¿Victima o ganador en la gobalización? (VI y final)
19/02/2008
- Opinión
El 6 de mayo de 2004, el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, pronunció en Chicago un discurso denominado “Globalización e innovación”. Expresó que la “globalización”, entendida como “la extensión de la división del trabajo y la especialización más allá de las fronteras nacionales”, y la financiación del déficit fiscal y de la balanza de pagos, mediante los ahorros venidos de otros países, le permitían a Estados Unidos llegar “a límites” sin “experimentar alguna clase de erupción financiera”. No obstante, acotó que “la plena globalización, en la cual el comercio y las finanzas se dirijan sólo por las tasas de retorno ajustadas al riesgo indiferente de las distancias, probablemente nunca sería alcanzada” y en ese sentido habló de “una perspectiva opaca” con respecto a lo que fuera a acontecer al final de esta década ya que es incierto, según dijo, si este “paradigma” está “cerca de su desaceleración”.
Al panorama de la globalización también se refiere el artículo, “Yendo a la bancarrota” de Chalmers Johnson, recientemente publicado. En él se declara “insostenible” la deuda pública estadounidense de 9,81 millones de millones de dólares, más del 75% del PIB e incrementada en un 45% desde enero de 2001 cuando George W Bush se posesionó. Johnson argumenta que el desplazamiento de la industria norteamericana a los nuevos “talleres del mundo”, como China, no sólo obedece a un modelo económico global sino a una política de Estado –incubada durante décadas-. Se fue desechando la producción de bienes en general a fin de adoptar “un militarismo keynesiano” consistente en especializarse en las industrias de seguridad y defensa, financiadas con presupuesto público. Ese rubro supera los 650.000 millones de dólares anuales, que es más de la mitad del total del gasto militar de los 10 primeros países en ese campo, y, entre 1940 y 1996, sumó al menos 5,8 millones de millones. Johnson asegura que en 1990 el valor de las armas, del equipo y de las factorías dedicadas al Departamento de Defensa era el 83% del valor de todas las plantas y equipo industriales. Es decir, una economía orientada con tal dirección no podrá solventar su déficit; los rendimientos iniciales que ese modelo aporta al aparato productivo con el tiempo van decreciendo.
Estas fallas estructurales empujan a Estados Unidos a prorrogar como sea su supremacía sobre toda potencia. Juan Gabriel Tokatlian afirma que en la actual contienda electoral, cualquiera sea el partido, el género o el color, hay consenso en ello. “La continuidad la imponen un conjunto de fuerzas, factores y fenómenos, internos y externos, que limitan la capacidad de acción e innovación de una persona con poder, por más que él o ella sean el presidente de Estados Unidos” y que en relaciones internacionales “confían cada vez más en el músculo militar en detrimento de la persuasión política”. Esa definición prevalece aun sobre la implosión que pueda derivarse de una economía con ciclos de inestabilidad cada vez más frecuentes y destructivos; de su insolvencia energética y de su precario sistema de salud; de la pobreza y la desigualdad crecientes; de la compleja problemática de los inmigrantes; de la inatajable tendencia de devaluación de su moneda. Estos asuntos se atenderán supeditados al papel hegemónico; es más, su eventual solución se pondrá a depender en alguna medida de él. Estamos frente a una superpotencia que ya demostró que es capaz de pasar por encima de la comunidad internacional. Que, como dice Noam Chomsky, al meterla en el conjunto de “estados fallidos”, que se considera como ellos “más allá del derecho nacional o internacional, y, por tanto, libres para perpetrar agresiones y violencia”, y últimamente hasta torturas.
Las grandes dificultades que padece el Imperio no le derrumban todavía los contrafuertes de su inmensa capacidad para apropiarse de esferas de influencia, de mercados para sus mercancías y capitales, de fuentes de materias primas y energía y de nuevos surtidores de mano de obra barata que aporten plusvalías absolutas. No obstante, en perspectiva, las contradicciones con otros fuertes poderes, entre, los que Kissinger incluye ya a China e India además de los reconocidos, Europa , Rusia y Japón, sumadas a las propias, casi insolubles, impelerán a la precipitación de esta fase agonizante de monopolios financieros y el desenlace general, habrá de alumbrar, sin duda, un nuevo orden. Al final, Estados Unidos será más víctima que ganador de su propia globalización, la senda está marcada.
Al panorama de la globalización también se refiere el artículo, “Yendo a la bancarrota” de Chalmers Johnson, recientemente publicado. En él se declara “insostenible” la deuda pública estadounidense de 9,81 millones de millones de dólares, más del 75% del PIB e incrementada en un 45% desde enero de 2001 cuando George W Bush se posesionó. Johnson argumenta que el desplazamiento de la industria norteamericana a los nuevos “talleres del mundo”, como China, no sólo obedece a un modelo económico global sino a una política de Estado –incubada durante décadas-. Se fue desechando la producción de bienes en general a fin de adoptar “un militarismo keynesiano” consistente en especializarse en las industrias de seguridad y defensa, financiadas con presupuesto público. Ese rubro supera los 650.000 millones de dólares anuales, que es más de la mitad del total del gasto militar de los 10 primeros países en ese campo, y, entre 1940 y 1996, sumó al menos 5,8 millones de millones. Johnson asegura que en 1990 el valor de las armas, del equipo y de las factorías dedicadas al Departamento de Defensa era el 83% del valor de todas las plantas y equipo industriales. Es decir, una economía orientada con tal dirección no podrá solventar su déficit; los rendimientos iniciales que ese modelo aporta al aparato productivo con el tiempo van decreciendo.
Estas fallas estructurales empujan a Estados Unidos a prorrogar como sea su supremacía sobre toda potencia. Juan Gabriel Tokatlian afirma que en la actual contienda electoral, cualquiera sea el partido, el género o el color, hay consenso en ello. “La continuidad la imponen un conjunto de fuerzas, factores y fenómenos, internos y externos, que limitan la capacidad de acción e innovación de una persona con poder, por más que él o ella sean el presidente de Estados Unidos” y que en relaciones internacionales “confían cada vez más en el músculo militar en detrimento de la persuasión política”. Esa definición prevalece aun sobre la implosión que pueda derivarse de una economía con ciclos de inestabilidad cada vez más frecuentes y destructivos; de su insolvencia energética y de su precario sistema de salud; de la pobreza y la desigualdad crecientes; de la compleja problemática de los inmigrantes; de la inatajable tendencia de devaluación de su moneda. Estos asuntos se atenderán supeditados al papel hegemónico; es más, su eventual solución se pondrá a depender en alguna medida de él. Estamos frente a una superpotencia que ya demostró que es capaz de pasar por encima de la comunidad internacional. Que, como dice Noam Chomsky, al meterla en el conjunto de “estados fallidos”, que se considera como ellos “más allá del derecho nacional o internacional, y, por tanto, libres para perpetrar agresiones y violencia”, y últimamente hasta torturas.
Las grandes dificultades que padece el Imperio no le derrumban todavía los contrafuertes de su inmensa capacidad para apropiarse de esferas de influencia, de mercados para sus mercancías y capitales, de fuentes de materias primas y energía y de nuevos surtidores de mano de obra barata que aporten plusvalías absolutas. No obstante, en perspectiva, las contradicciones con otros fuertes poderes, entre, los que Kissinger incluye ya a China e India además de los reconocidos, Europa , Rusia y Japón, sumadas a las propias, casi insolubles, impelerán a la precipitación de esta fase agonizante de monopolios financieros y el desenlace general, habrá de alumbrar, sin duda, un nuevo orden. Al final, Estados Unidos será más víctima que ganador de su propia globalización, la senda está marcada.
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