Por quién (no) doblan las campanas?
30/07/2007
- Opinión
Brasil está sufriendo bajo el impacto del mayor accidente aéreo de su historia, que causó al menos 200 víctimas mortales. La muerte de todos nosotros es una tragedia inevitable. No tanto para que el se va como para el que se queda. Cuando nacemos todos ríen mientras nosotros lloramos; cuando morimos ellos lloran y nosotros sonreímos. Es la certeza de la fe.
Duelen los lazos afectivos que nos unen a los que se fueron. Ya no podremos verlos, oírlos, abrazarlos, compartir con ellos las dificultades y las alegrías de la vida. Quedan el silencio, el recuerdo, la nostalgia dolorida. Nuestra mano se extiende en el vacío.
Hay que tratar la muerte con solemne seriedad. Para quien sufre la pérdida de alguien querido no es un fenómeno desechable. En principio, nuestra sensibilidad debiera reaccionar siempre que doblan las campanas por alguien. Si consideramos que, sólo en el siglo 20 el ser humano eliminó por la violencia 100 millones de semejantes, entonces es posible entender por qué somos insensibles ante la muerte ajena. Blindamos nuestra sensibilidad para preservarnos. Ya es duro llorar la pérdida del pariente y del amigo; ¿por qué permitir que la muerte del extraño hiera nuestro corazón?
Así pues, la muerte exige solemne reverencia. El rito del paso necesita ser celebrado de algún modo: la identificación del muerto, el velorio, el entierro o la incineración, las condolencias, la liturgia religiosa, el luto. En caso contrario estamos condenados al drama de las familias de los desaparecidos bajo la dictadura: no se cambian de residencia con la expectativa de que un día aparezcan. Pues no existe fuerza capaz de enterrar la esperanza de un corazón materno o paterno.
Chejov, en el cuento “Angustia”, narra la triste soledad de un cochero que, habiendo perdido a su hijo, no encuentra ningún oído dispuesto a escucharlo. “Pronto va a hacer una semana que su hijo murió -dice el narrador- y él aún no conversó directamente con nadie… Es necesario conversar despacio, con calma… Es necesario contar cómo enfermó el hijo, cómo sufrió, lo que dijo antes de morir, cómo murió. Es necesario describir el entierro y el viaje al hospital para recoger la ropa del difunto.
Los familiares y amigos de los pasajeros y tripulantes del Airbus A-320 se sienten como el cochero de Chejov con respecto a nuestras autoridades. El cochero encontró el consuelo de que, finalmente, pudo desahogarse con la yegua que tiraba de la carroza.
Pero nuestras autoridades, con excepción del gobernador del estado de Sao Paulo y del alcalde de la ciudad, exceptuando también personajes intermedios, no se presentaron en los hoteles donde estaban hospedados dichos familiares, ni en las celebraciones litúrgicas, ni en el entierro de los cuerpos identificados. Aunque lo hubieran hecho, ¿sería eso un consuelo? No. Pero hubiera sido un gesto de grandeza cívica por parte de quien representa a la nación y, en nombre de ella, sabe hermanarse en el dolor, así como no pierde la oportunidad de hermanarse en la alegría.
Y hubiera sido un gesto de que la tragedia del día 17 de julio no se redujo a un mero accidente que exime a los órganos públicos de cualquier responsabilidad.
Cuando el poder se pone del lado de las víctimas, aprende a cambar su modo de proceder. Y se humaniza. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Trece cuentos diabólicos y uno angelical”, entre otros libros.
Duelen los lazos afectivos que nos unen a los que se fueron. Ya no podremos verlos, oírlos, abrazarlos, compartir con ellos las dificultades y las alegrías de la vida. Quedan el silencio, el recuerdo, la nostalgia dolorida. Nuestra mano se extiende en el vacío.
Hay que tratar la muerte con solemne seriedad. Para quien sufre la pérdida de alguien querido no es un fenómeno desechable. En principio, nuestra sensibilidad debiera reaccionar siempre que doblan las campanas por alguien. Si consideramos que, sólo en el siglo 20 el ser humano eliminó por la violencia 100 millones de semejantes, entonces es posible entender por qué somos insensibles ante la muerte ajena. Blindamos nuestra sensibilidad para preservarnos. Ya es duro llorar la pérdida del pariente y del amigo; ¿por qué permitir que la muerte del extraño hiera nuestro corazón?
Así pues, la muerte exige solemne reverencia. El rito del paso necesita ser celebrado de algún modo: la identificación del muerto, el velorio, el entierro o la incineración, las condolencias, la liturgia religiosa, el luto. En caso contrario estamos condenados al drama de las familias de los desaparecidos bajo la dictadura: no se cambian de residencia con la expectativa de que un día aparezcan. Pues no existe fuerza capaz de enterrar la esperanza de un corazón materno o paterno.
Chejov, en el cuento “Angustia”, narra la triste soledad de un cochero que, habiendo perdido a su hijo, no encuentra ningún oído dispuesto a escucharlo. “Pronto va a hacer una semana que su hijo murió -dice el narrador- y él aún no conversó directamente con nadie… Es necesario conversar despacio, con calma… Es necesario contar cómo enfermó el hijo, cómo sufrió, lo que dijo antes de morir, cómo murió. Es necesario describir el entierro y el viaje al hospital para recoger la ropa del difunto.
Los familiares y amigos de los pasajeros y tripulantes del Airbus A-320 se sienten como el cochero de Chejov con respecto a nuestras autoridades. El cochero encontró el consuelo de que, finalmente, pudo desahogarse con la yegua que tiraba de la carroza.
Pero nuestras autoridades, con excepción del gobernador del estado de Sao Paulo y del alcalde de la ciudad, exceptuando también personajes intermedios, no se presentaron en los hoteles donde estaban hospedados dichos familiares, ni en las celebraciones litúrgicas, ni en el entierro de los cuerpos identificados. Aunque lo hubieran hecho, ¿sería eso un consuelo? No. Pero hubiera sido un gesto de grandeza cívica por parte de quien representa a la nación y, en nombre de ella, sabe hermanarse en el dolor, así como no pierde la oportunidad de hermanarse en la alegría.
Y hubiera sido un gesto de que la tragedia del día 17 de julio no se redujo a un mero accidente que exime a los órganos públicos de cualquier responsabilidad.
Cuando el poder se pone del lado de las víctimas, aprende a cambar su modo de proceder. Y se humaniza. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Trece cuentos diabólicos y uno angelical”, entre otros libros.
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