Estados Unidos: ¿sacrificar un principio por un hombre?
23/04/2002
- Opinión
El fin de la Guerra Fría, marcó igualmente la revisión de las
posiciones de los Estados Unidos en su relación hemisférica y condujo a
nuevas doctrinas y definiciones en torno a la defensa de la democracia
como único sistema aceptable dentro de la convivencia continental.
Atrás quedaba su valoración instrumental supeditada al interés
predominante de la lucha contra el comunismo y la política de
contención que antes involucró apoyos a regímenes de fuerza, no pocas
veces de vocación genocida, cuyos desgarramientos e incurables heridas
aún soportan los países del Cono Sur.
Para los demócratas de América Latina esta nueva definición,
aparentemente inconmovible e invariable, despertó simpatías y
adhesiones a la luz del peso que sobre el conjunto de la región tiene
Norteamérica y por el papel disuasivo que una definición de esa
contundencia produciría en quienes aún guardan la idea incivil de
condenar a la opresión y la barbarie a nuestros pueblos. La Carta
Democrática Americana recogió esos principios, compartidos por los
gobiernos y pueblos latinoamericanos, y pasó a constituir un blindaje
para nuestros jóvenes y a ratos no bien institucionalizadas
democracias, así salvaguardadas por una decisión colectiva que debe ser
efectiva frente a cualquier pretensión de alterar lo que por definición
no es sólo un sistema político, sino un modo de vida, el único capaz de
garantizar la dignidad, integridad y plena realización de los
ciudadanos en un ambiente de paz, libertad y respeto.
En Venezuela, desde 1998, por decisión voluntariamente mayoritaria de
sus habitantes, ratificada casi con obsesivo ejercicio electoral, se ha
transitado un camino de cambios políticos e institucionales, con
escrupuloso respeto a la libertad en todas sus formas y manifestaciones
y con amplias garantías para todos los sectores del país incluyendo la
oposición democrática, fortalecida en los últimos tiempos por sus
reagrupamientos y por los no pocos errores gubernamentales que, desde
el pasado 10 de diciembre, le han permitido hacer demostraciones de su
innegable recuperación. Con ello abre la perspectiva de una
alternativa para el cronograma electoral que deberá activarse
sucesivamente en los años 2004, 2005 y 2006 con la renovación de todos
los poderes electivos, e incluso antes, si se impulsaran los
"referéndum revocatorios", incluidos en nuestro texto constitucional de
1999 por especial propuesta del propio Presidente Hugo Chávez. Todo
eso permite con claridad trasmitir la idea de un país y un sistema
democrático abiertos, como en el pasado, a la alternabilidad por medios
civiles y pacíficos.
Conocidas son igualmente las discrepancias y desavenencias que la
política exterior, y ciertas medidas de política interna adoptadas por
la administración del Presidente Chávez, han despertado en los Estados
Unidos, dando lugar a pronunciamientos de la Casa Blanca, el
Departamento de Estado y la CIA, las que han sido procesadas
adecuadamente por medios diplomáticos, sin que se tenga la falsa idea
de que no han empañado ni deteriorado el mejor nivel de las relaciones
entre dos países con vínculos históricos indisolubles y con una
relación energética y comercial privilegiada. En estos mismos días
viajé a Washington en mi condición de Vicepresidente de la Asamblea
Nacional de Venezuela, en compañía de los Gobernadores Ramón Martínez,
Didalco Bolívar, así como los Diputados Ismael García y Luis Salas,
todos del Movimiento al Socialismo (MAS), para interponer buenos
oficios desde nuestras modestas posiciones, en la procura de restar
ruidos y buscar entendimientos que contribuyan a mejorar la relación
bilateral, todo desde nuestra convicción de tener en el pueblo y el
gobierno norteamericanos un amigo de gran valoración, al cual el
proyecto de transformación que se cumple en Venezuela no tiene ningún
punto de principio que lo enfrente o distancie.
En la Casa Blanca, en el Departamento de Estado y en el Departamento de
Energía se nos brindó no sólo un trato distinguido, sino cordial y
amigable, que apreciamos ampliamente. Allí los voceros más calificados
de la diplomacia norteamericana para el Continente nos ratificaron sus
posiciones críticas respecto a algunas posturas del Presidente Chávez,
pero igualmente nos transmitieron con mucha fuerza y contundencia su
voluntad, trasmitida según sus propias palabras a todos los voceros de
la oposición venezolana, de que Estados Unidos no apoyaría ningún golpe
de estado ni salida de fuerza, y que cualquier solución a la crisis
política venezolana tenía que ser pacífica, constitucional y
democrática. Transmitimos esa definición al Jefe del Estado venezolano
en una reunión muy franca y sincera sostenida en la ciudad de Maracay
en la Casa del Gobernador Didalco Bolívar, donde el Presidente se
comprometió a adoptar todas las medidas necesarias para el mejoramiento
de las relaciones, lo cual transmitió al Embajador Charles Shapiro en
un prolongado almuerzo que sostuviera el día siguiente y que, como el
Primer Mandatario me lo informó, fue sincero y cordial, abriendo el
camino para una nueva etapa mucho más armoniosa en las relaciones
bilaterales.
Decepcionante, quizás sea el término que refleje adecuadamente el
estado de ánimo de los demócratas de Venezuela, de Latinoamérica y del
propio Estados Unidos, por la posición, dual, confusa e imprecisa,
carente en todo caso de la fuerza y contundencia asociada a los
principios, adoptada por los voceros del gobierno norteamericano frente
al Golpe de Estado y la usurpación que se produjo el pasado viernes 12
de abril en Venezuela, cuando se mostró en todo su macabro esplendor la
fuerza del gorilato redivivo que antes tanta desgracia y tragedia trajo
a los pueblos del Continente. Gracias a Dios, ello tuvo brevísima y
efímera duración frente a la clara reacción del pueblo y las Fuerzas
Armadas venezolanas, reivindicadores de un modo democrático de vida que
irrenunciablemente los ciudadanos de este país nos hemos dado.
Venezuela, bajo la invocación del Todopoderoso, pronto pudo
reestablecer el pleno ejercicio de su democracia, y ahora corresponderá
al conjunto de nuestra sociedad, con la primera responsabilidad del
Presidente Chávez, encontrar caminos para la reunificación y la
reconciliación, en un ambiente de respeto y tolerancia que permita
procesar cívicamente nuestras controversias. Sin embargo, después de
ese infausto y desafortunado precedente resulta pertinente preguntar:
¿cómo quedan los pueblos de América Latina afectados estructuralmente
por problemas políticos, económicos y sociales, que desestabilizan
recurrentemente sus instituciones y gobiernos, frente a los embates de
ambiciosos militares y civiles, de intolerantes, de violentos, de
fundamentalistas de cualquier inspiración y signo que pretendan alzarse
con el poder mediante la militarada y el golpe de mano que creíamos
sepultados en las catacumbas de la felonía y la incivilidad, impropias
del siglo XXI?
La democracia involucra tantos principios y tantas virtudes libertarias
que sería una verdadera tragedia para América Latina que el más
poderoso de los actores del sistema internacional y hemisférico,
titubeara en defenderla debido a la animadversión que, justificadamente
o no, pueda producirles un determinado mandatario electo y ratificado
en libérrimos comicios, y en todo caso susceptible de ser sustituido
mediante la alternabilidad para la cual existen amplias garantías en
Venezuela. Lo digo como amigo del gobierno y el pueblo americano, que
vale la pena reflexionar sobre si es posible o cabe sacrificar una
doctrina tan acertada y tan sentida por los latinoamericanos,
simplemente por oponerse o no tener simpatías por un mandatario de
incuestionable origen democrático.
Rafael Simón Jiménez Melean: Primer Vicepresidente de la
Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela
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