2008: Elecciones municipales

09/01/2008
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Me deja intrigado el que se convoque de nuevo a elecciones en este año que apenas se inicia. Como oriundo de Minas Gerais, me sobra desconfianza. Porque lo nuevo es solamente el avance de una cifra en el calendario anual de este siglo 21.

Cada año que comienza es como una casa nueva, viene con toda la retahila de la vieja. Parece un cumpleaños: la gente cambia de edad pero conserva los mismos vicios, las mismas manías, los mismos (des)propósitos. Y para colmo aún cree que no es más viejo. Porque las arrugas sólo se ven en rostro ajeno.

Este nuevo año nos traerá elecciones municipales. Va a dividirse en su base ciudadana la coalición articulada en las alturas lúlicas del palacio de Planalto. Partidos que se besan en Brasilia se pelearán en la lucha municipal por la silla de gobernador. Y una avasallante multitud de candidatos pondrá el ojo en el puesto de concejal. Unos porque, imbuidos de espíritu cívico, aspiran sinceramente a servir al pueblo; otros porque sueñan con ganar un sueldo sin trabajar.

Ser concejal en Brasil es como el premio de la lotería electoral. El elegido comparece una o dos veces por semana en la Cámara Nacional y, gracias a su cargo, dedica el resto de su tiempo a lo que le dé la gana. Unos pocos se interesen verdaderamente por la ciudad; otros cuidan de sus negocios personales; y hay quienes prefieren la ociosidad bien remunerada, turisteando por el extranjero a costa del contribuyente y del erario público.

La mayoría hace tráfico de influencias. Es el llamado influtráfico. De cada favor que hace el sujeto saca una tajada en provecho propio: un saco de cemento por aquí, la matrícula del hijo por allá, un boleto de transporte interurbano acullá…

Lo bueno para ellos es que nosotros, los electores, votamos y quince días después ya ni recordamos el nombre del candidato. Si resulta elegido, el sujeto queda a merced de su voluntad, sin tener ninguna presión de quien lo eligió. Es la democracia delegativa. Que no llega a ser representativa, o sea aquella en que la sociedad civil interactúa permanentemente con el poder público. Y tiene conciencia de que el político no es autoridad sino servidor. Nosotros le elegimos y le pagamos su salario. La autoridad es el pueblo, a quien él le debe rendir cuentas. El elector tiene el derecho a proponer, presionar, enterarse; el político tiene el deber de rendir cuentas.

Sería bueno que las escuelas, asociaciones, sindicatos, iglesias, empresas, etc. promovieran debates con partidos y candidatos, y exigieran por escrito la garantía de que cumplirán determinados compromisos. Yo hice así en la última elección para diputado federal. Hubo quien se negó a firmar… Y eran gente de un partido supuestamente progresista. De ese modo resulta que a la hora del discurso son una belleza, pero a la hora del compromiso son una tristeza.

Es bueno también tener presente que este año se conmemoran los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo que la derecha rabiosa considera “asunto de malhechores”. Hace falta incluir en la Declaración los derechos internacionales, planetarios y ambientales, para que así se pueda obligar al gobierno de los Estados Unidos a sacar las garras de Cuba (Guantánamo, bloqueo) y de Puerto Rico (colonia USA desde 1898, cuando el proceso de descolonización ya se había puesto en marcha en el resto del mundo).  (Traducción de J.L.Burguet)

Feliz año 2008, querido(a) lector(a).

Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros.

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