A propósito de puertos, Puerto Margarita
23/07/2002
- Opinión
Me imagino que en el país muy pocos escucharon hablar de Puerto
Margarita. Es una comunidad guaraní a orillas del río Pilcomayo donde,
como no podía ser de otro modo, casi todos, desde los niños hasta los
más viejos se dedican a la pesca del cada vez más escurridizo y
contaminado sábalo. Pero a pesar de todo, pobreza incluida, Puerto
Margarita era hasta hace muy poco tiempo una comunidad tranquila, como
adormecida en el tiempo, al extremo de hacernos sospechar que eso de
vivir en las ciudades en realidad no era una buena idea.
Sin embargo, de un día para el otro, esa quietud bucólica fue
abruptamente alterada por el ruidoso trajín de camiones que
transportaban inmensas maquinarias y en apenas un abrir y cerrar de
ojos, en un santiamén dirían los lugareños, Puerto Margarita se
convirtió en una de las reservas de gas más grande del país y de cuyos
campos se supone saldrá este codiciado energético con rumbo a México y
a la glamorosa California.
En estos días, cuando todo el mundo, a lo largo y ancho del país, se
siente con el legítimo derecho de opinar sobre la venta de gas al
norte y se han desatado las pasiones más encendidas en torno a qué
puerto es el más conveniente a nuestra economía o, según otros, a
nuestra sacrosanta dignidad forjada al ritmo de marchas militares y
cuartelazos, cuando todo esto sucede en ese país irreal que los medios
de comunicación ayudan a erigir cotidianamente, nadie se tomó la
molestia de preguntarse de dónde saldrá ese gas y quienes son los
hombres y mujeres que habitan esas tierras que de manera tan
inesperada se volvieron desmesuradamente codiciadas.
Con discursos grandilocuentes se pretende restituirle la dignidad a un
país asolado por seculares indignidades y quizá la más portentosa de
todas ellas sea haberle negado a su población indígena el derecho a
una voz propia y a ser ciudadanos plenos de una república que en estos
días pareciera al borde mismo del naufragio, exhausta y sin encontrar
aún la certidumbre y el decoro que solo otorgan el vivir al amparo de
la equidad y de la justicia. Lo otro es apenas gobernabilidad.
Puerto Margarita no es un lugar más en la extensa geografía nacional,
en estos días esta comunidad guaraní del Chaco tarijeño es a su manera
el testimonio del modelo de explotación de los recursos naturales que
ha primado en nuestro país a lo largo de toda su historia. Los centros
mineros, hoy verdaderos cementerios vivientes, así también lo
testimonian. Un sistema extractivo y depredador donde las comunidades
locales no han tenido la opción de decidir y mucho menos de
beneficiarse con una riqueza -su riqueza si de derechos hablamos- que
absortos vieron pasar como un fugaz e irrepetible destello.
Participar en las decisiones que afectan a los recursos de los
territorios indígenas y ser parte de los beneficios generados por esa
riqueza, exigir que se cumplan con las normas establecidas para evitar
o por lo menos mitigar los impactos ambientales y de esa manera
impedir que sus áreas tradicionales de pesca, caza y recolección sean
irreversiblemente dañadas, son todos ellos derechos consagrados por
normas nacionales e internacionales. De lo que se trata es que estas
disposiciones se cumplan y las comunidades sean debidamente escuchadas
en sus demandas, solo de esa manera podremos hablar de dignidad
nacional.
De tal suerte que cuando en los próximos días, como con seguridad
sucederá, se continúe con la ya célebre discusión sobre cual es el
mejor puerto para la exportación de gas, no nos olvidemos que existe
otro puerto enclavado en la llanura chaqueña donde hombres y mujeres
guaraníes esperan de una vez por todas ser parte de este país y no,
como hasta ahora sucedió, ser los eternos perdedores de una historia
donde ganan los pocos de siempre.
* Miguel Castro Arze. Director del Centro de Estudios Regionales de Tarija.
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