¿Quiénes tiemblan ante la excarcelación norteamericana de Noriega?
21/09/2007
- Opinión
Ante la noticia de la excarcelación de Noriega de las prisiones norteamericanas, súbitamente se adueñó del país un ambiente de temor rayano en histeria en algunos círculos de nuestra sociedad. El marco en que ha sucedido esta conmoción está relacionado con la llamada “Nueva Democracia” nacida de la invasión y ocupación militar yanquis de 1989 y con la placidez con que los beneficiarios del bipartidismo, institucionalizado desde esos sucesos interventores y de reconquista, han venido pelechándolo para eternizarse en el poder. Noriega es un visitante inoportuno para la fiesta de poder de 2009.
Unos sectores, por su cobardía y aferrados a sus privilegios, han convertido a Noriega en la piel de tigre que espanta después de muerto. Otros, que comieron de la pera y ahora la maldicen, arrepentidos y amnésicos, han hecho del reo una especie de Montecristo que viene a cobrarles la deuda. Otros que si fueron víctimas de los abusos por enfrentarse a los métodos autoritarios y militaristas del régimen, reclaman su insatisfacción con el tratamiento que ha tenido Noriega.
Es evidente la solidaridad del gobierno yanqui de Bush con estos propósitos de garantizar el orden impuesto por la invasión yanqui desde hace 17 años. Por eso, tener a Noriega lo más lejos posible de Panamá, es una urdimbre de las autoridades norteamericanas, apoyada por unos, abiertamente y, por otros, que aunque hipócritamente, con arrogancia, gritan que lo traigan, han rogado íntimamente, y hasta han prendido velas, para que los gringos lo alejen.
Detrás del caso Noriega hay un fenómeno socio-histórico nacional que interesadamente se oculta. Noriega en sí o su persona no es la situación; es a la inversa: Noriega es parte de una realidad panameña cuyo contendido es la historia de la formación del Estado Nacional panameño cuya trayectoria ha estado marcada siempre por la ingerencia y tutela del imperialismo yanqui. Su devenir republicano mediatizado ha pasado por diversos hitos estratégicos, siendo el más próximo al presente y al caso de Noriega, la invasión criminal y genocida comandada por Bush padre y la consiguiente ocupación militar. El saldo político inmediato de esos actos de lesa humanidad ha sido la restauración del poder político oligárquico y su manejo por medio de un neo-bipartidismo. Esos resultados encajaban en las necesidades de seguridad nacional del Estado imperialista, para garantizar el control de su retaguardia ístmica y canalera. El rumbo que nos impuso militarmente el ataque feroz y traicionero el imperialismo norteamericano en 1989 nos ha conducido al círculo vicioso en que estamos viviendo.
Con la firma de los Tratados Torrijos-Carter, los monopolios norteamericanos y su gobierno perdieron la mitad de su hegemonía sobre Panamá y su posición estratégica. Esto nunca lo han perdonado los intereses derechistas de ese país. Cualquier ejercicio de esa media independencia en Panamá despertaría la furia del gran coloso del norte. Por eso, los atisbos de soberanía de los militares panameños, inmersos en métodos militaristas y de caudillismo represivo de gobierno, además de convertirse en blanco odiado de los círculos dominantes de Norteamérica, también fueron presa fácil por su enfrentamiento a gran parte del pueblo panameño. No obstante, no se puede negar que la conducción de los militares encabezados por el general Torrijos para la abrogación del Tratado Hay-Bunau Varilla y la nacionalización panameña del Canal (confundir con panameñización cuyo fondo es privatización) recogió el más profundo interés nacional frente al revisionismo pordiosero que siempre demostró el poder oligárquico pre-golpe militar de octubre del 68. Otro hecho de relevancia histórica fue la radicalización de los militares nacionalistas que comandando las Fuerzas de Defensa Nacional, desafiaron frontalmente la prepotencia del Pentágono, rebelándoseles, hecho que indudablemente provocaría una sentencia de muerte. En los anales militares de América bajo la hegemonía yanqui la destrucción de las Fuerzas de Defensa con la invasión, es el único hecho que se conoce en que un cuerpo armado concebido, organizado, instruido y utilizado por los imperialistas, ellos mismos lo hayan destruido.
Convertir el caso de Noriega en un problema de delincuencia y criminalidad personal únicamente, prescindiendo de sus implicaciones y aristas políticas reales ha sido un truco de los norteamericanos mediante el método de abstracción, apoyado por la oligarquía panameña y sus adláteres, para justificar la recuperación de su hegemonía en Panamá y que los nacionalistas les estaban arrebatando. Utilizar unilateralmente el expediente de narcotráfico, independientemente de su implicación, de su contexto, y de su verdadero propósito, respondía a la justificación de la invasión a Panamá, bajo la figura de una acción policíaca relacionada con la droga para inhibir la opinión pública mundial y, sobre todo, neutralizar la reacción del campo socialista y del movimiento de liberación nacional que dio un apoyo decisivo a la causa panameña, con el fantasma de la amenaza del narcotráfico.
La estratagema imperialista trajo por consecuencia que la invasión y ocupación militar de Panamá en relación a su gravedad para la paz mundial y la liberación de los pueblos no produjera en el mundo la debida oposición y condena. Este ataque a Panamá y su justificación fue precursor, desde el punto de vista militar y político, de lo que hemos conocido ahora como la doctrina de guerra y reconquista neoliberal después del fatídico 11 de Septiembre, como la doctrina de Baby Bush, consistente en la guerra preventiva desde el territorio metropolitano, en el uso del bombardeo aéreo selectivo y quirúrgico mediante un armamento de última generación, y en el sacrificio de miles de victimas inocentes —victimas colaterales— todo ello, para imponer su modelo único global y el paradigma aplicado a Noriega, es el que se usa hoy para la agresión a Irak, a Afganistán, a las Farc y otros lugares en lucha social bajo la acusación de narco-terrorista.
Como puede apreciarse el caso de Noriega no es todo doméstico o delincuencial. Por todos los factores que allí concurren convierten al militar en un síndrome de la realidad panameña nacional y posiblemente regional, aún no concluida. No importa lo que haya hecho Noriega como persona, no importa a donde lo quieran llevar, la conmoción en estos días por su excarcelación demuestra que los hechos que lo rodean no están enterrados y sobre todo para los partidos políticos del bipartidismo y para los intereses ligados al Statu Quo, por lo que para ellos el dolor de cabeza recomienza. No hagan de Noriega un mártir. No olviden que un pueblo martirizado como el nuestro por la invasión y el modelo neo-liberal impuesto se identifica con los mártires, si su premisa es común.
Rubén D. Souza B.
Coordinador General del Partido del Pueblo.
Panamá, 6 de septiembre de 2007.
Unos sectores, por su cobardía y aferrados a sus privilegios, han convertido a Noriega en la piel de tigre que espanta después de muerto. Otros, que comieron de la pera y ahora la maldicen, arrepentidos y amnésicos, han hecho del reo una especie de Montecristo que viene a cobrarles la deuda. Otros que si fueron víctimas de los abusos por enfrentarse a los métodos autoritarios y militaristas del régimen, reclaman su insatisfacción con el tratamiento que ha tenido Noriega.
Es evidente la solidaridad del gobierno yanqui de Bush con estos propósitos de garantizar el orden impuesto por la invasión yanqui desde hace 17 años. Por eso, tener a Noriega lo más lejos posible de Panamá, es una urdimbre de las autoridades norteamericanas, apoyada por unos, abiertamente y, por otros, que aunque hipócritamente, con arrogancia, gritan que lo traigan, han rogado íntimamente, y hasta han prendido velas, para que los gringos lo alejen.
Detrás del caso Noriega hay un fenómeno socio-histórico nacional que interesadamente se oculta. Noriega en sí o su persona no es la situación; es a la inversa: Noriega es parte de una realidad panameña cuyo contendido es la historia de la formación del Estado Nacional panameño cuya trayectoria ha estado marcada siempre por la ingerencia y tutela del imperialismo yanqui. Su devenir republicano mediatizado ha pasado por diversos hitos estratégicos, siendo el más próximo al presente y al caso de Noriega, la invasión criminal y genocida comandada por Bush padre y la consiguiente ocupación militar. El saldo político inmediato de esos actos de lesa humanidad ha sido la restauración del poder político oligárquico y su manejo por medio de un neo-bipartidismo. Esos resultados encajaban en las necesidades de seguridad nacional del Estado imperialista, para garantizar el control de su retaguardia ístmica y canalera. El rumbo que nos impuso militarmente el ataque feroz y traicionero el imperialismo norteamericano en 1989 nos ha conducido al círculo vicioso en que estamos viviendo.
Con la firma de los Tratados Torrijos-Carter, los monopolios norteamericanos y su gobierno perdieron la mitad de su hegemonía sobre Panamá y su posición estratégica. Esto nunca lo han perdonado los intereses derechistas de ese país. Cualquier ejercicio de esa media independencia en Panamá despertaría la furia del gran coloso del norte. Por eso, los atisbos de soberanía de los militares panameños, inmersos en métodos militaristas y de caudillismo represivo de gobierno, además de convertirse en blanco odiado de los círculos dominantes de Norteamérica, también fueron presa fácil por su enfrentamiento a gran parte del pueblo panameño. No obstante, no se puede negar que la conducción de los militares encabezados por el general Torrijos para la abrogación del Tratado Hay-Bunau Varilla y la nacionalización panameña del Canal (confundir con panameñización cuyo fondo es privatización) recogió el más profundo interés nacional frente al revisionismo pordiosero que siempre demostró el poder oligárquico pre-golpe militar de octubre del 68. Otro hecho de relevancia histórica fue la radicalización de los militares nacionalistas que comandando las Fuerzas de Defensa Nacional, desafiaron frontalmente la prepotencia del Pentágono, rebelándoseles, hecho que indudablemente provocaría una sentencia de muerte. En los anales militares de América bajo la hegemonía yanqui la destrucción de las Fuerzas de Defensa con la invasión, es el único hecho que se conoce en que un cuerpo armado concebido, organizado, instruido y utilizado por los imperialistas, ellos mismos lo hayan destruido.
Convertir el caso de Noriega en un problema de delincuencia y criminalidad personal únicamente, prescindiendo de sus implicaciones y aristas políticas reales ha sido un truco de los norteamericanos mediante el método de abstracción, apoyado por la oligarquía panameña y sus adláteres, para justificar la recuperación de su hegemonía en Panamá y que los nacionalistas les estaban arrebatando. Utilizar unilateralmente el expediente de narcotráfico, independientemente de su implicación, de su contexto, y de su verdadero propósito, respondía a la justificación de la invasión a Panamá, bajo la figura de una acción policíaca relacionada con la droga para inhibir la opinión pública mundial y, sobre todo, neutralizar la reacción del campo socialista y del movimiento de liberación nacional que dio un apoyo decisivo a la causa panameña, con el fantasma de la amenaza del narcotráfico.
La estratagema imperialista trajo por consecuencia que la invasión y ocupación militar de Panamá en relación a su gravedad para la paz mundial y la liberación de los pueblos no produjera en el mundo la debida oposición y condena. Este ataque a Panamá y su justificación fue precursor, desde el punto de vista militar y político, de lo que hemos conocido ahora como la doctrina de guerra y reconquista neoliberal después del fatídico 11 de Septiembre, como la doctrina de Baby Bush, consistente en la guerra preventiva desde el territorio metropolitano, en el uso del bombardeo aéreo selectivo y quirúrgico mediante un armamento de última generación, y en el sacrificio de miles de victimas inocentes —victimas colaterales— todo ello, para imponer su modelo único global y el paradigma aplicado a Noriega, es el que se usa hoy para la agresión a Irak, a Afganistán, a las Farc y otros lugares en lucha social bajo la acusación de narco-terrorista.
Como puede apreciarse el caso de Noriega no es todo doméstico o delincuencial. Por todos los factores que allí concurren convierten al militar en un síndrome de la realidad panameña nacional y posiblemente regional, aún no concluida. No importa lo que haya hecho Noriega como persona, no importa a donde lo quieran llevar, la conmoción en estos días por su excarcelación demuestra que los hechos que lo rodean no están enterrados y sobre todo para los partidos políticos del bipartidismo y para los intereses ligados al Statu Quo, por lo que para ellos el dolor de cabeza recomienza. No hagan de Noriega un mártir. No olviden que un pueblo martirizado como el nuestro por la invasión y el modelo neo-liberal impuesto se identifica con los mártires, si su premisa es común.
Rubén D. Souza B.
Coordinador General del Partido del Pueblo.
Panamá, 6 de septiembre de 2007.
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