Un país en disputa

26/04/2002
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Se trata de construir un país a partir del respeto, la suma y el orgullo de sus múltiples necesidades e identidades colectivas, hoy subvaloradas o menospreciadas. Disputar el Estado y disputar el país, no para la rapiña ni para el negocio fácil sino para la solidaridad, la justicia, la multiculturalidad, la equidad de género, la transformación; disputarlo en definitiva para el futuro. Miradas particulares. Intereses sectoriales y contrapuestos. Proyectos confusos, invertebrados y enfrentados. Guatemala se mueve entre divisiones múltiples. En el escenario político (y sobre todo económico) pelean, conviven, pactan, dialogan, se enfrentan, se secuestran o se matan los protagonistas más diversos: criminales comunes, militares descontentos, damnificados por la intervención de los bancos, riosmontistas, portillistas, las cúpulas del FRG ?empresarios emergentes- y CACIF ?empresariado tradicional- estado contrainsurgente clásico contra estado de la posguerra ligeramente renovado. Se carece de una visión y un trabajo de país. ?El Estado es un botín en disputa entre empresarios y militares?, analiza el semanario Inforpress del 5 de abril, y pone el ejemplo de las luchas por la explotación de petróleo en el departamento de Izabal y por la construcción de la primera refinería guatemalteca. ?Promesas incumplidas, cinismo, luchas entre familias ricas, guerrillas entre mafias y desmantelamiento constante del Estado es la tradición? remarca Tania Palencia en su columna del diario Siglo XXI (17/04/02). Vivimos de pelea en pelea, sin respiro, por el control del poder político, social y económico: desde el gobierno al sistema de justicia, pasando por la Procuraduría de Derechos Humanos, el Ministerio Público, la explotación del petróleo, las comunicaciones, el narcotráfico, el turismo, el contrabando de armas y piezas arqueológicas, la madera, el agua, los recursos minerales, la venta de comida rápida... Violencia en el Estado mafioso corporativo El capítulo 5 del Informe El legado mortal de Guatemala. El pasado impune y las nuevas violaciones de derechos humanos (Amnistía Internacional, febrero 2002) define a esta Guatemala como un Estado de Mafia Corporativa, donde se disputan poderosos intereses, y se disputan de manera violenta. A la violencia contra sectores populares, en el marco de un estado todavía marcadamente contrainsurgente, se añade la violencia derivada de las plurales fracturas e intereses al interior de las elites, sus peleas literalmente por todos los medios posibles. En este contexto, la violencia es una circunstancia cotidiana con la que nos estamos acostumbrando a convivir. O las violencias, porque se ejecutan de múltiples formas y con pluralidad de destinatarios: violencias provenientes de la ideología contrainsurgente (la organización popular como enemigo interno) apenas disimulada por los Acuerdos de Paz. Esta violencia se manifiesta en amenazas y allanamientos a organizaciones sociales (sobre todo las defensoras de los derechos humanos), desapariciones (Mayra Gutiérrez), asesinatos (Bárbara Ford). Según el Grupo de Apoyo Mutuo, GAM, durante 2001 la violencia de naturaleza política se incrementó en un 25% con relación al año 2000 y en un 40% en comparación a 1999. El GAM contabilizó más de 2000 casos de violencia política y social, de los cuales algo más del 50% tuvieron como resultado la muerte de una o varias personas. Se documentaron 24 casos de ejecuciones extrajudiciales y 3 casos de desaparición forzada en dos años. violencias derivadas de peleas por el control de sectores estratégicos de la economía y el Estado. Son ejercidas por diversos sectores, ligados al estado contrainsurgente, que poseen sobrada experiencia y capacidad técnica, logística, económica y material. violencias que debilitan y subordinan al Estado guatemalteco y al poder civil. La paradoja actual de Guatemala es que nunca el Estado ha sido tan pequeño y pobre (después de saqueos históricos y privatizaciones contemporáneas), nunca su poder soberano ha sido tan cautivo (en un contexto de soberanías económicas globales y difusas) pero probablemente nunca en su historia ha sido tan codiciado y disputado por los diferentes sectores de poder. Las hipótesis sobre la ?africanización? de Guatemala son hoy cualquier cosa menos hipótesis y ficciones: son el presente, la amenaza con la que nos despertamos todos los días. Guerra a muerte de sectores en un escenario de pobreza y despojos. ¿Y el presidente del pueblo? Guatemala aparece dislocada, desestructurada, pobre y sola como casi nunca. En momentos como estos se necesitaría el Presidente más agresivo, el que ? en sus propios discursos- no se doblega ni se raja, que no obstante es un Presidente virtual. Se precisaría del Presidente que promete combatir privilegios y no el que despilfarra y favorece nuevas fortunas confusamente amasadas. El Presidente que convoca al diálogo y no el otro que cierra las puertas al mismo. El que se proclama representante de los más pobres y no el que desayuna, almuerza, cena y duerme al lado de fortunas sospechosamente acumuladas. El que dice atacar poderes fácticos y no el que se niega a disolver el Estado Mayor Presidencial. El Presidente que propone los Acuerdos de Paz como práctica de Estado y no el que esconde, cuando no promueve, vergonzosas violaciones a los derechos humanos, entre ellos el elemental derecho a la vida (desaparición de Mayra Gutiérrez, recuerden). En fin se necesitaría el presidente como solución y no como parte y causante en gran medida del problema. A la defensiva Los sectores conservadores ocupan, utilizan, instrumentalizan y refuerzan el Estado como instrumento para la obtención de privilegios, mientras las organizaciones populares, tradicionalmente defensoras de un Estado con un papel más activo en el desarrollo y la redistribución de la riqueza, permanecen en su mayoría alejadas del debate. Son espectadoras de una disputa donde se define su presente y su futuro. Estas organizaciones se encuentran a la defensiva: a la hora de exigir el cumplimiento de los Acuerdos de Paz, hoy en función del (des) interés y la (des) preocupación de los diferentes (des) gobiernos; a la hora de enfrentar la violencia; como interlocutoras en la definición y puesta en marcha de políticas nacionales. El déficit de ética y de carisma, la atomización, la desarticulación y la falta de coordinación entre diferentes sectores, la falta de preparación, la escasez de propuestas novedosas caracterizan el quehacer de las izquierdas en Guatemala hoy e impiden su papel activo y protagónico. A lo que hay que añadir el esquematismo conceptual, el verticalismo y la falta de debate como denominador común antes y después de la firma de la paz. El tránsito de la guerra a la paz parece haber sustituido unas ortodoxias por otras y verdades absolutas por otras de igual naturaleza. Durante el conflicto armado, un mundo mejor parecía inevitable; hoy, se abandona la idea de transformar el mundo y se aceptan acríticamente y con pragmatismo generoso los males menores. Antes, dominaba el optimismo voluntarista; hoy, se ha entronizado el pesimismo de la voluntad. Antaño, se cultivaba la épica de la oposición frontal; actualmente, se ejerce la praxis del pacto prácticamente indiscriminado (incluso pactos velados con antiguos genocidas o sus aliados). Se ha pasado de los principios inmutables a las prácticas extremadamente flexibles. Pero entre los viejos principios guerrilleros y las nuevas ideas, donde domina mayoritariamente el desencanto, cada uno con su larga cuenta de razones, existe un espacio vacío que deben llenar viejas utopías complementadas con nuevos programas y modos de actuación. Articular lo local con lo general, fomentando al tiempo la compleja pluralidad de ambos factores (nacionales y locales); vincular lo inmediato con lo estratégico; coordinar las luchas de género, medio ambiente, culturales; tender puentes entre lo urbano y lo rural, ladinos e indígenas, mujeres y hombres, y sus respectivas interrelaciones y contactos; recuperar y reforzar el Estado como instrumento de desarrollo, redistribución y articulación social; transitar de la democracia electoral a la democracia participativa; cumplir y profundizar los acuerdos de paz; elaborar un nuevo pacto fiscal, sobre la base de la solidaridad; retomar el debate sobre la distribución y uso de la tierra (hoy en manos del 2% de la población y sujeta a modos de producción obsoletos); avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo, incluyente, justo, con un grado importante de independencia y soberanía, orientado a satisfacer necesidades internas y, sobre todo, viable en el mundo de hoy, se vuelven hoy un programa mínimo imprescindible, que además debe incluir transversalmente un compromiso ético renovado, una reivindicación de valores intangibles (solidaridad, entrega, sacrificio, esa especie de vivir como los santos de la Revolución Sandinista nicaragüense) que durante mucho tiempo fueron seña de identidad de las organizaciones de izquierda, tanto o más que el Estado fuerte o la simbiosis partido-estado-nación. Múltiples países Entre todos los países que hoy conviven y pugnan en un solo país (el país electoral, el país de los empresarios tradicionales, el país de los empresarios emergentes, el país de los violentos, el país de los militares de línea y los de carrera, el país de los militares retirados, etc.) no deberíamos olvidarnos de los muchos que viven en su único país posible, el que medio los sustenta y les da cobijo: los habitantes de Jocotán, Camotán y los más de 100 municipios que sobreviven en situación de pobreza máxima y alerta extrema, los deudos de las víctimas de la guerra, los que anhelan irse a EEUU a trabajar, los que sólo han conocido el horizonte de explotación de las fincas de café, horizonte y explotación que también hoy se les niega, los indígenas discriminados, las mujeres in visibilizadas, los jóvenes herederos de una patria herida y agotada. El país de los hambrientos y de la exclusión histórica. El país que exige serenidad, sosiego y paz mientras las instituciones responden con violencia. El país que reclama análisis, reflexión, proposición, conciliación a un gobierno, ejército y sectores de poder económicos que trabajan con esquematismo, imposiciones, equivocaciones, polarización y muerte. El país que cuenta con lideres preparados, profesionalizados, hoy lamentablemente relegados a un segundo plano o a luchas a corto plazo, mientras el gobierno ubica en puestos clave a personas de trayectoria, generales y currículo mayoritariamente desconocidos, casi siempre dudosos, sin mayor capacidad probada que la fidelidad a una siglas, FRG, y a un dirigente, Ríos Montt. Para todos ellos, se trata de construir un país a partir del respeto, la suma y el orgullo de sus múltiples necesidades e identidades colectivas, hoy subvaloradas o menospreciadas. Disputar el Estado y disputar el país, no para la rapiña ni para el negocio fácil sino para la solidaridad, la justicia, la multiculturalidad, la equidad de género, la transformación; disputarlo en definitiva para el futuro.
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