A propósito de la marcha del m 6

Una conversación para futuras conversaciones

14/03/2008
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“Queremos la defensa de la vida humana
que es lo menos que puede pedir un pueblo”
Jorge Eliécer Gaitán.
Oración por la Paz. 7 de febrero de 1948.

En 1948, Jorge Eliécer Gaitán convocó una gran movilización en solidaridad con las víctimas de la violencia; es así, que la noche del 7 de febrero, unas 150.000 personas venidas de todo el país “–de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies“, portando banderas negras y velas encendidas, se dieron cita en la histórica Plaza de Bolívar e hicieron parte de la más conmovedora jornada de actuación pública ciudadana que conociera el siglo XX: la famosa “Marcha del Silencio”.

El contexto de dicha movilización hablaba por sí mismo, una vez instalado en la silla presidencial el conservador Mariano Ospina Pérez, se había iniciado en todo el país una voraz persecución contra el pueblo gaitanista y contra los dirigentes políticos de centro y de izquierda; dicha campaña, fue promovida por Laureano Gómez y por los sectores más reaccionarios del partido conservador. Masacres, asesinatos de campesinos y líderes sindicales, persecución contra políticos regionales, destierros, desplazamientos, despojos, violaciones de mujeres, detenciones ilegales, ejecuciones extrajudiciales, torturas y un sinnúmero de atropellos más, eran cometidos por sectores de la Fuerza Pública y por los paramilitares de entonces: los famosos “chulavitas”, sicarios-policías que actuaron bajo las órdenes del jefe de la policía coronel Virgilio Barco, y las tenebrosas parvadas de “pájaros” que sembraron el terror bajo el amparo del gobierno.

Es entonces cuando el caudillo liberal decide conmover a la opinión nacional e internacional y se empeña en tratar de hacer visibles las atrocidades que venía soportando una buena parte del pueblo colombiano. Así, centenares de miles de personas, en impresionante y contundente silencio, colmaron las calles de la capital y escenificaron su indignación ante la barbarie y la impunidad reinantes; la única voz que resonó en medio de aquel silencio demoledor fue la de Gaitán, quien con un tono pausado pero enérgico, sentenció: “Señor Presidente, como usted puede ver aquí no se oyen aplausos: ¡Sólo se ven banderas negras que se agitan! ...Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado un solo grito, en el fondo de los corazones, sólo se escucha el gemido de la emoción contenida ...Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!

60 años han pasado luego de aquella noche de febrero y la situación en que se encuentran los derechos humanos, no es más halagadora: masacres, asesinatos selectivos, torturas, desapariciones forzadas, secuestros, ejecuciones extrajudiciales, despojos, desplazamientos y las más brutales impunidades, siguen acosando a miles de colombianas y colombianos en los campos y ciudades de la patria. Baste solo un ejemplo para ilustrar lo dicho: 4 millones de personas han sido desplazadas por la guerra, los megaproyectos de las transnacionales, y el accionar de empresas que no han dudado en establecer alianzas políticas y económicas con los tenebrosos ejércitos paramilitares para asesinar sindicalistas, apropiarse ilegalmente de tierras y bienes, y aumentar sus ingresos a toda costa. Así, en este contexto de injusticia y de impunidad tal y como sucediera en 1948, surge la convocatoria de la marcha del 6 de marzo, ese gran clamor nacional que, a nuestro juicio, tendrá que ser leído local e internacionalmente como una gran demanda ética a favor de la memoria y de la vida, como un clamor contundente a favor de la justicia, y como una exigencia de respeto por el dolor y por la dignidad de las víctimas.

Esta gran movilización se identificó políticamente con aquella que convocara Gaitán el 7 de febrero de 1948 pues ubicó en un primer plano la situación de las víctimas y permitió que su dolor pudiera acceder y expresarse en el ámbito público. No hay que olvidar que en Colombia el silenciamiento ha sido utilizado como un arma de guerra y que ha sido impuesto a través del miedo y del terror. No hay que olvidar que, fruto de dicha estrategia de control y de muerte, muchas de las víctimas han tenido que tramitar su dolor en soledad, que se han visto obligadas a acallar su voz y su palabra, y que han sido confinadas, recluidas, secuestradas, y condenadas a vivir en el pantanoso ámbito de su intimidad dolida. Lograr que las víctimas empiecen a quebrar la pauta del miedo, que se permitan expresar públicamente su dolor y que convoquen a la sociedad para sumarse a su reclamo a favor de la verdad, la justicia y la reparación integral, de las heridas causadas por la guerra es un elemento de un valor ético y político de dimensiones incalculables.

La movilización del 6 de marzo fue más la expresión de las víctimas que el resultado de una estrategia mediática agenciada por las grandes empresas que se dedican a construir y a moldear la opinión pública. Esta movilización, al igual que la del 7 de febrero de 1948, son la expresión de una honda emoción contenida. Una y otra permitieron escenificar la herida inmensa que somos. Una y otra se convirtieron en una gran expedición por la memoria. Una y otra nos recordaron que nuestro cuerpo social está plagado de cicatrices que aún no sanan. Una y otra encarnan un clamor inexorable en contra de la desmemoria y de la impunidad. Una y otra son la expresión de una reclamación que de seguro sigue resonando en los campamentos de la selva, en los cuarteles y las guarniciones militares, en las curules del Congreso conseguidas con votos manchados de sangre, en las llamadas “cárceles de máxima seguridad”, en la que se encuentran los jefes paramilitares, en los salones en que sesionan las juntas directivas de las empresas que se han beneficiado con la guerra y con la muerte, en los estrados en que los jueces de justicia y paz imparten justicia, y en los pasillos de palacio: “Apenas os pedimos que nuestra patria no transite NUNCA MÁS, por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños”.

La Marcha del Silencio, al igual que la de marzo, recurrió a los lenguajes simbólicos para movilizar contenidos políticos. Sí, en aquella noche de febrero, quienes colmaron la Plaza de Bolívar y sus calles adyacentes portaban banderas negras para recordar a las cientos de colombianas y colombianos que caían asesinados por doquier, llevaban consigo una vela encendida como símbolo de paz y de justicia, y acompasaban sus pasos silentes con la contundencia de su corazón abierto. El 6 de marzo pasado, los marchantes llevaron consigo miles de fotografías para recordar a los colombianos y colombianas cuyas vidas se han perdido en medio de la vorágine de la violencia, los odios, las intolerancias y los apetitos voraces pero, a diferencia del silencio y del color negro que caracterizara la marcha de 1948, esta acogió en su interior un sinnúmero de expresiones y consignas a favor de la dignidad de las víctimas, la preservación de la vida, la necesidad de materializar un acuerdo humanitario, la humanización y la tramitación política del conflicto armado, y también, en contra de la guerra, la impunidad, la barbarie y el cinismo paramilitar y los llamados crímenes de Estado.

La marcha del 6 de marzo, es la expresión del aquello que el poeta Juan Manuel Roca ha dado en llamar el “país profundo”. Ahí se abrieron paso entre otros: las y los integrantes del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, portando un sinnúmero de las fotografías que conforman su Museo de los Derechos Humanos, un joven con una gran foto en la que se veía la sonrisa plena de Jaime Garzón, asesinado por los paramilitares el 13 de agosto de 1999, y en la que se leía la consigna: “Muerte, dónde está tu triunfo”. También marcharon los taitas indígenas con sus atuendos y su música ritual y una pancarta de la Fundación Carare, en la que se leía la inscripción: “La PAZ no es una GUERRA de venganzas. Desarmemos el Odio. Pensemos Bonito”. En un costado de la carrera 7ª había un grupo de religiosas con un pendón que decía: ¡No más indiferencia!, y frente a ellas, un grupo de mujeres vestidas de blanco recordando a los 5.000 integrantes de la Unión Patriótica asesinados o desaparecidos por paramilitares y por agentes de la Fuerza Pública. Un poco más allá, dos mujeres con una gran pancarta que decía: “...Somos los invisibles ...Los que no cuentan los medios ...Los de la memoria viva de los silenciosos crímenes. Acuerdo Humanitario. Justicia Social y Reconciliación.

En medio de la calle, una joven mujer sostiene un cartel hecho en un pliego de cartulina en la que se ven los rostros de Luis Eduardo Guerra, líder de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, detenido el 22 de febrero de 2005 por personal adscrito al Ejército Nacional junto con su esposa, Bellanira Areiza, y su hijo Deiner Andrés, de 11 años, quienes fueron posteriormente encontrados torturados y asesinados. Integrantes del batallón de contraguerrilla No. 33 Cacique Luitama, adscrito a la Brigada XVII del Ejército Nacional los presentaron como “guerrilleros caídos en combate”. Un poco más atrás, un grupo de personas con camisetas negras portan una gran bandera en la que se ve la silueta de una familia corriendo, de seguro recordando que este es un país de desplazados. Un puñado de personas portan un pasacalle que recuerda las 197 víctimas que dejó la explosión de un avión de Avianca el 27 de noviembre de 1989 por orden del jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria. Y, en medio de la multitud, se observa el paso pausado de un grupo de jóvenes con jaulas en sus cabezas y maletas blancas con forma de casa en sus manos recordándonos, una vez más, a los 4 millones de desplazados. Ellos llevan una camiseta que dice: “Es hora... Deja la indiferencia atrás”.

En medio de la multitud camina la familia de Luis Carlos Galán Sarmiento, asesinado por integrantes del Cartel de Medellín y miembros destacados de la clase política colombiana el 18 de agosto de 1989 en el Parque Central de Soacha. Un poco más allá, sobre en un cartel amarillo y verde se recuerda la memoria de Bernardo Jaramillo Ossa, candidato presidencial de la UP, asesinado por paramilitares el 22 de marzo de 1990, recordando la que fuera en ese entonces su frase de campaña: “Venga esa mano país”. Junto a ellos pasa un grupo de “visionarios” encabezados por el ex alcalde Antanas Mockus, con una pancarta que reza: “La vida es sagrada. Cada víctima es hermana”, y también, un grupo de personas, mayoritariamente mujeres, que llevan un pendón que recuerda la masacre de Mapiripán (Meta), ocurrida entre el 15 y el 20 de julio de 1997, la cual fue ordenada por Salvatore Mancuso, quien actuó en complicidad de la Fuerza Pública, y que en 1999 le costó una condena al Estado colombiano por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. También pasan un grupo de mujeres jóvenes con una pancarta en la que se lee: ¡Ya basta! No nos cabe más dolor en el pecho y, tras ella, un grupo de jóvenes que realizan un performance para recordarnos que el secuestro y la tortura no deben ser utilizados, ni tolerados NUNCA MÁS.

La marcha del 6 de marzo fue, finalmente, una gran jornada de expresión ciudadana. 300.000 bogotanos y bogotanas y unos 8´000.000 de personas en distintas partes del país y el mundo marcharon para exigir justicia. Grandes y chicos, gente mayor y jóvenes estudiantes, trabajadores y desempleados, sindicalistas, maestros, artistas, defensores de derechos humanos, todos y todas, se solidarizaron con las víctimas que, siguiendo la argumentación de nuestro artículo anterior, es una forma de decir que se reencontraron consigo mismos, con el dolor que las y los embarga, con la herida inmensa que aún somos, y con un pasado de tristeza y de muerte que debemos superar colectivamente. La marcha del 6 de marzo fue una gran oportunidad para manifestar públicamente que nos parece indignante que quienes “confiesan” sonrientes que mataron a 1500 compatriotas, quienes aseguran que hicieron exhumar a sus víctimas para arrojarlas a los ríos, quienes han visto aumentar sus fortunas a costa de la sangre de los nuestros, quienes llegaron al Senado de la República con votos “comprados” a punta de motosierra, quienes han hecho de la tortura y del abuso su lenguaje amparados tras los uniformes oficiales, se burlen de nuestro dolor con penas de 8 años y rebajas de 4 por su supuesta confesión.

La marcha del 6 de marzo no es otra cosa que una invitación para seguir actuando, es una píldora para el recuerdo que nos dice, como lo señalaba un volante entregado por un puñado de jóvenes, que en nuestra familia hay 4´000.000 de desplazados, 30.000 desaparecidos, 3.500 masacres, 3.200 secuestrados, millones de muertos, y cientos de miles de fosas comunes. También ha sido una oportunidad para recordarle a los tiranuelos todos, como dijera Jorge Eliécer Gaitán aquella noche del 7 de febrero, dos meses antes de que cayera asesinado (...) ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres y las mujeres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!

- Iván Torres. Director Fundación Cultural Rayuela

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org
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