La izquierda dividida
16/08/2007
- Opinión
No se dice abiertamente, pero la izquierda hoy en México atraviesa por importantes dificultades. No tanto por lo que hace a la caracterización de nuestro sistema político y económico, en lo cual hay amplias coincidencias, sino sobre todo en cuanto a las decisiones organizativas, con una ausencia de voluntad para actuar unitariamente. En las ideas las izquierdas se aproximan, en la práctica la división y el alejamiento parece haber ganado espacios inaceptables.
Por supuesto que sería importante examinar las razones de este alejamiento, lo cual desborda los alcances de este artículo, que se propone más bien subrayar los incontables peligros de la división. En primer lugar, el de su debilitamiento y fortalecimiento consecuente de la derecha. Y ese fortalecimiento no es sólo demostrable por el hecho del PAN en el poder, aun cuando también lo es, sino por el hecho irrefutable de que la derecha tomó posiciones de gran poder también desde los últimos gobiernos del PRI, en lo político y económico.
Yo diría que para la izquierda en México (y el mundo) no ha sido tan difícil formular opiniones coincidentes, en vista de las innumerables atrocidades que comete el sistema: la marginalidad y miseria de más de la mitad de los seres humanos, la destrucción galopante de las condiciones de vida de nuestra casa común que es la tierra, los incontables atropellos a los derechos humanos en tantos lugares, y desde luego en México, la corrupción galopante y el vaciamiento ético de las conductas, que han roto con cualquier modelo de contención y dignidad. Las crueldades del sistema son tan escandalosas que perturban a grandes núcleos de hombres y mujeres, desde luego a las izquierdas, pero también a extensos sectores de buena fe que perciben los abismos en que se consume buena parte de la sociedad humana.
Decía que la coincidencia moral y teórica no resulta tan difícil, pero lo que parece más complicado es llegar a una acción coordinada, solidaria y unitaria. Aquí comienzan los obstáculos. En México, la coyuntura electoral del 2006, y su antecedente en la pretensión del desafuero a López Obrador, llevaron a una respetable unidad popular en las elecciones, pero no fue suficiente, y el fraude fue posible (con la movilización adversa de sectores sociales como el magisterio) para la derrota de la izquierda. Todo indica que, en las condiciones actuales, la izquierda en México sólo puede ganar las presidenciales con una aplastante mayoría electoral, que haga imposibles o irrelevantes las operaciones fraudulentas. Y tal vez eso faltó, porque sólo una mayoría popular abrumadora es capaz de derrotar a los medios de comunicación de masas y a la riqueza acumulada movilizada para frenar a la izquierda.
No ocurrió así y fue posible que se impusieran el fraude y los poderes dominantes. Es verdad que después del trauma de la derrota resulta “normal” que la izquierda pase por reacciones erráticas, ¿pero las divisiones son únicamente de coyuntura o de estructura? No se olvide que aun antes del trauma ya algunas agrupaciones declararon abiertamente su hostilidad a otras, y quiérase o no contribuyeron a la derrota de la democracia en México; es pues urgente que el total de las fuerzas democráticas trabajen ya, piensen ya, en las condiciones necesarias de su unidad, de su actuación conjunta, coordinada y si es posible masiva. Las reflexiones son pertinentes en el momento en que se lleva a cabo la convención nacional del PRD.
Pero la unidad en la acción, la solidaridad política, no significa dogmatismo ni hacerse, como hace décadas, obre la base del control vertical de las conciencias. Hoy, las izquierdas son una expresión más de la diversidad cultural y de los horizontes plurales que definen a la sociedad humana. Quedaron atrás los tiempos de la unidad forzada y de las “desviaciones” dignas de excomuniones y expulsiones. Tales épocas han sido superadas (¿?). En este tiempo, en cambio, debe hablarse abiertamente hasta de la posibilidad de múltiples socialismos, de los distintos y a veces encontrados caminos hacia el mismo, y hasta si se quiere de los distintos socialismos que florecerán en el futuro. Sin capillas ni verdades únicas ni dogmas infranqueables.
Pero la diversidad de las izquierdas, que es signo de la diversidad y pluralidad de nuestro tiempo, debe aplicarse también a la coordinación solidaria de sus acciones, en subrayar las identidades y valorar sin emotividades inútiles las diferencias. La variedad de las visiones no debe paralizar la convergencia de la acción.
Nos referimos tanto a los movimientos sociales como a los partidos políticos, que confirman las apreciaciones anteriores. Acción en común sin inútiles hostilidades: el actuar dogmático es signo del pasado, de tiempos ya revolucionados y dejados atrás por la historia. Quienes siguen aferrados a la conducta casi religiosa de los dogmas y de las autoridades sin apelación están en la práctica fuera del tiempo, cuyo signo es precisamente la diversidad y la pluralidad.
Frente a la conducta supraordinada del pasado, cuyos partidos e izquierdas son hoy antidiluvianos, debe sostenerse un principio irrenunciable: el del consenso, que nos recuerda la previsión de Gramsci de que es imposible construir una sociedad socialista sin haber logrado previamente el consenso ampliamente mayoritario de la población.
Por supuesto que sería importante examinar las razones de este alejamiento, lo cual desborda los alcances de este artículo, que se propone más bien subrayar los incontables peligros de la división. En primer lugar, el de su debilitamiento y fortalecimiento consecuente de la derecha. Y ese fortalecimiento no es sólo demostrable por el hecho del PAN en el poder, aun cuando también lo es, sino por el hecho irrefutable de que la derecha tomó posiciones de gran poder también desde los últimos gobiernos del PRI, en lo político y económico.
Yo diría que para la izquierda en México (y el mundo) no ha sido tan difícil formular opiniones coincidentes, en vista de las innumerables atrocidades que comete el sistema: la marginalidad y miseria de más de la mitad de los seres humanos, la destrucción galopante de las condiciones de vida de nuestra casa común que es la tierra, los incontables atropellos a los derechos humanos en tantos lugares, y desde luego en México, la corrupción galopante y el vaciamiento ético de las conductas, que han roto con cualquier modelo de contención y dignidad. Las crueldades del sistema son tan escandalosas que perturban a grandes núcleos de hombres y mujeres, desde luego a las izquierdas, pero también a extensos sectores de buena fe que perciben los abismos en que se consume buena parte de la sociedad humana.
Decía que la coincidencia moral y teórica no resulta tan difícil, pero lo que parece más complicado es llegar a una acción coordinada, solidaria y unitaria. Aquí comienzan los obstáculos. En México, la coyuntura electoral del 2006, y su antecedente en la pretensión del desafuero a López Obrador, llevaron a una respetable unidad popular en las elecciones, pero no fue suficiente, y el fraude fue posible (con la movilización adversa de sectores sociales como el magisterio) para la derrota de la izquierda. Todo indica que, en las condiciones actuales, la izquierda en México sólo puede ganar las presidenciales con una aplastante mayoría electoral, que haga imposibles o irrelevantes las operaciones fraudulentas. Y tal vez eso faltó, porque sólo una mayoría popular abrumadora es capaz de derrotar a los medios de comunicación de masas y a la riqueza acumulada movilizada para frenar a la izquierda.
No ocurrió así y fue posible que se impusieran el fraude y los poderes dominantes. Es verdad que después del trauma de la derrota resulta “normal” que la izquierda pase por reacciones erráticas, ¿pero las divisiones son únicamente de coyuntura o de estructura? No se olvide que aun antes del trauma ya algunas agrupaciones declararon abiertamente su hostilidad a otras, y quiérase o no contribuyeron a la derrota de la democracia en México; es pues urgente que el total de las fuerzas democráticas trabajen ya, piensen ya, en las condiciones necesarias de su unidad, de su actuación conjunta, coordinada y si es posible masiva. Las reflexiones son pertinentes en el momento en que se lleva a cabo la convención nacional del PRD.
Pero la unidad en la acción, la solidaridad política, no significa dogmatismo ni hacerse, como hace décadas, obre la base del control vertical de las conciencias. Hoy, las izquierdas son una expresión más de la diversidad cultural y de los horizontes plurales que definen a la sociedad humana. Quedaron atrás los tiempos de la unidad forzada y de las “desviaciones” dignas de excomuniones y expulsiones. Tales épocas han sido superadas (¿?). En este tiempo, en cambio, debe hablarse abiertamente hasta de la posibilidad de múltiples socialismos, de los distintos y a veces encontrados caminos hacia el mismo, y hasta si se quiere de los distintos socialismos que florecerán en el futuro. Sin capillas ni verdades únicas ni dogmas infranqueables.
Pero la diversidad de las izquierdas, que es signo de la diversidad y pluralidad de nuestro tiempo, debe aplicarse también a la coordinación solidaria de sus acciones, en subrayar las identidades y valorar sin emotividades inútiles las diferencias. La variedad de las visiones no debe paralizar la convergencia de la acción.
Nos referimos tanto a los movimientos sociales como a los partidos políticos, que confirman las apreciaciones anteriores. Acción en común sin inútiles hostilidades: el actuar dogmático es signo del pasado, de tiempos ya revolucionados y dejados atrás por la historia. Quienes siguen aferrados a la conducta casi religiosa de los dogmas y de las autoridades sin apelación están en la práctica fuera del tiempo, cuyo signo es precisamente la diversidad y la pluralidad.
Frente a la conducta supraordinada del pasado, cuyos partidos e izquierdas son hoy antidiluvianos, debe sostenerse un principio irrenunciable: el del consenso, que nos recuerda la previsión de Gramsci de que es imposible construir una sociedad socialista sin haber logrado previamente el consenso ampliamente mayoritario de la población.
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