Talibán y Talibush
12/09/2002
- Opinión
Si hiciéramos un balance sumario a un año del triste martes 11 de
septiembre de 2001, debemos concluir: ellos vencieron. Si, los
Talibanes vencieron, porque ocuparon las mentes de los Estados Unidos,
con el miedo generalizado, rozando la paranoia colectiva de nuevos
atentados. Más que derrumbar las Torres Gemelas, símbolo del poderío
económico globalizado, derrumbaron otras dos torres, símbolo de la
utopía estadounidense: la democracia y la legalidad.
Con la caída de las torres, los terroristas humillaron materialmente a
los EUA en su invulnerabilidad. Con el derrumbe de las otras dos
torres, humillaron moralmente la cultura política estadounidense,
frente a sí misma y a todos los que nos obstinamos en creer en la
democracia y los derechos humanos. Se demostró que es frágil la tan
mencionada democracia y legalidad estadounidense. Resisten mal a las
crisis. Y fue en razón de “una moralidad más alta” y en nombre de las
libertades y de los derechos humanos, contra la “barbarie” de los
terroristas, que se generó una guerra tecnológica desproporcionada
contra un pueblo ya arruinado por años ininterrumpidos de conflictos.
Debido a la censura de las informaciones, poco sabemos hasta hoy sobre
esa guerra. Aún así, vio la luz lo que el Prof. Marc Harold de la
Universidad de New Hamshire denunció: hasta el día 10 de diciembre del
2001, a un mes apenas del inicio de la guerra, ya habían sido
asesinados en Afganistán 3.667 civiles, una cantidad mayor a aquella
de los desaparecidos en las dos torres. No se lloran las muertes de
esos inocentes, como si no fuesen de la misma familia humana, cuyas
vidas no tuviesen igual valor sagrado.
Lo más grave, no obstante, fue que en nombre del combate a los
terroristas, se sacrificaron los principios del estado de derecho y de
la democracia, fundamento del legítimo orgullo estadounidense. Fue lo
que denunció, hace días, Jimmy Carter. Lo que era evidente ya no lo
es más. Un sospechoso puede ser apresado por tiempo indeterminado sin
que nadie sea notificado, lo que equivale a un secuestro. Un
terrorista puede ser juzgado secretamente, por tribunales militares,
en cualquier parte del mundo, en una caverna de Afganistán o sobre una
nave en el Pacífico, sin que tenga derecho a un abogado. Puede ser
condenado a muerte si dos o tres oficiales-jueces lo encuentran
culpable, sin ninguna apelación. No sirve el principio de igualdad
ante la ley ni de la duda a favor del reo. El Presidente Bush que
aprobó todo esto se convirtió en un Talibush, mientras el ministro de
Justicia, el reaccionario John Aschcroft, introdujo una variante de la
Scharia musulmana, transformándose en un Mullah.
Con las pocas nociones que tiene, Bush impuso la geopolítica de
venganza implacable, legitimando el ataque preventivo y la admisión
del uso de “todas las armas”. Aquí se innova. Hasta ahora, la
restricción obligaba a decir que todas las armas, biológicas, químicas
y nucleares eran solo de disuasión. Ahora son de agresión. No
sabemos quien es mas demente: si aquellos que chocaron aviones contra
las torres o aquellos que proponen usar “todas las armas”. Tal acto
implicaría un genocidio monstruoso de civiles, un terrorismo peor que
aquel de los terroristas, además de contradecir los valores en nombre
de los que promueven la guerra al terrorismo. Ni los Talibanes ni los
Talibush han de determinar los destinos de la humanidad. Si nos
faltaran otros medios, siempre nos quedan los de Gandhi, inspirados en
el predicador ambulante Jesús de Nazareth: la oración, el ayuno y la
penitencia.
* Leonardo Boff, Teólogo.
Traducción libre de ALAI del original en portugués.
https://www.alainet.org/es/active/2533?language=en
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