Los movimientos populares en Argentina
- Opinión
Ya pasaron seis años de la rebelión producida en Argentina durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. En ese momento se extendía la consigna: “que se vayan todos”, expresión de los alcances de la rebeldía, de la capacidad de resistencia popular, y también de los límites de los proyectos populares alternativos. Posteriormente, la crisis pudo ser disciplinada y controlada, especialmente a partir de la asunción del gobierno de Kirchner, que tuvo para ello que realizar fuertes cambios en las modalidades de dominación (incluso en relación a las políticas neoliberales que asumió acríticamente durante una década como intendente primero y gobernador después de Santa Cruz).
Se vuelve necesario entonces repasar las formas en que el sistema político recompuso la gobernabilidad, así como los cambios producidos en las relaciones de fuerzas en el país, y la manera en que los movimientos populares reordenan sus propuestas, proyectos y organizaciones, en el nuevo contexto argentino, latinoamericano y mundial.
El legado de las jornadas de 2002
Tomar como hito el 19 y 20 de diciembre, significa reconocer en ese momento un punto de inflexión entre la Argentina post dictadura, organizada dentro de las coordenadas de la dominación establecidas por el Pacto de Olivos (1), y una Argentina que ingresa en una lógica capitalista post-neoliberal. Aquellas jornadas constituyeron el “¡ya basta!" de un pueblo agotado por las políticas de exclusión, de saqueo de los bienes de la naturaleza, de subordinación a las propuestas imperialistas, de concentración inusitada de la riqueza, de desintegración de las identidades clasistas, nacionales, populares, de súper explotación de los trabajadores y trabajadoras a partir de la flexibilización laboral y la pérdida de derechos sociales, de abandono de la educación, la salud, la vivienda y otros derechos inalienables, de deshumanización de la vida cotidiana, de feminización de la pobreza, de criminalización y judicialización de la protesta social.
Las jornadas del 19 y 20 de diciembre en la Argentina -y la multiplicación de energías que de ellas se desprendieron-, permitieron volver a plantear la diversidad de dimensiones emancipatorias de las resistencias. Fueron momentos de encuentro de distintas indignaciones, que por aquellos días lograron realizar una tarea común, que iba más allá de sacarse de encima a un gobierno y a una política (2). Lograron cuestionar al sistema de representación política, y el programa neoliberal sostenido por todos los gobiernos en la etapa post-dictatorial.
El "que se vayan todos", al tiempo que deslegitimó a los tres poderes, significó también una interpelación a las distintas fuerzas políticas y sindicales populares, que actuando en los marcos de esa institucionalidad, no tuvieron capacidad de interpretar y actuar con eficacia, no sólo en el momento de la revuelta popular, sino en las acumulaciones previas e incluso en las posteriores de resistencias y de búsquedas de alternativas. El movimiento popular emergente criticó la fragmentación de las izquierdas sostenidas en las peleas por mezquinos hegemonismos. Se mostraron los límites de las políticas sindicales timoratas y de las abiertamente subordinadas al poder. Se cuestionaron las modalidades verticalistas de dirección política. Se multiplicaron los esfuerzos por construir experiencias de democracia directa. Se puso en evidencia la tensión existente en las fuerzas organizadas de la izquierda, que quedaron presas muchas veces de un electoralismo burocratizado, desmovilizado, y delimitado por una modalidad de representación vaciada de legitimidad y credibilidad.
Vale destacar de esa etapa, sobre todo, la ampliación de experiencias locales y sectoriales de poder popular, como la recuperación de empresas y la formación del movimiento de fábricas sin patrones, que junto con los proyectos productivos realizados por algunos de los movimientos piqueteros o de los movimientos campesinos, fueron laboratorios de una nueva manera de resolver la sobrevivencia y de realizar el trabajo, generando vínculos de solidaridad entre los protagonistas de estas experiencias; produciendo al mismo tiempo que mercancías, nuevos productos y relaciones sociales, basadas en la cooperación y no en la competencia.
También en esta etapa se multiplicaron las expresiones de sujetos políticos que se organizaron para denunciar y enfrentar formas de subordinación o exclusión que no dependen solamente de variables económicas, como son las demandas ligadas al reconocimiento de la identidad cultural, a la visibilización de distintos campos de las percepciones, pensamientos, sentimientos y experiencias de las mujeres, de movimientos de la diversidad y de la disidencia sexual, o los movimientos ligados a la recuperación de las culturas indoamericanas y afrodescendientes, así como distintas espiritualidades populares que desafían la prédica del pensamiento capitalista y patriarcal, el fundamentalismo religioso, y la homogeneización de las subjetividades alrededor de un patrón cultural burgués, machista, racista, homofóbico, xenófobo, colonizador, guerrerista, violento.
En aquellas jornadas, que se prolongaron como energía creativa hasta el 26 de junio del 2002 (3), se evidenciaron al mismo tiempo los claros límites del imaginario rebelde, en términos de proyectos políticos organizados.
Entre muchos otros límites, el más significativo es la ausencia de organizaciones populares con capacidad de canalizar esa irrupción rebelde, en una acción revolucionaria sostenida, de formación de experiencias de poder popular. Los altos niveles de espontaneísmo, con una fuerte carga destituyente, no pudieron transformarse en construcción popular de alternativas.
Recomposición del bloque en el poder
A pesar de los límites señalados, y de muchos más que pudieran analizarse (4), la crítica y la confrontación con el modelo neoliberal, producidas en un contexto latinoamericano que empezaba a dinamizarse (sobre todo por el impacto de la experiencia bolivariana, de los levantamientos populares en Bolivia, Ecuador, Perú, del triunfo de Evo Morales en Bolivia, del Partido de los Trabajadores en Brasil, del Frente Amplio en Uruguay -más allá de las frustraciones que significaron algunas de estas experiencias-), plantearon la imposibilidad a las clases dominantes argentinas de seguir gobernando con el mismo modelo sostenido hasta entonces.
El gobierno de Kirchner refleja esta nueva relación de fuerzas, en la que el bloque de poder se recompone, realizando cambios en las modalidades de ejercer la dominación, reorganizando la gobernabilidad, modulando estrategias económicas de intervención estatal a través de la subvención a las empresas privatizadas por los capitales trasnacionales, de pago de la deuda externa o de canje de deuda por educación, junto a estrategias políticas de control de los movimientos sociales surgidos en la resistencia a través de la cooptación -mediante políticas asistenciales-, la criminalización de la protesta social y la judicialización de los movimientos que no se integran en sus lógicas corporativas, de control de la opinión pública a partir del fortalecimiento del manejo autoritario de los medios de comunicación; junto a estrategias internacionales basadas en un intento de equilibrio entre la subordinación a las exigencias de las políticas imperialistas de EE.UU. y de la Comunidad Económica Europea, y los proyectos de integración latinoamericana de corte neodesarrollistas con eje en el MERCOSUR, o las iniciativas de la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA).
Del lado del movimiento popular, muchas de las fuerzas que se organizaron en la resistencia al modelo neoliberal, resultaron cooptadas, y sus militantes se han vuelto funcionarios del gobierno. En algunos casos, algunas de estas organizaciones quedaron ya fuera del gobierno, pero el paso por el mismo debilitó fuertemente su inserción social, y sobre todo su compromiso con los sectores populares que continúan la resistencia.
En el campo de las fuerzas populares que intentan reorganizarse, el signo de este tiempo, es el de la fragmentación. Ésta reconoce causas históricas, encarnadas en la cultura forjada por la colonización, que deja marcas como el racismo, el desprecio por los pueblos originarios y por sus culturas, el europeísmo en determinadas franjas de la izquierda, la xenofobia en el movimiento popular; pero también reconoce razones más recientes, como el impacto de las políticas neoliberales en la ruptura de identidades históricas clasistas, nacionales, populares.
Profundizan al mismo tiempo esta fragmentación, las concepciones políticas y organizativas de algunos movimientos y partidos de izquierda, que en esta etapa de defensiva, han profundizado el sectarismo y el dogmatismo.
La diversidad de movimientos y fuerzas existentes en Argentina, expresa también los distintos momentos de constitución de los mismos; y las ideas con las que fueron creados. Conviven en el pueblo organizaciones tradicionales, como los sindicatos, centrales campesinas, estudiantiles, barriales; y movimientos nacidos en respuesta directa a la exclusión, o a partir de búsquedas de reconocimiento; movimientos que plantean demandas económicas o culturales; movimientos estructurados de manera fuertemente jerárquica, basados en la separación de dirección y bases; y otros con dinámicas asamblearias, o de horizontalidad, que suelen formarse en torno a demandas específicas y tienden a desestructurarse con facilidad.
En los años 80 y 90 tomaron cuerpo los movimientos organizados alrededor de las políticas de identidad, que expresan formas de resistencia cultural frente a la lógica capitalista del pensamiento único, que al tiempo que intenta homogeneizar ideas, deseos, sentimientos, con la fuerte intervención de los medios masivos de comunicación, agrieta y diluye las identidades clasistas, niega las identidades nacionales, y ha llegado incluso a negar la identidad individual de las personas (como ha sido a través de la apropiación de niños y niñas durante la dictadura).
Frente a la ofensiva capitalista que vulnerabilizó a los sujetos colectivos, desestabilizando a las personas, a sus grupos familiares, a sus roles, las políticas de reconocimiento actúan como formas de afirmación de los movimientos que reivindican la identidad, la diversidad cultural, las elecciones vitales, los proyectos y sueños de sus integrantes. Sin embargo, un fuerte límite de algunas prácticas con que se han desarrollado las políticas de identidad, ha sido colocar el valor de la diferencia por sobre la necesidad de confluencia del conjunto de los oprimidos y oprimidas por el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Por este camino se reforzó la dispersión del movimiento popular, y se estimuló una forma de acción política que sustituye las políticas de acumulación de fuerzas de mediano y largo plazo, por la acción y reacción frente a las emergencias.
Superar el corporativismo de algunas organizaciones tradicionales, el cortoplacismo de diversos movimientos nacidos en las batallas de sobrevivencia, y los límites de las políticas de identidad, son parte de los debates que atraviesan a los movimientos populares, necesitados para poder avanzar, de rearticular sus fuerzas en espacios de mayor capacidad transformadora.
En el movimiento obrero, la Confederación General del Trabajo (CGT), se ha vuelto absolutamente funcional a las políticas de reconversión del capitalismo, siendo sus direcciones sindicales burocracias ligadas a las nuevas empresas privatizadas y fuertemente comprometidas con los gobiernos de turno.
La Central de Trabajadores Argentinos (CTA), por su parte, ha logrado innovar en las propuestas políticas y organizativas, incluso en la concepción del sujeto considerado como “trabajador” -en estos tiempos en que la precarización atraviesa y golpea la resistencia obrera-, apuntando a sindicalizar tanto a trabajadores ocupados como desocupados (a través de la afiliación directa); pero su incidencia está limitada fuertemente tanto por los sectores sociales que la integran (la dificultad mayor ha sido la de acceder a la organización de los obreros y obreras industriales, por lo cual sus afiliados se concentran especialmente entre los/las trabajadores/as del Estado, de la educación, judiciales, etc.) y por algunas políticas de su conducción, con fuertes compromisos con el gobierno nacional o con los gobiernos provinciales, que debilitan su posibilidad de aportar a la unidad nacional de las luchas populares (esto se expresó con especial claridad en el débil papel de la conducción obrera en la articulación y proyección de los conflictos de los trabajadores de la educación, en los que resultó asesinado, en abril de este año, el maestro Carlos Fuentealba).
En este contexto, van surgiendo también en el marco de los conflictos sociales, direcciones de luchas importantes de los trabajadores en distintas ramas de la producción, que intentan su coordinación nacional en el Movimiento Intersindical Clasista, un espacio en construcción que busca unir las luchas, hacer efectiva la solidaridad entre unas y otras, e ir debatiendo una propuesta de mayor alcance (espacio que tiene muchas dificultades para superar las políticas sectarias de algunas de las corrientes que lo integran).
Por otro lado, la reactivación del movimiento popular en los últimos años, ha estado relacionada con coordinaciones muy concretas frente a determinadas agresiones que resultan del modelo productivo trasnacionalizado, que afecta a poblaciones completas. La Unión de Asambleas Ciudadanas, por ejemplo, intenta unir en un movimiento nacional a las distintas poblaciones que se han movilizado contra la minería, contra la contaminación ambiental producida por las petroleras o por las papeleras, contra el saqueo de los bienes de la naturaleza, contra el modelo del agronegocio. En estos espacios, sobre todo a nivel local, confluyen distintas organizaciones: desde movimientos campesinos, indígenas, hasta sectores sindicales y sobre todo agrupaciones barriales o locales de carácter territorial, junto con estudiantes, grupos ecologistas, investigadores/as, movimientos de mujeres, etc.
Nuevos ejes articuladores
Junto a la resistencia a las consecuencias inmediatas de unas u otras iniciativas del capital trasnacional, en esta etapa de recolonización del continente, comienza a plantearse un debate más complejo de crítica a los modelos civilizatorios del capitalismo, y de búsqueda de alternativas en el terreno productivo, energético, agrario, que permitan abonar –incluso en la dimensión latinoamericana- los debates alrededor de un proyecto de socialismo del siglo 21.
La descolonización cultural –en este contexto- implica avanzar en la crítica de los sentidos del mundo, de las concepciones de lucha, de la lectura de la historia, de las modalidades de resistencia; en la valorización y el reconocimiento de los saberes ancestrales, de las culturas originarias, de las diferentes cosmovisiones que se crearon en nuestras tierras. Significa también asumir una actitud concreta ante la historia del capitalismo en América Latina, denunciando el genocidio de los pueblos, realizado una y otra vez en nombre del "progreso", la "civilización", el "desarrollo", y rechazando sus consecuencias hasta nuestros días para los sectores oprimidos.
Esto nos obliga a pensar, de manera sistemática y profunda, los dilemas que se plantean a los proyectos populares latinoamericanos –y especialmente a los que se reivindican como socialistas-, en términos de crítica a las maneras de destrucción y explotación de la naturaleza y de los pueblos realizadas por el capitalismo, y a imaginar nuevos proyectos de vida sobre la tierra, que no reproduzcan aquellos modelos, ni el autoritarismo con que se ejercen esas formas de dominación.
Otros ejes articuladores de las resistencias, son los que se organizan contra la mercantilización de aspectos fundamentales de la vida cotidiana, como la educación, la salud, etc. Los movimientos populares en estos años han ido denunciando los proyectos funcionales a las políticas del Banco Mundial, que llevan a la destrucción de la educación y de la salud públicas, y al avance de la privatización en estos campos.
Las organizaciones campesinas e indígenas, por su parte, han ido aumentando su visibilidad, coordinando con otros sectores las luchas comunes (como los relacionados con el territorio, con el saqueo de los bienes de la naturaleza), y realizando también esfuerzos de unidad a nivel nacional, continental e internacional, participando de distintos espacios como la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), y la Vía Campesina Internacional.
Estos ámbitos, no sólo han permitido fortalecer la resistencia. Son también lugares de impulso a propuestas de formación política, de educación popular, y de promoción de debates que van más allá del movimiento campesino, que interpelan a las organizaciones urbanas y a los sectores populares en general, como son la defensa de las semillas, la soberanía alimentaria, la denuncia de los agronegocios, del biocombustible y de los modelos agroexportadores propuestos desde los gobiernos de la región, al servicio de la división internacional del trabajo del capitalismo del siglo 21.
También mantienen un nivel importante de iniciativa y articulación, las diferentes organizaciones de mujeres y grupos feministas, que son parte de distintas redes y campañas, como la campaña nacional por el derecho al aborto, la campaña contra la trata de personas, y que año a año protagonizan el encuentro nacional de mujeres, que reúne a alrededor de 20.000 mujeres de todo el país para el debate de propuestas y líneas de acción en defensa de sus derechos.
Son los movimientos populares, los que expresan con más claridad en este tiempo, la diversidad de demandas que se han ido creando en las batallas anticapitalistas, antipatriarcales, antiimperialistas, contra las diversas formas de colonización cultural. Siendo estas demandas en muchos casos limitadas, por su carácter sectorial, económico, o local, sin embargo, es en su interacción, unidad y diálogo, que pueden volverse develadoras de distintos aspectos de un proyecto político popular, de carácter civilizatorio, mucho más amplio, fecundo y vital que los programas populistas o neodesarrollistas, reproductores de lógicas viciadas de estatismo, que suelen exhibirse como la suma de las transformaciones "posibles" de ser realizadas, en este contexto latinoamericano y mundial.
Desafíos
Aceptando las posibilidades que ofrece el Estado nacional como trinchera de disputa de las políticas de soberanía nacional y popular, es parte del debate actual la polémica con aquellas concepciones que niegan la autonomía de los movimientos populares, y pretenden manipularlos desde la gestión estatal, atravesada como está la misma por fuertes lógicas de burocracia, clientelismo y corrupción.
La autonomía de los movimientos populares, en esta dirección, no significa la reclusión en un lugar testimonial de crítica o de oposición a uno u otro gobierno, sino la capacidad de los mismos para actuar no como correas de transmisión desde las esferas del Estado, sino de acuerdo a sus propias demandas y proyectos, como parte de un proyecto político estratégico en construcción. Hablamos aquí de autonomía a crear en este presente, que apunta a la superación de las situaciones de dependencia, de alienación, a la construcción de espacios propios en dónde se recobra la identidad histórico-cultural.
A pesar de las dificultades y límites mencionados, en los movimientos populares que se están reorganizando en la Argentina han habido aprendizajes que permiten pensar la posibilidad de nuevas perspectivas. Se van sorteando antiguas dicotomías establecidas con rigidez entre lo social y lo político, se va imaginando la posibilidad de crear momentos de unidad en un campo fragmentado y marcado por la diversidad. Se van proponiendo modelos de construcción que parten de la organización de los excluidos, pero que no se agotan en la esfera de la sobrevivencia. Se generan experiencias de poder popular, limitadas en el espacio o en el tiempo, pero que permiten acumular fuerzas, iniciativa, protagonismo, ejercicio de la autonomía.
Las redes reorganizan sentidos, ponen metas, y en algunos casos enfrentan puntualmente determinados aspectos de la ofensiva colonizadora del gran capital.
Los desafíos, sin embargo, siguen estando en la necesidad de avanzar en la creación de un bloque político social contrahegemónico, que constituya al pueblo como sujeto histórico, con capacidad no sólo de plantar banderas en las resistencias, sino con iniciativa de avanzar en una alternativa de poder popular, con metas anticapitalistas, antiimperialistas, antipatriarcales, que sea parte de las múltiples batallas por la emancipación, por poner fin a todas las opresiones. Pensando en la integración latinoamericana, en una perspectiva socialista, que nazca –como reclamaba José Carlos Mariátegui- como creación heroica de los pueblos.
En los 40 años de la caída del Che en Bolivia, se vuelve necesario promover un proyecto popular, que amase la memoria y las resistencias con el sueño socialista, y que no podrá pensarse como un proyecto “desde arriba”, uniformador de las diversidades, disciplinador de las diferencias, sino que crezca desde el rescate de todas las rebeldías.
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1 El Pacto de Olivos fue un acuerdo político realizado entre Alfonsín y Menem preparatorio de la Reforma Constitucional, para recrear un sistema de gobierno bipartidista, con compromisos alrededor del consenso neoliberal.
2 La movilización popular del 19 y 20 de diciembre llevó a la destitución del Gobierno de la Alianza, del Ministro de Economía, Domingo Cavallo, y del presidente Fernando De La Rúa.
3 Tomamos como hito de inicio del reflujo del movimiento popular la masacre de Puente Pueyredón, por el impacto que tuvo en la subjetividad de los sectores organizados de la resistencia. La represión y el asesinato de los jóvenes piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, la cacería desatada en esa oportunidad contra el movimiento popular, junto a medidas asistenciales de emergencia y el adelantamiento de la convocatoria a elecciones revirtieron el ascenso del movimiento social, y se abrió paso una etapa de recomposición de la dominación, en las condiciones concretas de una nueva relación de fuerzas.
4 Algunas a señalar como ejemplo son las evidentes dificultades con que se encontraron las formas de organización popular asambleístas para sostener en tiempos prolongados el esfuerzo militante, desde una lógica basista que convirtió la horizontalidad en un nuevo dogma; o el hecho que las políticas sostenidas principalmente en la acción directa, despreciando la formación política del activismo, fueron conduciendo a procesos de desgaste que favorecieron la cooptación de muchas de esas franjas de militantes.
Claudia Korol es Secretaria de redacción de América Libre.
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