La posición de la jerarquía católica no representa a todos los cristianos
05/08/2008
- Opinión
La anterior fue la semana de las definiciones frente al referéndum aprobatorio de la Nueva Constitución. La Jerarquía de la Iglesia Católica promoverá el NO. El pronunciamiento de que no les corresponde asumir una actitud política y la anunciada "catequesis que buscará que los fieles tomen conciencia de las inconsistencias que el texto propuesto de la nueva constitución tiene con la Fe y las enseñanzas de la Iglesia" no son sino una velada forma de hacer política electoral en contra del proyecto de constitución y del gobierno y a favor de la derecha y los grupos económicos que se oponen a los cambios. En este caso es obvio que las críticas al régimen no provienen desde una búsqueda por profundizar los cambios (algo que debería ser propio de los seguidores de Jesús que viven en sociedades tan injustas) sino por evitarlos.
Digamos en primer lugar que la Jerarquía de la Iglesia Católica tiene todo el derecho de manifestar su posición. Pero debe quedar claro también que ésta no representa a muchos cristianos católicos. Los obispos dicen que son los mismos desde hace 2000 años al referirse a que no toman partido por nadie. Gran mentira, falta de humildad para reconocer errores históricos y rectificarlos, y motivo suficiente para ratificar que con su posición no nos sentimos representados muchos cristianos. Salvo excepcionales períodos, la Jerarquía Católica no solo que ha estado aliada a los poderosos, sino que ha sido parte de ellos. Deberían leer el evangelio, deberían acogerlo, deberían dejar que los criterios del evangelio penetren sus vidas y la iglesia toda. Porque para escándalo de muchos obispos y muchos poderosos, la Biblia entera es la proclamación de un Dios parcial. El Dios de Jesús que tomó partido por los pobres, se puso de su lado, escuchó su clamor y bajó a liberarlo, para esto se enfrentó a sus esclavizadores, a aquellos que los oprimían. Una Iglesia cobarde que le teme a los cambios a favor del pueblo, una iglesia conservadora aliada de los poderosos, una iglesia tradicional y cómoda, una iglesia alienante que no ayuda al pueblo a organizarse para liberarse de todas las esclavitudes y de todas las opresiones, una iglesia autoritaria y represiva que en su estructura es un anti-testimonio del Reino de Dios, no es la Iglesia de Jesús, ni tampoco es la Iglesia-Pueblo de Dios de la que habla el Concilio Vaticano II.
Acusan a la nueva constitución de ser estatista y se olvidan que el neoliberalismo desmanteló deliberadamente el Estado, lo pervirtió, le arrebató el verdadero sentido que debe tener en cualquier sociedad y lo convirtió en un instrumento de saqueo al servicio de las grandes empresas privadas nacionales y transnacionales. ¿Cual es el cambio que urge después de 30 años de neoliberalismo?, pues devolverle al Estado su soberanía, arrancarlo de las manos de los grupos dominantes, devolverle el rol de garante de los derechos de los ciudadanos. Es necesario que recupere su papel planificador de la economía, que recupere la soberanía sobre los recursos estratégicos, y la capacidad de organizar la economía en función de los intereses nacionales. Y es precisamente esto lo que intenta hacer la nueva constitución. Los depredadores del país tratan que el Estado no intervenga en la economía, y que ésta esté gobernada por las leyes del mercado. Los resultados de tal política para el pueblo han sido desastrosos. Pero parece claro que la Jerarquía de la Iglesia Católica no conoce esta parte de la historia, quizá porque también tuvieron negocios rentables o porque históricamente han tenido vínculos y alianzas con grupos que fueron beneficiarios de esta "triste y larga noche neoliberal".
Los obispos quieren entender que el nuevo texto constitucional acepta y promueve el aborto. Pero es claro que lo único que permitiría el nuevo texto constitucional es lo mismo que permitía el texto de la constitución de 1998. Mantenerlo así, aunque no es suficiente, permite enfrentar uno de los aspectos de esta dura y difícil realidad del aborto. Sería bueno que los todos cristianos reflexionemos sobre este tema no solo desde la moral tradicional sino desde la realidad del problema. Con constitución o sin ella, el aborto continuará siendo una práctica en la que quienes mueren por falta de atención médica adecuada son las mujeres pobres que no tienen recursos para pagar un médico o una clínica donde abortar, y una práctica dolorosa entre los y las jóvenes que como producto de la ignorancia y del oscurantismo en el que vive la sociedad sobre estos temas se ven obligados a actuar clandestinamente y a ponerse en manos inescrupulosas que lucran con su dolor, sin poder buscar ayuda ni en el Estado ni en la sociedad para enfrentar sus problemas de manera más adecuada. El mantener el aborto como un problema penal, en lugar de tratarlo como un problema de salud pública es lamentable porque muchas mujeres demandan una atención psicológica y médica que solo el Estado podría darles pero que les es negada.
En realidad la posición de la Jerarquía de la Iglesia católica frente a la nueva constitución responde más a razones políticas que morales. Solo así se entiende que nada hayan dicho frente a la constitución social-cristiana y demócrata popular de 1998 que, esa sí, dejaba abierta la posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo. Su preocupación actual solo es un pretexto para agitar al pueblo en contra de los cambios y para alinearse con la corriente conservadora alimentada desde los sectores más oscurantistas del Vaticano.
Hay muchos otros factores que la Jerarquía eclesial debería mirar antes de pronunciarse por el NO. El cambio radical en materia económica que pone al ser humano en el centro de la actividad económica, la recuperación de la soberanía, la ampliación de la participación ciudadana, la ampliación de los derechos a la educación superior gratuita, el derecho a la seguridad social para las amas de casa, la prohibición de privatizar el agua y el establecimiento de la participación comunitaria para su gestión, el control ciudadano sobre la justicia y sobre las acciones del poder público, el derecho a la resistencia por acciones u omisiones en el caso de violación de los derechos constitucionales, son razones suficientes para apoyar esta constitución y deberían ser mencionadas por los Obispos. Afortunadamente muchos sacerdotes, religiosas y religiosos y cristianos de todo el país ya hemos aprendido a pensar por nosotros mismos y a decidir siguiendo los criterios del Evangelio. Afortunadamente sabemos que a veces la única manera de amar a la Iglesia es desobedeciendo a su Jerarquía con la esperanza de construir una Iglesia más auténtica. Muchos votaremos por el SI sabiendo, claro está, que la tarea del cambio social solo radica en la voluntad del pueblo, en su capacidad de organización y lucha, en su capacidad para construir estrategias propias para darle vida a una gran revolución social que permita vivir con dignidad.
Xavier Guachamín C.
Comisión de Vivencia Fe y Política
Digamos en primer lugar que la Jerarquía de la Iglesia Católica tiene todo el derecho de manifestar su posición. Pero debe quedar claro también que ésta no representa a muchos cristianos católicos. Los obispos dicen que son los mismos desde hace 2000 años al referirse a que no toman partido por nadie. Gran mentira, falta de humildad para reconocer errores históricos y rectificarlos, y motivo suficiente para ratificar que con su posición no nos sentimos representados muchos cristianos. Salvo excepcionales períodos, la Jerarquía Católica no solo que ha estado aliada a los poderosos, sino que ha sido parte de ellos. Deberían leer el evangelio, deberían acogerlo, deberían dejar que los criterios del evangelio penetren sus vidas y la iglesia toda. Porque para escándalo de muchos obispos y muchos poderosos, la Biblia entera es la proclamación de un Dios parcial. El Dios de Jesús que tomó partido por los pobres, se puso de su lado, escuchó su clamor y bajó a liberarlo, para esto se enfrentó a sus esclavizadores, a aquellos que los oprimían. Una Iglesia cobarde que le teme a los cambios a favor del pueblo, una iglesia conservadora aliada de los poderosos, una iglesia tradicional y cómoda, una iglesia alienante que no ayuda al pueblo a organizarse para liberarse de todas las esclavitudes y de todas las opresiones, una iglesia autoritaria y represiva que en su estructura es un anti-testimonio del Reino de Dios, no es la Iglesia de Jesús, ni tampoco es la Iglesia-Pueblo de Dios de la que habla el Concilio Vaticano II.
Acusan a la nueva constitución de ser estatista y se olvidan que el neoliberalismo desmanteló deliberadamente el Estado, lo pervirtió, le arrebató el verdadero sentido que debe tener en cualquier sociedad y lo convirtió en un instrumento de saqueo al servicio de las grandes empresas privadas nacionales y transnacionales. ¿Cual es el cambio que urge después de 30 años de neoliberalismo?, pues devolverle al Estado su soberanía, arrancarlo de las manos de los grupos dominantes, devolverle el rol de garante de los derechos de los ciudadanos. Es necesario que recupere su papel planificador de la economía, que recupere la soberanía sobre los recursos estratégicos, y la capacidad de organizar la economía en función de los intereses nacionales. Y es precisamente esto lo que intenta hacer la nueva constitución. Los depredadores del país tratan que el Estado no intervenga en la economía, y que ésta esté gobernada por las leyes del mercado. Los resultados de tal política para el pueblo han sido desastrosos. Pero parece claro que la Jerarquía de la Iglesia Católica no conoce esta parte de la historia, quizá porque también tuvieron negocios rentables o porque históricamente han tenido vínculos y alianzas con grupos que fueron beneficiarios de esta "triste y larga noche neoliberal".
Los obispos quieren entender que el nuevo texto constitucional acepta y promueve el aborto. Pero es claro que lo único que permitiría el nuevo texto constitucional es lo mismo que permitía el texto de la constitución de 1998. Mantenerlo así, aunque no es suficiente, permite enfrentar uno de los aspectos de esta dura y difícil realidad del aborto. Sería bueno que los todos cristianos reflexionemos sobre este tema no solo desde la moral tradicional sino desde la realidad del problema. Con constitución o sin ella, el aborto continuará siendo una práctica en la que quienes mueren por falta de atención médica adecuada son las mujeres pobres que no tienen recursos para pagar un médico o una clínica donde abortar, y una práctica dolorosa entre los y las jóvenes que como producto de la ignorancia y del oscurantismo en el que vive la sociedad sobre estos temas se ven obligados a actuar clandestinamente y a ponerse en manos inescrupulosas que lucran con su dolor, sin poder buscar ayuda ni en el Estado ni en la sociedad para enfrentar sus problemas de manera más adecuada. El mantener el aborto como un problema penal, en lugar de tratarlo como un problema de salud pública es lamentable porque muchas mujeres demandan una atención psicológica y médica que solo el Estado podría darles pero que les es negada.
En realidad la posición de la Jerarquía de la Iglesia católica frente a la nueva constitución responde más a razones políticas que morales. Solo así se entiende que nada hayan dicho frente a la constitución social-cristiana y demócrata popular de 1998 que, esa sí, dejaba abierta la posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo. Su preocupación actual solo es un pretexto para agitar al pueblo en contra de los cambios y para alinearse con la corriente conservadora alimentada desde los sectores más oscurantistas del Vaticano.
Hay muchos otros factores que la Jerarquía eclesial debería mirar antes de pronunciarse por el NO. El cambio radical en materia económica que pone al ser humano en el centro de la actividad económica, la recuperación de la soberanía, la ampliación de la participación ciudadana, la ampliación de los derechos a la educación superior gratuita, el derecho a la seguridad social para las amas de casa, la prohibición de privatizar el agua y el establecimiento de la participación comunitaria para su gestión, el control ciudadano sobre la justicia y sobre las acciones del poder público, el derecho a la resistencia por acciones u omisiones en el caso de violación de los derechos constitucionales, son razones suficientes para apoyar esta constitución y deberían ser mencionadas por los Obispos. Afortunadamente muchos sacerdotes, religiosas y religiosos y cristianos de todo el país ya hemos aprendido a pensar por nosotros mismos y a decidir siguiendo los criterios del Evangelio. Afortunadamente sabemos que a veces la única manera de amar a la Iglesia es desobedeciendo a su Jerarquía con la esperanza de construir una Iglesia más auténtica. Muchos votaremos por el SI sabiendo, claro está, que la tarea del cambio social solo radica en la voluntad del pueblo, en su capacidad de organización y lucha, en su capacidad para construir estrategias propias para darle vida a una gran revolución social que permita vivir con dignidad.
Xavier Guachamín C.
Comisión de Vivencia Fe y Política
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