la
recesión y la acumulación progresiva de desprestigio de la clase política
crearon las condiciones para que transversalmente distintos sectores
sociales salgan a las calles.
Esta común presencia publica no puede ocultar la diversidad de lógicas y
sujetos en movilizados. Los sectores más castigados por las sucesivas
políticas económicas encontraron en los saqueos el instrumento para
resolver sus inmediatas necesidades. En este caso la ruptura esta dada
menos por la articulación que por amenaza que significa la salida masiva a
expropiar bienes de consumo por parte de una porción considerable de la
población. La latencia de esta posibilidad permanente señala hasta que
punto el vaciamiento político y la desigualdad social redundan en una
precariedad social plagada de justas razones para saquear comercios. Si
bien la debilidad política del gobierno, las internas y la agudización de
la crisis económica posibilitaron esta salida esporádica las causas más
profundas se prolongan en el tiempo. Es en este sentido que los
movimientos de piqueteros anteceden a la actual estado de movilización
reivindicando sus derechos y denunciado las políticas de exclusión.
El espectro de los sectores medios encontró en los cacerolazos la punta de
lanza de la protesta social. Lejos de ser una categoría sociológica clara
y homogénea, los hombres y mujeres autodenominados clase media han dibujado
en sus trayectorias de movilidad social el mapa que todavía requiere una
nueva cartografía. Polarizada cada vez más entre aquellos que han
reconvertido su capital cultural, social y económico adecuándose a la
transformación capitalista de la última década y la mayoría que
paulatinamente fue desvalorizando cada uno de estos, la clase media aparece
recomponiendo sus limites imprecisos y devolviéndose en la protesta una
imagen de unidad que solo el consenso inmediato sobre los objetivos hace
posible. La ola de protestas permite recobrar en la acción la sensación de
interdependencia que en la cotidianeidad se había perdido, las fisuras
sociales son recubiertas por la común disposición de actuar en la protesta.
El corralito fechado por decreto se sobreimprime a la acumulación de
expoliaciones materiales y simbólicas que fueron rompiendo las esperanzas,
estimas de sí y proyectos de los sectores medios. El fin de la movilidad
social ascendente resquebraja internamente los lazos que unían la posición
social y el dominio sobre el fututo. La primera se deteriora y el segundo
se pierde aunando la precariedad de una condición social que toma
negativamente nuevas formas. El golpe de gracia sobre los ahorros,
hipotecas y deudas esta en continuidad con anteriores desmantelamientos de
recursos que daban consistencia a la autodefinición sobre el lugar en la
sociedad, (Deterioro de la educación, precariedad laboral y disminución de
ingresos, contracción del empleo publico). A la crisis económica y
política habría que agregarle una crisis de identidad social de los
sectores medios que se encuentra manifiesta en una herencia social que no
encuentra espacios para realizar los mandatos de clase.
La común disposición hacia la acción que pretende detener ese proceso de
deterioro social tiene algunas características. 1. sensibilidad
antipolítica partidaria que desemboca en un rechazo a toda forma de
representación. 2. Transversalidad ideológica. 3. Consensos inmediatos
que permiten esta amplitud (contra la clase política, contra los bancos).
El punto de inflexión señalado al comienzo deja como consecuencia la
producción de acontecimientos sociales todavía indescifrables desde el
análisis. La crisis de hegemonía desatada tiene menos que ver la
emergencia clara de una alianza social que impugne las bases de la
dominación que con la deserción paulatina, parcial al principio y
generalizada en estos momentos, de un abanico amplio de sectores de las
políticas estatales. La extensión de conflictos sociales por todo el país
con niveles bajos de articulación es síntoma de esta nueva coyuntura. Si,
por un lado, la acción política vuelve a las calles buscando intervenir
efectivamente en las condiciones de existencia de los sujetos sociales
reestableciendo la separación que domino los últimos años entre sociedad y
política(como discurso ideológico), por otro lado, este reencuentro se
realiza en una sociedad todavía fragmentada, todavía fruto de años de
repliegue, todavía desconfiada, que sería ingenuo suponer una automática
recomposición de la solidaridad social intra e inter clases tras un nuevo
proyecto de sociedad. La política que salió y volvió a las calles debe
quedarse ahí no solo en los momentos disruptivos de la cotidianeidad sino
para reestablecer en el día a día nuevos valores, nuevos sentidos de
pertenencia social y lazos de destino colectivo.
* Ariel Wilkis, Miembro de la FISyP
Texto publicado en "Rebeliones y Puebladas: diciembre 2001 y enero
2002. Viejos y nuevos desposeídos en Argentina". Cuadernos de la FISyP,
cuaderno 7 (2° serie), enero de 2002
https://www.alainet.org/es/active/1793
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