A propósito de la revolución democrática y cultural
- Opinión
Diciembre de 2005 fue la primera vez en la que un presidente constitucional boliviano, que no por casualidad es indígena, expresó que a partir de su mandato se iría a desarrollar una “Revolución Democrática y Cultural”. La frase así expresada y en ese contexto aparecía como algo más de retórica al interior de una formalidad, como es la posesión de un nuevo presidente. No sería la primera vez, ya en otra oportunidad, el primer Vicepresidente indígena de Bolivia desarrolló un discurso en tres lenguas no occidentales y esto causó un impacto importante, que no paso de comentarios sobre el “hermoso discurso”, porque en la práctica, aquel mandatario serviría, de manera decorativa y funcional para introducir el salvaje y destructor modelo neoliberal, moderno-colonial.
Sin embargo, más allá de la retórica y de la formalidad de un discurso presidencial, nos preguntamos, ¿cómo habremos recibido todos y cada uno de nosotros los bolivianos, la intención de llevar adelante una “Revolución Democrática y Cultural”? ¿Será que los bolivianos hemos tenido la capacidad de comprender, lo que aquel presidente quería decirnos? ¿Será que los bolivianos nos hemos puesto a pensar en las consecuencias de llevar adelante una “Revolución Democrática y Cultural”?
Reflexionemos al respecto. Inicialmente la idea de una revolución, en este caso armada, llega desde Europa y se afinca en el proletariado minero boliviano, sin lograr en su real magnitud el objetivo deseado por este proceso. Pero en Bolivia, más allá del proletariado minero, ha existido un gran segmento de la población, indígena, que lo único que ha recibido de la estructura de poder de turno, han sido injusticias. En este contexto, la historia de Bolivia es una acumulación de injusticias contenidas en cada uno de los cuerpos y las mentes de las/los sujetos indígenas bolivianas/os.
En los últimos años, la “apuesta” por la interpelación del discurso democrático neoliberal, desde sectores “indígenas”, con el argumento y el discurso “indígena”, más allá de la vía armada revolucionaria que llega desde Europa, ha ido creciendo notablemente. Esta actitud se ha dado a pesar de las desigualdades que han sido constituidas por la modernidad como colonialidad del poder; esto quiere decir, a pesar de situar al criollo-mestizo colonizado en una posición aventajada por encima de los indígenas, situando a estos últimos como los dominados de siempre. Es aquella “apuesta” y su legitimidad, la que ha llevado a Evo Morales a diputado, luego a Presidente de nuestro país con el 54% de votos y ahora ratificado con el 67% de los votos de los bolivianos. Hasta aquí podemos decir que la mayoría de la población boliviana no sólo está apostando por esta interpelación democrática al modelo neoliberal, sino que está comprometida con el cambio de las políticas estatales en Bolivia.
A nivel de las demandas y las necesidades, desde las mayorías nacionales, las cosas parecen estar claras. Existe un consenso entre los marginados, los pobres de este país y su presidente que intenta viabilizar una política diferente; pero ¿qué pasa a nivel de los privilegiados?, ¿cómo podrá este proceso “revolucionario” desplazar y derrotar a las élites privilegiadas de Bolivia sin el uso de la violencia y cuidando la vida de los bolivianos? ¿Es posible una revolución sin violencia? ¿Será que la idea de revolución que tenemos es suficiente para entender este proceso que estamos viviendo como país?, pero además, ¿será que los bolivianos, que nos pensamos demócratas, estamos a la altura del desafío de comprender qué es una “Revolución Democrática Cultural” y luego asumirla como la real salida posible? Esto nos lleva a otra reflexión de mayor profundidad y a una búsqueda de respuestas en otros horizontes históricos, que superen el horizonte moderno, pero siendo parte de esta coyuntura en la que los privilegiados de Bolivia a nombre de la democracia utilizan la violencia, el desacato. Esto quiere decir, el “golpe de Estado”, con el uso de la violencia física, la toma de instituciones, la privación al pueblo al acceso de los productos de primera necesidad y a la información, desde círculos privilegiados con poder económico. Además, estos privilegiados, responsables de la muerte de inocentes, también están destruyendo el patrimonio del pueblo.
En este contexto de reflexión nos preguntamos ¿cómo se puede llevar adelante una revolución sin muerte y sin violencia? Esta pregunta nos lleva a reflexionar sobre el horizonte histórico de la idea convencional de revolución, en ese sentido nos preguntamos ¿Cuál es la idea que la modernidad-colonialidad nos ha hecho pensar acerca de lo que es una revolución?, ¿Cuál es el rango de representaciones sociales entre las cuales transita la subjetividad de bolivianos, constituida por la modernidad-colonialidad, para comprender la idea de revolución? ¿Qué alternativas nos aparecen en el horizonte para tener una posibilidad otra, que nos sirva para cambiar el actual estado de cosas en nuestro país? y ¿Desde qué horizontes históricos estamos pensando la “Revolución Democrática y cultural”?
Si pensamos desde el horizonte histórico del que está surgiendo la propuesta de una “Revolución Democrática y Cultural, entonces debemos comprender que esta es una idea de revolución que ya no encaja con la revolución armada, que toma el poder con violencia para imponer un régimen “más justo”, como sucedió en Europa, en la que los revolucionarios se ubican en el lado opuesto de los contra-revolucionarios y tienen que matarse entre sí. En nuestro caso es necesario hacer el esfuerzo para comprender cómo puede ser un proceso de esta naturaleza, desde otro horizonte histórico, que se está dando por primera vez en el planeta.
Se trata de una Revolución de la resistencia, a diferencia de la otra, no es armada, es pacífica, no tiene una lógica del ataque, sino de la defensa, se trata de una Revolución de los argumentos y de la razón, pero no de la razón instrumental o la razón cínica, más bien se trata de una razón que surge del respeto a la vida, por sobre todas las cosas, una razón perdida en el horizonte de las pirwas y los tambos ancestrales, que servían sobre todo para evitar el hambre, no para crear ricos, una razón que fue convertida en la “sin razón” del indígena constituido como ignorante, pero que continuó incubada en la memoria de los abuelos y ahora es una razón que surge del hambre y del dolor de los que ahora siguen siendo golpeados y torturados por la razón moderna-colonial. Por eso esta revolución es la que pone primero la vida, para defender la vida, la nuestra, la de los pobres y la de ellos, también, la de los privilegiados, oligarcas, torturadores, porque se ubica en el mismo lado de los “contra-revolucionarios”, pensando en la vida de ellos también y además, porque en esta revolución el cambio no es un cambio de poder, en el que los nuevos torturadores son los antiguos torturados y los nuevos torturados serán los antiguos torturadores, aunque su miedo y su razón les haga pensar eso. En esta revolución los torturados de antes, los vilipendiados de antes no se convertirán en los nuevos torturadores, porque si no, no sería una Revolución Democrática y Cultural. Entonces, deberemos aprender a convivir con ellos, por eso, esta revolución no tiene que tomar ninguna Bastilla, son ellos lo que todavía siguen pensando que el poder está en los edificios y no en el pueblo. Esta Revolución tiene que tomar “por asalto” las conciencias de nosotros mismos, que por la indignación en contra de la violencia ejercida hacia inocentes, por los dominadores, queremos convertirnos en ellos, para golpear, lastimar e incluso matar a los privilegiados, abusivos de siempre.
Pero, aunque la verdadera cara de los demócratas de la modernidad/colonialidad, surge con las balas, con los tanques, con los campos de concentración, los saqueos, los atentados, con las juventudes nazis o cruceñistas, en síntesis la violencia y la muerte, no perdamos el horizonte desde donde está surgiendo esta Revolución Democrática y Cultural, ésta es una Revolución de la paciencia y del dolor, porque duele ver morir inocentes que no agreden y no agredieron y duele morir sin razón alguna aparente, pero este es el precio que se tiene que pagar para enseñar al mundo otra forma de hacer Revolución, muriendo por la vida de ellos también, cada día, entregándonos al dolor, por el dolor, para que luego, como en el tinku, vuelva un ciclo fértil de vida, la nuestra y la de ellos.
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