Raíz del Brasil
14/07/2002
- Opinión
El 11 de julio, el paulista Sergio Buarque de Holanda, nacido en Libertad,
tendría 100 años de edad. Le acompañé en sus últimos días de vida, en los
primeros meses de 1982, en la calle Buri, donde falleció el 24 de abril.
Consciente de que la enfermedad le llevaría a la muerte, quiso reflexionar
sobre la travesía que le aguardaba. La raíz del Brasil se desprendía rumbo
a la visión del paraíso.
Sergio era agnóstico. Fue a través del fray Benevenuto de Santa Cruz que
le conocí en 1966. Fui amigo de la familia y, en especial, de su mujer,
María Amelia Buarque de Holanda. En sus últimos días, el autor de "Caminos
y Fronteras" me pidió que invitara a su casa a don Paulo Evaristo Arns. Se
admiraban mutuamente. El cardenal se quedó con él en la biblioteca de la
calle Buri, amontonada de libros y revistas apiladas por el piso, y
conversaron durante horas.
Pensador erudito y escritor de talento, lo que torna agradable la lectura
de sus textos, Sergio era un hombre de buen humor, que se reía de quien se
tomaba todo muy en serio. La vena musical de la familia, que nos daría
tantos intérpretes y compositores -Miúcha, Chico, Ana y Cristina— viene
desde los 9 años, cuando siendo alumno del colegio Caetano de Campos,
compuso el vals "Victoria Regia" en la plaza de la Repúbica.
En la fiesta de conmemoración de sus 76 años, en casa de Chico, en Río, fui
agasajeado con uno de sus entretenimientos favoritos: le oí cantar su
versión latina de "Sassaricando"!
Sergio era, intelectual y físicamente, inquieto. Gustaba de viajar,
cambiar de casa, ciudad o país como quien va allí a la esquina; adoraba los
desafios. Fue director de periódico en Cachoeiro do Itapemirim; reportero
de la United Press; corresponsal en Berlín de los Diarios Asociados;
profesor en París, Roma, Estados Unidos y Chile.
Demócrata convicto, jamás tuvo escrúpulos de unir su actividad académica
con la militancia política. Fundó la Izquierda Democrática en 1945;
ingresó al Partido Socialista en 1947; solicitó su jubilación como
catedrático de la USP en 1969 en solidaridad con los colegas separados por
el AI-5; y tuvo tuvo orgullo de ser, al lado de Antonio Candido, miembro
fundador del Partido de los Trabajadores.
Almorcé con Lula en su casa. Presenciando el diálogo del líder sindical
con uno de los más inminentes intelectuales brasileños, me convencí de que
Sergio transmitió a los hijos uno de sus prédicas más notorias y, sin
embargo, no siempre visible en las altas esferas académicas: la
sensibilidad. El historiador oía al metalúrgico como un alumno atento a su
profesor de política.
Imposible entender bien este país sin pasar por la visión del autor de
"Raíces del Brasil". Al lado de Gilberto Freyre, cuyos ensayos rescatan la
formación de la brasileñeidad, Sergio se destaca como uno de los raros
historiadores brasileños que, contrario al sociólogo pernambucano, prefirió
encarar a la nación por la óptica del conventillo y no de la casa grande.
En estos tiempos de aridez en la vida intelectual brasileña, cuyas
producciones son guardadas bajo siete llaves en los cofres de la academia,
excepto las apologías del pensamiento único neoliberal, resaltar la obra y
la militancia de Sergio Buarque de Holanda es robustecer la inteligencia
como virtud política. El no tuvo pudor de ser un intelectual contratado,
que hallaba gracia en quien se vanagloriaba de rellenar los tacones de los
zapatos con títulos académicos.
Padre de Chico -como muchos los conocían, después de que el famoso Chico
dejara de ser tratado como hijo de Sergio-, tiene un acervo en la Unicamp
que engloba 8513 libros, 227 títulos de periódicos, 600 obras raras y 74
rollos de microfilms, incluyendo su correspondencia con personalidades como
Mario Andrade, Antonio Candido, Prudente de Moraes y Lasar Segall.
Entre los homenajes por su centenario se destacan: la exposición en la
Unicamp de muebles y objetos que le pertenecieron, dos seminarios (en la
USP del 26 a 30 de agosto, y en Unicamp el 9 y 10 de septiembre), y el
documental "Sergio Buarque de Holanda" de Nelson Pereira dos Santos.
En el prefacio de la segunda edición de "Visión del Paraíso", Sergio cita a
Pedro de Rates Hanequim, quien vivió 26 años en Minas en el siglo XVIII y
fue condenado por la Inquisición de apóstata por afirmar para mayor
escándalo de los inquisidores "que el diluvio no fue universal, ya que no
afectó a Brasil".
De ser verdad, es una pena que los estragos causados por nuestras élites
gobernantes hayan apagado cualquier resquicio de aquel capricho divino.
Mantener viva la memoria de Sergio se impone como exigencia a todos quienes
tienen una visión de este país, no necesariamente paradisíaca, pero en la
que merezcamos un futuro mucho mejor.
* Frei Betto es escritor y autor, junto con Luiz Fernando Veríssimo y
otros, de "El desafío ético" (Garamond), entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/active/2231
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