Las “otras sexualidades”: visibilizaciones, resistencias y disidencias

14/05/2007
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“..debemos pensar que quizá un día, en otra economía de los cuerpos y los placeres, ya no se comprenderá cómo las astucias de la sexualidad y el poder que sostiene sus dispositivos, lograron someternos a esta austera monarquía del sexo, hasta el punto de destinarnos a la tarea indefinida de forzar su secreto y arrancar a esa sombra las confesiones más verdaderas”

(Michel Foucault)
[1]

Lo “personal es político”.  Este ha sido, quizá, el lema más punzantemente repetido por el feminismo militante para cuestionar los silencios, las “naturalidades” y la familiaridades” con que habían venido funcionando impunemente el poder falocéntrico y heterosexista, muchas de cuyos resortes y dispositivos operaban sin resistencia alguna para dominar y someter a las personas a través de entrometerse en sus vidas y de controlar sus cuerpos.

Desde la real politik, las personas identificadas por sus sexualidades disidentes, también han venido abogando con fuerza por legitimar sus discursos y sus conductas mediante la visibilización pública de lo que durante siglos han venido siendo ocultos sufrimientos.  En esta lucha, sus adversarios principales han sido esencialmente los discursos más conservadores: la religión, la moral y las buenas costumbres, los cuales habían encerrado en la oscuridad de lo privado y de los mundos de la intimidad, y con ello se colocaban en el extremo de los anacronismos que ni siquiera el más liberal de los capitalismos podía soportar.

Las tendencias aperturistas y libertarias respecto a la sexualidad son más bien recientes.  Para muestra basta un botón: refiriéndose a la cosmopolita Francia de los años cuarenta, un biógrafo del famoso filósofo francés Michel Foucault
[2] nos recuerda lo difícil que le resultó al conocido filósofo acomodarse a vivir su homosexualidad.  En aquella época de la post-guerra mundial, evidenciar públicamente una conducta homosexual implicaba un costo enorme: la vergüenza y -por ende, en la mayoría de los casos- la clandestinidad.

La patética experiencia del propio biógrafo antes citado -Dominique Fernández- también es ilustrativa.  Apenas adolescente, ya imaginaba su sexualidad gay como un calvario: crecer y vivir alejado y aislado le iba a causar un gran tormento personal… pero al mismo tiempo, algo le impulsaba a reconocer que aquella vida era el fruto de una “elección secreta y maravillosa
[3].  Esa mezcla entre espanto y orgullo, y la claridad de que finalmente eso era algo que había elegido ¿No implicaba, en rigor, una elección profundamente política? Igual para Foucault: su historia personal era indesligable y primordial respecto a su trabajo intelectual y en ese entrecruce estaba su vida y su opción política personal.  Por ello Foucault, había reconocido que

Ser gay es devenir, el punto no es ser homosexual sino trabajar persistentemente en ser gay...  en colocarse uno mismo en una dimensión donde las elecciones sexuales que uno hace están presentes y tienen sus efectos en la totalidad de nuestra vida....  Ser gay significa que esas elecciones se difuminan en la vida entera; es también una cierta manera de refutar los modos de vida ofrecidos; es también hacer una elección sexual por un cambio en la existencia[4]

¿Sociedad “abierta” o solo más sutilmente tolerante?

Desde entonces hasta hoy ha transcurrido más de medio siglo y la atosigante situación ha cambiado en algunos sentidos.  Actualmente hay un ascendente proceso de reivindicaciones y luchas identitarias de esas otras sexualidades, sobre todo alrededor del campo de los derechos ciudadanos.  Por doquier se habla de políticas y estrategias de visibilización y de la lucha política de la comunidad gay, como parte de las “políticas de la vida”, que aluden y defienden las vivencias de las personas en su dimensión singular y única.

En el campo de la reciente teorización crítica sobre las sexualidades, hay dos entradas que cuestionan la visión funcionalista de los roles de género.  Por un lado está la relativización de la universalidad y esencialidad de las conductas y comportamientos humanos y el reconocimiento de su pluralidad en el tiempo y entre las culturas.

Por otro lado, si bien resulta prácticamente imposible negar la presencia trans-histórica de los referentes de lo masculino y lo femenino, la reflexión crítica contemporánea ha arremetido contra la idea de una complementariedad armónica de ambos referentes, enfatizando la lucha permanente que les es inherente, y por ello unas son dominantes y otras, en cambio, subalternas y/o resistentes.

En este sentido, mientras tradicionalmente se había clasificado al género según la cultura judeo-cristiana, en hombre y mujer -siguiendo la división animal de los sexos en machos y hembras- la antropología principalmente ha identificado ciertos patrones culturales que no encajan en ninguna de ambas identificaciones.  Por ejemplo, nuevas categorías como la del “tercer género”
[5] o berdache, dan cuenta de prácticas de transexualidad, transgenerismo, hermafroditismo e intersexualidad, afeminamiento y homosexualidad y representan categorías de género que desestabilizan la visión “naturalista” y monocultural de categorías como hombre-mujer o heterosexualidad-homosexualidad.

En este nuevo escenario, aparentemente abierto, ¿ocultar las preferencias sexuales significa necesariamente mentir ante las represiones sociales o se trata de una opción personal? ¿Es “mentirse a sí mismos” o solamente una estrategia para resistir la fuerza de las “sanciones autorizadas” por parte de curas, psicólogos, orientadores vocacionales, padres y madres de familia, maestros y maestras?

Es que muchas veces los avances teóricos y las consignas políticas no alcanzan a mostrar en toda su profundidad la densidad existencial y la complejidad de las experiencias y las vivencias biográficas de la sexualidad.  Cabe entonces seguir preguntando ¿cuál debería ser el discurso o los discursos legitimadores para el tipo de luchas que están llevando a cabo, por ejemplo, quienes se sienten pertenecientes a la comunidad GLBT? ¿Qué estrategias son las “correctas”, no solo para robustecer su visibilidad y presencia social, sino para derribar las barreras de comunicación, potenciar el diálogo y mejorar la convivencia con los otros y las otras, en relación con la aludida comunidad?

Discursos heterotrópicos en Latinoamérica

En el caso de las culturas contemporáneas - y más específicamente las latinoamericanas- no sólo han emergido un conjunto de nuevos sujetos que practican las denominadas sexualidades GLBTT (gays, lesbianas, bisexuales, travestis y transgéneros- que son socialmente “anormalizados”, como vía para su marginación y discriminación), sino que entre ciertas culturas especialmente juveniles existe un paradójico espectro de comportamientos en relación con el cuerpo y la sexualidad: un tributo glorificado a éste y un rechazo casi total que lleva a su disolución o sustitución por “sexo virtual” por medio de nuevas tecnologías de información y comunicación, lo que ha hecho emerger nuevas problemáticas tales como las de la fugacidad en las relaciones, la adopción de identidades múltiples
[6] o la del “anonimato” en el ejercicio de la sexualidad, cuyo mejor ejemplo es la de las hot lines telefónicas.

Dada la complejidad de la cuestión, conviene abrir otros frentes de lucha para arremeter contra los actuales imaginarios modernos, lo que implicaría cuestionar los efectos materiales y simbólicos del “mito igualitarista”.  Foucault sugirió una categoría que podría ser útil para definir esta situación: la heterotopía, un concepto abstracto donde cabe una crítica profunda a los imaginarios de la modernidad.

Respecto a Latinoamérica y sus sexualidades, la relación entre la cultura y las prácticas materiales, entre las acciones y sus significados, estos tropos culturales son:

“centrales en la construcción y redefinición de identidades en América Latina.  Las heterotropías “nos hablan” de nosotros y de los Otros, y principalmente del espacio vertiginoso e inestable en el que se dan las prácticas de significación cultural.  Pero esa comunicación no es inequívoca, pues la identidad se encuentra (…) en fuga constante a lo largo de un espacio no lineal, sin principio ni fin..”[7]

Como plantea Dabove, hay que pensar los problemas identitarios latinoamericanos como problemas no sólo materiales sino también culturales, y es por ello que su entrada desde lo que denomina heterotropías que expresan la dialéctica performativa entre los actos y sus interpretaciones.

Para el caso latinoamericano, Dabove analiza cómo las “fantasías imperiales” crearon discursos mitológicos para representar a la otredad latinoamericana como los “otros de Occidente": “anómalos”, “periféricos”, “híbridos”, “caníbales”, “criminales”, “subalternos”, “chicanos”.  Pero, si se invierte el sentido usual que toma el ejercicio del poder, ser así retratados puede volverse más bien un lugar de “privilegio epistemológico o identitario”, en el sentido que esa exclusión de la normalidad permitiría una mayor libertad para actuar.  ¿Qué sucedería pues, si se acepta la condición de “anomalía” respecto a la sexualidad?

Quizá, en vez de plantear una lucha discursiva típica contra el machismo, la homo o lesbofobia y el falocentrismo –todas ellas clásicas figuras del discurso normalizador de Occidente-, que bien pude terminar en una crítica llena de clichés, se podría arribar a una suerte de ”transgresión radical” y no ni un inflamado discurso tolerantista “políticamente correcto” pero pragmáticamente impotente, ni un “destape “tropicalista” que termine encerrado en la misma malla discursiva de la que intenta escapar.

Fijémonos por ejemplo, en las industrias culturales masivas latinoamericanas -léase televisión y cine- en las cuales han emergido una serie de “presencias” nuevas alusivas a las sexualidades disidentes: personajes gay en las telenovelas, estrellas masculinas de televisión abiertamente afeminados o trasvestidos.  En todos esos casos tal “destape” parece más bien cumplir el rol ingenuo pues más allá de lo visibilizado, por untado se siguen ocultando esas otras sexualidades disidentes y en el tratamiento dado a estas apariciones se sigue imponiendo una mirada cargada de violencia, consumismo, sexismo y racismo.

De esta forma, parecería ser que ciertas formas de visibilización de lo oculto puede terminar reificando lo que se intenta des-ideologizar, por lo que la visibilización no es un libreto político infalible sino que puede ser impertinente frente al sinnúmero de situaciones variadas y singulares de posibilidades identitarias y de socialización sexual, ligadas con deseos y las opciones individuales y personales.

“¿Puede ser gay la nación?” fue el título de una ponencia presentada hace un par de años por el académico norteamericano John Beverly, en un encuentro sobre estudios culturales.  Allí hace mención lo que denomina la “heterogeneidad radical” de los grupos subalternos en países subalternos como los nuestros.  En este espacio, la ingobernabilidad es el síntoma de la desobediencia, el resentimiento, la trasgresión y la insurgencia.  Creo que este podría ser el camino para una posible reformulación de identidades.  El subalterno, dice, no es totalizante como “el pueblo” o “la ciudadanía”, que han sido los lugares comunes desde donde se han gestado las luchas por la representación política y por los derechos ciudadanos.

¿Caben en esta noción de heterotopías todas las posibilidades de vivir en la trasgresión, el exceso, el derroche, el resentimiento? Seguramente no.  Y aquí es donde se ve necesario medir los alcances de lo que se da “salidas del closet”.  ¿Hasta dónde ello implica una intromisión a la privacidad, que es básica en el funcionamiento del deseo, de las afectividades y del cuerpo? ¿Es que a caso se debe volver público y abierto todo, simplemente porque es políticamente correcto?

Foucault en su aguda teorización del biopoder y sus sutiles estrategias de normalización, preguntaba “¿cómo hacer para no convertirse en un fascista, incluso cuando (precisamente cuando) se cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo desembarazar nuestros discursos y nuestros actos, nuestros corazones y nuestros placeres, del fascismo? ¿Cómo desalojar el fascismo que se instaló en nuestro comportamiento?”[8].

No considerar la “politicidad” de acciones por fuera de lo “políticamente correcto” implica el riesgo de reproducir las condiciones para el resurgimiento de actitudes y posicionamientos intolerantes y opuestos a la posibilidad de construir una sociedad donde se recree una convivencia más auténticamente humana y no solo privativa de una u otra comunidad identitaria o cuasi identitaria.

Sobre este punto me parece necesario revisar otras propuestas teóricas erigidas sobre el campo de los “estudios queer” o “estudios de la rareza”.  Judith Butler, afirma que quizá únicamente “el sujeto descentrado esté disponible para el deseo” y que la tarea política no sería multiplicar las posiciones del sujeto en la esfera simbólica existente, es decir, lograr mayor visibilidad cultural, pues, en algún momento de la lucha eso podría paradójica y contraproducentemente producir el aumento correlativo de los movimientos excluyentes y degradantes, incluso al interior de las propias comunidades que alguna vez fueron excluidas y degradadas.

Por el contrario, Butler plantea que no es cuestión de prescribir la adopción, identificaciones e identidades nuevas y diferentes que deben ser aceptadas como “correctas” y “normales”
[9], sino de posibilitar la admisión de un conjunto más amplio de conexiones entre el género, la pertenencia étnica, la sexualidad y cualquier otro eje que signifique una dimensión importante en la existencia vital de los sujetos.

Estos son algunos de los grandes dilemas personales y políticos que surgen en el momento actual y que quizá marquen las discusiones futuras sobre la problemática de las sexualidades.  Aguzar la mirada y afinar el oído hacia los ecos de tales discusiones seguramente implicará avanzar políticamente, más que simplemente haciendo flamear banderas o escenificando floridos performances en plazas y calles.

- Hernán Reyes s
ociólogo, es profesor de postgrado en la Universidad Andina Simón Bolívar y en la Universidad Central del Ecuador.  Candidato a doctor (PhD) en Estudios Culturales Latinoamericanos.




[1] Foucault Michel, “Historia de la sexualidad.  La voluntad del saber”, México, Siglo XXI, 1995, (22da.  Ed.), p.  193.

[2] Cit.  en Didier Eribon, “Michael Foucault”, Barcelona, Anagrama, 1999 (2da.  ed.)

[3] Ibid.  p.  52.

[4] Citado por D.  Halperin.  Saint Foucault: Towards a Gay Hagiography.  Oxford University Press.New York, Oxford. 

1995.

[5] Guttman, Matthew, “Traficando con hombres, La antropología de la masculinidad”, en Revista La Ventana, No.  8, Universidad de Guadalajara, 1998.

[6] Cambios voluntarios y temporales de identidades sexuales o de género en la comunicación por Internet, relaciones afectivas e incluso sexuales a distancia, entre otras nuevas formas de practicar la sexualidad. 

[7] Dabove, Juan Pablo, “Mapas heterotrópicos de América Latina”.

[8] Foucault, Michel; “Prefacio (El Anti-Edipo)” en Estrategias de Poder.  Obras Esenciales, pág.  387.

[9] Ya Douglas Crimp por ejemplo, ha planteado como proyecto ser “queer antes que gay”.  como una forma de contrarrestar la homogeneización, normalización y desexualización que se da hoy en día en la vida gay, dentro del marco de las políticas gays neoconservadoras en Estados Unidos.

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