La lección soberana
04/05/2008
- Opinión
Previo al 27 de marzo pasado, todo tendía a indicar que el gobernador Aníbal Acevedo Vilá fracasaría en revalidar su mandato en las próximas elecciones generales de noviembre en Puerto Rico. Era un secreto a voces, incluso entre los miembros de su propio Partido: Acevedo Vilá había comprobado en los pasados tres años que es mejor político que gobernante. Su administración nunca despegó con un proyecto propio para el país. Le caracterizó la insustancialidad y la improvisación en relación a todo un conjunto de asuntos internos. Tal vez el mejor ejemplo es la mal llamada reforma contributiva que promulgó en total contradicción con su promesa electoral de que jamás aprobaría la imposición de un impuesto de uso y venta a la ciudadanía en general. Le mintió al país y se acomodó a la transacción ofrecida perversamente por la mayoría legislativa del opositor Partido Nuevo Progresista (PNP), anexionista, para que le aprobase el presupuesto gubernamental y se superase una crisis que llevó al cierre del gobierno. Ello le costó su credibilidad y contribuyó, junto a otras alzas aprobadas en servicios públicos como el agua y la electricidad, al significativo aumento general en el costo de la vida.
Sumado al impacto en la Isla de las tendencias recesivas de la economía mundial, sobre todo la estadounidense, a partir del creciente colapso del modelo neoliberal, la mayoría del pueblo de Puerto Rico se empobreció. Lejos de promover una sociedad más justa y exigir una mayor responsabilidad social de parte de los más ricos, sobre todo las grandes corporaciones, incluyendo la banca, Acevedo Vilá puso todo el peso para la llamada reestructuración de las finanzas públicas sobre los hombros de la mayoría asalariada del país. Imperó la falacia neoliberal: a mayor acumulación de riqueza por parte de los más ricos, más incentivo tienen éstos para contribuir al desarrollo económico. La desigualdad es, por lo tanto, una necesidad.
El empobrecimiento de la mayoría ha contribuido significativamente a disparar la presente recesión en la que estamos inmersos. Y que no me digan que el problema ha sido la obstrucción irracional de la Asamblea Legislativa o el alza en el costo del petróleo y otras importaciones, pues la verdad es que, en todo caso, éstas situaciones sólo sirvieron para agravar un problema ya existente: la inexistencia de estrategias y políticas noveles de desarrollo que tomen en cuenta las nuevas circunstancias de la economía mundial.
En fin, como gobernante, Acevedo Vilá ha sido, en el balance, una gran decepción. Como tal, iba encaminado a una probable derrota electoral en noviembre cuando el pasado 27 de marzo las autoridades federales en la Isla lo victimizaron políticamente con un pliego de acusaciones por violaciones a las leyes electorales y contributivas de Estados Unidos y Puerto Rico. El golpe imperial asestado contra su gobierno pretendió descalificarlo como opción electoral y apuntalar en su lugar al candidato anexionista Luis Fortuño, aliado incondicional del gobierno de George W. Bush. Además, la intervención policial y política de Estados Unidos contra el Gobernador de Puerto Rico fue percibida como la más reciente de una serie de acciones de los federales contra el ámbito de autoridad local del gobierno colonial. Ello incluye particularmente el asesinato del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos y la validación del Tribunal Supremo de Estados Unidos a la actuación criminal del Buró Federal de Investigaciones (FBI) en este caso.
Sin embargo, el asalto federal contra el Gobernador ha tenido un efecto completamente contrario al perseguido. Le dio la oportunidad al político hábil y sagaz que es Aníbal Acevedo Vilá, a resurgir desde sus cenizas y convertir su victimización en fortaleza principal de una candidatura renovada. De nada valen las descalificaciones infantiles que por razones electorales han pronunciados unos y otros, desde la derecha y la izquierda. La Asamblea celebrada por el Partido Popular Democrático (PPD) el pasado domingo 27 de abril atestigua elocuentemente a la existencia de una nueva coyuntura política en la Isla, llena de oportunidades pero también de peligros.
En su combativo mensaje ante dicha Asamblea, Acevedo Vilá pareció darle la espalda a su acostumbrada moderación, por no decir conservadurismo, en torno al problema colonial de la Isla. Enumeró una serie de lecciones que habían servido para reeducarlo, entre éstas las injusticias cometidas por las autoridades de Estados Unidos en Vieques, en el Cerro Maravilla y con la muerte de Filiberto Ojeda Ríos. Sin embargo, la más importante de las lecciones fue aquella en que reconoce que la base de su partido está más adelantada que sus líderes y que ésta demanda que se repiense la misión del partido autonomista a partir de las nuevas circunstancias impuestas por los desmanes cometidos por las autoridades federales. En ese sentido, expresó que no era hora de nuevos pronunciamientos sino “momento de nuevos movimientos” para impulsar, mediante una Asamblea Constituyente, “un Estado Libre Asociado basado en la soberanía del pueblo de Puerto Rico”.
Al día siguiente, Acevedo Vilá llamó a la conformación de un “movimiento popular y democrático” que se convierta en “la casa grande de todos los puertorriqueños”, incluyendo sectores del independentismo, para formular un programa de gobierno que represente las aspiraciones del país y perfeccionar la relación de Puerto Rico con Estados Unidos. Aclaró que al hablar de soberanía no está pensando en una eliminación del control federal: “Esto es un pueblo autonomista, esto no es un pueblo estadista, no es un pueblo independentista. Este pueblo no quiere la asimilación, no quiere la separación, pero este pueblo sí quiere en el siglo XXI concretizar y perfeccionar una relación de dignidad con los Estados Unidos, que claramente reconozca que aquí los que mandan son los puertorriqueños”. Abundó que, sin embargo, seguirían aplicando aquí las leyes federales y no se eliminaría el Tribunal Federal, el mismo que él alega le fabricó un caso por motivaciones políticas. Aceptó, además, que acatará la resolución aprobada por la Asamblea de su partido que le mandata a comparecer este próximo verano ante el Comité Especial de Descolonización de la Organización de Naciones Unidas para denunciar la renuencia del gobierno de Washington a respetar el derecho del pueblo puertorriqueño a su autodeterminación.
Su comprensión de la soberanía adolece de una ambigüedad francamente peligrosa. ¿Cuál sería la fuente de autoridad para la aplicación continuada de las leyes federales en Puerto Rico o el fundamento constitucional e internacional para que el Tribunal Federal siga ejerciendo su jurisdicción en la Isla: un Tratado bilateral o la Cláusula Territorial de la Constitución de Estados Unidos y la Ley de Relaciones Federales, sobre todo su sección 9? ¿Estamos hablando de una “soberanía” bajo la soberanía actual de Estados Unidos, como la de los estados pertenecientes a la unión? ¿En qué se diferencia dicho reclamo al hecho por el ex gobernador Rafael Hernández Colón ante el Senado de Estados Unidos en 1989 para que se ampliase el marco de autogobierno del Estado Libre Asociado pero bajo la autoridad soberana continuada del Congreso federal?
Las contradicciones de su pronunciamiento “soberanista” alimenta la duda acerca de la autenticidad de la conversión de Acevedo Vilá y si no estaremos ante otro intento del Partido Popular de apelar al independentismo para que le dé un nuevo aire electoral que es incapaz ya de garantizar por sí mismo. Ante la continuada incapacidad del independentismo para constituirse finalmente en una opción inmediata de poder creíble y viable, empuñando con efectividad un proyecto alternativo de país frente a la crisis actual de los dos principales partidos sostenedores hasta ahora de la colonia, parecería que vuelve a estar ante el peligro de verse arrastrado como rabiza del autonomismo, en vez de constituirse en factor decisivo para la radicalización del autonomismo hacia la soberanía plena de la independencia.
En ese sentido, la más importante lección de la actual coyuntura es el creciente desfase entre el liderato político-partidista del país y la necesidad de un cambio verdadero en dirección a un nuevo proyecto de país que supere, de una vez y por todas, la subordinación colonial actual. Desde esa perspectiva, haríamos bien en recordar la advertencia de Filiberto Ojeda Ríos, poco antes de morir, para que entendamos que para alcanzar el fin descolonizador de la patria hay que potenciar los niveles de conciencia y movilización del pueblo. Es allí que radica al fin y a la postre el verdadero poder constituyente y garantizador de la soberanía y no en los líderes de uno u otro signo ideológico. Si cualquiera de estos líderes está a la altura de las aspiraciones de la voluntad soberana de ese pueblo, lo tendrán que demostrar efectivamente con acciones afirmativas más allá de las palabras.
- Carlos Rivera Lugo es catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, colaborador permanente del semanario puertorriqueño Claridad. www.claridadpuertorico.com
Sumado al impacto en la Isla de las tendencias recesivas de la economía mundial, sobre todo la estadounidense, a partir del creciente colapso del modelo neoliberal, la mayoría del pueblo de Puerto Rico se empobreció. Lejos de promover una sociedad más justa y exigir una mayor responsabilidad social de parte de los más ricos, sobre todo las grandes corporaciones, incluyendo la banca, Acevedo Vilá puso todo el peso para la llamada reestructuración de las finanzas públicas sobre los hombros de la mayoría asalariada del país. Imperó la falacia neoliberal: a mayor acumulación de riqueza por parte de los más ricos, más incentivo tienen éstos para contribuir al desarrollo económico. La desigualdad es, por lo tanto, una necesidad.
El empobrecimiento de la mayoría ha contribuido significativamente a disparar la presente recesión en la que estamos inmersos. Y que no me digan que el problema ha sido la obstrucción irracional de la Asamblea Legislativa o el alza en el costo del petróleo y otras importaciones, pues la verdad es que, en todo caso, éstas situaciones sólo sirvieron para agravar un problema ya existente: la inexistencia de estrategias y políticas noveles de desarrollo que tomen en cuenta las nuevas circunstancias de la economía mundial.
En fin, como gobernante, Acevedo Vilá ha sido, en el balance, una gran decepción. Como tal, iba encaminado a una probable derrota electoral en noviembre cuando el pasado 27 de marzo las autoridades federales en la Isla lo victimizaron políticamente con un pliego de acusaciones por violaciones a las leyes electorales y contributivas de Estados Unidos y Puerto Rico. El golpe imperial asestado contra su gobierno pretendió descalificarlo como opción electoral y apuntalar en su lugar al candidato anexionista Luis Fortuño, aliado incondicional del gobierno de George W. Bush. Además, la intervención policial y política de Estados Unidos contra el Gobernador de Puerto Rico fue percibida como la más reciente de una serie de acciones de los federales contra el ámbito de autoridad local del gobierno colonial. Ello incluye particularmente el asesinato del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos y la validación del Tribunal Supremo de Estados Unidos a la actuación criminal del Buró Federal de Investigaciones (FBI) en este caso.
Sin embargo, el asalto federal contra el Gobernador ha tenido un efecto completamente contrario al perseguido. Le dio la oportunidad al político hábil y sagaz que es Aníbal Acevedo Vilá, a resurgir desde sus cenizas y convertir su victimización en fortaleza principal de una candidatura renovada. De nada valen las descalificaciones infantiles que por razones electorales han pronunciados unos y otros, desde la derecha y la izquierda. La Asamblea celebrada por el Partido Popular Democrático (PPD) el pasado domingo 27 de abril atestigua elocuentemente a la existencia de una nueva coyuntura política en la Isla, llena de oportunidades pero también de peligros.
En su combativo mensaje ante dicha Asamblea, Acevedo Vilá pareció darle la espalda a su acostumbrada moderación, por no decir conservadurismo, en torno al problema colonial de la Isla. Enumeró una serie de lecciones que habían servido para reeducarlo, entre éstas las injusticias cometidas por las autoridades de Estados Unidos en Vieques, en el Cerro Maravilla y con la muerte de Filiberto Ojeda Ríos. Sin embargo, la más importante de las lecciones fue aquella en que reconoce que la base de su partido está más adelantada que sus líderes y que ésta demanda que se repiense la misión del partido autonomista a partir de las nuevas circunstancias impuestas por los desmanes cometidos por las autoridades federales. En ese sentido, expresó que no era hora de nuevos pronunciamientos sino “momento de nuevos movimientos” para impulsar, mediante una Asamblea Constituyente, “un Estado Libre Asociado basado en la soberanía del pueblo de Puerto Rico”.
Al día siguiente, Acevedo Vilá llamó a la conformación de un “movimiento popular y democrático” que se convierta en “la casa grande de todos los puertorriqueños”, incluyendo sectores del independentismo, para formular un programa de gobierno que represente las aspiraciones del país y perfeccionar la relación de Puerto Rico con Estados Unidos. Aclaró que al hablar de soberanía no está pensando en una eliminación del control federal: “Esto es un pueblo autonomista, esto no es un pueblo estadista, no es un pueblo independentista. Este pueblo no quiere la asimilación, no quiere la separación, pero este pueblo sí quiere en el siglo XXI concretizar y perfeccionar una relación de dignidad con los Estados Unidos, que claramente reconozca que aquí los que mandan son los puertorriqueños”. Abundó que, sin embargo, seguirían aplicando aquí las leyes federales y no se eliminaría el Tribunal Federal, el mismo que él alega le fabricó un caso por motivaciones políticas. Aceptó, además, que acatará la resolución aprobada por la Asamblea de su partido que le mandata a comparecer este próximo verano ante el Comité Especial de Descolonización de la Organización de Naciones Unidas para denunciar la renuencia del gobierno de Washington a respetar el derecho del pueblo puertorriqueño a su autodeterminación.
Su comprensión de la soberanía adolece de una ambigüedad francamente peligrosa. ¿Cuál sería la fuente de autoridad para la aplicación continuada de las leyes federales en Puerto Rico o el fundamento constitucional e internacional para que el Tribunal Federal siga ejerciendo su jurisdicción en la Isla: un Tratado bilateral o la Cláusula Territorial de la Constitución de Estados Unidos y la Ley de Relaciones Federales, sobre todo su sección 9? ¿Estamos hablando de una “soberanía” bajo la soberanía actual de Estados Unidos, como la de los estados pertenecientes a la unión? ¿En qué se diferencia dicho reclamo al hecho por el ex gobernador Rafael Hernández Colón ante el Senado de Estados Unidos en 1989 para que se ampliase el marco de autogobierno del Estado Libre Asociado pero bajo la autoridad soberana continuada del Congreso federal?
Las contradicciones de su pronunciamiento “soberanista” alimenta la duda acerca de la autenticidad de la conversión de Acevedo Vilá y si no estaremos ante otro intento del Partido Popular de apelar al independentismo para que le dé un nuevo aire electoral que es incapaz ya de garantizar por sí mismo. Ante la continuada incapacidad del independentismo para constituirse finalmente en una opción inmediata de poder creíble y viable, empuñando con efectividad un proyecto alternativo de país frente a la crisis actual de los dos principales partidos sostenedores hasta ahora de la colonia, parecería que vuelve a estar ante el peligro de verse arrastrado como rabiza del autonomismo, en vez de constituirse en factor decisivo para la radicalización del autonomismo hacia la soberanía plena de la independencia.
En ese sentido, la más importante lección de la actual coyuntura es el creciente desfase entre el liderato político-partidista del país y la necesidad de un cambio verdadero en dirección a un nuevo proyecto de país que supere, de una vez y por todas, la subordinación colonial actual. Desde esa perspectiva, haríamos bien en recordar la advertencia de Filiberto Ojeda Ríos, poco antes de morir, para que entendamos que para alcanzar el fin descolonizador de la patria hay que potenciar los niveles de conciencia y movilización del pueblo. Es allí que radica al fin y a la postre el verdadero poder constituyente y garantizador de la soberanía y no en los líderes de uno u otro signo ideológico. Si cualquiera de estos líderes está a la altura de las aspiraciones de la voluntad soberana de ese pueblo, lo tendrán que demostrar efectivamente con acciones afirmativas más allá de las palabras.
- Carlos Rivera Lugo es catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, colaborador permanente del semanario puertorriqueño Claridad. www.claridadpuertorico.com
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