Elementos de lectura
Sobre la tragedia de Colombia
17/03/2001
- Opinión
1. Pluralidad de diagnósticos:
Los que estén familiarizados con la realidad colombiana y con las iniciativas de so-
lidaridad para con el pueblo de Colombia, saben muy bien que existen muchos diagnós-
ticos, lecturas, visiones y evaluaciones de nuestra tragedia, y muchas estrategias
para salir de la crisis, según la lectura que se haga.
Hay muchas maneras de mirar y valorar los factores de la violencia; muchas maneras de
concebir la paz y de trazar el camino para conseguirla; muchas maneras de combinar la
condenación, la tolerancia y el respaldo a unos u otros actores del conflicto. Quizás
lo único en que coinciden todos los diagnósticos es en que vivimos una tragedia.
“Tragedia humanitaria” la han llamado muchos analistas.
Seguramente la mayoría de ustedes han escuchado alguna vez el relato del grupo de
ciegos que querían conocer un elefante para formarse una idea de ese animal. Uno de
ellos palpó la trompa y lo definió como una culebra; otro palpó una oreja y lo defi-
nió como un abanico; otro palpó una de sus patas y lo definió como una columna.
También entre los que tratamos de abordar, comprender y definir la tragedia colombia-
na, unos toman posiciones de visión inmediata sin proyección histórica; otros la mi-
ran sumándose a alguno de los diferentes y contradictorios grupos de víctimas; otros
se suben a un piso elevado para mirarla desde plataformas económicas, políticas e
ideológicas ya construidas y consideradas intocables; otros la miran desde un futuro
cercano donde dibujan otros mundos posibles inspirados en valores humanos hasta ahora
asfixiados por el consumo masivo y compulsivo. En cada diagnóstico influyen diversos
sentimientos, solidaridades, intereses, cosmovisiones y capacidades. Todos buscamos
informaciones en esa realidad trágica; unos extraen esas informaciones de los mass
media, ordinariamente condicionados por los intereses económicos y políticos de sus
dueños, o amordazados por el terror; otros se apoyan en la experiencia directa de la
tragedia para hacer sus proyecciones.
Por eso no quiero darle a mi exposición ningún carácter de lectura única. No ignoro
que existen otras lecturas. Tampoco ignoro ni oculto que mi lectura se apoya en op-
ciones por un futuro que contradice muchos de los pilares del modelo de sociedad que
está en crisis y al que juzgo como factor principal de la tragedia que vivimos.
2. Análisis crítico de dos diagnósticos sobre Colombia:
Primero quiero examinar críticamente dos diagnósticos recientes de la tragedia de
Colombia que tienen un gran peso, dada la importancia y el poder de quienes los sus-
tentan. El primero es el diagnóstico oficial de los gobiernos colombiano y estadouni-
dense, tal como está reflejado en el PLAN COLOMBIA. El otro es un diagnóstico que
proviene del mundo académico europeo, tal como se refleja en el LLAMADO POR COLOMBIA,
suscrito por 30 intelectuales franceses y europeos de gran prestigio, reunidos en
París el 28 de noviembre de 2000.
2.1. Diagnóstico y estrategia del Plan Colombia:
Desafortunadamente el Plan Colombia no es un diagnóstico autónomo de nuestro gobier-
no. Todo indica que su redacción se hizo en Washington. Varios senadores colombianos
buscaron durante varios meses una versión en español del Plan Colombia, para un deba-
te en el Senado, pero en las dependencias oficiales solo les ofrecían una versión en
inglés. Esto es muy revelador, pero es el reflejo de lo que han sido todos nuestros
gobiernos: las grandes líneas de sus programas económicos y políticos no las trazan
ellos; se las trazan en el Departamento de Estado de Washington, en el Fondo Moneta-
rio Internacional, el Banco Mundial, la CIA, la DEA o el BID.
La versión más completa del Plan Colombia contiene una Introducción, luego un capítu-
lo en el que enumera 10 estrategias, y luego 5 pequeños capítulos en los que desarro-
lla solo 5 de esas 10 estrategias.
Ya desde la Introducción se percibe claramente el esquema de diagnóstico y las líneas
estratégicas que en él se apoyan. Los otros capítulos solamente repiten o refuerzan
lo mismo.
Según el Plan Colombia, la causa fundamental de la crisis del Estado y del desagarra-
miento de la sociedad, es el narcotráfico. Este genera corrupción y violencia, des-
truye valores, alimenta a los diversos actores armados y por esa vía impide la paz.
Pero al destruir la paz, frena también la inversión extranjera, y como consecuencia,
impide la generación de empleo y la búsqueda de prosperidad dentro de los parámetros
del mundo globalizado. Es, además, una amenaza transnacional.
La estrategia que el Plan Colombia adopta, pretende apoyarse en el anterior diagnós-
tico que es muy simple. Esa estrategia está centrada en combatir el narcotráfico. Por
eso los objetivos que el Plan Colombia formula como más concretos, con metas, fases,
espacios y recursos, se refieren a la represión del narcotráfico (Capítulos II y III,
donde se desarrollan las estrategias 5 y 6: judicial y anti-narcóticos). Allí se re-
gresa a las líneas centrales del diagnóstico para presentar el problema de la droga
como la causa de todos los problemas; para enfatizar que la política anti-narcóticos
es la prioridad de prioridades, y para aludir al interés internacional en esa políti-
ca. Luego se trazan las políticas represivas, militares y judiciales, para combatir-
lo.
Cualquier analista sabe muy bien que una estrategia represiva no entusiasma a nadie
ni produce dividendos políticos para ningún gobierno o partido. Por eso el Plan Co-
lombia envuelve el núcleo de la estrategia represiva en una cáscara de otras tres
líneas programáticas que cumplen, a mi juicio, una función cosmética: el proceso de
paz; un saneamiento de la economía y un desarrollo social. Los capítulos relativos a
estas tres envolturas cosméticas ya no tienen la concreción de la política antinarcó-
ticos: son abstractos; desarticulados e incoherentes.
La economía, como se refleja en el Plan Colombia, es una economía en crisis,
marcada por el desempleo creciente, el déficit fiscal, el crecimiento negativo del
Producto Interno Bruto, un servicio de la deuda que en 4 años (1995-99) pasa del 19%
al 34% del PIB, obligando a recortar gastos del presupuesto, como la financiación de
las fuerzas armadas y del poder judicial. Por ello demuestra que para costear la re-
presión contra el narcotráfico necesita una ayuda externa y ésta es la que ofrece en
concreto el gobierno de Estados Unidos en su aporte al Plan Colombia. Reconoce que
Colombia se ha sometido a las políticas de ajuste impuestas por el Fondo Monetario
Internacional y que esto tendrá un impacto negativo en muchos sectores vulnerables,
sin insinuar ninguna solución. Reconoce también que las medidas aperturistas de 1990
traumatizaron el sector agropecuario haciendo abandonar 700.000 hectáreas agroproduc-
tivas, pero como única solución enuncia la necesidad de atraer más al capital extran-
jero.
El Proceso de Paz es presentado en el Plan Colombia como “una alianza es-
tratégica contra el narcotráfico, la corrupción y la violación de los derechos huma-
nos” (cap. V). Solo se describen allí los pasos dados por este gobierno para el
diálogo con las FARC, pero no traza ninguna estrategia como camino estructurado hacia
la paz. Menciona como protagonistas del conflicto: la guerrilla, las autodefensas y
la población civil. A la guerrilla le asigna dos orígenes, ambos del pasado: la Gue-
rra Fría y conflictos agrarios de otras épocas, pero su persistencia en el presente
la explica por su afán de control territorial, incentivado por una financiación cre-
ciente proveniente de impuestos al narcotráfico y de extorsiones.
El Desarrollo social es abordado en el capítulo IV del Plan Colombia, como
políticas de participación y de democratización. Parece tener dos ejes: asis-
tencia a las víctimas y reforzamiento de los gobiernos locales mediante el fomento de
la participación. La participación de la comunidad en las administraciones locales es
vista por el Plan Colombia como una manera de conseguir el apoyo ciudadano para las
otras políticas del Plan, tales como la represión a los cultivos ilícitos, la condena
de la guerrilla y de algunos de sus métodos como el secuestro, etc. Además le asigna
a las administraciones locales la atención a las víctimas, especialmente a los des-
plazados, para exonerar progresivamente al gobierno central de esa responsabilidad.
Este es, pues, en sus grandes líneas, el diagnóstico oficial de la tragedia colombia-
na, con sus soluciones, vistas desde los poderes decisivos que nos rigen. Algunas de
las estrategias del Plan Colombia tienen un plazo de 6 años, o sea que trascienden el
actual gobierno. Se dice que su costo es de 7.500 millones de dólares, 4.000 de los
cuales deben ser aportados por el gobierno de Colombia, lo cual no pasa de ser una
ficción sobre el papel: allí simplemente se registran gastos ordinarios de 5 años,
que ahora deben ser reconsiderados, dada la bancarrota económica del Estado. Otra
suma cercana a los 2.000 millones se esperaba recibirla de la Unión Europea, pero
ésta se negó a participar en el Plan Colombia por considerarlo en contradicción con
muchos principios de política internacional de los países de Europa y en contravía de
la paz y la democracia (El Parlamento Europeo votó contra el Plan, por 474 votos a
favor del rechazo y uno en contra, el 1 de febrero de 2001) . Lo único que queda fi-
nanciado, pues, del Plan Colombia, es su componente militar o represivo, calculado en
1.300 millones de dólares, aportados por el gobierno de los estados Unidos.
2.2. Análisis crítico del Plan Colombia:
Considerando lo limitado del tiempo, quiero ser muy esquemático en la formulación de
críticas a esta lectura de la tragedia colombiana que hace el Plan Colombia y a sus
soluciones:
a. En primer lugar, el Plan Colombia es un documento que enuncia más de un
centenar de estrategias sectoriales, sin que ninguno de los problemas a los cuales se
pretende responder sea objeto de análisis o de un diagnóstico concreto, que pueda
fundamentar la estrategia correspondiente. Es muy similar a un programa electoral
lleno de promesas inconsistentes e incoherentes.
b. La relación entre droga y violencia, como allí se presenta, no es nada
convincente. Tampoco convence a nadie la explicación según la cual, al privar a los
actores violentos (guerrillas y paramilitares) del porcentaje de financiación que
extraen de la droga, se estarían atacando las causas de la violencia. Más bien ocu-
rriría lo contrario: las extorsiones y los asaltos se multiplicarían enormemente,
llevando la violencia a niveles más insoportables.
c. El núcleo del Plan Colombia es el sometimiento a una tesis sostenida por
varios gobiernos de los Estados Unidos, según la cual, el consumo de droga debe erra-
dicarse mediante la represión, y ésta no sobre los consumidores sino sobre los pro-
ductores. Esta tesis ha sido refutada muchas veces y en muchos ámbitos con argumentos
convincentes (enumero algunos):
* El 6 de junio de 1998, 800 intelectuales y hombres de Estado de alto nivel
dirigieron una carta al Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, en la
cual afirmaban que “la guerra contra la droga está causando más perjuicios que el
mismo abuso de las drogas” . Según ellos: “Las políticas sobre drogas que el
mundo ha seguido durante décadas son un error destructor. Querer frenar el abuso de
la droga prohibiendo la droga, solamente ha llevado a crear una industria ilegal que
cuesta 400.000 millones de dólares, en grueso el 8% del comercio internacional (...)
Esa industria ha fortalecido al crimen organizado, ha corrompido a los gobiernos en
todos los niveles, ha erosionado la seguridad interna, ha estimulado la violencia y
ha distorsionado, tanto los mercados económicos como los valores morales (...) estas
han sido las consecuencias, no de la droga en sí misma, sino de las erróneas políti-
cas de guerra contra la drogas que han durado décadas” [Entre los firmantes es-
tán: Javier Pérez de Cuéllar, George Shultz, Milton Friedman, Adolfo Pérez Esquivel
...]
* El Senador Paul Wellston, de Minnesota, durante el debate sobre el Plan
Colombia en el Congreso, demostró que está probado por centros de investigación muy
confiables de los Estados Unidos, que la atención médico-psiquiátrica a los adictos
es 23 veces más eficaz, para disminuir el consumo de drogas, que la represión en paí-
ses productores. [Statement and Proposed Amendment by Sen. Paul Wellstone, May 17,
2000].
* Durante el debate sobre el Plan Colombia en el Parlamento Europeo, muchas
intervenciones demostraron que mientras no se transformen los incentivos económicos
de la droga, la represión tiene como único efecto modificar la geografía de la ofer-
ta, pero de ninguna manera disminuir el consumo.
* Se dice que la “Guerra contra la Droga” diseñada y desatada en los gobiernos
de Reagan y Bush, se proponía disminuir el consumo por la vía del alza exorbitante de
su precio y para lograr dicha alza había que convertirla en “fruto prohibido”. Pero
muy rápidamente se dieron cuenta de que, si bien esto no producía ningún descenso en
el consumo, sí había generado el mejor negocio del mundo, en el cual las utilidades
llegaron a alcanzar el 20.000%. El periodista colombiano Javier Darío Restrepo, ci-
tando estudios publicados en otros países, entre ellos uno publicado en Le Figaro, de
París, revelaba que los 300.000 millones de dólares generados por el narcotráfico en
1995 equivalían a las dos terceras partes de los bancos estatales de todo el mundo
(1) . Pero hay que tener en cuenta que al menos el 96% de estas ganancias irrigan
las economías de los países consumidores, y solo un 4% como máximo entra a los países
productores. Y el factor fundamental de todo este lucro es la represión a los produc-
tores, factor decisivo que define los fabulosos precios de la droga.
No me extiendo más en argumentos, pero quiero subrayar que después de tantas compro-
baciones de que la represión no disminuye el consumo, insistir en dicha represión
tiene que tener objetivos diferentes a los de disminuir el consumo. En el caso del
Plan Colombia es claro que la estrategia militar y represiva que allí se plantea con-
tra el narcotráfico es una mera ficción. Sirve solo para disfrazar el involucramiento
militar de los Estados Unidos en el conflicto político-militar interno de Colombia, o
sea, para participar y dirigir la lucha contra la insurgencia. Los hechos lo han de-
mostrado sin dejar dudas.
d. Quien se detenga en los diagnósticos del Plan Colombia queda profundamente
sorprendido al comprobar que no se menciona el modelo económico como factor de vio-
lencia ni se entra en ningún análisis del desempleo, de la distribución de la tierra,
de la desigualdad social, etc. El capítulo sobre la economía no enfrenta el efecto
que tienen las políticas económicas sobre los seres humanos y sus necesidades bási-
cas. Solamente reconoce de paso que hay efectos del ajuste fiscal y de la apertura
económica que perjudican a algunos sectores vulnerables de la población, sin que el
análisis de esto parezca tener importancia alguna.
e. Sorprende también que se pase por alto, como factor de violencia, la ac-
ción de los agentes del Estado, responsables de tantos millares de crímenes de lesa
humanidad, y que no se analicen las relaciones entre éstos y las estructuras parami-
litares.
Habría muchos otros aspectos que nos llevarían a concluir que el diagnóstico oficial
de la tragedia de Colombia y las estrategias de solución que en él se apoyan, así
como los ejes de la política de los estados Unidos frente a Colombia, están profunda-
mente errados. No es creíble que todo esto se deba a ignorancia o incompetencia en
los análisis. Solo queda concluir que este Plan es una ficción, un “Caballo de Tro-
ya”, para ocultar estrategias inconfesables.
2.3. Diagnóstico del documento Llamado por Colombia, de intelectuales fran-
ceses y europeos:
El Comité Universitario Francés Pro Colombia reunió en París el 27 y 28 de noviembre
de 2000 a 30 intelectuales europeos de mucho prestigio, la mayoría franceses, quienes
firmaron un Llamado Por Colombia. Hay en ese documento un diagnóstico de la
tragedia y algunos elementos de estrategia de solución.
a) En primer lugar hacen un recuento de los diversos actores armados con sus
métodos:
* De las guerrillas señalan el recurso al asesinato selectivo, al secuestro,
al reclutamiento forzoso, al dinero de la droga y su alejamiento de una búsqueda de
apoyo político en la población para someter a ésta a una estrategia exclusivamente
militar.
* De los paramilitares señalan el recurso a las masacres colectivas, al dinero
de la droga y de los ricos, y a una estrategia de conquistarle zonas a la guerrilla
desocupándolas de pobladores.
* De los militares señalan su tolerancia y en ocasiones apadrinamiento a los
paramilitares, y su incapacidad de proteger a la población.
b) En segundo lugar se interpreta globalmente el conflicto como algo
“ajeno a la sociedad”. Se dice expresamente que no se trata de una guerra ci-
vil, pues no hay una ruptura cultural, política o social que atraviese a la pobla-
ción. Se tipifica más bien como una “guerra contra la sociedad” . Todos los
actores armados tendrían como rasgo común su desprecio por los sentimientos y los
derechos humanos y su opción por el terror, mientras la población se unifica en una
protesta contra la violencia y en una reivindicación de neutralidad.
c) Otros elementos mencionados en el documento, que tocan más con lo social y
lo político, son vistos como tangenciales o solamente como “agravantes” del
conflicto, tales como las profundas desigualdades sociales, la distancia entre el
Estado y la nación, la corrupción o la ayuda militar de Estados Unidos. Afirman ta-
jantemente que “nada asimila al régimen a una dictadura” sino que éste “aún
dispone de una legitimidad democrática” , mientras las guerrillas no pueden hacer
alarde de igual legitimidad.
d) Los elementos de estrategia para una solución parecen apoyarse en un nú-
cleo central: reforzar la autoridad del Estado y modernizar su funcionamiento, como
condiciones para una política de paz. Por eso alertan a la Unión Europea para que
sus inversiones no se concentren en las ONGs sino que ayuden a las instituciones del
Estado. Al lado de esto señalan como el mayor reto, la necesidad de reconstruir pers-
pectivas políticas con objetivos a corto y mediano plazo. Critican el Plan Colombia
como estrategia equivocada frente a la droga; como un intento por parte de Estados
Unidos de relegitimar las fuerzas armadas, y como un factor de polarización del país
y de escalada del conflicto armado. A la Unión Europea, distanciada del Plan Colom-
bia, le asignan un papel fundamental para exigir a todas las fuerzas respeto a los
derechos humanos y para señalar otra estrategia frente a la droga y promover inver-
siones sociales.
2.4. Análisis crítico del diagnóstico del Llamado Por Colombia:
* Es extraño leer en un documento suscrito por intelectuales de tanto presti-
gio, muchos de los cuales nos dieron en sus obras valiosos elementos de análisis so-
cial estructural, un análisis tan dicotómico, donde los conflictos sociales solo se
tocan tangencialmente con los problemas estructurales y los modelos de sociedad.
* También hay que echar de menos en maestros de tanta trayectoria la ausencia
de una lectura diacrónica o de una perspectiva histórica en el análisis de los acto-
res armados. Esto les hubiera permitido mirar de otra manera las relaciones entre los
militares y los paramilitares, y entender de otra manera lo que ellos perciben hoy
como tolerancias o apadrinamientos ocasionales y aislados.
* Este documento retoma muchos clichés de los medios masivos de “información”,
sumergidos hoy, quizás como estrategia de supervivencia, quizás como estrategia sutil
de complicidad con los más fuertes, en una campaña para medir simétricamente a los
actores armados, excluyendo a los militares. Es difícil culpar a intelectuales, cuyas
fuentes de información suelen ser esos medios periodísticos, de digerir las lecturas
tan adulteradas de los mass media, sobre todo cuando viven en otros países.
3. Elementos de lectura crítica de la tragedia:
Luego de este análisis rápido de dos diagnósticos recientes y autorizados sobre la
tragedia de Colombia, quiero señalar otros elementos de lectura que nos saquen de
lecturas planas, inmediatistas o cercadas por estructuras intocables.
Quiero agrupar esos elementos en algunos conjuntos: hay elementos históricos; elemen-
tos políticos; elementos éticos; elementos epistemológicos (que se refieren a la ma-
nera como conocemos algo) y, finalmente, algunas perspectivas estratégicas.
3.1. Elementos históricos:
* Hay quienes prefieren evaluar o entender a los actores del conflicto sola-
mente en su accionar actual. Dicen que no importa saber de dónde vienen ni cómo o por
qué han llegado a donde están hoy. Prefieren juzgar sus acciones y sus métodos sin
ninguna referencia a su historia. Otros preferimos comprender la situación actual a
la luz de los recorridos históricos y tener en cuenta los acontecimientos, los proce-
sos y las fuerzas que han conducido quizás a las posiciones extremas de hoy.
* Por ejemplo, el fenómeno paramilitar es leído, en el discurso más difundido
en Colombia y en el exterior, como una respuesta de algunas franjas de la población
civil a ciertas agresiones de la guerrilla. Sin embargo, documentos históricos in-
cuestionables nos demuestran que la estrategia paramilitar del Estado colombiano es
anterior a las guerrillas y fue uno de los factores que determinaron la existencia de
las guerrillas. Michael McClintock(2) descubrió documentos desclasificados del Pen-
tágono que prueban que en 1962 el gobierno de los Estados Unidos le impuso al gobier-
no de Colombia la estrategia paramilitar, como mecanismo para eliminar formas de pen-
sar que no fueran favorables al capitalismo. Una larga serie de manuales secretos del
Ejército colombiano nos corrobora que esa estrategia fue implementada desde entonces,
como estrategia de Estado, y que solo eso permite entender las relaciones estrechas
que hoy se perciben, a lo largo y ancho del país, entre militares y paramilitares.
Por eso, quienes analizamos el fenómeno actual desde esa perspectiva histórica nos
negamos a definir el paramilitarismo como un “tercer actor” en el conflicto. No es un
tercer actor. Es el mismo brazo clandestino e ilegal del Estado que ha existido desde
hace varias décadas. Esa misma perspectiva histórica nos impide considerar al Estado
colombiano como un “Estado de Derecho”.
* Otro ejemplo: la perspectiva histórica nos impide asumir ciertas lecturas
simplistas o sincrónicas del conflicto. La posibilidad de una solución negociada o
política al conflicto, que implicaría un abandono de las armas y una adopción de los
métodos democráticos y electorales por parte de la guerrilla, no es la misma en los
comienzos de los 80s que en los años 90s o en estos comienzos del siglo XXI. No es la
misma antes del genocidio de la Unión Patriótica que después del genocidio de la
Unión Patriótica. El mismo Presidente Pastrana, en ciertos momentos de lucidez, ha
dicho que no se le puede pedir a la guerrilla que repita la historia de los 80s, o
sea, que conforme un partido político legal para que todos sus militantes sean asesi-
nados o desaparecidos. La historia no pasa sin dejar huellas y sin condicionar el
futuro. Una salida política al conflicto armado es enormemente más compleja hoy que
hace 15 años.
* Tampoco es lo mismo pensar en un proceso de paz en Colombia antes de los
procesos de paz de Centroamérica que después de los procesos de paz de Centroamérica.
La imagen de un Salvador o de una Guatemala sumergidos hoy, después de firmar la
“paz”, en las más aberrantes injusticias y desigualdades y en la más asfixiante vio-
lencia de supervivencia, obliga a que se revisen los esquemas de negociación que allí
se dieron y el mismo concepto de “paz” que orientó las negociaciones. Ninguna guerri-
lla quisiera hoy que su lucha tuviera como horizonte la falsa “paz” de Centroamérica.
* Tampoco es correcto juzgar los métodos de la guerra haciendo abstracción de
los “antes” y los “después” del mismo desarrollo del conflicto. No era lo mismo exi-
gir el respeto a ciertas normas del Derecho Internacional Humanitario antes del desa-
rrollo intensivo del paramilitarismo que después de éste, cuando amplias franjas de
la población civil están comprometidas secretamente en la guerra, con alta capacidad
de destruir al adversario. Un desarrollo más político y menos militar de la insurgen-
cia tiene condiciones históricas que no son iguales en los “antes” y en los “des-
pués”.
Con estos ejemplos quisiera simplemente mostrar que la perspectiva histórica no es
secundaria o de poca importancia en los análisis de un conflicto y en la búsqueda de
estrategias de solución.
3.2. Elementos políticos:
* Como ya lo hemos visto, la mayoría de los diagnósticos que se hacen de la
tragedia colombiana separan el conflicto armado del conflicto social. Se reconoce que
hay enormes desigualdades sociales; se reconoce explícita o implícitamente que no hay
soluciones, dentro del modelo de sociedad vigente, para las grandes tragedias socia-
les como el desempleo, el hambre, la insatisfacción de las necesidades básicas de las
grandes mayorías; se reconoce que las estructuras políticas están corrompidas; que la
impunidad es alarmante; que la justicia no funciona; que los derechos más elementales
de más de la mitad de la población están desprotegidos y violados, etc., pero no se
admite ninguna relación de esto con el conflicto armado.
El discurso corriente del Estado y de los mass media es que la guerrilla no tiene ni
objetivos políticos ni horizonte ideológico alguno. [El texto del Plan Colombia trata
de decir que los tuvo en el pasado y las Resoluciones del actual gobierno para lega-
lizar las negociaciones le reconocen a la insurgencia “carácter político”, pero este
no es el discurso corriente de los funcionarios del Estado]. Sin embargo, cada vez
que se da una protesta social o un movimiento de desobediencia civil, inmediatamente
se le atribuye a la guerrilla. Así es fácil desactivar las luchas sociales poniéndo-
les la etiqueta de subversivas e ilegales y entregando a sus líderes a la persecución
legal o clandestina. La incoherencia de ese discurso y de esa práctica no podría ser
más evidente.
* La agenda de negociación que está sobre la mesa en los diálogos con las
FARC, comprende 47 problemas nacionales de gran importancia y complejidad y el mismo
gobierno llevó a la mesa una agenda que en gran parte coincidía con la de la guerri-
lla. La agenda que se conoce del ELN para la eventual Convención Nacional que propo-
ne, coincide en gran parte con las anteriores. Todo esto prueba que el conflicto ar-
mado tiene su origen y sus móviles en el conflicto social y es inseparable del mis-
mo. Es evidente que los culpables de la injusticia y de la violencia quieren ocultar
esta relación a toda costa, pero un análisis realista nos impide hacer esa separa-
ción. Por eso es incomprensible que los intelectuales franceses afirmen que el con-
flicto colombiano es “ajeno a la sociedad”, o que es “una guerra contra la sociedad”.
* Todo esto nos plantea la pregunta sobre lo que está en juego en este con-
flicto, o sea, qué es lo que se busca.
* Los paramilitares afirman que buscan “un país sin guerrilla”, pero su prác-
tica demuestra que quieren un país sin movimientos sociales, sin organizaciones popu-
lares, sin protesta social, sin organizaciones de derechos humanos, sin gente que
denuncie, sin gente que cuestione el modelo económico y político vigente.
* Hace poco el poeta colombiano William Ospina hizo una exposición en Londres
sobre la tragedia que vive Colombia. Allí afirmaba: “Hoy el socialismo radical se
ha consumido en sus propias contradicciones, y las guerrillas sólo pueden negociar en
el marco de la economía de mercado. Cualquier negociación a que se llegue solo puede
terminar favoreciendo la productividad en el marco del sistema imperante, y lo más
extremo que podría salir de este experimento sería una socialdemocracia capitalista
como la de algunos países nórdicos” . Esta frase de William Ospina refleja un
pensamiento muy común en Colombia entre las capas dirigentes de la sociedad.
La clase dirigente ha difundido una caricatura que liga los objetivos de la guerrilla
con un “comunismo radical, ya históricamente fracasado”. Sin embargo, la guerrilla
no tiene ahora un modelo concreto de sociedad para imponer. Tanto el esquema de nego-
ciación de las FARC como el del ELN incluyen largos períodos de audiencias con la
sociedad civil, con el fin de recoger la más amplia gama de propuestas de solución a
los problemas sociales más cruciales. Por eso el discurso que trata de deslegitimar
las perspectivas políticas de la guerrilla acusándolas de identificarse con un modelo
de sociedad ya juzgado por la historia como un fracaso, es un discurso que no tiene
bases reales y se apoya más bien en fantasmas o imaginarios estereotipados de las
ideologías conservadoras.
Pero otros sectores de la sociedad, como el poeta William Ospina, consideran utópico
o irrealista, en este momento histórico, pensar en construir modelos de sociedad que
no se sometan al neoliberalismo globalizado. Este tipo de fatalismo está bastante
difundido no solo en Colombia sino en el mundo, y ha hecho desaparecer multitud de
movimientos sociales y políticos. El problema es que el neoliberalismo globalizado no
ofrece solución a los problemas sociales más apremiantes; podría decirse que lo único
que ofrece es el agravamiento progresivo de estos problemas. En estas condiciones, el
proceso de paz en Colombia es un enorme desafío no solo para Colombia sino para el
mundo. Las soluciones no están hechas, pero lo único que sabemos es que tendrán cos-
tos altos para el modelo actual de sociedad.
* Si nos preguntamos sobre lo que motiva a los guerrilleros a la lucha, mi
experiencia y la de muchas otras personas nos lleva a no dar una única respuesta: hay
quienes todavía creen posible un triunfo militar, quizás lejano, para imponer un sis-
tema no capitalista que resuelve las necesidades básicas de toda la población. Hay
otros que consideran esto imposible, pero creen que su boicot permanente a la socie-
dad dominante, va llevando al desespero a las clases ricas y dirigentes, obligándolas
a sentarse en mesas de negociación para arrancarles a la fuerza reformas sociales
urgentes, aunque parciales. Hay otros que no albergan ninguna esperanza en la lucha,
convencidos de que son una pulga que lucha contra un elefante, pero encuentran que el
único sentido ético que tiene su vida es luchar hasta la muerte para destruir la rea-
lidad absurda, inhumana e inicua en la cual nacieron y les tocó vivir. Hay, finalmen-
te, otros, que no piensan en motivaciones que los proyecten hacia un futuro mediano o
lejano; la lucha armada para ellos constituye simplemente una cierta fatalidad; lle-
garon allí porque solo allí encontraron alguna forma de hacer algo, ya que su vida no
tenía viabilidad económica, ni política, ni cultural, ni biológica. Son los hijos de
la miseria, del desempleo y de las tragedias sociales que inundan el país, como las
describió en un artículo estremecedor el ex Alcalde de Bogotá y asesor de organismos
financieron internacionales, Luis Prieto Ocampo: “La verdad es que la guerrilla,
en nuestro suelo, se nutre de jóvenes imberbes, que no han conocido sino miseria”
(3).
* Así, pues, mientras el Ejército y su brazo clandestino paramilitar se mueven
dentro de los principios radicales de los sistemas de “Seguridad Nacional”,
tratando de eliminar toda fuerza semi-organizada que propenda por alguna alternativa
al capitalismo, las guerrillas tienen una agenda abierta en cuanto al modelo social
que debe implantarse como condición para cesar la lucha armada. El gran reto es en-
contrar alternativas que lleven a satisfacer las necesidades más fundamentales de la
población, como alimentación, vivienda, empleo (o algún modo de generación de ingre-
sos), salud y educación, sin que esto implique imponer un modelo “socialista” o “co-
munista” que suprima la iniciativa privada y el mercado libre.
Pero hay que encontrar también soluciones para ciertas estructuras o instituciones
que se han revelado como obstáculos radicales para la democracia: la regulación de
los medios de información (para poder garantizar el derecho a la verdad, a la infor-
mación y a la comunicación); la administración de justicia; las fuerzas armadas; los
mecanismos de participación política. Desafortunadamente todo esto es necesario rein-
ventarlo, pues los modelos conocidos hicieron crisis definitiva.
* El documento de los intelectuales franceses tiene cierta razón al señalar un
vacío de perspectivas políticas y la necesidad de reconstruir esas perspectivas con
objetivos claros a corto y mediano plazo. Lo profundo de la crisis y del conflicto
social; la crisis de modelos que vive la humanidad entera, donde pareciera que la
única alternativa posible es el capitalismo cada vez más salvaje y cada vez más geno-
cida, todo esto hace que las perspectivas políticas estén en construcción, aunque no
en cero. Ya se sabe al menos qué es lo que no se quiere; qué es lo que no funciona;
que es lo que está pidiendo a gritos transformaciones estructurales. Además ya hay
unas mesas de negociación con unas agendas. El gran reto es, como lo plantea Agnes
Heller en una de sus obras más profundas, encontrar cómo respetar dos valores sustan-
ciales que viven en conflicto: VIDA y LIBERTAD. Unos sistemas históricos han privile-
giado la Vida pero han creído que para defenderla tenían que eliminar en gran parte
la libertad; otros han priorizado la libertad (en realidad la libertad de los más
fuertes) sin importarles que para defenderla hubiera que sacrificar millones de seres
humanos.
* Estoy convencido de que el proceso de paz en Colombia necesita, más que la
presencia de gobiernos extranjeros que cumplan oficios de mediación, el aporte de
experiencias y de expertos que ayuden a encontrar caminos de solución a los problemas
sociales más angustiosos.
* Hace pocos días el ex Presidente César Gaviria, hoy Secretario de la OEA, visitó a
Colombia y se declaró perplejo por el deterioro generalizado del país en todos los
campos, durante los últimos 10 años. Esto dio ocasión para que muchos economistas y
analistas políticos le hicieran ver que fue justamente su opción radical por el neo-
liberalismo, con sus medidas que consagraron la apertura económica, lo que causó todo
ese deterioro. El economista Eduardo Sarmiento escribió: “Las manifestaciones más
graves del modelo se dan en materia de equidad. La Apertura, las privatizaciones, la
especulación financiera y la represión monetaria configuraron la sociedad más desi-
gual del mundo (...) El coeficiente Gini aumentó de 44 a 47 entre 1990 y 1993 y luego
llegó a 54 en 2000. En términos más simples, la relación entre el ingreso del 10% más
rico y el ingreso del 10% más pobre pasó de 40:1 a 80:1 durante la década de los 90”
(4). Es evidente que ningún conflicto social puede aplacarse y ninguna paz puede
conseguirse si se responde que el modelo no es negociable.
3.3. Elementos éticos:
* El gran desafío ético que lanza un conflicto armado es la posición que se
asume frente a la violencia, frente a la guerra y frente a sus métodos. La repugnan-
cia ética que causa toda destrucción de vidas humanas, todo atentado contra la liber-
tad o contra los bienes producidos por los seres humanos, no tiene discusión. Los
mismos actores armados reconocen constantemente, en las entrevistas y discursos, que
están realizando, a su pesar, lo que les repugna.
Esto explica que se hayan multiplicado organizaciones que propenden por la paz, y que
el discurso sobre la paz se haya centrado cada vez más en urgir un cese del fuego.
Las atrocidades de la guerra, sobre todo en el nivel de degradación en que la vivimos
hoy en Colombia, facilitan las movilizaciones masivas por la paz, que se apoyan en
sentimientos ampliamente compartidos de horror ante los efectos de la guerra. En este
clima han arraigado también ciertos discursos de reconciliación entendida como olvido
del pasado, promovidos por sectores de la Iglesia y otras instituciones.
En el nivel de las reflexiones y los sentimientos simples y espontáneos, que no pene-
tran en la complejidad de las múltiples violencias que se entrecruzan y se confron-
tan, la respuesta es simple y clara: no a la violencia, venga de donde venga.
Pero el gran interrogante que tenemos que enfrentar es éste: ¿tenemos opción de ele-
gir entre violencia y no-violencia? Desafortunadamente no. Desafortunadamente la
opción por una no-violencia no puede hacerse sin optar al mismo tiempo por otra vio-
lencia.
* La guerra es el fracaso de la razón. Si se da es porque el diálogo y los
acuerdos racionales no fueron posibles y la razón cedió, entonces, ante los instin-
tos. Y son los instintos los que más determinan la selección de los métodos de la
guerra, pues el objetivo de la guerra es vencer al adversario por la fuerza, ya que
por la razón no fue posible. Y nadie declara una guerra para perderla sino para ga-
narla; por esto los combatientes quedan encadenados a la efectividad brutal de los
métodos; esta es la racionalidad propia de la guerra: que los medios que se escojan
reporten alguna ventaja real sobre el adversario, en el ámbito de la correlación de
fuerzas.
* La guerra es un problema ético nada sencillo. Desde hace muchos siglos ha
sido objeto de numerosos análisis y debates. Todos los sistemas religiosos, filosófi-
cos y jurídicos han tenido que confrontarse con el problema de la guerra y han reco-
nocido, con más o menos condiciones, la posibilidad de una “guerra justa”. Pero si
una guerra se reconoce como justa, otro problema ético más complejo es el de sus me-
dios o métodos. Todos sus medios son intrínsecamente perversos, y no porque la guerra
sea justa esa misma legitimidad se puede transferir a los medios. Esto fue lo que
llevó a que el problema ético y jurídico de la guerra se dividiera en dos campos des-
de hace muchos siglos: el del derecho a la guerra ( “Ius ad bellum” ) y
el del derecho en la guerra ( “Ius in bello” ).
* Cuando se elaboró el Derecho Internacional Humanitario no se vio posible
afrontar el problema de fondo de la eticidad de los métodos, pues todos son anti-
éticos (se pueden resumir en 3: destrucción de vidas humanas; agresiones contra la
libertad humana; destrucción de bienes de la cultura humana). Condenar algunos de
estos métodos equivalía a exigirle a los actores de la guerra que la perdieran, y si
la guerra era justa, no podían hacer eso. Por eso el DIH se limita a frenar excesos
inhumanos, dado que estos no tienen que ver con ninguna ventaja militar sino con un
desbordamiento de la crueldad y con la producción de sufrimientos inútiles que no
consiguen ventajas militares.
* El problema que hoy tenemos es que el DIH fue elaborado sobre un modelo de
guerra regular, entre Estados, y no sobre un modelo de Guerra de Guerrillas. Una gue-
rra de guerrillas, como la que se da en Colombia, no tiene como único blanco el apa-
rato de Estado o su ejército protector, sino el modelo de sociedad; no tiene ninguna
posibilidad de financiarse si no es con medios delictivos y extorsivos; no puede asu-
mir acciones defensivas abiertas sino principalmente ofensivas por sorpresa. Todo
esto aparece incompatible con ciertos principios de DIH, como la separación absoluta
entre combatientes y no combatientes; la distinción entre objetivos civiles y milita-
res; la proscripción del secuestro somo modalidad de toma de rehenes. Esto complica
mucho más el problema ético, pues incluso los referentes ético-jurídicos universales
para enfrentar los conflictos armados, quedan desbordados por la modalidad del con-
flicto.
* Hay aquí otro gran desafío: el de promover acuerdos humanitarios que tengan
en cuenta la racionalidad propia de la guerra de guerrillas, pero que elaboren normas
claras para evitar el recurso a la crueldad o los sufrimientos innecesarios que no
reportan ventajas militares (esto fue lo que hizo el DIH frente a otro modelo de gue-
rra).
* Todo esto nos confronta con el valor ético de la paz. En la tradición judeo-
cristiana la paz se entiende como “fruto de la justicia” y no como ausencia de
guerra. Muchos discursos sobre la Paz la identifican como ausencia de guerra o
como un cese de fuego. Sin embargo, si se toma en serio el principio judeo-
cristiano, solo es posible conseguir algo de paz en la medida en que se consigue algo
de justicia. Esto hace de la paz un concepto dinámico y no estático.
3.4. Elementos epistemológicos:
* Hay dos factores que están a la base de visiones tan diferentes y contradic-
torias que se dan sobre la realidad y sobre la tragedia de Colombia: uno es el pro-
blema de la información y de los medios masivos que supuestamente la difunden, y otro
es el problema del abismo que separa los discursos oficiales de la realidad.
* En Colombia existe, según la ley, libertad de prensa, pero esto también se
somete a las leyes del mercado, y en definitiva quienes pueden “informar” son sola-
mente quienes tienen mucho dinero. La realidad es que la totalidad de los medios está
en manos de los 4 grupos económicos más poderosos del país. En teoría no existe la
censura, pero sí existe una autocensura real, que se traduce en un control ideológico
de la información y del mismo lenguaje informativo, no excento de esfuerzos permanen-
tes para dar apariencia de libertad de información.
* Los grandes medios controlan la lectura de la realidad muy sutilmente. Con-
vierten a todos los actores sociales en ángeles o demonios a su antojo, mediante me-
canismos sutiles. A ciertas versiones de los hechos le dan la más alta difusión, re-
pitiéndolas constantemente, y a otras versiones una mínima difusión, la suficiente
para no ser acusados de censura. Una de las pautas más rígidas para seleccionar las
informaciones, es la construcción, en las mentes de colombianos y extranjeros, de una
lectura del conflicto donde actúan “dos demonios”, y donde el Estado aparece ajeno,
como árbitro imparcial.
Por ejemplo, durante los últimos 4 años no hemos logrado, ni siquiera con reportajes
directos a testigos en alto riesgo, que los medios digan la verdad sobre lo que ocu-
rrió en los bombardeos y desplazamiento masivo de 25 comunidades afrocolombianas cer-
ca de la frontera con Panamá en 1997. Los periodistas, incluso los más amigos, reco-
gen los detalles, pero luego acomodan toda la información al único esquema dentro del
cual puede subsistir su contrato laboral: presentar todo como un crimen de dos demo-
nios que se enfrentan entre sí, uno de derecha y otro de izquierda, perjudicando a
una popblación civil absolutamente ajena al conflicto, y a espaldas de un Estado le-
gítimo que no tiene efectivos suficientes para controlar tanta violencia. Este molde
“informativo” solo se llena de datos geográficos y cronológicos diferentes, para re-
petirse millones de veces y construir un esquema de lectura de la realidad que sirva
de fundamento a las opciones políticas, ideológicas y éticas.
* En un famoso discurso pronunciado en París en 1987, Eduardo Galeano afirmaba
que “La historia latinoamericana es, desde hace cinco siglos, una historia del
continuo desencuentro entre la realidad y las palabras (...) La realidad oficial sir-
ve hoy, tanto o más que ayer, a la necesidad de exorcismo de la realidad real”
(5). Estas palabras de Galeano son muy justas. Desde hace al menos 39 años, cuando
los gobiernos colombianos se comprometieron a actuar dentro de la estrategia parami-
litar que les impuso la CIA, tuvieron que adaptarse a un esquema esquizofrénico: ma-
nejar dos identidades simultáneas, una pública y una clandestina. Públicamente debían
presentarse como respetuosos de las leyes; pero clandestinamente debían gerenciar una
guerra sucia en violación de todas las leyes. El YO más decisivo del Estado y de sus
agentes, aquel YO que controla el poder real y elimina a sus adversarios ideológicos
y a sus denunciantes, debía convertirse en un NO-YO en las esferas públicas e inter-
nacionales (por esto llamo a este esquema “esquizofrénico”). Los funcionarios del
Estado en estos últimos 40 años, incluso aquellos cooptados a la oposición o a la
izquierda, se han adaptado a ese esquema con tanta maestría, que es difícil no recor-
dar el mundo descrito por George Orwel en su novela “1984”.
* La “verdad” oficial ha hecho grandes esfuerzos por hacerse creíble.
- Cuando la comunidad internacional le demostró contundentemente a los gobier-
nos colombianos que sus militares cometían crímenes de lesa humanidad sistemáticamen-
te, los gobiernos crearon oficinas de derechos humanos en todas las dependencias mi-
litares y policiales, llamaron a organismos internacionales a dictar cursos de dere-
chos humanos en todas las guarniciones, y multiplicaron las declaraciones de la ofi-
cialidad llamando al respeto de los derechos humanos. Pero entre tanto multiplicaron
las unidades paramilitares para que fueran más lejos en la tortura y la crueldad de
lo que había ido la fuerza pública.
- Cuando la comunidad internacional les reclamó por los vínculos estrechos que
se descubrían a diario entre militares y paramilitares, los gobiernos crearon
“Grupos de Búsqueda” para perseguir a los paramilitares, multiplicaron sus decla-
raciones de condena al paramilitarismo, y la Fiscalía comenzó a mostrar centenares
de “ordenes de captura” contra supuestos paramilitares y a exhibir a muchos detenidos
con la etiqueta de “paramilitares”. Pero entre tanto los paramilitares avanzaron como
nunca en control territorial a lo largo y ancho del país, y en masacres masivas,
mientras los Grupos de Búsqueda aprendieron a calcular su llegada a los esce-
narios de los crímenes cuando éstos ya estaban consumados y los victimarios ya esta-
ban a salvo, y a capturar a delincuentes comunes para exhibirlos como paramilitares.
-Estos ejemplos creo que son suficientes para comprender la lógica de cons-
trucción de esa “verdad oficial” que, en palabras de Galeano, debe servir para
“exorcizar la verdad real”.
Quien no comprenda o descubra esta lógica de construcción de verdades oficiales o de
verdades mediáticas, nunca podrá entender la tragedia de Colombia. Esto nos explica
la multiplicidad de lecturas contradictorias que se dan sobre Colombia desde diversos
ámbitos del mundo. Pero esto también señala otro desafío para los procesos de paz: es
necesario encontrar mecanismos inéditos para proteger el derecho a la verdad, el de-
recho a la información y el derecho a la comunicación. No nos sirven otros modelos de
“libertad de prensa”. Pueden ser válidos en otros países, pero en Colombia han sido
desnaturalizados por las estrategias antes descritas.
3.5 Elementos estratégicos:
En esta última parte quiero referirme a un cierto marco de acción para caminar hacia
una paz que sea fruto de la justicia, desde los elementos o criterios expuestos an-
tes.
* El documento antes citado de los intelectuales franceses y europeos traza
como criterio estratégico fundamental fortalecer al Estado y sus instituciones, y lo
hace desde una visión y un análisis que lleva a reconocerle al Estado colombiano una
legitimidad democrática básica.
Yo discrepo en absoluto de este criterio, no por ningún radicalismo ideológico, sino
porque considero que el Estado colombiano no representa a la nación colombiana; con-
tinúa encerrado en una esquizofrenia total, que le hace presentar una cara formal de
Estado de Derecho mientras conserva otra cara clandestina cada vez más criminal, de
la cual se distancia en el discurso pero a la cual se aferra cada vez más en sus
prácticas. Además, hay en el Estado algunas instituciones tan pervertidas estructu-
ralmente, que ninguna reforma puede redimirlas, sino que hay que re-inventarlas.
* Estoy convencido de que la construcción del nuevo país, que es el sueño que
se alimenta en los procesos de paz, tiene que llevar a reinventar tres tipos de ins-
tituciones, fuera de repensar el modelo económico y político. Ellas son: a) la regu-
lación de la información o comunicación masiva (yo llamaría esto la democratización
de la información). b) la administración de justicia; y c) las fuerzas armadas.
* Pero pensando en las prioridades que tiene este camino hacia la construcción
de un nuevo país, y pensándolas sobre todo desde el ámbito de la solidaridad interna-
cional, veo 4 prioridades:
1) Es necesario romper el cerco de la desinformación. Afortunadamente esto ya
ha ido avanzando. Ya encontramos muchas páginas de internet que se han abierto para
divulgar informaciones que burlan las agencias internacionales de prensa y los medios
masivos de desinformación colombianos; que se conectan con las comunidades victimiza-
das en Colombia para recibir de las mismas víctimas su verdad primaria, y que desde
allí están alimentando a grupos solidarios en todo el mundo. Esto se complementa con
los contactos directos que se están haciendo con las comunidades victimizadas median-
te visitas de observación “in loco”, muchas de las cuales se canalizan luego en el
hermanamiento de comunidades colombianas victimizadas con comunidades solidarias de
otros países. Así se va rompiendo poco a poco el cerco de la desinformación. Sería de
desear que esto revirtiera también en una presión mundial a los medios de desinforma-
ción masiva en Colombia, para poner al descubierto sus mecanismos de encubrimiento,
de tergiversación o de apoyo soterrado a los mismos crímenes de Estado.
2) El problema de la impunidad de los crímenes de lesa humanidad está exi-
giendo buscar otras formas de investigación y sanción que no pasen por el corrupto
aparado judicial de Colombia. La administración de justicia es una de las institucio-
nes más desnaturalizadas en Colombia y cualquier intento de reforma solo logra que su
corrupción haga metástasis. Por eso se han ido desarrollando iniciativas como los
tribunales de opinión; el recurso al ejercicio de la jurisdicción universal colocando
querellas por crímenes de lesa humanidad en otros países; la presión ante la ONU por
la constitución de un tribunal “ad hoc” para Colombia, la presentación de casos ante
organismos internacionales; la publicación de listas y hojas de vida de los victima-
rios, como lo hicieron 10 agencias europeas en 1992; el apoyo al Proyecto NUNCA MAS,
que trata de recoger y salvaguardar la verdad prohibida de los crímenes de lesa huma-
nidad de los últimos 35 años. Podría haber muchas otras iniciativas, pero se trata de
ir abriéndole campo a la verdad, a la sanción social y a ciertas formas de repara-
ción, para que no queden aniquiladas mientras el sistema judicial sigue corrompido y
atado a los innumerables mecanismos de impunidad que ha creado y reforzado por déca-
das.
3) El proceso de paz, si bien es el eje sobre el cual descansan las mayores
expectativas para construir un nuevo país, es, sin embargo, un proceso frágil, que
puede romperse en cualquier momento. Es necesaria la presión internacional para que
se mantenga abierto. La participación internacional más importante no es la de los
gobiernos en papel de mediadores, observadores o verificadores, sino los aportes de
movimientos sociales o investigadores de otros países para enriquecer la agenda con
propuestas realizables que lleven a una mayor justicia social. En esta línea serían
de desear los encuentros que faciliten el diálogo entre movimientos sociales de Co-
lombia y de otros países con miras a enriquecer la agenda de las negociaciones. Hay
que tener en cuenta que en esta experiencia de Colombia no se está jugando solo su
futuro sino que esto puede llevar a explorar modelos para otros países.
4) Finalmente, todos sabemos que la tragedia va dejando millones de víctimas.
Es grave el drama de los desplazados que ya se cuentan por millones. Sin embargo, una
mera asistencia humanitaria podría estimular más a los desplazadores para seguir des-
plazando, ya que la asistencia humanitaria amortiguaría la tragedia que ellos causan
y los tranquilizaría. Por esto es importante combinar la asistencia humanitaria con
la ayuda a la resistencia y priorizar la ayuda a las comunidades en resistencia. Las
diversas formas de resistencia se revierten en problemas para los desplazadores, lo
que podría llevar a desestimularlos.
No puedo terminar sin agradecer profundamente, en nombre de tantas personas silencia-
das y amordazadas en Colombia, que viven bajo los efectos del terror, la solidaridad
de todos ustedes y de numerosos grupos de muchos otros países. Hay una causa que nos
une y es la causa de la especia humana.
Algunos acontecimientos recientes, como los tímidos ejercicios de jurisdicción uni-
versal que se han intentado en algunos países, han contribuido a poner de relieve
ciertos principios muy antiguos que estaban casi sepultados. No es defendible ningún
concepto de soberanía que impida a cualquier miembro de la especie humana reivindicar
sus derechos a defender la dignidad de sus semejantes. Cuando están en juego los de-
rechos más elementales de los seres humanos, no pueden existir fronteras. Si estas
aparecen, son ilegítimas y hay que derrumbarlas.
Muchas gracias.
Javier Giraldo, S.J.
Chicago, marzo 17 de 2001.
NOTAS:
(1) Cfr. Javier Darío Restrepo, “Los banqueros ganan la guerra del blan-
queo, diario El Espectador, 26.05.96, pg. 8ª
(2) Mc Clintock, Michael, “Instruments of Statecraft”, Pantheon Books, New York, 1992, pg. 222
(3) Cfr. Luis Prieto Ocampo, “Una Paz Imposible”, El Tiempo, 25.10.97, pg. 5ª
(4) Ver El Espectador, 18.02.01, pf. 5B
(5) Discurso en la clausura del III Encuentro de la Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los Pueblos, París, 6 de diciembre de 1987.
(2) Mc Clintock, Michael, “Instruments of Statecraft”, Pantheon Books, New York, 1992, pg. 222
(3) Cfr. Luis Prieto Ocampo, “Una Paz Imposible”, El Tiempo, 25.10.97, pg. 5ª
(4) Ver El Espectador, 18.02.01, pf. 5B
(5) Discurso en la clausura del III Encuentro de la Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los Pueblos, París, 6 de diciembre de 1987.
https://www.alainet.org/es/active/2094?language=en
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