Curtidos dirigentes nacionales a las regiones
25/06/2007
- Opinión
Las elecciones regionales y locales de octubre próximo, serán mediciones de fuerza de los partidos y de las eventuales candidaturas presidenciales del 2010, pero tendrán una característica: la presencia de importantes políticos nacionales, de todos los partidos políticos, que aspiran a ser gobernantes en sus regionales o localidades.
Horacio Serpa aspira a ser gobernador de Santander, Luís Alfredo Ramos a serlo en Antioquia, Antonio Navarro en Nariño, Amilkar Acosta en la Guajira, Andrés Gonzáles en Cundinamarca, Jaime Castro en Boyacá, Eduardo Verano y José Name en el Atlántico, Guillermo Alberto González en el Cauca, para mencionar sólo los más conocidos en escenarios nacionales. Todos aspiran a ser apoyados, además de sus propios partidos políticos, por otras fuerzas políticas en sus regiones, lo cual es una característica de este tipo de elección en la cual predominarán las coaliciones y los acuerdos regionales, antes que los alineamientos políticos nacionales.
Igualmente en las ciudades más importantes del país aspiran a dirigirlas dirigentes políticos de trayectoria o antiguos mandatarios que buscan repetir, como son los casos de María Emma Mejía, Samuel Moreno o Enrique Peñalosa en Bogotá, Luís Pérez y Sergio Naranjo en Medellín, Francisco Becerra en Cali, para referirnos a las tres ciudades más grandes. No hay duda que lo que parece primar es la experiencia antes que la renovación. Debemos mencionar, en aras del equilibrio, que en Medellín está con posibilidades igualmente la candidatura de Alonso Salazar y en Cali la de Jorge Iván Ospina.
Esto tiene varias lecturas posibles. Una, que cada vez más los partidos políticos le dan gran importancia al ejercicio de los gobiernos regionales y locales y en esa medida estimulan que dirigentes de peso aspiren a ser electos para conducir los mismos; otra, que se trata de un ‘regreso a los cuarteles de invierno’ para luego sobre la base de una buena gestión en sus regiones aspirar a retornar al escenario nacional; una tercera, que se trata de ‘quemar los últimos cartuchos’ sirviéndoles a sus regiones y dejando de esta manera una buena herencia política de su paso por la actividad política. Y con seguridad puede seguirse encontrando razones.
Lo importante sería, más allá de las motivaciones que muevan a cada uno, -que son diversas sin duda-, que la elección de estos importantes dirigentes nacionales al frente de sus regiones –si lo logran, por supuesto-, sirviera para revitalizar a los entes territoriales, especialmente los Departamentos, hoy tan de capa caída y darles no solamente una función importante para el desarrollo de las regiones, sino también para que se hiciera una buena reflexión acerca del rol que juegan y podrían jugar en el ordenamiento del poder territorial en Colombia. Es verdad que la Constitución del 91 fue una de tipo sesgadamente municipalista, lo cual le dio una particularidad a la descentralización colombiana y dejó a los entes intermedios con funciones un poco ambiguas.
Habría que ver si la presencia de liderazgos políticos fuertes al frente de los entes territoriales permite que éstos jueguen unos roles más proactivos en relación con el desarrollo de sus regiones –reconociendo que en algunos casos lo han tratado de hacer algunos mandatarios- y contribuyendo a implementar políticas nacionales, desde la diversidad política. Porque este es uno de los elementos importantes a destacar, que la presencia en la conducción de los gobiernos regionales de fuertes líderes de partidos políticos diversos, contribuye a fortalecer la democracia colombiana, en la medida en que el gobierno nacional deba hacer el esfuerzo de coordinar con gobernantes regionales de partidos distintos al del Presidente –el caso del alcalde Lucho Garzón en Bogotá es un buen ejemplo de coordinación desde la diversidad-, todo lo cual debe redundar en crear mejores escenarios para la terminación del enfrentamiento armado y la consolidación de nuestra democracia.
- Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional
Horacio Serpa aspira a ser gobernador de Santander, Luís Alfredo Ramos a serlo en Antioquia, Antonio Navarro en Nariño, Amilkar Acosta en la Guajira, Andrés Gonzáles en Cundinamarca, Jaime Castro en Boyacá, Eduardo Verano y José Name en el Atlántico, Guillermo Alberto González en el Cauca, para mencionar sólo los más conocidos en escenarios nacionales. Todos aspiran a ser apoyados, además de sus propios partidos políticos, por otras fuerzas políticas en sus regiones, lo cual es una característica de este tipo de elección en la cual predominarán las coaliciones y los acuerdos regionales, antes que los alineamientos políticos nacionales.
Igualmente en las ciudades más importantes del país aspiran a dirigirlas dirigentes políticos de trayectoria o antiguos mandatarios que buscan repetir, como son los casos de María Emma Mejía, Samuel Moreno o Enrique Peñalosa en Bogotá, Luís Pérez y Sergio Naranjo en Medellín, Francisco Becerra en Cali, para referirnos a las tres ciudades más grandes. No hay duda que lo que parece primar es la experiencia antes que la renovación. Debemos mencionar, en aras del equilibrio, que en Medellín está con posibilidades igualmente la candidatura de Alonso Salazar y en Cali la de Jorge Iván Ospina.
Esto tiene varias lecturas posibles. Una, que cada vez más los partidos políticos le dan gran importancia al ejercicio de los gobiernos regionales y locales y en esa medida estimulan que dirigentes de peso aspiren a ser electos para conducir los mismos; otra, que se trata de un ‘regreso a los cuarteles de invierno’ para luego sobre la base de una buena gestión en sus regiones aspirar a retornar al escenario nacional; una tercera, que se trata de ‘quemar los últimos cartuchos’ sirviéndoles a sus regiones y dejando de esta manera una buena herencia política de su paso por la actividad política. Y con seguridad puede seguirse encontrando razones.
Lo importante sería, más allá de las motivaciones que muevan a cada uno, -que son diversas sin duda-, que la elección de estos importantes dirigentes nacionales al frente de sus regiones –si lo logran, por supuesto-, sirviera para revitalizar a los entes territoriales, especialmente los Departamentos, hoy tan de capa caída y darles no solamente una función importante para el desarrollo de las regiones, sino también para que se hiciera una buena reflexión acerca del rol que juegan y podrían jugar en el ordenamiento del poder territorial en Colombia. Es verdad que la Constitución del 91 fue una de tipo sesgadamente municipalista, lo cual le dio una particularidad a la descentralización colombiana y dejó a los entes intermedios con funciones un poco ambiguas.
Habría que ver si la presencia de liderazgos políticos fuertes al frente de los entes territoriales permite que éstos jueguen unos roles más proactivos en relación con el desarrollo de sus regiones –reconociendo que en algunos casos lo han tratado de hacer algunos mandatarios- y contribuyendo a implementar políticas nacionales, desde la diversidad política. Porque este es uno de los elementos importantes a destacar, que la presencia en la conducción de los gobiernos regionales de fuertes líderes de partidos políticos diversos, contribuye a fortalecer la democracia colombiana, en la medida en que el gobierno nacional deba hacer el esfuerzo de coordinar con gobernantes regionales de partidos distintos al del Presidente –el caso del alcalde Lucho Garzón en Bogotá es un buen ejemplo de coordinación desde la diversidad-, todo lo cual debe redundar en crear mejores escenarios para la terminación del enfrentamiento armado y la consolidación de nuestra democracia.
- Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional
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