América Latina.: Otra vez el mismo diagnostico!
26/11/2002
- Opinión
El 16 de noviembre se congregó en Playa Bávaro la 16ª. Cúpula
Iberoamericana que reúne los presidentes y jefes de Estado de América
Latina, España y Portugal. Pocos se acuerdan de la imposibilidad de que
se reúnan los presidentes de la región debido al veto norteamericano que
solo fue cuestionado cuando la Unión Europea respaldó la iniciativa de
Portugal y España de convocar por primera vez a los presidentes de
América Latina. Por eso no puedo concordar con aquellos que consideran a
estas cónclaves un fracaso. Su mera existencia es ya un paso adelante en
la emancipación de la región.
Sin embargo, es lamentable constatar la dificultad de los presidentes de
los Estados de la región de presentar caminos sólidos de superación de
las llagas que nos conducen a la barbarie, al hambre y a la violencia.
Es relevante señalar la presencia de organizaciones internacionales como
la FAO, la CEPAL, el BID para reforzar, con los datos existentes, la
evidencia de la extensión de la tragedia que recae sobre el sub-
continente.
Independientemente de algunos datos positivos encontrados por estos
organismos debido sobretodo a cambios de criterios de medición, los
diagnósticos son siempre los mismos: se amplía la miseria, el hambre, la
deficiencia educacional, la distribución negativa del ingreso, la
concentración de la renta, la violencia generalizada, la rebeldía social
y política sin encontrar un canal de realización de sus críticas y tantos
otros diagnósticos tremendamente negativos.
Lo dramático no es que los diagnósticos se repitan sino que se refuerce,
al mismo tiempo, la defensa de los principios de política económica que
conducen a la profundización de los mismos problemas. La presentación de
los hechos es acompañada de los análisis reaccionarios que ocultan en vez
de revelar los dramas de nuestros pueblos.
Se continúa creyendo que tenemos baja capacidad de ahorro y necesitamos
de capital internacional para apoyar nuestra deficiencia en inversiones.
Sin embargo los datos muestran claramente que se extraen de nuestros
países cantidades cada vez mayores de recursos, bajo la forma de fugas de
capitales, pago de intereses, remesas de ganancias, pago de servicios muy
dudosos y otros necesarios pero que podríamos sustituir por producción
interna.
Está absolutamente claro que la sumisión a los principios monetaristas y
recesivos del Fondo Monetario Internacional han aumentado de manera
dramática los impases de las políticas económicas de los países de la
región. Pues es totalmente falso afirmar que la región no tiene
posibilidades de resolver sus problemas fundamentales por falta de
recursos materiales y humanos.
Por el contrario, toda la región se caracteriza por disponer de amplios
recursos minerales, agrícolas y humanos. Lo que falta es una voluntad
política organizada para romper los términos de intercambio desfavorables
en el escenario mundial. Asimismo falta una voluntad política unificada
para orientar las políticas económicas a la defensa y al buen
aprovechamiento de esas riquezas, hacia el desarrollo tecnológico
consistente y a la elevación de la calidad de nuestros recursos humanos.
Claro que para re-orientar tan drásticamente unos siglos de dependencia,
concentración de la riqueza, sobre explotación del trabajador,
marginación y exclusión de las grandes masas sub-empleadas o abiertamente
desempleadas se necesita un cambio de la correlación entre las fuerzas
sociales. Y es ahí donde el diagnóstico se empantana al darnos a
entender que estas situaciones tan negativas son una consecuencia de
nuestra pobreza y no las creadoras de la misma.
En realidad, vivimos en una etapa del desarrollo de la humanidad en la
cual existen los medios materiales, técnicos y humanos para eliminar
definitivamente la pobreza, el hambre, al analfabetismo, la alta tasa de
mortalidad infantil, las pestes y las grandes enfermedades. Estos
problemas son cosas del pasado que solo se perpetúan y se agravan en
consecuencia de la manutención de relaciones sociales y políticas
arcaicas basadas en la dependencia, el desprecio de las masas, el
autoritarismo como método de gobierno y otras tristes expresiones de
nuestra historia colonial, oligárquica y esclavista.
Es verdad que no podemos esperar de gobernantes comprometidos con los
poderosos intereses que dominan nuestras sociedades una disposición hacia
el cambio social profundo. Pero sí se podría esperar alguna disposición
hacia reformas mínimas capaces de mover hacia adelante la rueda de la
historia a través de una valorización de los factores de progreso. El
crecimiento económico, una reorientación de la distribución del ingreso,
una defensa mínima de la soberanía nacional, de su propio mercado
interno, del pleno empleo, de la utilización del Estado como factor de
equilibrio social y defensa de los intereses nacionales.
Lo grave de la situación latinoamericano es el abandono de estos valores
básicos por las clases dominantes locales y hasta por sectores
importantes de las clases medias. La adopción del pensamiento neoliberal
como referencia dogmática, importada de los centros fundamentales del
poder desde una perspectiva totalmente acrítica, se convirtió en un
instrumento de bloqueo mental y político que apartó radicalmente un
sector muy significativo de esta oligarquía de sus propios pueblos.
Si se quiere un ejemplo de esta enajenación intelectual se debe analizar
con un poco de atención las propuestas que se refuerzan en esta cumbre de
exigir de los países centrales del sistema económico mundial, el llamado
primer mundo, que abandonen sus política proteccionistas para permitir el
aumento de las exportaciones de productos agrícolas o semi
industrializados de los países dependientes.
La primera conclusión evidente es constatar el carácter infantil de una
demanda típica de los discípulos que le piden consecuencia sus maestros.
Estos señores se creyeron en el cuento del librecambismo que ningún país
soberano lleva a la práctica.
Es simplemente ridículo pretender obligar a EE.UU. a la práctica del
librecambismo. Esto sería pedirle negar los fundamentos de su Estado
nacional. Desde la independencia con Hamilton hasta la guerra civil con
Lincoln, o al imperialismo con Theodore Roosevelt hasta nuestros días con
Bush, la burguesía norteamericana luchó por el proteccionismo y para
imponerlo recurrió a las armas con la muerte de millones de ciudadanos.
La mayor parte de Europa (excepto la Gran Bretaña iniciadora de la
revolución industrial) ha vivido entre guerras que la llevaron a fundar
su identidad cultural en una agricultura familiar cuya destrucción en
nombre del libre mercado representaría no solo una pérdida dramática de
identidad sino también de condiciones de seguridad alimentar que
difícilmente estaría dispuesta a aceptar. ¡Y que decir de Japón que
inició y perdió una guerra para asegurar su independencia de las
importaciones de bienes esenciales como el petróleo y los alimentos
básicos!
Ningún pueblo sólidamente implantado está dispuesto a entregar al mercado
la definición de sus valores fundamentales. El delirio neoliberal que
pretende atribuir al mercado la dirección y la orientación de las más
profundas actitudes humanas no encuentra raíces en ningún pueblo
civilizado. Lo pueden adoptar en su discurso para consumo externo pero
jamás se dispondrán a practicarlo en sus países.
Pero hay razones más profundas para cuestionar esta estrategia de
"exigir" a los países centrales que profundicemos nuestra posición
dependiente en la economía mundial. Esta oligarquía latinoamericana ha
renunciado al sueño de una generación de empresarios de transformar las
bases mismas de sus economías y asegurar la industrialización, la
innovación tecnológica y la competencia de punta en la economía mundial.
Ellos insisten en competir en la economía mundial a través de llamadas
ventajas comparativas: los productos naturales y la mano de obra barata.
Después de la Segunda Guerra Mundial, bajo ocupación norteamericana, los
dirigentes de Japón se propusieron competir en la punta de la tecnología
mundial y no aceptar las teorías occidentales de las ventajas
comparativas. Pero, el lector dirá: la clase dominante de Japón nunca
había sido una clase dominante dominada y no conocía la condición
colonial. Pues sí: esta es una buena razón para explicar la diferencia.
Pero los hechos son tercos. Cuando una clase dominante se muestra
inferior a las oportunidades históricas que dispone para atender la
mayoría de su población se coloca en el camino del abismo. Esto explica
los vastos movimientos sociales profundos que asumen formas
revolucionarias por no disponer de los canales para hacer realidad sus
demandas. América Latina ha estado, en el siglo XX, prisionera de estos
límites institucionales. Sin embargo, en las luchas democráticas de los
últimos años, que buscaron retirar del poder las dictaduras militares y
otras formas de autoritarismo, se cristalizaron caminos institucionales
hacia el cambio social y económico que las masas reconocen como
positivos.
Es por esta razón que mientras solo el 38% de los norteamericanos van a
las casillas electorales, en Brasil cerca del 80% de la población va a
reivindicar un candidato atípico, distanciado de las oligarquías
tradicionales y aún de las clases medias. Atípicos también han sido los
líderes indígenas que se han aproximado de la victoria electoral en
Bolivia o Ecuador, o la elección de un militar rebelde para expresar sus
aspiraciones en Venezuela.
Esto no es suficiente para garantizar un cambio significativo pero es el
reflejo de sentimientos y motivaciones que vienen de lo más profundo de
nuestros pueblos. Esperemos que las próximas reuniones entre los
dirigentes de la región estén más próximas de los corazones de la gente
común y corriente y puedan asegurar un futuro verdaderamente democrático
para la región.
* Theotonio Dos Santos es profesor titular de la UFF, coordinador de la
Cátedra y Red UNESCO-UNU sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible.
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