La hegemonía intelectual de la izquierda progresista
12/04/2002
- Opinión
Una tipología elemental de lo que se entiende por izquierda progresista
se apoya en cuatro o cinco rasgos fundamentales.
1. - La creencia de una existencia en sí de la igualdad humana, cuando
los seres humanos sólo somos iguales en dignidad, pero en sí mismos
diferentes unos de otros.
2. - La igualdad humana acompañada del rechazo a toda distinción de
clase, género o raza.
3. - Hostilidad a todo lo que confiere poder desde el mundo económico,
llámese empresas, negocios o mercado.
4. - Desprecio a los sentimientos patrióticos y a todo aquello que huela
a militarismo u orden cerrado.
5. - Buena disposición a creer en la buena fe de todos aquellos que
hablan de lucha y de liberación.
6. - Sentimiento de culpabilidad por el pasado de su país si ha
intervenido en guerras de conquista o colonización.
En definitiva, el intelectual de izquierda progresista tiende a repudiar
el mismo orden social que le permite tiempo libre para estudiar, pensar,
enseñar e incitar al cambio.
La paradoja de nuestros días es que por primera vez en la historia existe
una hegemonía cultural del progresismo a escala completa, en las
universidades, academias, colegios, iglesias, prensa y televisión. Pero
al mismo tiempo el proletariado industrial ha desaparecido, dejando de
formar parte del imaginario colectivo y la opinión popular se aleja más y
más de las ideas denominadas "progresistas".
El fracaso mundial de la socialdemocracia en el poder ha hecho que este
pase a manos de los ejecutores de políticas liberales en casi todo el
mundo.
La hegemonía intelectual de la izquierda progresista se da en todo el
ámbito de la cultura y en la creación de la opinión pública, pero el
manejo de los hechos políticos y económicos está en manos de los
ejecutores liberales.
El intelectual progresista a través de una hermenéutica de la sospecha
siente la persecución obsesiva del poder y de la opresión del discurso
tradicional, pues éste se maneja a través de la balanza equilibrada entre
orden y libertad o autoridad y espontaneidad popular.
Pero, ¿cómo funciona esta hegemonía? Como un grupo de interés unido por
la ideología dominante de la igualdad, que se asegura un cargo rentado en
una actividad de servicios respaldada por el Estado.
El intelectual progresista de izquierda adquiere de por vida una renta
estable como garantía contra el desastre social.
El obtener una renta por actividades cuyos riesgos no caen sobre sus
hombros, hace que su principal preocupación sea conseguir nuevos fondos
para alimentar el grupo de interés para asegurar a cada uno de sus
miembros la permanencia en el cargo.
¿Cómo reacciona ante la crítica o la disidencia interna? Con el complot
del silencio, sostenía Arturo Jaureche. A lo que habría que agregar: Con
la demonización y la denuncia de incompetencia intelectual de aquel que
piensa distinto.
La crítica a lo políticamente correcto encarnado por el progresismo paga
un precio costoso. Criticarlo, sea al enquistado en las universidades
como al de las Iglesias, la prensa o la televisión es perder prestigio
intelectual por carecer del reconocimiento de los pares que en su mayoría
guardan silencio ante el disidente.
La ideología igualitaria es tranquilizadora, se instala y se extiende
suavemente en los ámbitos comentados, pero tiene un grave inconveniente
la amenaza que representa el talento y la excelencia humana. El músico
Salieri al no poder ser más que Mozart, le reclama al crucifijo antes de
echarlo al fuego: "Tu me distes la vocación pero no los talentos". Este
es el gran drama de la izquierda progresista, la esterilidad en la
producción de sentido y en el orden de la investigación. La Universidad
de Buenos Aires bajo el rectorado del judeo-argentino Oscar Schuberoff en
estos últimos 16 años es el más claro ejemplo de lo que queremos decir:
Raleó a los pocos profesores talentosos y no permitió el acceso a ningún
sapiente. Hoy el descrédito internacional de la UBA está generalizado.
En el fondo es un ataque sostenido al concepto de mérito y aunque postula
apoyar los estándares generales de educación y cultura, lentamente los
socava. Porque no cree en la importancia de ningún criterio universal,
salvo el de la igualdad de los hombres, es por ello que rechaza
viceralmente la larga tradición del pensamiento tradicional que hunde sus
raíces en la filosofía griega, la religión católica y el derecho romano.
Este pensamiento tradicional tan íntimamente vinculado a la vida de los
pueblos occidentales y especialmente a los iberoamericanos se le torna
incomprensible al intelectual progresista de izquierda, porque en las
elecciones no cuenta nunca con los votos y jamás sintió el placer de
participar de sus fiestas.
La ideología igualitaria lo lleva, irremediablemente, al resentimiento en
la moral que tan magistralmente caracterizara el filósofo Max
Scheler(1875-1928) "Propio del resentimiento es la falsificación de los
valores pues como no puede ver con alegría valores superiores,(los
talentos en el genio, las virtudes en el santo y las proezas en el héroe)
oculta su verdadera naturaleza bajo la exigencia de igualdad. En realidad
lo que quiere es la decapitación de los que poseen esos valores
superiores que le indignan". (op.cit.p.188).
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