Vivir entre muros
Los ricos que huyen de la ciudad
01/07/2007
- Opinión
Los llamados barrios cerrados transformaron la geografía urbana. Migraciones en busca de una supuesta calidad de vida. ¿Sus consecuencias? ¿Y los jóvenes?
Los clubes de campo, más conocidos con el nombre de “countries”, y los barrios cerrados forman parte de las nuevas urbanizaciones privadas y constituyen un fenómeno que en las dos últimas décadas ha crecido de manera exponencial. Este proceso de suburbanización ha separado aún más la brecha entre quienes acceden a ellos y entre quienes se caen del sistema; entre quienes viven en uno, y entre quienes desde afuera sólo pueden observar un muro.
Si bien su existencia en Argentina data de la pasada década del ’30, cuando se crearon los primeros clubes de campo dedicados a promover la vida social de las clases altas durante los fines de semana, hoy la oferta se ha diversificado hasta el punto de competir en el mercado inmobiliario, con las casas y departamentos de Capital Federal.
Algunos nuevos emprendimientos permiten ingresar con un monto mínimo y financiar el resto en cuotas. Otros se destacan por sus precios.
Es el caso, por ejemplo, de Haras Santa Maria, ubicado en el partido bonaerense de Escobar (al norte de esta ciudad), con espacios de uso común y todas las comodidades a las qyue aspiran sus habitantes.
Allí se ofrecen terrenos a partir de 28.000 dólares. Este hecho es significativo para comprender la elección de sectores de la clase media acomodada, que ven a estos barrios como lugares de residencia permanente. Según sus moradores se trata de ámbitos más tranquilos y seguros, y en mayor contacto con la naturaleza.
Es un dato constatado que, en los últimos años y fundamentalmente como consecuencia de las políticas de exclusión social impuestas por el llamado modelo neoliberal, se han incrementado los índices delictivos en los principales centros urbanos de nuestra región.
La ilusión de aventar los peligros de la gran ciudad es uno de los motivos recurrentes para explicar el por qué de esa tendencia de las capas mas adineradas a vivir en barrios privados.
Las empresas inmobiliarias que se dedican a la venta y alquileres de casas en esas zonas residenciales inventaron un argumento promocional: la ciudad representa el centro de los negocios y es donde funcionan las principales empresas, pero también simboliza un lugar hostil en donde crece la sensación de inseguridad.
Uno de los más exclusivos clubes de campo de Pilar (ciudad ubicada a unos 55 kilómetros al norte de Buenos Aires) -el Highland Park – ofrece entre otras atracciones para ese tipo de habitantes temerosos actividades deportivas destinadas a toda la familia, pero también su sistema de control perimetral y de accesos informatizados, monitoreo central de alarmas, puestos de vigilancia y un permanente sistema de recorrido vehicular y peatonal en todas las áreas del club, durante las 24 horas.
Las urbanizaciones cerradas provocan un gran aislamiento de aquellas personas que las adoptan como lugar de residencia y como un estilo de vida.
Fortalecen la unión entre ellos y la separación respecto de los demás. Un “afuera” que amenaza, porque allí se encuentran los “otros” y un “adentro” que recrea una vida de cuasi ficción, integrada por un sentir colectivo del “nosotros”.
Da la sensación de que los habitantes de los “countries” se olvidaron de la diversidad que existe entre los actores sociales. Como afirma la reconocida socióloga Maristella Svampa, “la construcción de sus vidas se basa en una sociabilidad homogénea, intensa y de carácter mundano donde sus integrantes buscan moverse dentro de los mismos ambientes (controlados). Se convierten en verdaderos ghettos constituidos por pobladores unidos estrechamente entre sí (intramuros) y separados de los demás (extramuros)”.
En sus libros “La Brecha Urbana, Countries y Barrios Privados en Argentina” y “Los que ganaron, la vida en los Countries”, la socióloga destaca la dinámica social que se generó a mediados de la pasada década de los ‘90, en la cual una franja reducida de “ganadores” representada por elites planificadoras, sectores gerenciales y profesionales, se fue separando de los “perdedores”, entre los que se cuentan importantes sectores de la clase media tradicional y de servicios que sufrieron el deterioro del sistema público y fueron abandonados por el Estado.
Desde la creación del primer club de campo, el Tortugas Country Club, hasta la fecha, el perfil de los “countristas” ha ido variando. Los miembros más distinguidos de la alta sociedad han debido adecuarse a los nuevos vecinos, y las reglas de ingreso de algunos clubes de campo, ya no son tan exigentes como antaño.
El perfil de los nuevos “countristas” se basa en familias tipo, de entre 30 y 45 años de edad, con hijos que están atravesando la etapa escolar.
En su mayoría son empresarios exitosos y profesionales independientes, o en relación de dependencia, que, producto de los buenos resultados en sus negocios, encuentran en las urbanizaciones cerradas el lugar perfecto para asegurar sus bienes.
Asimismo, piensan en la socialización de sus niños dentro de un contexto de seguridad extrema. Sin embargo puertas adentro, la discriminación entre las clases altas consolidadas y los nuevos ricos, no pierden su vigencia.
Uno de los casos emblemáticos de separación de estratos sociales dentro de la provincia de Buenos Aires se da en la ya citada localidad de Pilar.
Según el sitio electrónico urbanización.com.ar, ese distrito cuenta con más de 122 urbanizaciones cerradas (48 “countries” y 74 barrios privados), emplazadas en lugares estratégicos y de fácil acceso en términos de carreteras.
En esa ciudad, los emprendimientos se convirtieron en un lugar de residencia permanente, creando un incremento en la densidad de la población pilarense y ampliando la distancia existente entre “ricos y pobres”.
Pilar cuenta con una población de 266.566 habitantes, de los cuales el 24.8 por ciento posee Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI).
En contraposición a esa realidad, la vida intramuros trajo aparejado el desembarco de centros comerciales y lugares de diversión que no hicieron más que dividir a los pobladores que pueden acceder al consumo masivo y a los que no, además de atentar contra el casco céntrico e histórico de la ciudad, prácticamente olvidado.
Por otra parte, un asesinato de gran repercusión mediática, como el de una tal Maria Marta García Belsunce, en el country Carmel de Pilar, ha dejado al descubierto una imagen alejada de la soñada perfección. Este hecho, sumado a la ola de asaltos que dejó caer el velo de la prometida seguridad extrema, ha colocado al tema de los barrios cerrados en el debate público.
La novelista Claudia Piñeiro, autora de “Las viudas de los jueves”, ha realizado una detallada descripción ficcional de los personajes que habitan los “countries” a través de una novela policial.
La escritora vive hace doce años en un barrio cerrado de Pilar y cuenta que lo eligió porque necesitaba un lugar más amplio para mudarse con su familia y en ese momento fue una posibilidad más económica que otras.
Piñeiro destaca que no se propuso hacer un ensayo sociológico sobre la vida en los “countries”, y por esa razón no puede hablar en general de las prácticas sociales de la gente que reside en ellos.
Pero reconoce que, en su caso, algunos hábitos se modificaron: “Por ejemplo, la distancia de la ciudad y de los lugares donde viven los amigos y la familia hace que te encuentres con ellos de otra forma, los encuentros son más programados y más largos, parece que recorrer tanta distancia merece un encuentro de más tiempo que sólo juntarse a tomar un café, por eso son también más espaciados. Algunos de los personajes de la novela optaron por cambiar de amigos.”
Según la novelista, el tema de la inseguridad fuera del “country” es una cuestión que ella tiene en cuenta pero que no la desvela. Y sostiene que los miedos son más propios de los padres que de los hijos, que al crecer buscan nuevas experiencias.
La privatización de la vida cotidiana en Argentina se extendió durante la década del ‘90 y se hizo eco de una tendencia neoliberal mundial que dejó los asuntos públicos en manos del “mercado”.
Este hecho ha significado una pérdida de los valores tradicionales, en pos del consumismo. A partir de la proliferación de clubes de campo, barrios cerrados y condominios la sobre valoración de espacios seguros y la búsqueda de una socialización homogénea, ha devenido, para quienes quisieron aislarse, en una falta de compromiso político con aquellos que se quedaron afuera de los muros.
Durante la crisis económica de 2001, los medios reflejaron una porción de realidad inédita, poniendo el acento en hechos de supuesto descontrol social, sin reparar en la verdadera naturaleza del drama: las políticas de exclusión y empobrecimiento puestas en práctica durante la década anterior.
La pobreza se descubrió en su total desnudez. Los sectores más humildes hicieron oír sus reclamos a través de diversos movimientos sociales y, a partir de ese momento, las diferencias entre clases se tornaron en abismo y la imagen colectiva de los ciudadanos se fragmentó en forma definitiva.
Los “countries” se convirtieron en refugios para no ver lo que había que ver. Allí se resguardaron los que se salvaron de la caída y también quienes la propiciaron. Fueron sitios útiles para evadir la responsabilidad de algunos sectores de la sociedad y eludir las miradas enjuiciadoras.
Los muros sirvieron para que la división sea concreta y visible ante todos. Los que tienen lejos de los que no; los que llegan lejos de los que están de vuelta; los jóvenes criados en una caja de cristal, presos del “buen vivir” y condicionados a reiterar el camino iniciado por sus padres, de aquellos obligados a la exclusión social.
En su libro “Mundo Privado”, la periodista Patricia Rojas entrevista a 60 jóvenes de la llamada generación “country”. Allí descubre la presión que sienten ellos dentro de un contexto en el que todos se muestran exitosos.
De ser niños cuidados, los adolescentes perciben que tienen una vida repleta de controles y límites impuestos, que quieren romper.
Otros aceptan su destino y pasan a ser “memes” o unidades mínimas de transmisión de la herencia cultural del estilo “country”. Encuentran buenas respuestas dentro de esa forma de vida en la que fueron engendrados, y desean repetirla.
Se calcula que existen cerca de seiscientos emprendimientos, privados en los cuales más de la mitad de los habitantes son menores de 24 años.
Los jóvenes que superan en número los 160.000 son concientes de “lo mucho que se espera de ellos”. Es sólo cuestión de tiempo saber hacia donde desembocarán.
Mientras tanto, el fenómeno de los barrios cerrados está en plena expansión y promete no detenerse. Pareciera que la respuesta siempre es la negación del otro.
Los clubes de campo, más conocidos con el nombre de “countries”, y los barrios cerrados forman parte de las nuevas urbanizaciones privadas y constituyen un fenómeno que en las dos últimas décadas ha crecido de manera exponencial. Este proceso de suburbanización ha separado aún más la brecha entre quienes acceden a ellos y entre quienes se caen del sistema; entre quienes viven en uno, y entre quienes desde afuera sólo pueden observar un muro.
Si bien su existencia en Argentina data de la pasada década del ’30, cuando se crearon los primeros clubes de campo dedicados a promover la vida social de las clases altas durante los fines de semana, hoy la oferta se ha diversificado hasta el punto de competir en el mercado inmobiliario, con las casas y departamentos de Capital Federal.
Algunos nuevos emprendimientos permiten ingresar con un monto mínimo y financiar el resto en cuotas. Otros se destacan por sus precios.
Es el caso, por ejemplo, de Haras Santa Maria, ubicado en el partido bonaerense de Escobar (al norte de esta ciudad), con espacios de uso común y todas las comodidades a las qyue aspiran sus habitantes.
Allí se ofrecen terrenos a partir de 28.000 dólares. Este hecho es significativo para comprender la elección de sectores de la clase media acomodada, que ven a estos barrios como lugares de residencia permanente. Según sus moradores se trata de ámbitos más tranquilos y seguros, y en mayor contacto con la naturaleza.
Es un dato constatado que, en los últimos años y fundamentalmente como consecuencia de las políticas de exclusión social impuestas por el llamado modelo neoliberal, se han incrementado los índices delictivos en los principales centros urbanos de nuestra región.
La ilusión de aventar los peligros de la gran ciudad es uno de los motivos recurrentes para explicar el por qué de esa tendencia de las capas mas adineradas a vivir en barrios privados.
Las empresas inmobiliarias que se dedican a la venta y alquileres de casas en esas zonas residenciales inventaron un argumento promocional: la ciudad representa el centro de los negocios y es donde funcionan las principales empresas, pero también simboliza un lugar hostil en donde crece la sensación de inseguridad.
Uno de los más exclusivos clubes de campo de Pilar (ciudad ubicada a unos 55 kilómetros al norte de Buenos Aires) -el Highland Park – ofrece entre otras atracciones para ese tipo de habitantes temerosos actividades deportivas destinadas a toda la familia, pero también su sistema de control perimetral y de accesos informatizados, monitoreo central de alarmas, puestos de vigilancia y un permanente sistema de recorrido vehicular y peatonal en todas las áreas del club, durante las 24 horas.
Las urbanizaciones cerradas provocan un gran aislamiento de aquellas personas que las adoptan como lugar de residencia y como un estilo de vida.
Fortalecen la unión entre ellos y la separación respecto de los demás. Un “afuera” que amenaza, porque allí se encuentran los “otros” y un “adentro” que recrea una vida de cuasi ficción, integrada por un sentir colectivo del “nosotros”.
Da la sensación de que los habitantes de los “countries” se olvidaron de la diversidad que existe entre los actores sociales. Como afirma la reconocida socióloga Maristella Svampa, “la construcción de sus vidas se basa en una sociabilidad homogénea, intensa y de carácter mundano donde sus integrantes buscan moverse dentro de los mismos ambientes (controlados). Se convierten en verdaderos ghettos constituidos por pobladores unidos estrechamente entre sí (intramuros) y separados de los demás (extramuros)”.
En sus libros “La Brecha Urbana, Countries y Barrios Privados en Argentina” y “Los que ganaron, la vida en los Countries”, la socióloga destaca la dinámica social que se generó a mediados de la pasada década de los ‘90, en la cual una franja reducida de “ganadores” representada por elites planificadoras, sectores gerenciales y profesionales, se fue separando de los “perdedores”, entre los que se cuentan importantes sectores de la clase media tradicional y de servicios que sufrieron el deterioro del sistema público y fueron abandonados por el Estado.
Desde la creación del primer club de campo, el Tortugas Country Club, hasta la fecha, el perfil de los “countristas” ha ido variando. Los miembros más distinguidos de la alta sociedad han debido adecuarse a los nuevos vecinos, y las reglas de ingreso de algunos clubes de campo, ya no son tan exigentes como antaño.
El perfil de los nuevos “countristas” se basa en familias tipo, de entre 30 y 45 años de edad, con hijos que están atravesando la etapa escolar.
En su mayoría son empresarios exitosos y profesionales independientes, o en relación de dependencia, que, producto de los buenos resultados en sus negocios, encuentran en las urbanizaciones cerradas el lugar perfecto para asegurar sus bienes.
Asimismo, piensan en la socialización de sus niños dentro de un contexto de seguridad extrema. Sin embargo puertas adentro, la discriminación entre las clases altas consolidadas y los nuevos ricos, no pierden su vigencia.
Uno de los casos emblemáticos de separación de estratos sociales dentro de la provincia de Buenos Aires se da en la ya citada localidad de Pilar.
Según el sitio electrónico urbanización.com.ar, ese distrito cuenta con más de 122 urbanizaciones cerradas (48 “countries” y 74 barrios privados), emplazadas en lugares estratégicos y de fácil acceso en términos de carreteras.
En esa ciudad, los emprendimientos se convirtieron en un lugar de residencia permanente, creando un incremento en la densidad de la población pilarense y ampliando la distancia existente entre “ricos y pobres”.
Pilar cuenta con una población de 266.566 habitantes, de los cuales el 24.8 por ciento posee Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI).
En contraposición a esa realidad, la vida intramuros trajo aparejado el desembarco de centros comerciales y lugares de diversión que no hicieron más que dividir a los pobladores que pueden acceder al consumo masivo y a los que no, además de atentar contra el casco céntrico e histórico de la ciudad, prácticamente olvidado.
Por otra parte, un asesinato de gran repercusión mediática, como el de una tal Maria Marta García Belsunce, en el country Carmel de Pilar, ha dejado al descubierto una imagen alejada de la soñada perfección. Este hecho, sumado a la ola de asaltos que dejó caer el velo de la prometida seguridad extrema, ha colocado al tema de los barrios cerrados en el debate público.
La novelista Claudia Piñeiro, autora de “Las viudas de los jueves”, ha realizado una detallada descripción ficcional de los personajes que habitan los “countries” a través de una novela policial.
La escritora vive hace doce años en un barrio cerrado de Pilar y cuenta que lo eligió porque necesitaba un lugar más amplio para mudarse con su familia y en ese momento fue una posibilidad más económica que otras.
Piñeiro destaca que no se propuso hacer un ensayo sociológico sobre la vida en los “countries”, y por esa razón no puede hablar en general de las prácticas sociales de la gente que reside en ellos.
Pero reconoce que, en su caso, algunos hábitos se modificaron: “Por ejemplo, la distancia de la ciudad y de los lugares donde viven los amigos y la familia hace que te encuentres con ellos de otra forma, los encuentros son más programados y más largos, parece que recorrer tanta distancia merece un encuentro de más tiempo que sólo juntarse a tomar un café, por eso son también más espaciados. Algunos de los personajes de la novela optaron por cambiar de amigos.”
Según la novelista, el tema de la inseguridad fuera del “country” es una cuestión que ella tiene en cuenta pero que no la desvela. Y sostiene que los miedos son más propios de los padres que de los hijos, que al crecer buscan nuevas experiencias.
La privatización de la vida cotidiana en Argentina se extendió durante la década del ‘90 y se hizo eco de una tendencia neoliberal mundial que dejó los asuntos públicos en manos del “mercado”.
Este hecho ha significado una pérdida de los valores tradicionales, en pos del consumismo. A partir de la proliferación de clubes de campo, barrios cerrados y condominios la sobre valoración de espacios seguros y la búsqueda de una socialización homogénea, ha devenido, para quienes quisieron aislarse, en una falta de compromiso político con aquellos que se quedaron afuera de los muros.
Durante la crisis económica de 2001, los medios reflejaron una porción de realidad inédita, poniendo el acento en hechos de supuesto descontrol social, sin reparar en la verdadera naturaleza del drama: las políticas de exclusión y empobrecimiento puestas en práctica durante la década anterior.
La pobreza se descubrió en su total desnudez. Los sectores más humildes hicieron oír sus reclamos a través de diversos movimientos sociales y, a partir de ese momento, las diferencias entre clases se tornaron en abismo y la imagen colectiva de los ciudadanos se fragmentó en forma definitiva.
Los “countries” se convirtieron en refugios para no ver lo que había que ver. Allí se resguardaron los que se salvaron de la caída y también quienes la propiciaron. Fueron sitios útiles para evadir la responsabilidad de algunos sectores de la sociedad y eludir las miradas enjuiciadoras.
Los muros sirvieron para que la división sea concreta y visible ante todos. Los que tienen lejos de los que no; los que llegan lejos de los que están de vuelta; los jóvenes criados en una caja de cristal, presos del “buen vivir” y condicionados a reiterar el camino iniciado por sus padres, de aquellos obligados a la exclusión social.
En su libro “Mundo Privado”, la periodista Patricia Rojas entrevista a 60 jóvenes de la llamada generación “country”. Allí descubre la presión que sienten ellos dentro de un contexto en el que todos se muestran exitosos.
De ser niños cuidados, los adolescentes perciben que tienen una vida repleta de controles y límites impuestos, que quieren romper.
Otros aceptan su destino y pasan a ser “memes” o unidades mínimas de transmisión de la herencia cultural del estilo “country”. Encuentran buenas respuestas dentro de esa forma de vida en la que fueron engendrados, y desean repetirla.
Se calcula que existen cerca de seiscientos emprendimientos, privados en los cuales más de la mitad de los habitantes son menores de 24 años.
Los jóvenes que superan en número los 160.000 son concientes de “lo mucho que se espera de ellos”. Es sólo cuestión de tiempo saber hacia donde desembocarán.
Mientras tanto, el fenómeno de los barrios cerrados está en plena expansión y promete no detenerse. Pareciera que la respuesta siempre es la negación del otro.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Mar del Plata / Argentina
http://www.prensamercosur.com.ar
https://www.alainet.org/es/active/18376