La Paz en Colombia es Posible
No permitamos que se imponga la locura de la guerra
28/02/2002
- Opinión
Con profunda tristeza he conocido las noticias sobre el rompimiento de los
diálogos de paz en Colombia y el inicio de una ofensiva militar en gran
escala, para ocupar el área que funcionó durante cerca de tres años como zona
de distensión para facilitar el proceso de paz. Con angustia recibí las
noticias de intensos bombardeos aéreos, ataques de artillería y avance de
tropas sobre el área en la que han estado asentadas las unidades de las FARC,
pero que también está habitada por miles de pobladores civiles.
Mi preocupación es profunda porque conozco perfectamente la dinámica de las
guerras y la manera como se desatan las escaladas que después nadie puede
detener. Sé, por experiencia propia y porque así lo demuestra la historia,
que dentro de la población civil se produce la inmensa mayoría de las
víctimas de toda guerra. Tengo conciencia de la saña sanguinaria con la que
actúan en Colombia las estructuras paramilitares y del respaldo que en muchos
casos les ha brindado el ejército nacional, por ello temo que puedan ocurrir
brutales agresiones contra la población civil de la zona. No tengo duda de
que esas estructuras paramilitares serán las mayores beneficiarias de la
situación que se ha creado, pues ahora tendrán las manos libres para actuar y
desarrollarse. Es muy alto el peligro de que se cometan graves violaciones a
los Derechos Humanos, especialmente en las regiones de Cauca, Arauca, Nariño,
Putumayo y Catatumbo.
Afirmo que quienes apuestan por la guerra están equivocados. Jamás la
solución militar ha servido para resolver conflictos que tienen sus orígenes
en la injusticia, la desigualdad y la exclusión. Las pretendidas soluciones
militares sólo han servido, como lo demuestra dramáticamente lo ocurrido en
mi país Guatemala, para ahogar en un baño de sangre a la población civil no
combatiente.
La situación se torna aún más grave y peligrosa por la vorágine guerrerista
que el gobierno de los Estados Unidos está extendiendo por el mundo. La
escalada militar desatada en Colombia nos permite entender ahora los
verdaderos alcances del "Plan Colombia". Los riesgos de la extensión del
conflicto hacia otros países de la región andina son hoy más fuertes que
nunca. Si se impone esa locura de la guerra, las consecuencias serán
catastróficas para la región latinoamericana y para el resto del planeta.
Esa es la responsabilidad que recae sobre quienes, desde el gobierno y otras
esferas del poder en Colombia, han venido proclamando la salida militar. Es
también la responsabilidad de quienes, desde las organizaciones insurgentes,
optaron por agudizar el conflicto atacando a la población civil. Unos y
otros desoyeron el clamor de la sociedad civil a favor de la paz. Unos y
otros, con intereses y objetivos diferentes, deberán responder por sus actos
ante la humanidad y ante la historia.
Nos toca ahora, a quienes dentro y fuera de Colombia nos oponemos a que se
imponga la locura belicista, promover y apoyar la resistencia civil a la
guerra. Debemos exigir a las partes que han optado por el enfrentamiento
armado, el mayor respeto para con la población civil no combatiente. Nos
toca ahora, a pesar de las adversidades, demandar enérgicamente que las
partes vuelvan a crear condiciones para retomar el camino del diálogo y la
negociación política. Aprendamos las lecciones de la historia: no existe
otra salida para un conflicto como el que desgarra a nuestra amada Colombia.
A pesar de que suena como utopía, sigo creyendo que no se ha agotado la
esperanza del diálogo, de la negociación, de la solución política. Desde mi
espíritu profundamente latinoamericano y a partir del sentimiento de las
víctimas del genocidio que ya han sufrido nuestros pueblos, clamo ante las
partes confrontadas para que, en un acto de cordura, le den una nueva
oportunidad a la paz y encuentren fórmulas para la negociación política.
Personalmente expreso mi respaldo a la convocatoria para la realización de un
Congreso Nacional de Paz, que han lanzado importantes organizaciones de la
Sociedad Civil colombiana. Con esa iniciativa proponen evaluar el proceso de
diálogo que ha fracasado, diseñar nuevas estrategias de la Sociedad Civil y
elaborar un mandato ciudadano para entregar al próximo gobierno colombiano,
para la reapertura de caminos para la solución política negociada. La
resistencia civil a la guerra merece todo nuestro apoyo y acompañamiento.
Desde las entrañas del Pueblo Maya, que ha sufrido el peor genocidio cometido
en América en el Siglo XX, pido al Corazón del Cielo y de la Tierra que nos
ilumine y nos ayude a mantener la convicción y la fortaleza necesaria para
construir la paz a pesar de las adversidades. Que nos anime para alimentar
la certeza de que la paz en Colombia es posible, a pesar de la locura de los
guerreristas. Que la fuerza de la vida triunfe sobre la muerte.
* Rigoberta Menchú Tum. Premio Nobel de la Paz. Embajadora de Buena Voluntad de UNESCO
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