A la sombra de Gardel

13/01/2009
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Enero y 2009 en ruta 5 departamento de Tacuarembó del Uruguay agrario tres de la tarde y cuarenta grados a la sombra no importa lo que diga el termómetro, desandamos carretera hacia la capital luego de viajar a Rivera.

¡Qué hermoso es mi país! Aunque el verano costero se plagó de incendios y el campo de sequía, así y todo, la postal del terruño es digna de integrar la película más taquillera de cualquier festival internacional de cine.

Para amenizar los quinientos kilómetros, capturaba el alma de lugares y personajes típicos: ñandúes con su prole de doce o quince charabones corriendo cerca del alambrado, terneritos mamando a la tardecita, escuelas rurales en siesta estival, caballadas majestuosas en las praderas, cerros y mesetas imponentes, ovejas y corderos “pelados” por la esquila, aroma y presencia de hornos de ladrillo, perdices picoteando en las banquinas, culebras y lagartos esporádicos sobre el quemante asfalto y periódicamente el inevitable “olor a zorrino”. Las paradas en pueblos y ciudades con la misión de recargar combustible, usar los baños y ahuyentar la dormidera que arrulla los trayectos prolongados, es grato pretexto para observar las pintorescas costumbres campestres orientales que llenarían hojas y hojas de interesantísimos relatos. Escenarios nuestros poco apreciados por ocasionales miradas citadinas que los transitan sin verlos cuando la ansiedad se concentra en la partida y la llegada.

Imposible no apreciar los efectos del desecamiento y aridez del ambiente debido a la prolongada sequía que hace transpirar polvo los sedientos poros de nuestra tierra. Abundan las pasturas amarillas y el aire quema. En la querida y fronteriza ciudad riverense, la quinta familiar tradicionalmente fresca y pródiga, luce yerma y agobiada. No tenía grandes y jugosos tomates como otros años, estaban atrofiados y los pocos que se podían comer diminutos y sin gusto, duraban apenas unas horas sin descomponerse. Otras hortalizas fueron escasas y pequeñas, y las cebollas literalmente se calcinaron en la tierra ardiente de sol sin lluvias. Claro que esto no desbarató la economía de la patria, sólo la pensión de mis padres rindió menos porque hubo que comprar afuera lo que antes se cultivaba.

Mi ignorancia pregunta si no hay forma de prever la falta de riego que desencadena calamidades en la producción agrícola nacional, además de mermar el abastecimiento lechero y de frutas y verduras, así como la amenaza de suba de tarifas que de por sí no precisa pretextos por los sobre precios derivados de la intermediación. Tecnología aplicada a recursos naturales y no dejar librado al azar lo que podemos prevenir, ya que siempre surgirán imponderables, esperemos que no tan graves como esta nunca vista falta de agua, de seguro resultado del mal uso del planeta y sus dones. La realidad me contesta que hay gente del Gobierno trabajando en estos temas y continúo disfrutando el paisaje del paisito con más calma.

La imagen pasa fugaz y genial por la ventanilla de la camioneta: una manada de vacas guarecidas a la sombra del cartel gigante de Carlos Gardel entre los cerros norteños que le vieron nacer, irradia lírica, tradición rural y tanguería urbana a la tarde encendida de calor y tan uruguaya.

Publicado en La República Nro.3148, martes, 13 de enero, 2009.
 

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